Fue hija del entonces príncipe de Asturias, y más tarde rey de España, Carlos IV, y de María Luisa de Borbón y Parma. Nació en Madrid, el 25 de abril de 1775, siendo la primera de catorce hermanos. El noveno fue Fernando VII, rey de España.
Carlota Joaquina se casó con Juan, regente de Portugal durante el reinado de su madre, la reina María, que tenía las facultades alteradas. Juan llegó a rey de Portugal con el título de sexto. El casamiento de la infanta Carlota se hizo cuando ella tenía once años de edad y su marido era príncipe de Braganza. Fue educada por fray Felipe Scio de San Miguel, que también fue maestro de su hermano Fernando. En los primeros años de su casamiento comenzó la antipatía que la dividía de su esposo. En la corte de Lisboa se dijo que Carlota Joaquina había querido envenenarlo.
Cuando los franceses dominaron Portugal, la familia real huyó en barcos ingleses al Brasil. La corte se instaló en Río de Janeiro donde empezaron a hacer sentir su influencia dos personajes ingleses: Lord Strangford, el ministro de Gran Bretaña, y Sir Sidney Smith, el almirante, jefe de la flota inglesa en la costa atlántica. Lord Strangford influía sobre el regente Juan de Braganza, y Sir Sidney Smith, sobre la infanta Carlota. Esta era asesorada, además, por un catalán, su secretario privado, llamado José Presas, que más adelante, al ser despedido por la infanta, sin una gratificación digna de su trabajo, escribió sus Memorias y contó sabrosos detalles de la vida íntima de Carlota Joaquina.
Mientras Juan trataba de extender su dominio a las ciudades de Buenos Aires y de Montevideo, para que no cayesen en poder de los franceses, la infanta llevaba adelante una política totalmente contraria, a fin de que su marido no se apoderase de las tierras que correspondían, por herencia y derecho, a su hermano Fernando, prisionero de Napoleón. Para ello, trató de ser reconocida como regente de toda la América española. Sus primeros manifiestos pedían que las ciudades americanas la reconociesen a ella o a su primo, el infante Pedro. Pero pronto la candidatura de Pedro se fue retirando, y quedó firme la de la infanta.
Enrique de Gandía, en diversas monografías ha historiado los esfuerzos y la propaganda que hizo en el Plata y en otras regiones para lograr su reconocimiento como regente de la América española mientras durase el cautiverio de su hermano Fernando. Esta propaganda convenció a más de ciento veinte personajes de Buenos Aires, cuyos nombres fueron enumerados en una lista que le envió su representante Felipe Contucci.
Los esfuerzos de Martín de Alzaga por proclamar la independencia del virreinato, como jefe del partido republicano, “anárquico e incendiario”, hicieron temer grandes males a hombres como Manuel Belgrano, Hipólito Vieytes, Saturnino Rodríguez Peña y otros muchos, que se apresuraron a escribir a la infanta cartas llenas de ruegos para que se presentase a reinar en Buenos Aires, donde, según ellos, sería inmediatamente reconocida.
La política de Alzaga contraria a la infanta impidió que ocupase el trono de Buenos Aires; pero ella siguió trabajando con intensidad en su candidatura. Envió delegados a Chile y otras partes de América. El coronel Burke fue uno de ellos. En Buenos Aires contó con otro entusiasta, conspirador y agitador secreto: el rico comerciante portugués Possidonio da Costa, “viejo gordo”, que tenía una gran influencia entre los comerciantes de su nación.
En 1812, cuando las esperanzas de la infanta parecían haberse disipado, Possidonio da Costa planeó una conspiración en Buenos Aires y se puso en contacto con el jefe de las fuerzas portuguesas en la Banda Oriental, ofreciéndole dinero para que invadiese la Banda Occidental. Los rumores de esta conspiración fueron conocidos por el fiscal Pedro José de Agrelo, que lo hizo saber al gobierno. Al mismo tiempo, San Martín, Alvear, Monteagudo y otros políticos preparaban la conspiración que dio como resultado la revolución del 8 de octubre de 1812.
El Triunvirato de Pueyrredón, Rivadavia y Chiclana, confundido por acusaciones fantásticas de gente irresponsable que hablaba de una terrible conspiración, creyó que su jefe era Alzaga y no Possidonio da Costa, e hizo fusilar al defensor de Buenos Aires contra las invasiones inglesas y a otros inocentes. Con esta tragedia y la revolución del 8 de octubre, los planes de la infanta Carlota se vieron paralizados. No obstante, Possidonio da Costa, Felipe Contucci y sus viejos amigos siguieron trabajando en las sombras.
La declaración de la Independencia de las Provincias Unidas de la América del Sur llevaba el propósito de crear un gran reino y se volvió a pensar en la infanta y en otras cabezas coronadas de Europa; pero la oposición de los caudillos terminó con todos los proyectos monárquicos y la infanta vio desvanecidas sus esperanzas para siempre.
Enrique de Gandía y Roberto Etchepareborda han estudiado a fondo la política carlotista en el Río de la Plata. Hace años, el historiador español José María Rubio le dedicó un hermoso tomo en que puso de manifiesto su patriotismo español y su fidelidad a su hermano Fernando VII.
La infanta no era bonita; pero tenía un gran carácter que algunos hombres de su tiempo llamaban violento y otros enérgico, decisivo, justo. Fue calumniada y se dijo que tenía amantes de baja categoría. Se trata de burdas mentiras. Era mujer culta, que hablaba varios idiomas y escribía muy bien.
Falleció en Queluz, el 7 de enero de 1830. Sin haber estado nunca en la Argentina, su influencia fue enorme en nuestra historia. Saavedra, el deán Funes, Paroissien, los hermanos Rodríguez Peña, Belgrano y otros muchos de nuestros próceres, pensaron en ella para reinar en Buenos Aires.
La política internacional argentina giró en torno a su nombre durante largos años, constituyó una esperanza para muchos y un temor para otros. Por ello ha sido tan estudiada, desde los tiempos de Mitre hasta el presente. Falta, no obstante, un trabajo que abarque su acción en toda América. Este trabajo podrá hacerse cuando se analice su enorme correspondencia conservada, principalmente, en el Archivo del Museo Imperial de Petrópolis y en casi todos los archivos hispanoamericanos.
Fuente
Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino – Buenos Aires (1969).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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