El cabildo fue una de las corporaciones con trayectoria política más relevante en la América española, y como tal, fue un lugar donde se expresaban los diferentes intereses (que muchas veces entraban en conflicto) de los sectores dominantes dentro de su jurisdicción (comerciantes, propietarios rurales, hacendados, etc.). Respecto a sus funciones, éstas eran bastante amplias y diversas, en cuanto se relacionaban con los servicios públicos, el ordenamiento y la regulación de los mercados, las obras edilicias y todas las funciones que se vinculaban a su definición de ‘‘Cabildo, justicia y regimiento’’ (procesos judiciales ordinarios ‘‘de primera instancia’’). Siendo más específicos en el plano económico y productivo, es importante para los intereses de esta parte de la investigación por su papel como institución que tenía la atribución de autorizar el comercio, decidir quién podía –o no- hacer vaquerías, negociar el número de piezas, valores monetarios y formas de pago, es decir, el ajuste de cueros, y de cobrar el tercio real correspondiente a la producción de esas pieles.
En este artículo hago hincapié en la segunda de las atribuciones enumeradas y todas las problemáticas y variantes que surgían dentro de la misma. Se parte de la idea de que esta institución tuvo una importante participación mediante diferentes iniciativas políticas con el objetivo de regular las prácticas productivas, los recursos pecuarios disponibles y obtener la mayor cantidad de beneficios económicos posibles para su jurisdicción, aunque sin obviar que respondía más directamente a los intereses de ciertos sectores (la elite porteña) en torno a la producción y comercialización de cueros, acaso el principal producto rural de exportación vinculado a Europa.
En primer lugar, dentro de las medidas capitulares, hay que destacar su intervención en los ajustes. Todo aquel que quisiera comprar cueros debía negociar antes con el cabildo. Este último se encargaba de los ajustes, es decir, de distribuir entre los vecinos accioneros y criadores distintas porciones de cueros hasta llegar al total establecido en la negociación previa con los compradores. Para sí, se quedaba con 1/3 del precio por todos los servicios prestados, y el cual era luego invertido en obras públicas, la construcción de casas capitulares, las reparaciones del presidio de la ciudad, etc.
Dentro del recorte cronológico realizado para este trabajo, hubo diferentes compradores para los cueros bonaerenses en relación a quien tuviera el Asiento negrero en determinado momento: entre 1701-1715 estuvo en manos de la Compañía de Guinea; desde 1716 hasta 1739 fue controlado por los británicos, para finalmente volver a manos de particulares con premiso oficial.
Solía ser el organismo encargado de negociar y resolver los problemas que surgían con los representantes del Real Asiento de Gran Bretaña. Hay unos cuantos ejemplos sobre esta función: el 3 de febrero de 1723 don Sebastián Delgado y don Matías Solana dieron razón de que el presidente del Real Asiento de Inglaterra había dicho que no podía pagar el dinero que le debían a la Ciudad por el anclaje de sus navíos y el valor de los cueros que pensaban embarcar, por el hecho de encontrarse sin dinero, ante lo cual el cabildo acordó unánimemente enviar nuevamente a dichos señores a cobrar el dinero que le correspondía a la Ciudad; meses después se presentó un escrito del presidente de la misma compañía, en el cual pedía que se suspendieran las faenas de cueros y los libramientos en dinero que debía darles dicha compañía comercial a las personas que debían hacer las faenas hasta el mes de marzo.
En los casos anteriores, se puede ver a la sala capitular actuando directamente como negociador con los ingleses, exigiéndoles que pagaran por los cueros que pedían, e incluso suspendiendo las producciones por pedido de dicha compañía, que, al menos en el caso de 1723, no tenía el dinero suficiente para abonar lo acordado antes de que se mandara a hacer corambre. Asimismo, se ocupaba de representar los intereses de sus vecinos también en las transacciones que se hacían con los navíos de registro españoles: el 20 de julio de 1723 se presentó un pedido del capitán comandante de los navíos de registro, Salvador García de Pose, pidiendo el ajuste de 20.000 cueros para cargar en los mismos, ante lo cual los alcaldes ordinarios decidieron que concurra al primer acuerdo para dicho ajuste y que antes de ello el procurador general pidiera certificación por la cantidad de pieles que iban a cargar los navíos de registro y del Asiento de Inglaterra; un par de meses más tarde, se respondió a García de Pose que ya había enviado gente a recorrer los campos para producir piezas de cueros, pero que no sería posible tener las 20.000 solicitadas para el verano, lo cual se le avisaba para que hiciera lo que creyera más conveniente. De esta manera, vemos como el ayuntamiento trataba de responder a las cantidades demandadas por los registros, siempre que lo creyera posible, y que intervenía regularmente cuando mandaba a hacer las piezas, o cuando negociaba lo mejor posible si era dificultoso llegar a la cantidad previamente establecida. Haciendo referencia al último caso citado, el mismo tuvo su resolución, ya que días más tarde García de Pose propuso al cabildo que, por no poder cumplir la Ciudad con los 20.000 que pidió, se le vendieran al mismo precio fijado para el último registro y que la Ciudad se encargara del transporte de los mismos.
A su vez, era el que debía negociar por los precios de las pieles y decidir en qué parte de su jurisdicción debían realizarse, especificando también las cantidades en todos los casos. Por ejemplo, el 22 de septiembre de 1723 se modificó el precio a los 40.000 cueros pedidos por los ingleses de la Real Compañía, de los cuales 25.000 debían ser hechos en la Banda Oriental y los 15.000 restantes en Buenos Aires, los cuales habían sido ajustados por los diputados don Tomás de Monsalve y don Juan de Zamudio a 13 reales los de esta banda y a 11 los del Uruguay. El Cabildo no acordó estos precios y ordenó a dichos diputados que pusieran los de la Banda Oriental a 20 reales y los de ésta Ciudad a 2 pesos. Antes de establecer los precios, los cabildantes convocaron a 4 vecinos con experiencia en las faenas de la campaña para que las analizaran y dijeran los costos que podrían tener los cueros de toros que se hicieren. Finalmente sostuvieron que por hallarse las pampas muy destruidas y por quedar muy poco ganado vacuno y muy disperso, más la amenaza que representaban los indios, sería necesaria una escolta de por lo menos 100 hombres para la expedición y que los cueros costarían 3 pesos cada uno. En pocas palabras, el cabildo fijaba los precios y las cantidades a realizarse en cada parte de su jurisdicción según el ganado disponible o las dificultades que presentaran las faenas. En ese caso, es importante tener en cuenta la relación directa entre los precios asignados a los productos y la disponibilidad de ganado cimarrón para hacer las vaquerías en la Banda Occidental y del otro lado del río. De allí que los producidos en las tierras orientales fueran más baratos, ya que al haber planteles de vacunos mucho más abundantes, las faenas resultaban menos complejas de efectuarse que en los campos porteños, donde el ganado salvaje estaba prácticamente extinto.
Otra función fundamental estaba compuesta, sin dudas, por los ajustes entre los vecinos criadores. Quien quería acceder a los cueros, tenía que negociar con el municipio, donde se resolvían los precios para las cargar de los navíos, se establecía la forma de pago, las condiciones del mismo y todo lo que implicaba la defensa de los intereses locales. Una vez hecha la negociación, el cuerpo municipal se encargada de distribuir el total de cueros ajustados por cuotas entre los accioneros de su jurisdicción, quedándose para sí con el tercio del valor total.
Por otra parte, y de la mano a todas esas atribuciones, estaba la regulación del ganado vacuno y la producción pecuaria. Durante la primera parte del período era el organismo que se ocupaba de nombrar a los vecinos accioneros. Vale la pena recalcar que las acciones sobre el ganado cimarrón fueron muy pocas y empezaron a desaparecer a comienzos del período correspondiente a esta investigación. A fines de 1723 se presentó ante el cabildo un pedimento de doña Bárbara Casco de Mendoza, mostrando una copia del testamento de don Silverio Casco y las demás diligencias que se habían ejecutado en virtud del acuerdo del día 24 de noviembre de ese mismo año. La misma fue aprobada por el cuerpo de alcaldes, quien declaró a doña Bárbara como una de las accioneras del ganado cimarrón de esta jurisdicción. El anterior es el último caso encontrado de concesión de acción sobre el ganado vacuno salvaje dentro de la Banda Occidental del Río de la Plata otorgada por el ayuntamiento porteño, lo cual conduce a pensar una posible extinción irreversible del recurso en cuestión. De hecho, ya para esa fecha se mencionaban problemas para conseguir vacunos y para hacer las faenas correspondientes: en ese mismo año de el procurador general don Juan de Ribas presentó una carta en la cual hacía referencia al estado de la campaña en ese momento y la escasez de ganado vacuno, pidiendo que se hiciera una corrida general en las pampas. Teniendo en cuenta que las tierras se encontraban en período de prácticas agrícolas, el cabildo no vio conveniente hacer dicha corrida. Se prefirió mandar a 5 personas (3 españoles y 2 indios) para que reconocieran las campañas y que luego informasen sobre su estado; ese mismo año se discutió si reconocerle o no la acción a Diego Ramírez Flores, justamente por la falta de ganado.
Empero, parece ser que la situación no se desarrolló de la misma manera en toda la jurisdicción de Buenos Aires, ni tampoco dentro de la región rioplatense. A modo de comparación, podría contrastarse con la realidad que debía afrontar en ese entonces el Cabildo de Santa Fe. A comienzos de 1723, se decidió continuar con las faenas sobre el ganado cimarrón, aunque solo para las piezas destinadas al mercado local; en 1729, tras casi seis años de suspensión, volvieron a permitirse las faenas sobre el ganado cimarrón; en 1751 se suspendieron las faenas para hacer corambre, ya que se necesitaba el ganado para el nuevo pueblo de charrúas; el último impedimento para hacer extracciones de ganado cimarrón para matanzas destinadas al sebo, grasa y cueros data de 1754, tras varios años sin vaquerías tradicionales. En resumen, pueden apreciarse algunas diferencias entre las medidas tomadas por el gobierno local en Buenos Aires y Santa Fe durante el mismo período, en gran medida debido a las diferentes realidades que atravesaba el ganado vacuno salvaje: mientras en Buenos Aires resulta muy difícil encontrarlo por los campos del margen Occidental del Río de la Plata, en Santa Fe todavía había planteles, aunque con períodos importantes de falta, hasta la década de 1750.
Estas condiciones hicieron que los alcaldes porteños se enfocaran más en las recogidas de alzados y en las vaquerías de la Banda Oriental, mientras sus pares santafesinos se ocupaban al mismo tiempo de las pocas vaquerías tradicionales que podían hacer y las recogidas de ganado que solían producirse en la otra banda del Paraná.
Inclusive dentro de la misma jurisdicción bonaerense había distintas realidades en relación al ganado cimarrón y las faenas para hacer cueros. De hecho, es de conocimiento que importantes planteles de cimarrones persistieron hasta bien entrado este período en los campos de la actual República Oriental del Uruguay, el cual fue explotado por los vecinos de Buenos Aires, los españoles de Montevideo, los portugueses de Colonia y los representantes de la Compañía de Jesús, entre otros. Partiendo de esta idea es que Garavaglia afirma que, al menos de 1719, solía conocerse como ‘‘ganado invernado’’ a aquellos animales que eran traídos desde la Banda Oriental para distintos fines, entre ellos el abasto local, el repoblamiento de estancias y diversos mercados regionales e internacionales.
Desde la perspectiva de análisis de este trabajo, es decir, desde una mirada centrada en la producción y comercialización de los cueros, estas distintas realidades también pueden considerarse. Por ejemplo, cuando se discutían entre los cabildantes, vecinos, capitanes de registros y representantes del Asiento las cantidades a hacerse en uno u otro margen del río. En ese año de 1723, se ajustaron 20.000 cueros para los navíos de registro comandados por don Salvador García de Pose y 40.000 para los de la South Sea Company, de entre los cuales se decidió producir 25.000 en la Banda Oriental y los restantes del lado Oeste del río. Asimismo, se especifica que los primeros serían más baratos que los segundos, lo cual es claro indicio de que había más ganados disponibles en aquella región, o al menos menores dificultades para hacer las piezas establecidas en la negociación. En el año próximo posterior, Robert Cross (director del Real Asiento), volvió a pedir cueros, esta vez 70.000, los cuales fueron mandados a hacer entre los vecinos ‘‘de esta banda y la otra’’, en donde se haría una mayoría de los mismo (40.000).
Inclusive, hubo vecinos que solían ausentarse de su casas en la ciudad o en la campaña Occidental del Plata para participar en las expediciones y faenas que se hacían en la Otra Banda, como fueron los casos de Bartolomé Portillo, quien había abandonado sus tierras de chacra para irse a la Banda Oriental en 1726, al igual que su vecino el Capitán Cristóbal Cabral, quien tenía peones instalados en aquellos campos. Otros casos podrían mencionarse, como el de Javier Mitre, estanciero de Luján, se encontraba haciendo faenas en la Banda Oriental.
