Nació en Gravere de Susa, Piamonte (Italia), en 1860 (1), siendo sus padres Giovanni Battista Meano y Susana Favretto. Su madre murió en el parto. De sus nueve hermanos quedaban sólo tres vivos. Su padre se volvió a casar y, enseguida, también él se murió. Al pequeño Vittorio lo crían su madrastra y su hermano mayor, Cesare, ingeniero con estudio en Turín. Cursó sus estudios en el Instituto, Escuela Técnica y Gimnasio de Pinerolo, donde se graduó de Geómetra, con primer premio y una distinción de trescientas liras otorgada por la Cámara de Comercio y Arte turinesa. Luego, en la Academia Albertina de Torino se gradúa como arquitecto.
Trabajó hasta 1884, a las órdenes de su hermano, en la construcción de algunos edificios. En ese año, el arquitecto Francesco Tamburini que había podido apreciar en distintas ocasiones su talento, lo llamó a la Argentina para que le prestara su colaboración en la conclusión de las obras de la Casa Rosada y del Departamento de Policía (proyectado por el arquitecto Juan A. Buschiazzo). En el otoño de 1884, arriba a Buenos Aires, a sus 24 años de edad.
En 1883 Vittorio Meano había conocido a una mujer un año mayor que él, de la cual se enamoró. Se llamaba Luigia Fraschini, estaba casada, su marido formaba parte de una pandilla de pícaros (es cafetero, remendón, actor ocasional). “Aquella pasión fue la ruina de su vida”, comentará su hermano Cesare para la necrológica de Meano publicada en Turín. Meano y Luigia emigraron juntos escapando del marido de ella (en el registro del barco se inscribieron como matrimonio bajo el apellido Mehan, para evitar ser rastreados). Por esa razón es que, a diferencia de sus colegas, Meano evitó el trato con la sociedad porteña. Sólo había ventilado su secreto con Tamburini, y con dos compañeros del barco: Giuseppe Solari y Pellegrino Botto, genoveses, garibaldinos, fundadores del Hospital Italiano (en la bóveda de ambos en la Recoleta sería enterrado Meano en 1904).
En Montevideo, proyectó el Palacio Legislativo, parcialmente modificado por el arquitecto italiano Gaetano Moretti (1860-1938).
En 1895 fallece el marido de Luigia en Turín y la pareja por fin puede casarse en Buenos Aires. Luigia se transforma en Luisa; Meano prefiere seguir siendo Vittorio. Se mudan de la calle Cerrito 680 (frente al Colón) a Rodríguez Peña 30, para que él esté cerca de su nuevo proyecto. La propiedad es vivienda y estudio, quince personas trabajan en ella (además de un arquitecto, dos ingenieros, un fotógrafo y un proyectista, hay dos mucamas, cocinero, lavandera, cochero y mozos de cuadra para encargarse de la caballeriza).
En 1896, participó en el concurso que realizó el gobierno argentino para proyectar el Congreso de la Nación, donde intervinieron 32 arquitectos de diversas nacionalidades (2). Por unanimidad de votos obtuvo el primer premio por su proyecto, considerado el más adecuado a la finalidad que se perseguía. Era de líneas severas y puras donde se notaba el aprovechamiento de los caracteres más sobresalientes de los estilos griego y romano. Introdujo la cúpula siguiendo la tradición norteamericana. Su obra resultó la expresión más sincera del arte arquitectónico moderno. Iniciados los trabajos al año siguiente, no pudo verlo concluido por su fallecimiento.
También colaboró en la obra del suntuoso Teatro Colón que proyectado por Francesco Tamburini, fue luego reformado según sus ideas. Meano trazó los planos del teatro, concibiéndolo en su definitiva estructura y características –que hacen de él no sólo uno de los más bellos, sino el poseedor de la más vasta sala y escenario del mundo en su género- y quien inició la construcción, que hubiera llevado a su término si la muerte no se lo impedía.
Cuando ya había alcanzado la cumbre del renombre fue asesinado el 1º de junio de 1904, en Buenos Aires.
El asesinato de Vittorio Meano
Al arquitecto le gustaba seguir la obra de cerca y día a día. Su colega Alejandro Bustillo instalaría después una vivienda provisoria pegada al “viejo Colón” cuando emprendiera la tarea de transformarlo en banco. Meano tenía más suerte: le bastaba doblar la esquina de Rodríguez Peña y caminar unas cuadras por la Avenida de Mayo para contemplar la obra. Una mañana había llegado muy temprano, era verdad que le dedicaba bastante más tiempo que a Luisa, su mujer, y que la relación con aquella mole de ladrillos llevaba casi una década. El arquitecto tenía bastantes preocupaciones con el Congreso y el literalmente interminable Teatro Colón. Su amigo corrió con la noticia: minutos antes había visto a Catalina, la criada, abrir la puerta de Rodríguez Peña 30 al hombre aquél, y Meano pensó que era entonces o nunca.
