La historia de la imprenta en Córdoba, primera de Argentina, está asociada más a la educación que a la religión, porque si bien se gestó en el seno de la Compañía de Jesús, al igual que su par misionera, surgió de la necesidad que tuvieron la Universidad de Córdoba y el Colegio Monserrat –fundados por los jesuitas en 1614 y 1686 respectivamente–, de imprimir las tesis y los trabajos de los estudiantes que allí se graduaban. Según Toribio Medina “(…) las tesis que se les exigía para graduarse en las distintas Facultades que abrazaba la enseñanza, se hacían difíciles y carecían del brillo necesario, si no se contaba con una imprenta que facilitase aquellos actos y levantase el estimulo de los examinandos”.
Para mediados del siglo XVIII, estas instituciones habían adquirido un importante prestigio, y no solo a nivel local, puesto que concurrían alumnos de otras provincias, y para mantener esta jerarquía se hacía imperioso contar con la producción de impresos.
Había para esto dos posibilidades: llevarlo a imprimir fuera de la provincia, o hacerlo en un taller propio. La primera opción se hacía extremadamente dificultosa por las distancias y los costos operativos. La imprenta del Paraguay ya estaba desactivada por esos años, lo que significaba que las opciones eran Lima o España, y a partir de 1754, Ambato, pequeña ciudad de la capitanía general de Quito, donde los jesuitas abrieron una estampa, a cargo del hermano Adán Schwartz, más tarde trasladada a Quito.
Lo cierto es que optaron por tener su propia imprenta y con ese fin “hicieron venir de España los elementos necesarios”. Para esta misión fueron encomendados los padres Pedro de Arroyo y Carlos Gervasoni, quienes además de traer la prensa y sus accesorios debían solicitar los correspondientes permisos ante las cortes de Madrid y Roma.
En este texto se fundamentan las razones del pedido: “Solicitaran igualmente Real Cédula de Su Majestad para que, sin perjuicio de tercero, pueda el Colegio Máximo y Universidad de Córdoba del Tucumán tener imprenta propia, como la hay en Lima y otras diferentes partes, representando para obtenerla los muchos gastos y trabajo que tiene aquella Universidad en los frecuentes papeles que tiene que imprimir, no habiendo imprenta alguna en las tres provincias de Buenos Aires, Tucumán y Paraguay”.
Hasta 1758 no se tuvieron noticias sobre la importante gestión De las cuentas de Gervasoni pudo leerse luego: “Colegio Máximo de Córdoba entrego 2903 pesos 3 reales. Se le debe todo el juego de la imprenta que va en 17 cajones que no contienen otra cosa… y restan que comprar, que mucho encarga, papel para la imprenta…”.
Se sabe entonces que por esos años la imprenta ya estaba comprada con todos sus accesorios y que restaba adquirir papel. Nada se menciona sobre la autorización Real.
Finalmente, tras larga espera, en 1764 llego la imprenta a la Universidad, pero su entonces rector, el padre Manuel Querini, no estaba de acuerdo con su instalación, situación que aprovecho el titular del Colegio Real de Monserrat, el religioso Ladislao Orosz, que compra la imprenta para que “no recayese en manos extrañas”.
Aún quedaba por obtener el permiso por parte de las autoridades de acuerdo con las leyes vigentes. De esto se encargó el padre Matías Boza, procurador general de la Provincia de Chile con el poder sobre las pares de Paraguay, Buenos Aires y Tucumán. A mediados de 1765 se presento la solicitud en Lima, ante el virrey del Perú, don Manuel de Amat y Junient, junto a una muestra de los tipos que debían utilizarse.
Respecto de la aprobación del virrey y las leyes vigentes, sostiene Toribio Medina: “el Virrey libro decreto autorizando el establecimiento de la Imprenta que pretendían fundar los Jesuitas, agregando si, de acuerdo con las leyes vigentes entonces, que no se publicase ningún libro de materia de Indias, sin especial licencia del Rey despachada por el Consejo, ni papel alguno en derecho sin permiso del Tribunal ante quien pendiese el negocio, ni arte o vocabulario de lengua de los indios sin que se examinase primero por la Real Audiencia del distrito, y con la obligación de que de los libros o papeles impresos previas las formalidades indicadas, se reservasen veinte para remitir al Consejo de Indias”.
Inmediatamente después del decreto aprobatorio, y estando todo dispuesto de acuerdo con la legislación, Boza cubrió los 118 pesos del impuesto al medianato y conducción a España de la licencia, y sumó 100 pesos más como donativo a su Majestad “por la licencia que se le concedió (…) para erigir en su Real Colegio de Monserrat de la ciudad de Córdoba del Tucumán una oficina de Imprenta”.
La imprenta, a cargo de Pablo Karer, al parecer un excelente impresor, se instaló en uno de los sótanos del establecimiento, y en 1766, se imprimió la primera obra surgida de los tórculos de la prensa cordobesa, las Cinco laudatorias de Duarte Quirós, y luego varias más, como una Instrucción Pastoral del Arzobispo de París, un Manual de Ejercicios Espirituales y diversas publicaciones menores, como tesis y conclusiones.
La imprenta funcionó por muy poco tiempo, precisamente hasta la pragmática de Carlos III, en 1767, que establecía la expulsión de los jesuitas de todos sus dominios.
Este sería el antecedente directo de la tipografía en Buenos Aires, pues esta misma imprenta pocos años después sería la que inauguraría este arte en la capital del nuevo Virreinato.
En 1822, el Gobernador de Córdoba Juan Bautista Bustos dispuso la adquisición de una imprenta, que tuvo como destino la Universidad, la que comenzó a funcionar en 1823. A partir de entonces, la imprenta se convirtió en Taller y fue objeto de otras modificaciones hasta que en 1983 fue creada la Dirección de Publicaciones de la UNC.
Fuente
Ares, Fabio – Expósitos, la tipografía en Buenos Aires (1780-1824) – Gob. de la Ciudad de Buenos Aires, Dirección General Patrimonio e Instituto Histórico. Nuenos Aires (2010)
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Prosecretaría de Comunicación e Informática de la Universidad Nacional de Córdoba
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