Recordemos que a su vez, era el concejo municipal el que organizaba las recogidas de ganado alzado y las faenas de cueros en los campos orientales. Los casos recorren prácticamente todo el período, con sus respectivas particularidades según la coyuntura: el 16 de junio de 1723 se leyó un auto presentado por el gobernador en el cual se mencionaba una vaquería que se intentaba hacer en la Banda Oriental en esos momentos; tres años más tarde el cabildo ordenó que los encargados de las dos vaquerías en la Banda Oriental reintegraran el ganado que había recogido de más; en 1734 se mencionaba que don Juan de Rocha, principal encargado de la recogidas en la Otra Banda, ya se encontraba en la ciudad y que no había cumplido anteriormente con las condiciones pactadas en el remate de las vaquerías anuales, las de dar 12.000 cabezas para el abasto. Se mandó a informar a dicho Juan de Rocha a que salga nuevamente al campo para traer dentro de seis meses dichos ganados. Además se le aplicó una multa de 2.000 pesos. Mirando solo estos ejemplos, se puede ver a la corporación mandando a hacer vaquerías y recogidas, nombrando encargados entre los vecinos de Buenos Aires, encargándose de garantizar el abasto local y tratando de controlar los excesos que pudieran surgir.
Asimismo, vale la pena resaltar que hubo intervenciones y conflictos en otros lugares como Santa Fe. Éstos últimos fueron, más que nada problemas de jurisdicción y superposición de intereses entre ambas ciudades: a modo de ejemplo, se puede mencionar cuando en 1726 el gobernador mandó a su lugarteniente en Santa Fe que librara los autos necesarios para que no se permitiera que ningún vecino pasara a hacer recogidas ni faenas en la Banda Oriental, puesto que don Juan de Rocha ya se encontraba haciéndolas para el abasto de Buenos Aires; ese mismo año los Alcaldes santafesinos exigieron a Buenos Aires la transferencia de 6.500 cabezas de ganado para el abasto local, las cuales serían abonadas al rematador Fernando Valdés a 5 reales cada una; en 1730, se presentó un apoderado en Buenos Aires para defender el papel del Cabildo de Santa Fe como concesionario de licencias para hacer vaquerías y faenas para los vecinos dentro de su jurisdicción; diez años más tarde, se trató una problemática relacionada a las transacciones de ganado, cueros, sebo y grasa por parte de los vecinos de Los Arroyos (jurisdicción de Buenos Aires) dentro de los dominios del cabildo santafesino, lo cual era supuestamente más conveniente por los gastos e inconvenientes de transporte que causaba viajar hacia Buenos Aires.
Pese a todo, la relación Buenos Aires-Santa Fe no siempre fue conflictiva. Muchas veces aparecen en las fuentes ambos ayuntamientos trabajando en conjunto en relación al ganado vacuno disponible, las faenas y sus productos. Por ejemplo en 1725, ante la falta de animales para el mercado local, la sala capitular de Santa Fe accedió a tomar 500 cabezas de las recogidas por el vecino porteño don Juan de Rocha a 5 reales cada una, lo cual había sido establecido en el remate de la vaquería; una década más tarde, el mismo vecino porteño aparecía acercando ganados hacia la jurisdicción de Santa Fe para venderlos. Ese mismo año, se trató una participación conjunta en las vaquerías y faenas entre Santa Fe, Buenos Aires y la Compañía de Jesús, cuando se ordenó al alcalde de la Hermandad de Los Arroyos que mandara a Rocha a que entregara los 5.407 animales que tenía de las recogidas al padre rector Miguel de Benavides, representante de los jesuitas, como se había establecido previamente entre las tres partes involucradas.
En resumen, las intervenciones concejiles a lo largo de todos esos años fueron varias, y no se limitaron solamente a la concesión de licencias para hacer corambre, sino que además era el mismo organismo político el que organizaba las vaquerías y recogidas de ganado, o el encargado de suspenderlas cuando lo creyera necesario, en función de los intereses de sus vecinos. Por otra parte, representaba a su Ciudad ante los comerciantes monopólicos y extranjeros, negociando los precios, cantidades, lugares de realización de las piezas, vecinos encargados de hacerlas (ajustes), etc. En el marco de estas funciones, también se ocupaba de registrar la campaña, los animales disponibles y su situación general, designando para ello a los alcaldes de la Hermandad y jueces comisionados, que también cumplían tareas de policía y de justicia a nivel local en el ámbito rural.
Referencias
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Garavaglia, Juan Carlos (1999). Pastores y labradores de Buenos Aires. Una historia
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Por Mauro Luis Pelozatto Reilly
(El cabildo, los ajustes de cueros y su intervención en la producción pecuaria entre las décadas de 1720 y 1750)
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