Corría el año 1971 cuando, en las disquerías del país, un nuevo producto sonoro salía al ruedo. No era habitual, porque tenía por protagonista a uno de los más misteriosos y callados dirigentes políticos que ha tenido la República Argentina. Así, bajo el auspicioso título El Gran Caudillo Hipólito Yrigoyen, el LP (Tonodisc, monoaural) salía al rescate del primer presidente popular que tuvo el siglo XX.
No fue este tributo auditivo el primero que se hacía por aquellos años de auge revisionista a una figura de nuestro quehacer político. En 1971, y a través de la firma CBS, León Benarós y Hernán Figueroa Reyes le ponían, respectivamente, letra y voz al LP ¡Viva Güemes! Unos años antes, por 1965, Ernesto Sábato y Eduardo Falú dulcificaron la marcha sangrienta y terrible de Juan Lavalle en un “Long Play” titulado Romance de la Muerte de Juan Lavalle. Y otro aporte en la materia, la notamos en Muerte de Facundo Quiroga, trabajo que musicaliza el dramático final del “Tigre de los Llanos” en Barranca Yaco, con la curiosidad de que la voz del riojano corre por cuenta del actor Héctor Alterio, mientras que la música le pertenece a Enrique “Tucky” Ríos, integrante de la agrupación folklórica Los Nocheros de Anta.
Hacemos notar que el grupo “Los Montoneros” –que luego cambiarían su denominación por “Los Federales”-, harían lo propio homenajeando al Restaurador de las Leyes en 1972, poniéndole letra y música a Vida y Muerte de don Juan Manuel de Rosas (CBS), con relatos del “Chino” Martínez. Este trabajo, contemporáneo con el que referimos sobre Yrigoyen, contenía composiciones de Vidala, Cifra, Huella, Malambo y Zamba, entre otras, y sale a la luz en paralelo con el estreno de la película Juan Manuel de Rosas, de Manuel Antín, guionada por y con los aportes historiográficos del Dr. José María Rosa.
Pero de regreso al disco que evoca a don Hipólito Yrigoyen, interesa conocer la crítica que del mismo hiciera la revista “Todo es Historia”, en su edición Nº 49, de mayo de 1971, la cual transcribo en su integridad:
El disco histórico
“De la voz de Hipólito Yrigoyen no han quedado registros. Es sabido, además, que se preocupó de ocultarse a la multitud que lo había ungido ídolo después de los aconteceres subversivos del 90, el 93 y 1905, negándola al discurso con pretextos, reservándola al diálogo privado en que persuadía y dominaba. Según testimonios, esa voz tenía casi un encanto musical y su palabra martillaba con fuerza de convicción. Pero públicamente el silencio presidió el enigmático ascendiente del gran caudillo radical. De ahí que en la seguidilla discográfica actual sobre temas históricos argentinos, se haya debido buscar una variante para evocarlo.
Hipólito Yrigoyen está muy lejos de los ejemplos de Lavalle, Rosas o El Chacho, entre otros recogidos en el surco. No lo aureola un pasado tan lejano ni lo merodea un folklore regional. Otra –no fácilmente asible- es la psicología del personaje histórico, no tienen caracteres épicos sus hazañas y el contorno de su época, tras las guerras civiles y la conquista del desierto, prescinde mayormente de la leyenda heroica. Tampoco era garantía recurrir a sus escritos leídos por un actor, porque la barroca prosa de Yrigoyen abunda en oscuridades que la invalidan para la repercusión al nivel de las mayorías que fueron, sin embargo, su pedestal político, la preocupación obsesiva de su acción, el motor que en 1916 y en 1922 lo llevó a la presidencia de la República. Con otro recurso, el primer mérito de esta entrega discográfica es la presencia invisible de la multitud. Se intuye, se escucha, Yrigoyen es su efluvio, no obstante de que su propia voz esté ausente. O acaso por ello, por la persistencia del misterio del “peludo”.
Canto y recitado son las dimensiones elegidas por Gabino Correa, que eligió el poema que Arturo Capdevila escribió tras la muerte de don Hipólito. Los versos, sin las precedentes apelaciones mitológicas del autor, pecan de ampulosos y a la vez rebosan sinceridad. El motivo es el cortejo fúnebre del líder, aquella marea del millón de seres que en 1934 lo acompañó hasta la Recoleta. En él se intercalan muy generales alusiones políticas, leves esbozos biográficos, la exaltación de la pureza del voto y de la soberanía popular, el elogio de la línea internacional del yrigoyenismo y un admonitorio llamado a recoger su herencia. Resulta una especie de glosario de conducta cívica contrapuesto al fraude de la “década infame”.
También se enuncian paralelos con Moreno y Rivadavia. Para la explicación de todo conviene recordar que el apoliticismo partidario no impidió al polígrafo Arturo Capdevila un ideario que conciliaba liberalismo político, el reformismo agrario de Henry George y simpatías por la izquierda (escribió en 1929 “El apocalipsis de San Lenín”). Su apología yrigoyenista no fue especulativa. Si Borges fue yrigoyenista del comité y el pintorequismo, y evolucionó al conservadorismo, un Capdevila menos dado a la abstracción vislumbró en “el señor de Martín García, libertador prisionero” una transferencia nacional más allá de las contingencias contemporáneas. Este disco logra atestiguarlo y por eso interesa y emociona, aunque proponga menos el documento que el panegírico.
Gabino Correa –una voz bien timbrada- no rehúye el énfasis del texto pero en la adaptación musical, la instrumentación en guitarra, el canto y el recitado redondea una versión ponderable. J. M. C.”
Por Gabriel O. Turone
• El Gran Caudillo Hipólito Yrigoyen (video)
Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar