Nació en Toulouse, Haute Garonne (Francia), el 15 de febrero de 1848. Fueron sus padres, Pierre Groussac y Catherine Piquemal. Inició estudios en el liceo de la ciudad natal, y luego rindió examen de ingreso en la Escuela Naval de Brest, donde fue admitido, pero no se incorporó por la seducción que ejerció en su espíritu un viaje alrededor del mundo, que al final terminó en París, al quedar exhaustos sus bolsillos. Su orgullo no le permitió regresar al hogar paterno, y optó por dirigirse a Burdeos.
En el primer barco a partir decidió embarcarse, y lo hizo en el “Anta” rumbo a Buenos Aires, donde llegó en febrero de 1866. Tenía 18 años, ignoraba el idioma, pero poseía sólidos conocimientos clásicos y carecía de profesión. Se trasladó al campo, donde obtuvo una pasantía de ovejero en San Antonio de Areco, entre vascos y paisanos, impregnándose de la contemplación de la llanura.
De regreso a la ciudad, se fue a vivir en una casa de la calle Perú y Moreno. Comenzó a estudiar la lengua española, y en 1870, obtuvo una cátedra de matemáticas en el Colegio Nacional fundado por Mitre. Fue entonces cuando conoció a José Manuel Estrada y a Pedro Goyena. Asistió a las tertulias de la “Revista Argentina” dirigida por estos jóvenes, y a pedido del segundo, colaboró con un estudio sobre José de Espronceda, escrito en castellano, que interesó al ministro de Instrucción Pública, doctor Nicolás Avellaneda, hasta el punto de que lo llamó a su despacho y le ofreció cátedras en el Colegio Nacional de Tucumán, en 1871. Este torció su destino, pues pensaba Groussac regresar a Francia, y lo convenció que marchase a la provincia del norte.
Fue designado profesor de matemáticas, el 7 de febrero de 1871, y se desempeñó hasta marzo de 1874, en que fue suspendido por el Rector José Posse, y a pedido de éste, expulsado por el presidente Sarmiento al mes siguiente. El motivo de su alejamiento se encuentra explicado en el artículo titulado: El Colegio Nacional. Su decadencia y ruina, atribuyéndolo a una cuestión de incompatibilidad de horario, pero sobre todo se debía a las críticas incisivas que formuló.
Vino a Buenos Aires para intervenir en el Congreso pedagógico de 1872. Fue director de enseñanza de la provincia, y desde 1874 a 1878, inspector nacional de educación, en este último año, asumió la dirección de la Escuela Normal de Tucumán. Mereció críticas por su trato demasiado severo, y hasta debió batirse en duelo. En tanto, fue arriero de mulas en el camino de Bolivia, lector incansable de todas las novedades literarias “en una aldea de Cuyo o en un tambo de Bolivia”, periodista de “La Unión” y “La Razón”. Asimilado al medio provinciano, vivió sus inquietudes y formó allí su hogar.
No perdió contacto con Buenos Aires, a donde enviaba sus colaboraciones que eran publicadas en “La Tribuna”. Allí apareció su estudio sobre el libro de Mansilla, Una excursión a los indios ranqueles, y una carta abierta al presidente Avellaneda, a quien refutaba sus opiniones sobre la necesidad del dolor como elemento indispensable en la existencia de los grandes poetas. No tardó en publicar su Ensayo histórico sobre el Tucumán, escrito por encargo del gobierno de la provincia para figurar en una memoria presentada a la Exposición Continental de 1882, que fue premiada. Era su primer libro, y significaba un esfuerzo oportunamente señalado por Sarmiento, Avellaneda y Goyena. Estaba en la plenitud de su carrera vocacional.
En los primeros años de 1883, después de conocer a Sarmiento en su viaje a Montevideo, Groussac empezó a preparar su viaje a Europa, hacia donde partió el 8 de marzo. Envió a “Le Figaro” algunas páginas sobre L’Evangeliste de Alfonso Daudet, las cuales aparecieron también en dos diarios de Buenos Aires. Se vinculó con Emilio Zola, Edmundo de Gongourt, Sarcey, Victor Hugo y otros escritores. De regreso a fines del año de su partida, Groussac trajo una personalidad hecha en el mundo de las letras.
El doctor Wilde, ministro de Instrucción Pública en la presidencia del general Roca, lo nombró el 2 de octubre de 1883, Inspector de enseñanza secundaria en reemplazo de José María Torres, que siguió al frente de la Escuela Normal de Paraná. Groussac apoyado por Torres y Zubiaur tentó la reorganización del personal de enseñanza y emprendió la reforma del plan de estudios
En 1884, se hizo cargo de la gerencia del diario porteño “Sud-América” del que era redactor, y en el que actuaba Carlos Pellegrini, Roque Sáenz Peña, Delfín Gallo y Lucio V. López. En esas columnas dio a conocer en folletín Fruto Vedado, contemporáneo a La Gran Aldea. Es un relato de transparente acento autobiográfico cuya acción en gran parte transcurre en el Buenos Aires de 1873, años de los preparativos electorales de la candidatura presidencial de su amigo, el doctor Avellaneda, y luego traslada el escenario de la novela hasta la ciudad de Tucumán, al que suceden París, y finalmente el desierto africano de los Touareg.
El 19 de enero de 1885, fue designado director de la Biblioteca Nacional, en reemplazo de José Antonio Wilde, que acababa de fallecer. En ese cargo centró su actividad, interrumpiéndola sólo para viajar hacia algunos países. Visitó Estados Unidos durante los ocho meses que mediaron entre comienzos de junio de 1893, y el final del próximo enero de 1894. Sus agudas observaciones con “ojos de pintor y criterio de sociólogo” fueron compiladas más tarde en un volumen seductor: Del Plata al Niágara (1897), de crónicas de viajes. En varias oportunidades, viajó a Europa en 1898, 1907, 1911 y 1925.
