Nació en Buenos Aires, el 29 de noviembre de 1783. Era hijo de Juan Esteban de Anchorena, natural de Navarra, rico comerciante, y Romana Josefa López de Anaya. Curso sus primeros estudios en el Real Colegio de San Carlos, y completó su formación en la Universidad de San Francisco Javier, de Charcas, donde obtuvo su título de doctor en teología y abogado, el 20 de agosto de 1807.
De regreso a su ciudad natal se dedicó con creciente ahínco al estudio del derecho, materia que llegó a profundizar. A la confianza que inspiraban sus cualidades y sus luces se debió que el Cabildo le nombrase Regidor para el año 1807, a pesar de su corta edad.
Anchorena por su posición política y social trabajaba al servicio de las ideas emancipadoras que alimentaban entonces los jóvenes porteños. En abril del año 1810, hizo una exhortación patriótica al Cabildo, asociado a Manuel Mansilla, que había sido el órgano de los deseos del pueblo ante el Virrey para que aquella corporación realizara el acto de soberanía popular que se produjo en el mes siguiente. Como no se accediera a sus pretensiones, éstas se consignaron en las actas respectivas del Cabildo y en conocimiento Cisneros del asunto, le mandó decir con el general Ruiz Huidobro, que tomaría medidas contra Anchorena, el que en unión de otros jóvenes, pretendía alterar el orden. Suscribió la memorable Acta del 25 de mayo de 1810, por la que quedó depuesto el Virrey Cisneros por voluntad popular. Rechazó el reconocimiento de la Regencia Española redactando al respecto una propuesta, siendo el único miembro del Cabildo que emitió su voto en contra de aquel proyecto, actitud que le valió ser desterrado; pero levantándose un proceso de cuya misión se encargó el doctor Juan José Passo, fue absuelto y restituido en sus funciones, condenándose a los demás capitulares que lo habían culpado a que le indemnizaran en sus perjuicios, indemnización a la que renunció.
Los cuantiosos intereses de la familia Anchorena lo obligaron a trasladarse al Alto Perú, donde los ejércitos reales habían logrado ventajas sobre los patriotas. Fue en esta circunstancia que Anchorena conoció al general Belgrano, que lo hizo su secretario y su confidente. Aquél abandonó todo y se dedicó con patriótico entusiasmo a la tarea así impuesta, ayudando a Belgrano con su inteligencia, con sus fuerzas y con todo lo que le pertenecía. Se encontró a su lado en las batallas de Tucumán y Salta, acompañándolo después en su avance hasta Jujuy, para pasar al Alto Perú; pero fue necesario demorarse mientras se proveían a las necesidades más apremiantes de su ejército, cuyo estado en el sentido de los aprovisionamientos, era deplorable. “Estamos para marchar al Alto Perú -comunicaba el doctor Anchorena al doctor Echeverría en carta fechada en Jujuy el 16 de abril de 1813- hasta ahora no hemos podido salir de aquí. Ya Ud. habrá visto cómo quedó nuestro ejército de resultas de la acción del 20 y nosotros sólo sabemos cómo ha quedado después por la multitud inmensa de enfermos de terciana que cayeron enseguida de la acción, a causa de las continuas mojaduras, malas noches y demás trabajos que sufrieron en una estación la más penosa en estos países. Los recursos de estos pueblos están agotados: la arriería está destruida; el tránsito al Perú asolado y desierto; los ríos crecidos y la gente sólo puede ir a pie; el invierno esta encima y los soldados se hallan escasos de ropa. Debemos llevar todos los víveres desde aquí; y estos ni están prontos, ni han podido estarlo para más de tres mil hombres”.
Sobreponiéndose a todas estas dificultades, el general Belgrano marchó a Potosí acompañándolo el doctor Anchorena, quien allí reveló sus grandes condiciones de carácter y su energía indomable para vencer tantas asperezas que estorbaban la marcha de aquel ejército dos veces victorioso. Multiplicando sus esfuerzos e invocando los grandes intereses de la patria comprometidos, para que todos cooperasen a salvar tantas dificultades, concurrió él mismo con sus propios dineros, consiguiendo en poco más de tres meses, y a favor de un armisticio celebrado con los enemigos, proporcionar al ejército los recursos y medios de movilidad de que carecía en grado sumo, reabriéndose la campaña y quedando Anchorena en Potosí para atender desde allí a todas sus necesidades.
El vencido de Tucumán y Salta, violando la fe jurada después de su rendición a raíz de la última batalla, se unió a Pezuela y juntos atacaron al general Belgrano en los campos de Vilcapugio, el 1º de octubre de 1813 y poco después, en los de Ayohuma, el 14 de noviembre. Anchorena a la cabeza de los patriotas, contuvo a los que reaccionaban a favor de los desastres sufridos por las armas patriotas. Con el objetivo de salvar todo lo posible, se fortificó en la Casa de Moneda de Potosí. Allí, Anchorena reunió los caudales públicos, víveres, cabalgaduras, material de guerra y cuanto podía ser de utilidad para los restos del ejército patriota en su difícil retirada; y así fue como aquellos restos encontraron un punto de reunión y se salvaron con su parque, caudales y todo, lo que de otra manera habría caído en poder de los realistas. En toda esta feliz retirada para la forma como se presentaron las circunstancias, Anchorena destacó su personalidad en todo momento por la eficaz y activísima cooperación que prestó a Belgrano para subsanar las dificultades que se encontraron en el proceso de la misma.
En 1816, en calidad de diputado por Buenos Aires, Anchorena formó parte del Congreso Nacional que se reunió en Tucumán y fue uno de los firmantes de la Declaratoria de la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Trasladado este Congreso a Buenos Aires, el doctor Anchorena, tanto por su tradición patricia como por sus inclinaciones, perteneció al partido llamado Directorial, que se formó en la época de la Dirección Suprema ejercida por Pueyrredón. En 1820 y con motivo de las ideas tan contradictorias que circulaban con relación al sistema de gobierno que debían adoptar las provincias Unidas, defendió en memorias, folletos, hojas sueltas y discursos pronunciados en Cabildo Abierto, los procederes del Congreso de Tucumán y del Director Supremo Pueyrredón. Habiendo ocupado la tribuna Agrelo para pronunciar un discurso sanguinario en el que surgió el nombre de Anchorena como satélite de la monarquía, éste se presentó “metido en su capote de bayeta, bajo el cual se vislumbraban armas y con voz atronadora y balbuciente atacó a Agrelo, diciéndole a más: que él era un hombre de bien, que nada temía y que llegaba determinado a hacerle desdecir de cuanta calumnia había lanzado”. Agrelo se desdijo.
La anarquía imperante en el país disolvió el Congreso de Tucumán, resignando su autoridad ante el Cabildo de Buenos Aires y en tales circunstancias las pasiones políticas que envolvían casi todos los espíritus, lanzaron el dardo de sus enconos contra los patriotas componentes de aquel Congreso, cebando sus odios, hasta el extremo de pretender acusar a aquéllos de traidores a la Patria, confabulados con Portugal. Pero el doctor Anchorena no era hombre a quien intimidaran las dificultades ni atemorizacen los adversarios gratuitos, que antes se dejaría sacrificar a las furias de sus detractores que privarse del derecho de hablar alto y claro, como altos y claros eran sus procederes. Cuando el gobernador Sarratea publicó un decreto ordenando el procesamiento del Directorio y congresales, Anchorena publicó a su vez, un manifiesto en el que explicaba su conducta como componente de aquel Congreso, como también otras hojas sueltas que dejaban muy mal parado al gobernador.
El 27 de abril de 1820, Anchorena fue elegido diputado por Buenos Aires, conjuntamente con otros once vecinos de la Capital. El gobernador Sarratea vetó la elección de cuatro de los diputados, uno de los cuales era Anchorena. Los otros aceptaron el veto sin mayores complicaciones, pero Anchorena procedió muy distintamente. “Era una personalidad irritable, -según dice Mitre en su Historia de Belgrano- armado de uñas y dientes, que se ponía en erección al menor contacto y no estaba dispuesto en ningún caso a ser el cordero pascual, valiéndonos de la expresión del mismo Sarratea”.
Bajo el modesto título de “Excusación”, Anchorena presentó al Cabildo una renuncia del cargo de representante, fundándola en el veto del gobernador y en aquella renuncia, duras eran las palabras de su autor: “No sé dónde nos ha salido un gobernador de Provincia, que habiendo jurado desempeñar fiel y legalmente su empleo conforme a las leyes que rigen en el país, y no reuniendo en sí otra autoridad ni funciones, que las que corresponden a su título, hace de gobernador, de magistrado ordinario, de justicia, de juez de residencia, de legislador, atropella todas las leyes judiciales, pone en prisiones a los ciudadanos y los retiene en ellas largo tiempo, sin hacerles saber la causa, y aún se extiende a declarar como delitos los hechos que se han ejecutado sin faltar a la ley, en una palabra, se presenta con más autoridad que el mismo Ser Supremo, al paso que a todas horas se le oye propalar liberalidad, justicia, etc., aunque con la desgracia de que nadie le cree, y de que son muy pocos los miserables que afectan creerle”. Este párrafo no era sino el preludio del ataque, pues en los siguientes hace la caricatura del gobernador, presentándole como el primero que promovió en el Río de la Plata proyectos de monarquía. Sarratea pretendió en vano defenderse contra los terribles mazazos de su antagonista, intentando levantar cargos, que no pudo y que lo condujeron a su renuncia de gobernador. Anchorena le dio el golpe de gracia en un folleto que publicó el 15 de mayo por la Imprenta Independencia. Sarratea huyó despavorido ante la rechifla pública que le produjo esta última publicación.
Restablecida la calma con la gobernación del general Rodríguez, Anchorena fue diputado a la Legislatura de la Provincia, en la que reveló antagonismo con el sistema constitucional unitario, encabezando el grupo de opinión federal que fue el que dominó el escenario político a partir de 1829. Anchorena movió todos los resortes y puso en juego todos sus amigos para impedir la declaratoria de Buenos Aires como capital de la República y hacer cesar las autoridades de esta provincia. Cuando este proyecto se convirtió en ley, el 4 de marzo de 1826, Anchorena y sus amigos reaccionaron violentamente, pero sin resultado entonces.
Habiendo renunciado Rivadavia a la Presidencia de la República, después de una corta actuación de Vicente López al frente del gobierno, ocupó el sillón del mando el coronel Manuel Dorrego, que encabezaba el régimen federal. No duró mucho este nuevo gobernante en el poder, pues el 1º de diciembre de 1828 era derrocado por un motín militar encabezado por el general Juan Lavalle. Cuando este marchaba con una división para batir al gobernador derrocado, el doctor Anchorena, en compañía del general Guido, se apersonó al gobernador delegado almirante Guillermo Brown y a miembros destacados del partido federal y les propuso solucionar el conflicto armado sobre la base de que renunciaran al gobernador derrocado y el general Lavalle y se llamara a nuevas elecciones de representantes para que éstos designaran gobernador propietario. Perseguido, como otros federales conspícuos, por el general Lavalle, fue llevado preso al bergantín “Riobamba”, a bordo del cual fue sometido a vejámenes y rigores que soportó con sin igual entereza, hasta que se le ofreció asilo a bordo de un buque francés, pues el representante diplomático de esta nación había hecho capturar el “Riobamba” por cuestiones suscitadas con el gobierno revolucionario. Anchorena rechazó el ofrecimiento manifestando que no saldría de un buque nacional sino para pasar a uno neutral, como efectivamente lo realizó pasando a uno británico, con el que se trasladó a Montevideo no obstante habérsele presentado el señor Faustino Lezica con un permiso del gobierno de Lavalle para transitar libremente en Buenos Aires, siempre que prestara su adhesión a la situación que se había formado por el derrocamiento y fusilamiento de Dorrego.
Vencido Lavalle, al asumir Juan Manuel de Rosas, éste llamó a Anchorena a ocupar el Ministerio de Gobierno y Relaciones Exteriores, siendo su intervención en aquella administración de las más felices; en ella se trabajó para levantar las columnas que sostendrían el sistema federal para la organización constitucional de la República, celebrándose a tal efecto, el llamado Pacto del Litoral el 4 de enero de 1831, el cual según las declaraciones del Congreso Constituyente de 1853, fue el punto de partida de la constitución nacional que sancionó.
En enero de 1832 el doctor Anchorena renunció a su cargo de Ministro a causa del estado precario de su salud y, desde entonces, su actuación no tiene el brillo de la de los años pasados. Sólo se le ve figurar en modestas aunque honrosas comisiones sobre materias eclesiásticas. Un decreto del 23 de setiembre de 1833 lo incluyó en una comisión encargada de fijar atribuciones y deberes del Consejo de Beneficencia Pública. Sin embargo, el prestigio de su personalidad se mantenía vivo entre los hombres de su partido cuando recayó en Anchorena el nombramiento de gobernador y Capitán General de la Provincia en agosto de 1834, puesto que no aceptó por estar completamente resuelto a retirarse de la vida pública.
Desde entonces y hasta su fallecimiento, el doctor Anchorena vivió asociado a la política y a la diplomacia de aquella época turbulenta, concurriendo con sus consejos y con su influencia sobre Juan Manuel de Rosas (del que era primo) en hechos importantísimos para la República, que se vio amenazada por las intervenciones de Francia primero, y de Inglaterra después; la reacción uruguaya y la constante lucha sostenida por el gobierno contra los unitarios refugiados en gran parte en Montevideo.
Anchorena murió en Buenos Aires el 29 de abril de 1847 y sobre su tumba pronunció sentido discurso el doctor Vicente López y Planes. En él dijo: “En 1829 el general Rosas fue elegido gobernador propietario y estableció la Confederación Nacional Argentina que felizmente rige la República; y en todo este tiempo, en todos estos trabajos, aumentados últimamente con la intervención extranjera en nuestros negocios domésticos, los distinguidos servicios del doctor Anchorena, sin embargo del quebranto de su salud, han sido importantísimos. En medio de ellos lo ha invadido la última enfermedad que lo acaba de arrebatar a la Nación Argentina que contribuyó a crear con tantos esfuerzos de su valiente patriotismo”.
Su muerte fue generalmente sentida por todos los que tuvieron oportunidad de conocerle, pues su temperamento enérgico y franco no podía sino reunir amigos y bien pocos contrarios.
El doctor Tomás Manuel de Anchorena estaba casado con Clara García de Zuñiga y García de Zuñiga, desde el 3 de agosto de 1824.
Fuente
Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino – Buenos Aires (1968).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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Yaben, Jacinto R. – Biografías Argentinas y Sudamericanas – Buenos Aires (1938)
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