Nació en Buenos Aires, el 10 de octubre de 1852, hijo de José Della Valle (1), arquitecto italiano, emigrado a consecuencia de haber intervenido como legionario en los movimientos políticos de su época. Hace las primeras letras en el Colegio San José, inicia sus estudios de arte y pintura con el pintor José Bouchet y con los artistas Martín Boneo e Ignacio Manzoni. Su padre, modesto contratista de la construcción, muere en 1871 por la fiebre amarilla y deja a su familia en la indigencia.
Por el entusiasmo que demostró con el dibujo y la pintura, su madre decidió enviarlo a Europa. En Florencia se incorporó a la Sociedad Cooperativa de Estudiantes, una escuela particular fundada por el maestro Antonio Ciseri (1821-1891), en la que los alumnos sufragaban los gastos vendiendo sus obras. Bajo su dirección progresó enormemente, y luego de ocho años de trabajos intensos, emprendió el regreso a Buenos Aires en 1883, con el oficio bien aprendido. Fueron sus compañeros en Florencia: Augusto Ballerini, Lucio Correa Morales, Francisco Cafferata, José Bouchet, Reynaldo Giúdici y otros.
En busca de asuntos para sus obras, Della Valle descubrió los temas camperos. Realizó cientos de bocetos, y así nacieron sus primeras obras sobre esos temas, entre los cuales sobresale el amplio lienzo La Vuelta del Malón (2), cuadro que expuso en 1892 en la calle Florida, y que consolidó su renombre. Cuentan los diarios de la época que las señoras que en esos días pasaban por la vidriera del local volvían a sus casas aterradas. La pintura de Ángel Della Valle era enorme, y la escena, espeluznante. En ella los indios son el demonio que galopa a los gritos por la pampa en un amanecer lluvioso. Han saqueado una iglesia y llevan consigo cruces, cálices, maletines y hasta ¡cabezas!; el cielo tormentoso, que apenas deja asomar un poco de luz, es señal del carácter oscuro del malón. El mundo civilizado, en cambio, está representado por la cautiva, una mujer indefensa de piel blanca como el mármol que, del susto, se ha desmayado sobre su musculoso captor. Se exhibe actualmente en el Museo de Bellas Artes.
Pero es en los retratos donde el artista alcanzó su evolución ascendente de más alto ritmo. Observador sagaz y emocionado, dotó a las figuras de un profundo verismo subjetivo, lleno de sobriedad y elegancia. Pintó buenos retratos, entre ellos, el de su amigo, el doctor Pedro Lagleyze.
Además, su paleta iluminó los motivos rurales que descubren al buen animalista y al mejor paisajista, reproduciendo escenas típicas del país en el siglo XIX, las que trató con severo realismo. Pintó gauchos y domas; el rancho adherido a la tierra y el paisaje típico de la pampa, en su verdadera grandiosidad. Entre esas telas figuran: El incendio en la pampa, Juego de pato, La sortija, Carga de granaderos, La Doma y El Rodeo (o Enlazando), Boleando avestruces, todas las cuales pertenecen al Museo de Artes Plásticas “Eduardo Sívori”, de la Municipalidad de Buenos Aires.
Pero no es únicamente su obra pictórica la que le dio preeminencia, pues paralelamente a la pintura, desarrolló una docencia fecunda de enseñanza y desinterés, compartiendo con Reinaldo Guidici, el profesorado de la Sociedad Estímulo de Bellas Artes. Allí durante 18 años, tres veces a la semana, concurrió puntualmente a enseñar con habilidad y destreza el vocabulario técnico que ayudaba a exteriorizar nuevos valores artísticos, dando a sus alumnos una depurada artesanía. Es en ese magisterio generoso, cuando daba su lección en el taller del Bon Marché (hoy Galerías Pacífico, de Córdoba y Florida), que murió el 16 de julio de 1903, rodeado de sus alumnos y amigos.
Fue la suya una vida rica en fuerzas plásticas, capa de prolongarse en una evolución estérica de contenido constructivo y trascendente. En su casa de la calle José Modesto Giuffra 356, donde realizó gran parte de su obra, fue colocada una placa en memoria del artista, la que actualmente ya no existe.
Referencia
(1) Construyó edificios en Buenos Aires por encargo de Juan Manuel de Rosas. Asimismo, en 1858 terminó la construcción de la cúpula de la iglesia de San Pedro Telmo, en la época del clero secular, siendo párroco el Presbítero José A. Martínez.
(2) Fue celebrada como la “primera obra de arte genuinamente nacional” desde el momento de su primera exhibición en la vidriera de un negocio de la calle Florida (la ferretería y pinturería de Nocetti y Repetto) en 1892. Pintado con el expreso propósito de enviarlo a la exposición universal con que se celebraría en Chicago el cuarto centenario de la llegada de Colón a América, el cuadro fue exhibido nuevamente en Buenos Aires ese mismo año en la exposición preliminar del envío a Chicago. En la Exposición Colombina obtuvo una medalla (de única clase) y al regreso se exhibió nuevamente en Buenos Aires, en el segundo Salón del Ateneo en 1894.
Fuente
Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino – Buenos Aires (1969).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Gainza, María – Angel Della Valle: La vuelta del malón
Malosetti Costa, Laura – La vuelta del malón
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