Trabajó con entera dedicación en su obra, y el 12 de febrero de 1895 publicó La Biblioteca Nacional de Buenos Aires, que es una noticia de la evolución de esa casa, complementada por una exposición de su funcionamiento. El otro texto configuró el discurso pronunciado en la inauguración del nuevo edificio de la calle México en acto llevado a cabo el 27 de diciembre de 1901. La ceremonia revistió lucimiento notorio y contó con la asistencia del teniente general Roca y de su ministro de Instrucción Pública. También se editó bajo el título de Noticia histórica sobre la Biblioteca Nacional de Buenos Aires (1810-1901).
Como director de la biblioteca, Groussac emprendió dos publicaciones memorables: la revista mensual rotulada La Biblioteca, ocho tomos aparecidos entre 1896 y 1898, y los Anales, diez tomos que se sucedieron en el quinquenio 1900-15. En la primera colaboraron firmas de gran valor con artículos novedosos, y en los Anales, se publicaron documentos relativos a la historia del Río de la Plata, con introducción y notas del director. Algunos de estos amplios y valiosos estudios constituyeron después varios de sus libros, como Santiago de Liniers, conde de Buenos Aires,1753-1810 (1907); ensayo histórico sobre “el héroe franco-hispano-argentino de la Reconquista y la Defensa de Buenos Aires”; Mendoza y Garay, en dos tomos, es otra obra suya que lleva los nombres de los fundadores sucesivos de la ciudad de Buenos Aires, trabajo de investigación realizado con los documentos existentes en la Biblioteca Nacional copiados del Archivo de Indias, de Sevilla.
Un tercer libro, aunque no orgánico como los anteriores, es el volumen de Estudios de Historia Argentina (1918), con artículos de valor referidos al padre José Guevara y a Diego de Alvear; otro que evoca al doctor Diego Alcorta a través de su actuación como médico y en la cátedra de Ideología de la Universidad de Buenos Aires y las Bases de Alberdi y el desarrollo constitucional.
Al celebrarse el centenario de la Independencia, en 1916, escribió El Congreso de Tucumán, donde se ocupó de la labor de los congresales, trayendo datos interesantes. Loa dos volúmenes de El Viaje Intelectual, 1ª serie (1904)¸ 2ª serie (1920), son álbumes de retratos y paisajes magistrales. En Los que pasaban (1919), realizó también como retratista una galería de magníficas figuras tomadas del natural, hombres a los que conoció personalmente y que eran trazos de la historia contemporánea, como fueron Estrada, Goyena, Avellaneda, Pellegrini y Sáenz Peña.
Su obra de creación puramente literaria contó con una recopilación de Relatos argentinos, y en francés publicó Les Iles Malouines, alegato a favor de nuestra soberanía sobre aquellas islas, después difundido en castellano. En su lengua editó Une enigme littéraire; Le cahier des sonets; Prosper Mérimée y Etudes hispaniques.
Colaboró en “La Nación”, en “La Prensa”, “El Diario” y en “Le Courrier Français”, órgano que dirigió en 1894-95, en el que publicó centenares de artículos con variados seudónimos. Además concibió su difundida obra teatral: La Divisa Punzó, escrita en febrero de 1922, y estrenada en el teatro Odeón, el 6 de julio de 1923.
En la Biblioteca Nacional dirigió la publicación de un número cuantioso de catálogos que metodizaron el trabajo, como: Catálogo metódico de la Biblioteca Nacional; Catálogo de manuscritos de América; Catálogo de Revistas y Periódicos; Repertorio cronológico y alfabético del Catálogo de Documentos del archivo de Indias referentes al Río de la Plata.
Transcurrieron los años cargados de trabajo, en una labor ininterrumpida hasta que le sorprendió la fatalidad en 1925, con la pérdida del ojo izquierdo a consecuencia de la extracción del cristalino. Lo llevaron a París para hacerle tratar el ojo que le quedaba, pero por un glaucoma, también lo perdió, quedándose completamente ciego hasta el final de sus días.
Groussac sobrevivió cuatro años a su desgracia. Falleció en Buenos Aires, el 27 de junio de 1929, cuando su nombre figuraba entre los valores más auténticos de la literatura e historiografía argentina. El diario “La Nación” dijo que “la muerte del maestro fue un duelo para la civilización de América. Su prosa, que se cuenta entre las más admirables de nuestro idioma, gana más y más lectores entre quienes despierta a la curiosidad de su inteligencia, y su teatro, reunido en una sola pieza histórica, con la que obtuvo, ya anciano, un sorprendente reflorecimiento de la belleza, atrae a muchedumbres. El temido y admirado de otrora, es hoy admirado y querido”.
Hombre de pocas palabras, exigente en sus juicios, era enemigo de los charlatanes. Su físico enjuto, estaba en íntima correlación con su carácter: hombros puntiagudos, facciones angulosas, nariz afilada. Tenía fama de hombre de mal carácter, irritable y mordaz, pero era de fondo bueno. Cometió muchos errores en historia argentina, por falta de información, pero creíase seguro. Un año antes de su muerte, se creyó necesario extraer de sus obras completas las páginas de más fácil acceso para el público, condensando así en un solo volumen las distintas facetas de su extraordinaria producción intelectual. Su estatua se levanta en los jardines de Palermo.
Estaba casado con Cornelia Beltrán Alcorta y tuvo cuatro hijos: Cornelia Groussac Beltrán; María Groussac Beltrán; Emma de las Mercedes Groussac Beltrán y Luis Pablo Groussac.
Fuente
Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino – Buenos Aires (1971).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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