Nacido en Lorquin, Meurthe (Francia), el 1º de abril de 1847. Se doctoró en medicina, y prestó servicios en la marina de su país. Sin embargo, pronto abandonó su carrera y se dedicó por entero al estudio de las ciencias naturales, atraído sobre todo por la antropología en sus variadas ramas. A los 27 años, entusiasmado por la geografía y por la etnografía americana, se trasladó al Nuevo Mundo iniciando su obra de exploración científica en Cayena, capital de la Guayana francesa. Desde allí se dirigió al Brasil, donde inició correspondencia con científicos radicados en el Río de la Plata, entre ellos, con Amado Bonpland.
En 1875 fijó residencia en Buenos Aires, y decidió pasar al interior argentino rumbo a la precordillera, a fin de estudiar las posibles influencias incásicas de las culturas del noroeste argentino, tema que le preocupaba desde mucho tiempo atrás. En Buenos Aires, alternó con autoridades científicas del prestigio de Germán Burmeister y Carlos Berg, quienes alentaron sus planes, y lo vincularon al estudioso salteño Juan Martín Leguizamón, para entonces, ya miembro de la Sociedad Científica Argentina, y que en ese momento preparaba una importante monografía sobre el hombre fósil americano con destino a presentarla a la Sociedad Antropológica de París, a la cual Crevaux estaba relacionado. Los dos hombres de ciencia congeniaron de inmediato y mantuvieron intensa correspondencia sobre antigüedades americanas, en especial sobre prehistoria del noroeste argentino.
En 1876, Leguizamón publicó en Buenos Aires su interesante trabajo arqueológico sobre los famosos Túmulos del campo de Pucará en el valle de Lerma, a raíz de cuya lectura, a comienzos de 1881, ocurrida la muerte de su amigo, Cervaux pasó por Tucumán y Jujuy, resolviendo establecerse en la provincia de Salta para proseguir e intensificar los estudios de aquél, en forma integral y amplia. Por lo mismo, con el periodista y geógrafo Pablo Policarpo de la Corte, secretario privado, que había sido de Leguizamón, se trasladó hasta la estancia rural Incahuasi, en el departamento de Rosario de Lerma (Prov. de Salta), deseoso de estudiar las ruinas indígenas que allí existían y que había dado lugar a curiosas informaciones suministradas por el cronista Filiberto de Mena, a fines del siglo XVIII, como también a excavaciones con fines arqueológicos y antropológicos cumplidas por el propio Leguizamón, y más tarde mencionadas por Florentino Ameghino en 1880, cuando éste redactó La Antigüedad del Hombre en el Plata.
Vinculado Crevaux amistosamente a la familia de Uriburu, recibió un apoyo decidido por parte de la propietaria de aquella estancia salteña, Delfina Uriburu de Valdiviezo, dama de fino espíritu. Ella le facilitó peones y toda la clase de medios, con el propósito de que el hombre de ciencia francés pudiese cumplir los estudios que se proponía en la región. Después de un año de permanencia en Incahuasi, a mediados de enero de 1882, logró satisfacer sus deseos, comprobando en relación a sus hallazgos arqueológicos que, casi en época paralela al descubrimiento de América, habitó en la zona una civilización superior a las de los calchaquíes, y, en directa influencia con el Thahuantisuyu, en el Perú. En ese sentido, Crevaux valorizó y difundió los estudios precursores que, con respecto a las ruinas de la ciudad de Incahuasi en el valle de Lerma había descubierto tiempo atrás, el nombrado Leguizamón.
Todas estas inquietudes y realizaciones aparecen documentadas en un telegrama originado en Salta, y que el diario “La Prensa”, de Buenos Aires, publicó en su edición del 15 de enero del referido año. En Incahuasi, Crevaux redactó valiosos aportes sobre Pobladores indígenas en la región del valle de Lerma, reseñando noticias arqueológicas y documentando informaciones que le proporcionó el anciano peón Belisario Tuquina, gran colaborador que había sido del sabio Leguizamón.
El manuscrito de Crevaux conservado por la familia López Valdivieso-Uriburu, en la ciudad de Salta, hasta 1920, fue conocido y utilizado en posteriores trabajos del investigador danés Christian Nelsson, lamentablemente extraviado hoy. Además, aquellos estudios de Crevaux despertaron en su tiempo el interés de otros hombres de ciencia, entre ellos, de Germán Burmeister, quien visitó aquellas ruinas de Incahuasi, por encargo del gobierno nacional, en 1890, siendo desde entonces fruto de sucesivas investigaciones por parte del presbítero doctor Clodomiro Arce, del ingeniero Victor J. Arias, del doctor Atilio Cornejo, del nombrado Nelsson, de Alberto Romero López y, especialmente, de Francisco de Aparicio, en 1941.
Al término de sus labores, Crevaux, apoyado siempre por la señora Uriburu de Valdiviezo, quien lo hizo acompañar por peones de confianza de aquella misma propiedad rural de Incahuasi, prosiguió el camino de exploración hasta Tupiza y Pascha costeando los altos cerros de la precordillera de los Andes. Así logró internarse en territorio de Bolivia, continuando la ruta que se había trazado para emprender la búsqueda de huellas incásicas en las viejas culturas sudamericanas.
Radicado en Tarija, estableció un museo de objetos arqueológicos y restos antropológicos. Exploró luego Carapary, Aguairenda, Caiza, etc., y logró enriquecer con sus estudios no sólo lo relacionado con la geografía sino también con la antropología y la etnografía aborigen, divulgando materiales referentes a cráneos y esqueletos que él mismo extrajo en sus distintos viajes, y sobre los cuales mantuvo correspondencia con científicos de América y Europa. Al mismo tiempo con la colaboración del dibujante francés Andrés Laustau, que lo acompañaba siempre, logró ilustrar las páginas de muchas de las obras que dejó inéditas, y en las cuales adosó fotografías y bocetos de regiones, de utensilios y de tipos humanos, no conocidas hasta entonces.
En ese mismo año de 1882, a instancias del gobierno de Bolivia, Crevaux se comprometió a cumplir una nueva y riesgosa expedición de carácter científico, pero además de proyecciones políticas pues Bolivia después de haber mantenido la guerra con Chile necesitaba obtener una salida hacia el Plata, empeñándose en navegar y explorar los ríos que son los afluentes naturales de aquél. Por lo mismo, de acuerdo con los padres franciscanos de “Propaganda fide”, establecidos en el convento de Tarija, organizó una expedición fluvial por el Pilcomayo, con el objeto de arribar hasta el estero Patiño, integrante de la provincia de Formosa.
El sabio francés, anticipándose a una presunta marcha militar, que se decía organizaba para ese entonces el gobierno boliviano, emprendió viaje desde Tarija hacia la misión San Francisco sobre el Pilcomayo, el 13 de marzo de 1882. Más tarde el 19 de abril, partió desde el lugar que se llamó Puerto Omiste, en la misión San Francisco, haciéndolo con rumbo hacia el Oeste, por el cauce del Alto Pilcomayo, a bordo de cuatro canoas construidas en la mencionada Misión. El contingente, incluyendo al naturalista, al explorador Laustau y a un indiecito misionero de sólo 14 años de edad, arribó a Tuyú el 22 de abril, haciéndolo después el día 24 hacia Cabayú-Repotí.
Prosiguiendo la marcha luego de nueve días de navegación, a las 12 horas del 27 de abril, los expedicionarios desembarcaron sin armas cerca del paralelo 22. Al anochecer de aquel fatídico día, indios tobas y guaycurúes de la tribu de Tape Chico, deseosos de vengar la muerte del hijo de un cacique a quien había ultimado unos oficiales de raza blanca, se ensañaron con los viajeros, y en una emboscada los ultimaron alevosamente compeliéndolos con flechas, lanzas y macanas. Se supone que tanto Crevaux como varios de sus compañeros fueron devorados por los caníbales, salvándose sólo Laustau y también el indiecito, quienes lograron huir, y luego fueron reducidos a cautiverio.
El gobierno argentino, al conocer lo ocurrido, destacó una expedición en busca de los restos del malogrado hombre de ciencia. La misma salió en el vapor “Avellaneda”, al mando del coronel Luis Jorge Fontana, a la sazón secretario de la entonces gobernación del Gran Chaco, que también incluía a la actual provincia de Formosa. Sin lograr el objetivo propuesto, la expedición obtuvo indicios acera de la fagocitación de que fue objeto el cuerpo del naturalista francés, y además demostró palmariamente ante el mundo todo, el pesar e inquietud que causaba al gobierno y pueblo argentino la desaparición de tan gran figura en el ámbito científico intelectual. Con idénticos fines, en 1883, el gobierno boliviano organizó una nueva expedición al Pilcomayo. La integraban 140 personas, las cuales después de 62 días de marcha consiguieron llegar al río Paraguay, dirigidas por el geógrafo francés E. A. Dhouars, obteniendo grandes resultados de carácter científico, pero sin lograr tampoco la recuperación de los restos de Crevaux.
En 1883, tuvo lugar una tercera expedición, con igual resultado negativo. Fue ésta dirigida por el comandante Ibarreta y por Baldrich, y en la misma pudieron localizarse restos del incendio de las canoas utilizadas por Crevaux y sus compañeros en la cruel tragedia que tuvo por escenario el Chaco Boreal, en el paraje exacto de Cabayú-Repotí, y no en Piquerenda o Telbo, como se venía diciendo. A ese lugar de Cabayú-Repotí, hoy se lo denomina Fuerte Crevaux, en justiciero homenaje que Bolivia tributó a la memoria del explorador que entregó su vida en holocausto de la ciencia y de la civilización, sucumbiendo en manos de feroces indígenas antropófagos fuera del territorio argentino.
El nombrado geógrafo francés Dhouars, quien repitió en 1883 y 1886 el itinerario seguido por Crevaux, asegura que el sitio exacto de la muerte de su ilustre connacional fue “sobre la rivera derecha del Pilcomayo, a la entrada del bañado de Cabayú-Repotí”.
Por su parte Francisco P. Moreno, dijo del preclaro investigador: “Las cruces que adornan ese pecho no son ganadas con sangre en las batallas del hombre contra el hombre; son el premio del combate entre la luz de la ciencia y el misterio de la barbarie”.
El estudioso canónigo doctor Clodomiro Arce, que lo conoció y fue su amigo, se refiere a la estampa y fisonomía de Crevaux, escribiendo al respecto en su correspondencia a Luis Jorge Fontana: “Era más bien alto, de cuerpo regular, gran cabeza, pelo ondeado, hermosos ojos dulces, amplia y poblada barba llena, al igual que bigote. Por su carácter sociable y afectuoso, dejó muchas simpatías a su paso por Tarija y por Salta, ciudades ambas donde su muerte ha sido sumamente sentida”.
Dejó escritas e inéditas algunas obras donde documentó el resultado de sus exploraciones científicas, entre ellas se cuentan, el resumen publicado con carácter póstumo en 1884, y que se titula De Cayena a los Andes.
Fuente
Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino – Buenos Aires (1969).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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