Caminó sin pausa hasta su casa, hizo girar la llave. Subió la escalera y buscó a su esposa. La encontró en la puerta de una de las habitaciones altas, con los ojos encendidos y las manos crispadas. Catalina escuchó que hablaban; ella no entendía italiano, pero por el tono de las voces dedujo que su patrona no podría sostener la mentira. Recordando las palabras que la señora de Meano le había dicho una vez, se estremeció. Al abrir la puerta, el primer impacto que sufrió Meano fue el de reconocer a Carlo Passera, el mucamo al que había despedido dos meses atrás. Vittorio no entendía muy bien por qué Luisa defendía siempre a ese joven ineficiente, y constantemente le pedía que lo dejara volver a su puesto. La segunda sorpresa la recibió Meano al comprobar que Carlo tenía puesta ropa suya. Pero no tuvo demasiado tiempo de cavilar al respecto. Enseguida fijó sus ojos en el revólver que aquél extraía de su bolsillo trasero.
Al pie de la escalera, Luisa y Catalina escucharon dos disparos. Domingo Nogueira llegó a la casa del matrimonio Meano tan rápido como pudo. Tuvo que interrumpir su ronda diaria, pero la alarma en los rostros de las mujeres que lo llamaban parecía deberse a algo importante. La esquina de Rivadavia y Rodríguez Peña quedó sola. A metros de la puerta Carlo Passera permanecía de pie y con el arma en la mano. Nogueira, sin dubitar, sacó su pistola reglamentaria dispuesto a disparar si era necesario. Sorpresivamente, el joven se entregó. Pero antes de llevárselo detenido, Nogueira descubrió en el suelo a un hombre que agonizaba, y que murmuraba frases en italiano a su mujer y a Passera. Carlo advirtió la confusión del policía, y vio la oportunidad de escapar: – ¡Lárgueme, no sea estúpido! ¿No ve que soy de la casa? ¡Busque al asesino! Domingo lo suelta, convencido de que es más útil intentar salvar al herido. Carlo sube las escaleras, y la persecución comienza. Habiéndolo perdido de vista, el agente abre una puerta tras otra, pero sólo encuentra a gente que no responde a sus preguntas. Tal vez en aquella casa nadie hable castellano. Asomándose a la calle, Domingo Nogueira sólo ve una silueta oscura correr veredas abajo. Pero no se alarma: recuerda muy bien el traje color crema de Carlo. Y, dondequiera que esté, el criminal no lleva armas: entre las manos de Domingo está la Smith & Wesson calibre 9. Cuando regresa al interior de la casa, ya Vittorio Meano, 44 años de edad, el más grande constructor de Buenos Aires, ha dejado de pronunciar sus frases ininteligibles.
Este asunto conmovió e interesó a la opinión pública por las circunstancias del hecho, lo que dio lugar a una actuación judicial. La instrucción termina el 10 de junio, incriminando a Carlo Passera por homicidio, y a Luisa Fraschini por encubrimiento o complicidad.
La Sociedad Central de Arquitectos invitó a acompañar los restos de su prestigioso asociado, y en el cementerio de la Recoleta pronunció una conceptuosa oración, el secretario de esa entidad N. Jaeschke, por no haber podido asistir su presidente, el arquitecto Andrés Christophersen.
Referencias
(1) No hay unanimidad acerca de la fecha de su nacimiento. Algunas fuentes periodísticas, en ocasión de su asesinato, le atribuyen una edad de 50 años, y otras, 52. Nosotros le otorgamos, 44, siguiendo a Christophersen (1904), Ollivero (1904), Bausero (1960, 1987), y el certificado de defunción (Registro Civil, 1904), adoptando así el año de 1860 como fecha de nacimiento más convincente.
(2) Fueron presentados 28 proyectos, entre los cuales figuraban los de los franceses Lefebre, Tronchet y Rey, Paul Henry Nenot; los italianos Sommaruga, Meano y Calderini; el austríaco M.A. Turner; el uruguayo Vaeza Ocampo junto con Alfred Massue; los argentinos Avenatti, Emilio Agrelo, César González Segura (asociado con Emilio Mitre y el francés Gustavo Duparc) y Bernardo Meyer Pellegrini; y el noruego Alejandro Christophersen.
Fuente
Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino – Buenos Aires (1975).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Forn, Juan – Congreso (autor anónimo)
Moroy, Alberto – Víctor Meano, el asesinado arquitecto de la democracia – El País – Montevideo
Portalwww.revisionistas.com.ar
Artículo relacionado
• Francesco Tamburini
• Alejandro Gabriel Bustillo
• Mario José Buschiazzo
• Paul Bell Chambers
• Francesco Salamone
Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar