ASPECTOS POCO CONOCIDOS DE SU VIDA Y SU FAMILIA)
(Gonzalo V. Montoro Gil. Octubre 2017)
Sumario: I.-Introducción- II.- Rosas y Personajes vistos desde la historia- III.- La batalla de Caseros IV.- Consecuencias de la derrota en Caseros- Rosas en el exilio- ‘antirrosismo’ de algunos familiares supérstites y antiguos federales V.- ‘Arrepentimientos’ tardíos de sus enemigos- VI.- El trato recibido por Juan Manuel de Rosas en Inglaterra – VII.-La importancia de las mujeres en la vida de Rosas- VIII.- Repatriación de sus restos y reivindicación histórica- IX.-Inauguración del monumento en su Palermo- X-Documentación encontrada recientemente- lugar donde se encuentra XI- Poesía: “Y la historia juzgó” (G.V.M.G.) 1977- XII- Árbol genealógico materno del autor- XII.-Apéndice bibliográfico- XIII.- Apéndice fotográfico.-
I.-INTRODUCCIÓN
A modo de presentación quisiera manifestar que para realizar este trabajo he consultado diversas fuentes documentales, formales e informales, a fin de conocer y compartir aspectos poco tratados o inexplorados de la vida diaria de Don Juan Manuel de Rosas, sus familiares, sus amigos y enemigos a partir de la batalla de Caseros, así como también las actitudes que tuvieron para con él sus compatriotas coetáneos. Me he basado en distintos libros y materiales de autores diversos y, como descendiente directo, apelé a otros elementos extraídos de la tradición oral: aquellos relatos transmitidos de generación en generación dentro de nuestro grupo familiar. He complementado la investigación con fotos, algunas pertenecientes a la familia, propias o cedidas con generoso desinterés, inéditas y por lo tanto desconocidas para el público en general.
A lo largo del presente trabajo se verán documentos escritos por los protagonistas, pero si bien no deben dejarse de tener presentes sus palabras y declaraciones siempre las hemos tenido por valiosas si los hechos suscriben lo manifestado.
Esto es así pues es común que las personas afirmen una cosa, pero luego no actúen u obren en consecuencia. Lo que realmente importa son los hechos. Las acciones son las que en definitiva nos dirán si lo dicho o declarado era efectivamente de esa manera. En otros términos, si determinadas declaraciones –públicas o privadas- no son refrendadas por los hechos, deberemos quedarnos con éstos, ya que son los que finalmente nos dirán la verdad acerca del tema en cuestión. Los hechos públicos y privados de las personas nos darán un hilo conductor acerca de su vida, conocer su verdadero modo de pensar, más allá de lo que pudieran haber expresado en cualquier carta o declamación y más allá de lo que se haya dicho sobre ellos.
Si lo dicho o declarado por los protagonistas en sus memorias o cartas coinciden con sus hechos, tanto mejor, pues demostrará una coherencia entre ambos aspectos.
Por una cuestión de orden, se acompaña al final un APÉNDICE BIBLIOGRÁFICO y un APENDICE FOTOGRÁFICO compuesto de fotos a las cuales remite el texto en varias oportunidades, con referencia numérica y las citas de las fuentes, cuando éstas son conocidas.
Este trabajo, además de citas bibliográficas y elementos escritos u orales traídos al tiempo actual por la familia, es el resultado de la lectura de ciertas y precisas obras. Entre ellas, la de la escritora Reyna Carranza “Una Sombra en el Jardín de Rosas“, en la que podemos encontrar aspectos psicológicos de ciertos personajes y la vida de J. Bautista Ortiz de Rozas en Brasil. Se destaca también a la enjundiosa obra de Roberto D. Müller “Noticias de Burgess Farm“, uno de los mejores libros que han buceado documentalmente en la vida de J.M. en el exilio y sus relaciones personales con parientes y políticos del momento.
Todo este material cierra un cuadro bastante coincidente en cuanto a la figura de J.M. en el exilio, más allá de algunos detalles que puedan diferir. Esto se explica teniendo en cuenta que la interpretación de alguno de los hechos relatados puede ser distinto según la visión de cada uno, o bien debido a las humanas contradicciones de los propios actores, quienes, según el paso del tiempo, a veces cambian ciertas concepciones o visiones de hechos pasados…
Quiero agradecer la inestimable y desinteresada colaboración tanto en los aportes de datos y documentación familiar e histórica (fotos, manuscritos, transmisión en forma oral de hechos o situaciones por conocimiento directo de las personas involucradas, etc.), como así para la corrección de este trabajo, de:
María Cristina Pérez Cid (correctora del trabajo)
José María Soaje Pinto
Andrés Rivas Molina
Esther Rodríguez Ortiz de Rozas de Soaje Pinto
Susana Martínez Mendiberry
Miguel Espeche Gil
II.-ROSAS Y PERSONAJES VISTOS DESDE LA HISTORIA
En una apretada síntesis intentaremos, por un lado, revelar algunos de los aspectos menos conocidos de la biografía de Rosas, como los detalles domésticos o la relación con su familia y con antiguos federales, y, por otro lado, entender el “antirrosismo” de algunos de sus descendientes.
La idea es encarar este estudio partiendo de los tiempos previos a la batalla de Caseros para luego analizar las consecuencias históricas y familiares que ésta tuvo en la vida del Restaurador de las Leyes, en algunos descendientes y figuras políticas de la época, pero interpretando los hechos y las personas desde la historia; esto es, conceptualizándose la idea de un mundo y sociedad que se tenían en aquellos tiempos y desde allí entender los comportamientos humanos de aquél entonces, sus aciertos, sus intenciones, la valoración ética de sus conductas.
Pues si solo estudiáramos o juzgásemos a las personas desde el siglo XXI, difícil sería entender por qué sucedieron –o no – ciertos hechos, sus causas, sus motivaciones.
Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rozas y López de Osornio nació el 30 de marzo de 1793 en Buenos Aires, capital del Virreinato del Río de la Plata. Su casa estaba situada en la calle que en ese entonces se denominaba Santa Lucía (hoy – y no en forma casual- llamada Sarmiento Nro.645, entre San Martín y Florida,)
Fue luego su domicilio la casa materna de los Ezcurra que se encontraba en la esquina sudoeste de Bolívar y Moreno. En 1838, luego del fallecimiento de Encarnación Ezcurra a los 34 años, a causa de un paro cardiorrespiratorio (se cree que sufría de alta presión), se mudó al Caserón de Palermo. En ese solar actualmente está el llamado Palacio Raggio. La residencia era una mezcla de estilo hispánico y criollo, a la vez.
A lo largo de algunos años desde 1838, Rosas fue comprando tierras en lo que llamó San Benito de Palermo. En total fueron 535 hectáreas en 36 escrituras, y el predio llegaba hasta el Barrio de Belgrano actual. Se realizaron tareas de diseño ambiental, de un paisajismo naciente.
El nombre deviene de San Benito –primer santo negro católico desde 1809- monje franciscano nacido en Palermo, Sicilia y fallecido en 1589.
El proyecto de la casona fue diseñado por José Santos Sartorio de acuerdo con planos hechos por el ingeniero y matemático español Felipe Senillosa. Nicolás Descalzi junto a Miguel Cabrera fueron los encargados de las obras exteriores, del paisaje y los jardines.
En el momento de la compra de los terrenos ya había una casa pequeña que luego y con los años fue conocida como ‘Café de Hansen’. Posteriormente, en los comienzos del siglo XX y durante añares solía ser un reducto de tango.
El mobiliario de sus casas era despojado, tanto en sus primeros domicilios como en la Casona de Palermo. No había en ella ni cuadros, ni alfombras, ni cortinas. Pero eso sí, como a J. M. le gustaban mucho los espejos, había varios venecianos en su casa. En los pasillos y en las habitaciones acostumbraba encender sahumerios.
Su dormitorio tenía una cama de bronce, un armario, una estufa grande y un importante espejo. Mesas llenas de expedientes y un par de chiffoniers de caoba donde guardaba celosamente, en uno los dineros del Estado y en el otro, los propios.
Al igual que en toda la casa, el piso del cuarto era de baldosas rojas muy brillantes. No tenía alfombras, tampoco había cortinas, ni cuadros, como se dijo anteriormente.
Antes de ingresar al dormitorio había una pequeña sala de recepción con muchos espejos.
El cuarto de Manuelita era muy luminoso, pero no era muy amplio. Allí, como excepción, había una alfombra grande de buena calidad.
En cuanto a las comidas, le gustaba el asado, el puchero, el locro. Comía mucho dulce (de zapallo o de batata) y tomaba un poco de vino diluido en agua. No almorzaba regularmente; cuando estaba en el campo, comería algo un mientras hacía las tareas rurales junto a la peonada con la que se sentía a gusto y a la que entendía su idiosincrasia por estar tanto tiempo en su compañía.
J.M. nunca quiso posar para una foto que por aquellos tiempos era una novedad (el daguerrotipo), ni siquiera cuando vivía en Inglaterra pues lo consideraba despectivamente como “una cosa de gringos“.
El 16 de marzo de 1813, se casó con Encarnación Ezcurra con quien tuvo tres hijos biológicos: Juan Bautista Pedro, María y Manuela, y uno adoptado: Pedro Pablo Rosas y Belgrano, producto de la relación entre Manuel Belgrano y María Josefa Ezcurra, hermana de Encarnación, esposa de J.M
Juan Bautista Pedro nació el 29 de junio de 1814 y murió el 3 de julio de 1870.
María, la segunda hija de Rosas, nació el 26 de marzo de 1816 y murió a las pocas horas.
Manuela nació el 24 de mayo de 1817 y falleció el 17 de septiembre de 1898.
Lo que pocos saben es que Pedro tuvo una activísima participación como diplomático actuando como mediador entre Rosas y las distintas tribus aborígenes tejiendo muy bien las alianzas entre ambos sectores. Fue la mano derecha y hombre de confianza de J.M.
Además, colaboraba con J.M. en el manejo de sus estancias, administrándolas con mucha capacidad y sapiencia.
Pedro, Luego de la derrota en Caseros, no fue molestado. Fue Juez y brillante soldado. Fluctuó entre guerrear en las filas de los unitarios contra Hilario Lagos, antiguo amigo de él, y pelear en las huestes de los federales de Urquiza en la batalla de Pavón.
Prosiguiendo con J.M. podemos decir que fue un devoto hijo y en las fechas de fallecimiento de sus padres hacía colectas para sus almas, como lo atestiguan un documento de 1845 y otro de 1846.
III.- LA BATALLA DE CASEROS
Al referirnos a Caseros debemos primero hacer una aclaración:
No fue simplemente una guerra civil entre Federales y Unitarios, como se enseñaba y aún se enseña en las escuelas. Fue mucho más que eso.
Aclaremos las cosas, porque de otro modo se esconde la realidad sojuzgándose no solo la soberanía territorial sino también la verdad histórica: Fue una guerra entre la Argentina y el Imperio del Brasil que quiso cobrarse venganza por la derrota de Ituzaingó en 1827, cosa que finalmente logró.
Brasil además de sus propias tropas, contó con la ayuda de los ejércitos de Paraguay, Uruguay –luego de la defección de Oribe-, y milicias correntinas y entrerrianas al mando de Urquiza. Podemos colegir fácilmente por la documentación y actitud de Urquiza que éste sólo fue un peón, el caballo de Troya, el títere de los brasileños.
También colaboraron con los brasileños, cuatro mil mercenarios alemanes, e italianos (cabe señalar que italianos también los hubo del lado de la Confederación Argentina, pero en calidad de voluntarios, de las distintas sociedades italianas que había en la Confederación).
El Marqués de Caxias, jefe de las tropas brasileñas en Caseros, informa al ministro de guerra Souza de Melo: “La 1º División, formando parte del ejército aliado que marchó sobre Bs.As., hizo prodigios de valor recuperando el honor de las armas brasileras perdido el 27 de febrero de 1827” .(Es decir la batalla de Ituzaingó, victoriosa para las tropas argentinas).
No es de extrañar entonces que, a pesar de que la derrota de Rosas fue el 3 de febrero, el ingreso triunfal de las tropas de la alianza argentino-brasileras se haya producido recién el 20 de Febrero (día y mes del triunfo de las armas argentinas en Ituzaingó). Sin duda se trató de una imposición de los brasileños que Urquiza acató.
A Urquiza no le gustó que la tropa brasileña entre a Buenos Aires y menos el día 20 de Febrero, por temor a que ello produjera segura irritación en la población pero quedó claro que quien mandaba, y fue la cabeza de la alianza, era el Imperio brasileño: El Marqués le contestó firmemente: “La victoria de esta campaña es una victoria del Brasil y la división Imperial entrará en Buenos Aires con todas las honras que le son debidas lo encuentre conveniente V.E., o no“.
O sea, quedó claro quién mandaba. Urquiza tuvo que hocicar y guardó silencio humillado.
De paso, el Imperio le recuerda dos cosas: la deuda económica que tiene ahora el Gobierno argentino por haber sido financiado por el Brasil y las concesiones territoriales que Argentina debía hacer por el apoyo recibido.
El traidor y, a su vez, traicionado Urquiza se muestra furioso y responde que es Brasil el que le debe a él, pues “Rosas hubiera terminado con el Emperador y hasta con la unidad brasileña si no fuera por mi“…También… “Si yo hubiera quedado junto a Rosas, no habría a estas horas Emperador“. Mayor confesión de traición a su patria difícil encontrar en la historia.
Urquiza siempre especuló y se inclinaba en sus decisiones según ‘soplara el viento’ traicionando con sus hechos cuanto decía en palabras todo por cuestiones económicas o por su sueño de ser el Jefe Supremo o bien de la Confederación –ya que sentía envidia por Rosas- o por alguna republiqueta mesopotámica independiente cuya conformación iba a ser Paraguay, Corrientes, Entre Ríos y el Uruguay.
- En el tratado de Alcaráz intenta separarse con Corrientes y Paraguay (Rosas le hizo dar marcha atrás).
- En 1847, en plena agresión anglo-francesa-unitaria trataba con el enemigo para separar la Mesopotamia.
- En Caseros se dio vuelta y pasó al bando enemigo con todo el ejército de la Confederación, cobrando mucho dinero por ello gracias al Brasil.
- En la década de 1850 “jugaba” a aliarse con el Mariscal Francisco Solano López de Paraguay contra Mitre y transaba a escondidas con Brasil e Inglaterra, vendiéndole caballada a Brasil para, posteriormente, ir a cobrarle a Mitre y los británicos su traición.
- En Pavón luego de vencer en el campo de batalla, inesperadamente “se borró” y se recluyó en su Palacio San José dejando que la dupla Mitre-Sarmiento oprimiera a las provincias y masacrara a todos los federales (militares o no, y hasta a pobres gauchos).
- Le prometía al Chacho Peñaloza que se “pronunciaría” a su favor, y “lo dejó solo” para que lo mataran.
- Lo mismo hizo con Felipe Varela: “Debemos tener absoluta confianza en el señor general Mitre – le escribía al Chacho – Sus intenciones son leales: lo creo capaz de afianzar las instituciones nacionales en todo su vigor sobre las bases del orden y la fraternidad” (Urquiza a Varela. San José. 21 de noviembre de 1863. AGNA. Arch. Urquiza, leg. 77. AGM. “Proceso…” t. II. p.122).
Nadie mejor que nuestro José Hernández para definirlo en pocas palabras “Urquiza era el Gobernador Tirano de Entre Ríos, pero era más que todo el Jefe Traidor del Gran Partido Federal, y su muerte, mil veces merecida, es una justicia tremenda y ejemplar del partido otras tantas veces sacrificado y vendido por él. La reacción del partido debía por lo tanto iniciarse por un acto de moral política, como era el justo castigo del jefe traidor.” (José Hernández, en carta a Ricardo López Jordán, fechada en Buenos Aires, el 7 de octubre de 1870.)
¡Y pensar que hoy grandes monumentos, barrios y calles honran a Urquiza, lo que demuestra palmariamente, fácticamente, que a la fecha –año 2017- no hemos vuelto a ser una nación soberana!
En la historia, los imperios siempre se han apoyado en traidores de las naciones que han atacado. Buscan, hasta encontrar, aquella alma débil, ambiciosa en lo personal, a quien cebar con títulos y honores. Lo consiguieron con Urquiza, la espada principal de la Confederación.
A su traición, se suman la del Gral. Garzón, otrora jefe del Estado Mayor de Oribe, quien, sin pudor, lo abandona y se pliega a las órdenes de Urquiza y la cuanto menos sospechosa deserción del Gral. Pacheco, principal General que tenía Rosas, días antes de la batalla de Caseros.
El Paraguay y, años después Urquiza junto a otros traidores a su país, se arrepintieron de su alianza con Brasil y Uruguay pues éstos se volvieron en su contra en la guerra de la Triple Alianza. Pero ya era tarde.
La batalla contra la Confederación comenzó en mayo de 1851 con el pronunciamiento del principal Jefe Militar de la Confederación, el traidor Urquiza, alzándose contra su propio gobierno central. Tuvo su final el día 3 de febrero de 1852 en la Batalla de Caseros. Allí la Argentina fue derrotada por el Brasil y sus aliados en una batalla que no duró mucho. A las 3 de la tarde estaba todo terminado.
Desde ese momento nuestra Nación nunca más volvió a ser soberana, condición que perdura hasta hoy día. Lo que explica -y mucho- la causa de nuestra actual y perenne decadencia como nación.
La derrota de la Argentina se dio por una serie de hechos que convergieron para que así sucediera:
1) El ejército de la Confederación fue manejado y guiado durante años por su jefe, J. J. de Urquiza, razón por la cual, el día de la batalla estaban muy disciplinados y excelentemente equipados. Por su parte, Rosas quedó prácticamente sin su primer general y su mejor ejército.
J.M. contaba con el Gral. Hilario Lagos, el Gral. Jerónimo Costa, el Gral. Lucio Mansilla, los coroneles Vicente González y Santa Coloma, y los Generales de pensamiento político unitario Martiniano Chilavert y Pedro José Díaz. Esto demuestra que no era tan esquemáticamente una guerra entre Federales y Unitarios, sino entre Argentina y Brasil y sus aliados de adentro –muchos unitarios y otros federales tentados por cargos y honores- y fuera del país.
Un dato para tener en cuenta es que tanto Chilavert, quien luchó valientemente en la Vuelta de Obligado y en Caseros, como el Gral. Facundo Quiroga, se declaraban unitarios en cuanto a sus creencias sobre el modo de constituir el país. (Quiroga era primo de Domingo Faustino Sarmiento cuyo apellido completo era Quiroga Sarmiento).
Chilavert le dijo a J.M. que, si bien él era unitario, no concebía que fuerzas extranjeras quisieran sojuzgarnos y tampoco admitía la traición de Urquiza al aliarse a los brasileños.
Quiroga, reconoció que era unitario, pero como el pueblo creía que la mejor forma de gobierno era la Federal, él dejaba de lado sus ideas personales y apoyaba la voluntad del pueblo.
Todo esto no hace más que mostrar diáfanamente lo que expresamos anteriormente: la batalla de Caseros fue una guerra entre la Argentina y el Brasil, ayudado por nativos traidores y mercenarios extranjeros alemanes e italianos.
Digamos también que los hechos llevaron a Rosas a profesar finalmente su federalismo. En principio al igual que José de San Martín, Rosas se declaraba equidistante de las dos pasiones que devoraban a los argentinos. Era un pragmático y veía más allá de lo que muchos de sus coetáneos lo hacían. En 1832 en una carta a Facundo Quiroga, le expresaba:
“. ..siendo federal por íntimo convencimiento, me subordinaría a ser unitario si el voto de los pueblos fuese por la unidad” (Según Roberti, Miguel Ángel (2007. «Juan Manuel de Rosas». Historia para Todos. Consultado el 13 de septiembre de 2012).
2) Días antes de la batalla renunció el Gral. Ángel Pacheco, el mejor militar que tenía Rosas. Las razones fueron poco claras y había sospechas fundadas de un acuerdo con Urquiza a cambio de asegurársele el respeto a sus propiedades y bienes, y en un futuro, la concesión de algún cargo político.
Aparentemente Urquiza, aguijoneando la miserabilidad de Pacheco, le habría prometido el gobierno de la Provincia. de Bs.As. (ver testimonio del Sr. Cabrera, Juez de Paz, quien había oído en una reunión un año antes de la batalla de Caseros, que se había brindado para que Urquiza lograse invadir a Buenos Aires y derrotase a Rosas y que el Gral. Pacheco había participado de ese brindis -citado por Saldías).
La actitud demostrada por Pacheco dio la razón a quienes así pensaban. Abandonó su puesto un par de días antes de la batalla y se recluyó en su casa. Ya en los meses anteriores a la batalla de Caseros no dejó de hacer cuanto movimiento militar fuera necesario para perjudicar al gobierno nacional.
¡Qué distinta la actitud de Chilavert que dio su vida por defender a su nación disparando hasta su último cartucho!
Tal deslealtad se la enrostró el Gral. Hilario Lagos al propio Pacheco en una carta del 27 de diciembre de 1845.
La sospecha de traición de Pacheco le fue advertida a Rosas por sus oficiales, pero éste no lo creyó posible y por lo tanto no tomó medida alguna. Esto nos advierte ciertamente de un error de estrategia militar y política del noble J.M.
En cambio, los historiadores han expresado que Rosas siempre supo de la doble conducta de Urquiza, pero necesitaba tenerlo a él y a su ejército a su lado creyendo que iba a poder ‘manejarlo’ y controlar sus acciones.
El 26 de mayo de 1851 Southern le envía una carta a Palmerston donde hace una descripción puntillosa de la personalidad fluctuante de Urquiza donde fulmina su capacidad de gobernante diciendo que solo le importa el dinero.
“Buenos Aires 26 de mayo de 1851
Vizconde Palmerston G.C.B. Mi Señor. Ciertas cosas en la mente de Urquiza, su vanidad desordenada, su estupenda ignorancia, su ciega ambición, lo han arrojado últimamente en las manos de algunos aventureros revolucionarios, que lo han convencido que él está destinado a ser el reorganizador de la Confederación y el Regenerador de Sud América”.
A su vez, J.Pandá Cologeras, en su libro “Formaçao Historica Do Brasil” citado por Rosa J.M. Hist.Arg.t.VII,p.117 dice :
“…No había en Urquiza la pasta de un hombre de estado; no pasaba de un condotiero…Permaneció inactivo por lo tanto. De hecho, traicionaba a todos. …Urquiza, a pesar de ser inmensamente rico, tenía por la fortuna un amor inmoderado; el general Osorio le conocía el lado flaco“.
La actitud de Pacheco fue la misma que posteriormente tomó Urquiza luego de la batalla de Pavón, al entregar la Nación a Mitre, transformando en derrota lo que había sido una victoria en el campo de batalla. Todo a cambio del respeto a su vida y sus bienes en Entre Ríos, masonería de por medio, por supuesto.
3) Del lado del ejército “rosista” se habían podido reclutar sólo soldados porteños que huyeron prontamente a poco de comenzar la batalla al verse desbordados, salvo el batallón Palermo al mando de Chilavert. Los soldados del interior no llegaron a tiempo para apoyar materialmente su jurada fidelidad al Gral. Rosas.
Las tropas federales fieles a Rosas que habían sitiado durante 7 años seguidos la ciudad de Montevideo, al defeccionar Oribe fueron reclutadas por Urquiza para pelear contra la Confederación. Cuando se dieron cuenta de esta maniobra, huyeron en masa a Buenos Aires a ponerse a las órdenes de Rosas.
Estaban agotados, envejecidos, sin uniformes y hambreados, de modo que poco pudieron hacer. Cuando fue derrotado Rosas, fueron masacrados. Fusilados y degollados, en una carnicería inenarrable, así lo mencionan todos los historiadores. Durante días sus cabezas “adornaban” los caminos que iban al Caserón de Palermo.
4) Se le ocultó a Rosas el real poder y fuerza militar con la que contaba. El secretario confidencial que copiaba sus notas y despachos tenía un hijo que estaba en connivencia con Urquiza. Por su intermedio, este empleado durante mucho tiempo le envió copias a Urquiza anticipándole sus planes militares.
5) Rosas, excelente gobernante, con una inteligencia superior a la media, gran estratega político, con altísima capacidad diplomática, defensor inconmovible de la soberanía de la nación, ya en los tiempos de la batalla de Caseros como militar tenía sus bemoles. Tantos años de gobernar al país, con luchas intestinas interminables, teniendo una actividad política que lo obligaba a un permanente sedentarismo, lo perjudicaron en este último encuentro contra el imperio del Brasil y sus socios externos e internos. Y decimos socios ‘externos’ pues al Brasil, Uruguay, Paraguay se le sumaban las permanentes intrigas de Inglaterra y Francia. ¡Una verdadera coalición mundial!
Rosas tal vez haya equivocado su accionar. A pesar de que sus generales le habían aconsejado pelear en las cercanías de Buenos Aires, en su entrada, para dar tiempo a que las huestes aborígenes leales del sur de la provincia llegaran para defenderlo, optó por dar pelea inmediatamente en Caseros y Morón.
No sabemos las razones por las cuales Rosas tuvo la actitud de desoír los consejos de sus generales. Si fue por exceso de confianza en su ejército; por no creer que los brasileños y los soldados correntinos y entrerrianos se animasen finalmente a atacar a la Confederación; por creer en algún designio del cielo; por el cansancio de tantos años de guerras para defender nuestra tierra y volver todo a un punto muerto o por un conjunto de todo esto.
No debemos dejar de tener en cuenta que Rosas comenzó su actividad política muy temprano, apartándolo ésta de sus intereses rurales. Las organizaciones municipales lo buscaban para ordenar la vida de los pueblos permanentemente en anarquía o caos. Así fue elegido alcalde por el Partido de San Vicente en 1820, cargo que no aceptó. Este hecho es bastante ignorado en los libros, sobre todo teniendo en cuenta que, curiosamente su primer Alcalde había sido José de San Martín.
No sabemos ni existe documentación que pueda justificar o comprender la decisión de Rosas de no tomar las medidas de defensa correctas cuando se le había advertido, de la “renuncia” (sic) o traición del Gral. Pacheco y de los avances de los brasileños y Urquiza sin oponérseles resistencia. Cuando tomó conciencia de todo ello, fue demasiado tarde. Rosas pudo oponer a la falta de organización militar la arenga, su propia persona en el campo de batalla o su alta capacidad política, pero eso ya no fue suficiente.
Carlos Ibarguren interpreta ese cansancio de Rosas de lidiar durante años y años contra las fuerzas antiargentinas de adentro y de afuera con el hecho de que las adhesiones personales y las que tenía en el interior iban menguando con el paso de los años.
En el mismo sentido Vicente Sierra hace notar que J.M. en las cartas a Felipe Arana por el año 1848, advertía que el mundo avanzaba inexorablemente a políticas y gobiernos liberales y aunque ello redundara en perjuicio para la nación, poco se podía hacer ya que el apoyo por parte de las clases altas menguaba debido a que se estaban aburguesando y por lo tanto se cansaban de las eternas luchas que perjudicaban sus negocios. Esto se sumaba al hecho de que las clases populares que, si bien seguían apoyando a Rosas, también deseaban finalmente una sociedad más tranquila, y creían que con Urquiza podía volver a establecerse una sociedad sin más guerras.
Por supuesto que viendo cómo se sucedieron los hechos en los años siguientes, fue un error y el pueblo todo sufrió las consecuencias de su visión equivocada de un futuro que se presentaba pacífico e idílico.
La batalla se conoce como de “Caseros” pues allí estaban apostadas las huestes brasileñas. El grueso de los soldados de Urquiza estaba en Morón, pero como los que comandaban eran los brasileños y fueron en definitiva quienes escribieron esta historia, ellos le dieron el nombre de batalla de “Caseros“.
Podemos decir que los soldados de Urquiza, a regañadientes pelearon bajo sus órdenes pues tenían como aliados a los brasileños. Aquellos mismos contra los cuales pelearon durante años, por esta razón se sentían consternados y sin ánimo de pelear contra Rosas.
El pueblo de la Provincia de Corrientes, el de la Provincia de Buenos Aires y la propia ciudad, no recibieron precisamente de buena manera a Urquiza y sus tropas: lo sabían traidor, ¡pero…qué podían hacer! …. Su silencio y el cierre de las ventanas de sus casas fueron el modo en que manifestaron su disgusto.
Un dato de color: en Paraná cuando las tropas correntinas y entrerrianas comenzaron a marchar hacia Buenos Aires, en silencio, adustos, sin demasiado convencimiento de lo que estaban haciendo, se oyó una sola voz entre ellos que gritó “¡¡Muera Rosas!!l’”que no encontró eco en los demás soldados. . Era la voz de Evaristo Carriego (abuelo del futuro escritor del mismo nombre). Paradójicamente, con el tiempo fue otro “arrepentido“, ya que luego de la batalla de Pavón, se convirtió en acérrimo enemigo de Justo José de Urquiza.
Según mencionamos precedentemente, entre las tropas invasoras se encontraban muchos mercenarios alemanes, e italianos partidarios del asesino Garibaldi. En 1864, éste estuvo en Inglaterra, en Southampton, y fue recibido como huésped de honor por parte de las autoridades inglesas, tratado como una eminencia ante la ovación de la muchedumbre. En esa oportunidad quiso visitar a Rosas para conocerlo personalmente, pero J.M. no se le acercó ni intentó hablarle. En otras palabras, “le dio la espalda“. Como debía ser.
Con la derrota a manos de Brasil y sus aliados (Paraguay, Uruguay, Entre Ríos, Corrientes, más personajes como Salvador María del Carril), la Argentina perdió las Misiones Orientales que pasaron a territorio brasileño; la soberanía de los ríos interiores Uruguay y Paraná que habían sido sostenidos y acordados luego de la guerra contra Francia e Inglaterra en 1845 y los territorios del Paraguay y el Uruguay por los que habían luchado Artigas, Lavalleja y Oribe durante tantos años. Este Uruguay también perdió parte de su territorio a manos del Brasil por medio de un tratado compulsivo.
Alberdi, “el arrepentido” (sic), muchos años después, fue uno de los propulsores jurídicos más importantes para lograr la libertad de la navegación de los ríos interiores para todos los países del mundo. Esto se vio reflejado en la Constitución liberal de 1853, hija putativa de la derrota de Caseros por la alianza extranjera. El mismo Alberdi que requería imperativamente “que la Argentina pidiera y se llenara de préstamos en el extranjero, que empeñáramos nuestras rentas y bienes nacionales para empresas que harán prosperar al país” (‘Bases…’ en Obras Selectas, T.X, pág.86)
La mayoría de los oficiales de la Confederación, luego de la batalla y absolutamente derrotado Rosas y en retirada todo su ejército, se pasaron a las órdenes de Urquiza. Esto fue informado por el diplomático inglés Gore a sus superiores en una carta enviada días posteriores al 3 de febrero.
Con el tiempo y a fin de atraer a los antiguos federales para pelear contra Mitre y los unitarios que lo habían manipulado para alzarse contra el gobierno legal de Rosas, Urquiza nombra a antiguos “rosistas” para asumir cargos públicos: Arana, Lahitte, Baldomero García, Nicolás Anchorena, y el Gral. Guido.
Se conocen los detalles de la ida de J.M. a Inglaterra, pero debemos considerar que junto a él y su familia fueron exiliados el Gral. Jerónimo Costa, el Gral. Pascual Echague (por poco tiempo) y el General Lucio N. Mansilla, héroe de la independencia y de las guerras contra los ingleses en Vuelta de Obligado. Estaba casado en segundas nupcias con Agustina Ortiz de Rozas, de 15 años en ese momento, y la más bella de las hermanas de J.M. Fueron padres ambos del también conocido militar y escritor Lucio V. Mansilla.
Echague se instaló en España (Cádiz, Madrid) recuperando su estatus-quo al volver a los dos años a Buenos Aires.
Lucio N. Mansilla, hombre inteligente y con luces no solo militares sino políticas y sociales, en el año 1834 siendo Jefe de la Policía de la ciudad creó y reglamentó el Instituto de “Serenos” que dio inicio a las luminarias de las calles de Buenos Aires, y estuvo vigente durante muchos años hasta entrado el siglo XX. Este sistema fue luego copiado en Brasil y Uruguay.
Mansilla, a diferencia de J.M. se fue a vivir a París, Francia, visitaba frecuentemente a la Corte de Napoleón III quien lo tuvo en alta estima y le brindaba un trato privilegiado. Del mismo modo apreciaba a J.M. a quien le ofreció ir a vivir a Francia. Napoleón III trató con consideración a Mansilla y a Rosas a pesar de que éstos habían sido enemigos de su Imperio, por entender que habían defendido su patria como él lo hubiera hecho si algún extranjero hubiera querido invadir Francia y abatir su independencia. Años más tarde, Mansilla regresó a Buenos Aires donde murió en 1871.
IV.- CONSECUENCIAS DE LA DERROTA EN CASEROS- ROSAS EN EL EXILIO- ‘ANTIRROSISMO’ DE ALGUNOS FAMILIARES SUPÉRSTITES y ANTIGUOS FEDERALES
Sabemos que por cuidar “su piel” y por cuestiones materiales muchos que eran ‘rosistas’ y juraron defender la patria, traicionaron hasta sus propios dichos sólo días antes de comenzar la batalla de Caseros. Pero ¿por qué la muchos de los descendientes de Rosas fueron, paradojalmente, ‘antirrosistas’ a pesar de que J.M. y su nación habían sido derrotados y humillados por Brasil y sus socios?
La respuesta, poco conocida, podría ser un conjunto de causas y situaciones convergentes que desembocaron en lo referido.
Comienzan con su hijo J. Bautista Pedro Ortiz de Rozas. Fue una personalidad gris, taciturna, algo oscura políticamente hablando, y que no tuvo participación alguna en la política de la época de su padre. Vivió prácticamente a la sombra de éste, quien no sólo nunca lo tuvo en consideración, sino que además lo subestimaba en su capacidad:
En una oportunidad, J. M. le dio en propiedad, como adelanto de herencia, algunos campos que pertenecían a Encarnación Ezcurra. Al poco tiempo tuvo que recomprárselos pues si bien a J. Bautista le gustaba andar a caballo, no le interesaba en absoluto vivir permanentemente en el medio rural, ni administrar sus campos.
J. Bautista era una persona afable, a quien sobre todo le atraía la vida de la ciudad: las mujeres, el teatro, el circo (se encandilaba con la destreza de los magos), las fiestas… Disfrutaba con todas las actividades sociales, y se mostraba totalmente ajeno a la política.
Tenía buen corazón, era amigo de sus jóvenes amigos (aunque estos fueran unitarios, no hacía distinción ideológica en cuanto a sus afectos) y fue muy querido por su hermana Manuelita y por su abuela Agustina López Osornio, madre de J.M.
Hablemos de otros hechos que explicarían el ‘antirrosismo’ de algunos familiares de J. M., aunque ésto pueda parecer inverosímil.
Algunos de los familiares y antiguos federales que se habían beneficiado durante la gestión de Rosas, luego de su derrota, no sólo le negaron ayuda sino que hasta lo crucificaron con silencios, y lo denostaron en aras de mantener sus vidas y sus bienes. Entre ellos el canónigo Miguel García y Saturnino Segurola quienes no vacilaron en darse vuelta apenas el triunfo de Urquiza.
Como vemos, Judas los hubo siempre.
Todo esto acentuó la tristeza de Rosas, pero a la vez, también su humanidad, engrandeciéndolo aún más a la vista de la historia. Si a una nación se la conoce por la grandeza de sus hombres, podemos sentirnos íntimamente regocijados de quienes somos gracias a hombres como J. M. de Rosas.
Podemos decir que en Inglaterra J.M. era un hombre ensimismado y dolido por la actitud de aquellos en quienes más confiaba y por quienes fue traicionado. Aquellos que silenciaron su nombre, lo ignoraron a él o ignoraron lo que hizo por ellos y por la Nación. Sorprendido por el proceder de sus supuestos adeptos, sufría mucho más por los federales que lo habían abandonado que por los propios unitarios de los que J.M. ya conocía sus pensamientos y acciones.
Fue traicionado por muchos de los federales de buena posición social y económica, comenzando por el Gral. Ángel Pacheco, como ya comentamos anteriormente. Hubo honrosas excepciones, entre otras, el Gral. José de San Martín, Lorenzo Torres, Los Costa, Mariano Balcarce, Tomas Guido, Pascual Echague, alguna de sus hermanas, Los Terrero, los Mansilla, Roxas y Patrón (fundador del Banco de la Provincia de Bs.As. en 1836, hecho olvidado por completo hasta el día de hoy), Dalmacio Vélez Sarsfield (en su vejez luego de haberlo combatido toda su vida), los descendientes de Martiniano Chilavert (cobardemente fusilado luego de la batalla de Caseros junto al Gral. Santa Coloma y decenas de federales fieles), los Ezcurra, la mujer de Facundo Quiroga, y sus amigas Eugenia Castro y sobre todo Josefa Gómez quien le escribía usualmente y bregó durante años por su reivindicación.
Los demás, principalmente los Anchorena, primos de los Ortiz de Rozas, le dieron la espalda para unirse a Urquiza a cambio de no perder sus posesiones y bienes (tal vez también sus vidas). Algo que aún es frecuente en nuestra tierra en estos días.
A ellos J.M. se refería con estas palabras: “¡Esos Anchorena! Y muy especialmente el tal don Nicolás. ¡Qué hombre tan malo, tan impío, tan hipócrita y tan bajo, tan asqueroso e inmundo!”. Queda bien clara la opinión que tenía sobre algunos de sus parientes que se apartaron luego de Caseros.
Debemos tener en cuenta el contexto histórico. Reconozcamos que era difícil ser federal en esos tiempos tan turbulentos. Había que tener un carácter fuerte y sólido en los ideales para aguantar el embate ‘social’ del unitarismo triunfante, con peligro de caer en desgracia y el riesgo cierto de ser ejecutado sin demora.
Luego de la caída de Rosas, el Caserón de Palermo, orgullo del Brigadier y de la Confederación Argentina, sufrió sucesivos cambios hasta su demolición en 1899.
Primero, fue residencia de Urquiza, que permaneció allí Urquiza durante 7 meses luego de su llegada a Buenos Aires. Posteriormente, durante la presidencia de Domingo F. Sarmiento, fue sede de la Escuela Militar entre 1870 y 1892. Por último, hasta 1898, sería establecida allí la Escuela Naval.
Como nota de color, cabe recordar que, en 1866 en parte de su parque, donde actualmente se encuentra el Planetario, se creó el “Buenos Aires Cricket Club“. Allí se jugó el primer partido de futbol de nuestra historia el 20 de junio de 1867. Era una especie de mezcla de “Foot-Ball” y “Rugby“. El encuentro que se inició a las 12.30 hs duró casi dos horas. Participaron 16 jugadores, 8 por bando, uno capitaneado por Tomas Hogg y otro por Walter Heald. El equipo de Hogg se impuso 4-0.
Durante todo ese tiempo, el Caserón de Palermo no fue mantenido adecuadamente, y por este motivo fue arruinándose poco a poco. Hasta el propio Sarmiento deploraba el estado de abandono diciendo que la residencia parecía más una “tapera en lugar de un palacio histórico” reconociendo con ello la envergadura y valor del edificio el cual había denostado y criticado durante el gobierno de la Confederación, demostrando de este modo que sus diatribas y denuestos tenían una pura intencionalidad política (“…fortuna será que no se venga abajo la construcción bárbara del tirano, notable y digna de conservarse por su originalidad arquitectónica como por su importancia histórica“). Primero la designa como la construcción bárbara del tirano, e inmediatamente después y, sin sonrojarse ante su contradicción, declama la originalidad arquitectónica e importancia histórica de la obra.
Más aún, Sarmiento logró que la Legislatura aprobara en 1874 su proyecto de ley para crear en las tierras de Rosas un parque al que llamó “3 de Febrero“, en alusión a la batalla de Caseros. Lo que la ley no pudo evitar es que el pueblo porteño lo siguiera llamando “Palermo” tal como se denominaba en los tiempos de J.M. En la actualidad, si algún turista preguntase a un lugareño dónde queda el Parque 3 de Febrero (como consta en los mapas) es muy probable que respondiera que no lo conoce, pero si en cambio preguntara por los bosques de Palermo, casi con seguridad, le sabrían indicar su ubicación.
La zona permaneció en estado de franco abandono durante muchos años, hasta que se fue recuperando gracias a la gestión del intendente Marcelo Torcuato de Alvear, quien en 1889 le devolvió parte de su prestancia y calidad.
Tal como mencionamos anteriormente, desde 1892 hasta 1898 se había establecido allí la Escuela Naval y en esos tiempos se comenzó a pensar en su destrucción, más por razones políticas que por cuestiones edilicias. La actual Avenida del Libertador pasaba cerca del Caserón. Luego se cambió su traza y la de la Avenida Sarmiento para que coincidieran con parte del solar y de esta manera, justificar su destrucción. Existen fotos actuales que han podido establecer donde estaría exactamente hoy el Caserón de Palermo.
El intendente Adolfo Jorge Bullrich quien ejerció el cargo durante la segunda presidencia de Julio Argentino Roca, entre 1898 y 1902, ordenó que la Casona fuera dinamitada. El funcionario contaba con el apoyo del diario ‘La Prensa’ que estimulaba y acicateaba la pronta destrucción del Caserón.
Si bien no se sabe a ciencia cierta quien finalmente dio la orden para la demolición, si el intendente por iniciativa propia o el presidente Roca, se cree que fue impulsada por Bullrich, que manifestaba un odio visceral contra todo lo que fuera Rosas y aquello que lo representase. Y así, con saña, ejecutó la destrucción.
El derribamiento fue hecho a las 00 hora del día 3 de febrero de 1899, pues Bullrich quería que coincidiera con tal fecha “de modo que el sol de Caseros no alumbre más ese vestigio de una época luctuosa y que fue la morada del tirano…ninguna razón habría para empeñarse en mantener en pie una construcción vulgar…cuya vista solo remueve memorias de sangre, de crimen y de opresión y barbarie. Abajo pues el odioso baluarte del más cruel de nuestros caudillos” publicaba el Diario “La Prensa” en sus ediciones del 14 y el 26 de enero de 1899.
La decisión de Bullrich fue fríamente calculada, fundada en razones políticas, proselitistas y demagógicas. Eligió la medianoche, para que las luces eléctricas que comenzaban a verse en Buenos Aires se mezclaran con las explosiones luminosas de la dinamita, a modo de luces y fuegos de bengala resplandecientes propios de un festejo, mientras la Casona volaba en mil pedazos. La triste ceremonia concluyó con la invitación a los asistentes a un asado y cerveza hasta la mañana siguiente.
El intendente fue muy criticado por tal decisión, hasta por las propias autoridades y políticos del momento como Mitre, Sarmiento y Avellaneda que también aborrecían a Rosas. La diferencia con Bullrich era que ellos odiaban la idea de nación que él representaba e hicieron lo posible por derrocarlo, pero su encono no era a nivel personal. Pudieron distinguir las discrepancias ideológicas del valor cultural de las construcciones históricas ricas en arquitectura y diseño que pudieran existir, como por ejemplo la Casona de Palermo.
En este tenor también se expresó José Zeferino Álvarez Escalada ,”Fray Mocho’“,”‘Rozas, lo que queda en pie“- en Caras y Caretas – Nro. 18 del 4-2-1899 donde dice que Bullrich “…emplea la piqueta de sus peones en demoler un viejo edificio, sugestivo y típico …sin razón, sin motivo y solo inspirándose en rancias preocupaciones, venga un espíritu que ni es de político, ni de historiador, ni de pensador, ni de nada, sino el de un empresario anónimo de la multitud, a demoler de un puntapié algo que a los sabios del futuro les contará muchas vigilias reconstruir“. Es lapidario. Lo tilda de burro, mercantilista, ignorante.
A los pocos días de dinamitarse la casona, fue contratado el arquitecto y paisajista Carlos Tahys para remodelar ese enorme espacio verde y hacer, a imagen de París, los parques y jardines que hoy conocemos.
J.M. de Rosas fue al único a quien se le confiscaron sus propiedades después de su derrota en Caseros. Manuelita, ya muy mayor, en el año 1886, viajó brevemente a Buenos Aires, y pudo recuperar sus posesiones heredadas por la rama materna. Volvió a Inglaterra y nunca retornó al país ni ella, ni su marido, Máximo Terrero ni sus hijos. Cabe recordar que los niños habían nacido en Inglaterra y para ellos esa era su patria, hablaban castellano con fuerte tonada y dicción inglesa.
Quienes acompañaron y crecieron bajo el gobierno de Rosas, incluidos familiares directos e indirectos, no sufrieron confiscación alguna (Lorenzo Torres, Felipe Arana, Ángel Pacheco, el Gral. Lucio N. Mansilla, entre otros) y pudieron adaptarse a los nuevos tiempos sin dificultad. Algo que, lamentablemente, suele acontecer aún en la actualidad. Un caso notable es el de Felipe de Elortondo, que fue director de la Biblioteca Pública durante todo el gobierno de J.M, y apenas caído Rosas, rindió homenaje a Urquiza para conservar su puesto. Quizá se trate de uno de los traidores que más impudorosamente ha quedado expuesto en nuestra historia, junto a Rufino de Elizalde y Pastor Obligado, como veremos más adelante.
Un dato curioso: los Anchorena, que crecieron económicamente en la época de Juan Manuel, y eran sus primos segundos, el mismo día que cayó Rosas se pusieron del lado de Urquiza sin sombras de duda: Fueron los únicos que nunca se desempeñaron como funcionarios ni tuvieron cargos políticos durante todo el período que Rosas estuvo en el poder.
Estos federales “rosistas” dadas las circunstancias violentas imperantes luego de Caseros, cabe recordar que hubo muchos asesinatos y fusilamientos, se volvieron porteñistas. Éste era un grupo que aglutinaba a los ‘unitarios’ con los antiguos federales de la Provincia de Buenos Aires, contra los federales del interior. En sus filas encontramos personajes que habían sido furiosamente ‘rosistas’ como los Anchorena, Pastor Obligado, Rufino de Elizalde, Agrelo, Vélez Sarsfield.
Estos cuatro últimos luego de la caída de Rosas, fueron los promotores principales de que lo declararan reo de lesa patria y le confiscaran sus bienes.
Pastor Obligado, antiguo partidario de Rosas, nombrado en 1853 Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, súbitamente se volvió liberal, y procesó y mandó a fusilar a decenas de antiguos federales “rosistas“.
Los historiadores entienden que las razones por las cuales aquellos que en su momento se declararon fervientes sostenedores de la libertad de la patria siendo “rosistas” ejemplares, y cambiaron de bando sin sonrojarse, han sido las que se repiten con frecuencia en la historia, y siguen vigentes aun hoy en día: cobardía, miedo, resentimiento, ansias de poder, bajeza de sus almas, maldad, instinto de conservación, entre otras.
Paradojalmente, los que rechazaron la confiscación de los bienes de Rosas por entender su real honestidad fiscal y patrimonial, fueron Félix Frías, Carlos Tejedor y el mismo Salvador María del Carril. Todos ellos a pesar de haber sido sus opositores y habiéndolo denostado en otros aspectos destacaron su honradez. ¡Cosas de nuestra historia!!!!
El resultado de la votación en la Asamblea Legislativa fue 21 votos a favor de la expropiación y 12 en contra.
Otra incongruencia más. Adolfo Alsina, junto a Vicente Quesada (padre del historiador Ernesto Quesada que más tarde y siendo ya mayor, reivindicó a Rosas y su obra) y a los detractores mencionados precedentemente entre otros personajes, fueron los propulsores de la confiscación de los bienes de J.M. Y aquí aparece una singularidad: con el transcurso del tiempo, el nieto de Rosas, J. M. León, fue adlátere y socio político de Alsina, principal ideólogo de la incautación ilegítima del patrimonio de su abuelo.
Otro ejemplo de este tipo de incongruencias es el caso de Máximo Terrero. Mientras él se desempeñaba como cónsul de Paraguay en Londres, su sobrino político J. M. León peleaba a las órdenes de Mitre y Urquiza en la guerra contra el Paraguay. Otra de las contradicciones de nuestra historia patria.
Así se escribe nuestra historia. Las distintas circunstancias podrán explicarse con palabas, pero nada de lo que pueda decirse podrá rebatir los hechos sucedidos. Y muchas veces, las motivaciones reales de la forma de proceder de los protagonistas permanecen en el silencio de sus pensamientos.
En todas las cartas de J.M. desde Inglaterra se percibe claramente la intención de mantener su dignidad, pero se cuela en ellas algo de resentimiento, y en no pocas ocasiones también se observa cierta humillación. Esto se hace evidente cuando le escribe a varios de sus familiares y aún a antiguos enemigos como Urquiza para rogarles, casi presionando, que le enviaran dinero. A veces hasta adoptaba un tono imperativo ya que consideraba injustas las confiscaciones de sus bienes y los de su mujer e hija. Y estaba en lo cierto, ya que jamás había tocado un peso del erario y fue ésa una de las mayores falsedades que se han sembrado en nuestra rica historia, hecho que no resistió la profusa documentación que justamente demostró lo contrario.
En una de sus obras, Roberto D. Müller nos grafica esos ruegos, a través de una carta de Rosas dirigida a Urquiza fechada en noviembre de 1859. En la misma lo presiona con palabras cargadas de desesperación, casi humillándose frente a quien fuera su enemigo y traidor al país, para pedirle dinero para sobrellevar su condición de pobreza. Como persona de honor que era, una vez que le fueran restituidos sus bienes confiscados, se comprometía a devolver todo agregando los intereses que pudieran corresponder:
“Desde que llegó a mis manos, la muy apreciable de V. E. Febrero 15 de 1859, que contesté el 8 de Abril ninguna carta, ninguna contestación, ni palabra alguna he recibido de V. E.- En 5 de Julio, 5 Agosto de 61, y en 4 de Febrero del 62, escribí a V. E.- Porque no me ha contestado V. E -? Por qué no me ha hecho conocer de algún [sic] manera [su] desagrado por escrito o de otro modo-? O no ha creído V. E. en mis palabras de la más fina amistad, de gratitud y de respeto-? Cual es, Exmo. Señor, mi falta para no haber merecido de V. E, algún aviso de recibo, alguna demostración, ni palabra alguna-? Permítame V E. [este] desahogo tan natural…Continuando privado de mis propiedades por tan largo tiempo, me encuentro ya, precisamente obligado a salir de esta casa, a dejar todo, pagar algo de la que debo, y reducirme a vivir en la miseria- Y en tal estado si V. E. puede hacer alga en mi favor, es llegado el tiempo en que yo pueda admitir las generosas ofertas de V. E, para sacarme, a aliviarme, en tan amarga y difícil situación- Cualquier cantidad, o cantidades, que V. E. pudiera acordar a mi favor, haciéndolas entregar en Bs. As. a los Agentes de SS. G. F. Dickson y Compañía o estos mismas SS en Londres, llegaran con seguridad a mis manas- Lo que fuere lo devolveré a V. E. can el correspondiente interés, luego que me fueran entregadas mis propiedades; y en mi muerte para ese tiempo, para mi Albacea, a quien a desde ahora encarga pagar esa deuda sagrada, casa de contraerse“.
La vida de Rosas en Inglaterra tuvo sus altos y bajos en cuanto a su situación económica. No debemos de dejar de tener presente que permaneció allí durante veinticinco años y en ese tiempo tuvo momentos de buen pasar, que le permitieron, por ejemplo, costear trabajos de carpintería para la iglesia católica St. Joseph en Southampton, donde residía.
J. M. se vio obligado a pedir préstamos bancarios por 3.000 libras esterlinas anuales con un interés del 3% (lo usual por aquellos tiempos en Inglaterra), por ello, una parte importante del dinero que le enviaban desde Buenos Aires, era para pagar esa deuda.
Él manifestaba que para poder cumplir con sus obligaciones sociales con personas de alto nivel socioeconómico, tenía la necesidad de disponer de un coche, caballo y un lugar acorde a tales fines, condiciones que su Farm no ofrecía. Por eso tenía dos propiedades, a las que nos referiremos más adelante.
A partir de 1857 comenzó su declive económico hasta hacerse grave en 1863. El propio Rosas afirmó que, debido a sus estrecheces económicas se vió obligado a vender la vaina de su espada con empuñadura de oro que le había obsequiado la honorable Junta de Representantes por sus victorias en la Campaña del Desierto.
Durante sus últimos años de vida J.M. consiguió el apoyo económico de algunas personas, como el Coronel Prudencio Arnold y Carlos Ohlsen (amigo de Urquiza) a los cuales apremió para que lo ayudaran. Les enviaba cartas en las que se quejaba amargamente de su penosa situación y de la carencia de recursos para poder subsistir. Asimismo, cuando moría alguno de sus benefactores, le solicitaba a sus herederos que le continuaran enviando divisas tal como lo venían haciendo sus antecesores.
Los Terrero y Roxas y Patrón le enviaban dinero. Este capital sumado al remitido por otros allegados, le resultaba suficiente para cubrir sus necesidades y gozar de un buen pasar. Entonces, cabe preguntarse el por qué de su actitud de súplica mendicante, pidiendo y hasta presionando para que se le enviara más y más dinero. La respuesta puede hallarse en el hecho de que J.M. no tenía demasiado status político o social en Inglaterra, y solo un patrimonio importante podía garantizarle el respeto y la posición que él entendía ser merecedor. En aquellos tiempos únicamente se obtenía por medio de títulos nobiliarios o riqueza.
Rosas llevaba un registro bastante escrupuloso de quienes lo ayudaban económicamente, nombres y montos de los préstamos, etc.
Pero también llevaba un fiel listado de quienes lo ignoraron olímpicamente ante sus requerimientos. Aquellas personas a las cuales J.M. estando en el poder, ayudó a crecer y expandirse económicamente. Entre ellos, algunos de sus hermanos y sobre todo, los Anchorena.
A quienes le prestaban dinero, Rosas les prometía su devolución, más los intereses que pudieran corresponder, apenas le restituyeran sus propiedades injustamente confiscadas o cuando los Anchorena le pagasen lo adeudado por todos los años que J.M. había administrado sus propiedades.
Los Anchorena nunca contestaron las cartas enviadas por J.M. y mucho menos, le enviaron suma alguna a lo largo de los 25 años de exilio, desentendiéndose de todo su pasado y de ese modo intentar borrarlo.
En lo cotidiano, cómo se relacionaba Rosas con su círculo cercano? Los ingleses que lo frecuentaban, es decir aquellos que lo invitaban a asistir a salidas de caza e ir a las carreras, lo describían como una persona caritativa y bondadosa en el trato con los demás.
Pero su vida familiar tuvo sus luces y sus sombras. El principal motivo era el hecho de que Rosas tenía toda su energía dirigida a reivindicar su nombre y lograr la devolución de su patrimonio injustamente confiscado por los unitarios. La angustia contenida que esta situación le generaba, sumada al tiempo que le insumía gestionar los reclamos, actuó en desmedro de su relación con la familia.
En un primer momento, pensó que iba a poder recuperarlo todo. Por esa razón utilizó gran parte del dinero obtenido por la venta de su Estancia San Martin (en la actual zona de Lomas de Zamora), en el alquiler de una casona en Southampton, que si bien era muy costosa, estaba a la altura de quien la habitaba, según propias palabras de J. M. en algunas de sus cartas.
Debemos reconocer que de alguna manera, gracias a Urquiza se pudo concretar la operación de venta a José María de Ezcurra, uno de sus familiares. La misma se llevó a cabo en el breve interregno en que se anuló la confiscación.
Ese período se extendió desde el 7 de agosto hasta el 11 de septiembre de 1852. Año en que Buenos Aires se separó de la Confederación Argentina y en el que el gobierno de la ciudad volvió a decretar la confiscación de todos sus bienes.
La Casona a la que nos referimos anteriormente se llamaba “Rockstone House” y estaba ubicada en “Carlton Crescent“, un barrio bastante elegante de la ciudad de Southampton. Sólo pudo sostenerla hasta 1865.
Para encontrar las causas por las cuales debió rescindir del alquiler, debemos remontarnos a 1861, cuando la confiscación de los bienes de Rosas se hizo definitiva, luego de la derrota de Urquiza en Pavón. Recordemos que J. M. también alquilaba desde octubre de 1862 una Chacra llamada ‘Burgess Farm’ en las afueras de Southampton. La medida confiscatoria terminó con sus aspiraciones en cuanto a vivienda, ya que al tomar conciencia que no contaba con los recursos económicos suficientes para mantener ambas propiedades, optó por conservar la Chacra y dejar la Casona.
La chacra en cuestión estaba en una pequeña localidad: Swaythling (no Swanthling o Swarthling, como se ha escrito generalmente) distante a 3 millas del centro urbano de Southampton (Southampton y localidad de Swaythling (punto amarillo).
Según me han comentado, actualmente en ‘Burgess Farm’, se encuentra un ‘Country Club’ en el que todavía funciona el “Pub” al que J.M. iba de vez en cuando: el “Red Lion“, ubicado en 55 High Street, Rock Stone Place.
Un grupo de compatriotas admiradores de J. M. se ha puesto en contacto con los propietarios del Pub a fin de llevar un retrato suyo y una divisa punzó para exponerlos en las paredes del local. Ojalá esto pueda concretarse a modo de reconocimiento y homenaje.
Retomaremos ahora un tema que habíamos tratado precedentemente. J.M. estaba convencido que le iban a devolver su patrimonio. Recién luego de la batalla de Pavón en septiembre de 1861, momento en el que Urquiza perdió todo poder y prestigio, reconoció que aquello nunca iba a suceder.
No sólo confiscaron sus campos y el caserón de Palermo. También le fueron incautadas otras tierras cercanas, que hoy pertenecerían al barrio de Belgrano. Alsina fue el responsable de su subdivisión y venta a terceros con títulos insalvablemente nulos.
En más de una oportunidad, antiguos federales le insinuaron o directamente le propusieron que volviera a la Argentina para dirigir nuevamente el rumbo de la Nación. En esa época nuestro país vivía de revolución en revolución, en la anarquía y el caos y nada presagiaba que esto fuera a acabar. Por esta razón, los ojos de algunos se volvieron hacia Rosas, al reconocerlo como el último líder capaz de restablecer un orden. Él se negaba contestándoles que, si ello no le era solicitado por todo el espectro político de aquellos tiempos, no estaba dispuesto a hacerlo. Algo similar a lo que había hecho antes el Gral. José de San Martín.
Rosas nunca tuvo ansias de poder político, aunque su retorno le fuera propuesto reiteradamente por federales arrepentidos, sus renuncias a tomar las riendas de la Confederación fueron continuas, y prefirió dedicarse a sus ocupaciones privadas. En realidad, lo que le obsesionaba era lograr que le restituyeran los bienes que le habían sido injustamente confiscados, que le devolvieran el honor mancillado y que lo dejaran vivir tranquilo y en paz.
Todos sus hermanos y hermanas Gregoria (la mayor), Prudencio, Gervasio, Mercedes, Andrea, Agustina (la belleza de la confederación, la menor), María (Mariquita), Manuela, y Juana, pudieron seguir desarrollando sus vidas con normalidad, conservaron sus bienes y nunca fueron molestados.
El trato que éstos mantenían con Rosas luego de su caída fue diverso. Los cinco primeros se desentendieron de J.M. y jamás le enviaron ningún tipo de auxilio económico, abandonándolo a su suerte allá en Inglaterra. Esta actitud de sus propios hermanos le causó una profunda tristeza, puesto que se le hacía difícil comprenderlos, o sencillamente quizás no quiso hacerlo.
Afirmamos esto, pues no puede haber escapado a J.M. lo sucedido con algunas de sus hermanas. Comencemos repasando la vida de una de ellas: Andrea. Estaba casada con Francisco Braulio Sagui de Lamadrid, miembro de una familia eminentemente unitaria. Tuvieron una hija, también llamada Andrea, que se casó con un hermano del Gral. Mitre: Federico Mitre.
Todos ellos eran “antirrosistas” y enemigos de la Federación. Por el hecho de no ser federal, a Sagui de Lamadrid no se le ofreció puesto alguno en el Estado (dejando de lado el nepotismo característico de nuestra historia hasta hoy en día). Esta actitud puede haber ofendido de algún modo a Andrea, su hermana, y explicaría porque tuvo un trato frío con J.M. y jamás lo ayudó económicamente aun cuando éste lo necesitaba imperiosamente.
En los tiempos en que Buenos Aires era una aldea, era común el casamiento entre los miembros de las distintas familias distinguidas. Esta costumbre traía aparejadas disputas no sólo sociales, sino también políticas, algunas de ellas sangrientas.
Su hermana Mercedes estaba casada con Miguel Rivera, quien fue cesado de su cargo en la Universidad por no ser Federal. Esto nos lleva a pensar que tal situación podría ser el motivo de su distanciamiento con J.M.
Su hermano Gervasio fue mandado a detener por J.M. por ser sospechoso de ser miembro de los Libres del Sur, pretendida revolución de terratenientes. Se vio obligado a huir al exterior en 1839. No sabemos con certeza si estuvo implicado, ya que algunos autores lo niegan y otros, como su hermano Prudencio, afirman que estaba entre sus partidarios. Lo que sí es indudable es que estaba en contra del sistema de gobierno de su hermano. Con el tiempo Gervasio volvió al país, pero la relación con J.M. nunca mejoró, así que era previsible que no le enviara dinero cuando estaba en Inglaterra.
Extrañamente, hay dos personas que no ayudaron a Rosas en el exilio y cuya actitud le causó sorpresa y dolor.
Una fue su hermano Prudencio, furibundo ‘rosista’ y jefe militar. En palabras de Roberto D. Mûller: “Por demás extraño es que no se hayan conservado datos sobre algún apoyo financiero que pudiera haberle prestado Prudencio a su hermano, más aun cuando, llegado a Europa, se estableció primero en Lisboa, pasó luego a Cádiz y finalmente se radicó en Sevilla, donde llevó una vida dispendiosa, en un palacio de la calle de San Vicente, relacionándose con la mejor sociedad andaluza, a la vez que trababa amistad con el Duque de Alba, Eugenia de Montijo y el Duque de Montpehsier. Viajó también a Madrid y a Paris, y llegó a conocer a Napoleón III. Falleció el de julio de 1857 en Sevilla, dejando una gran fortuna.”
El autor citado se pregunta, y con razón, sobre Prudencio: “Estando en Europa, no tuvo interés alguno en visitar a su hermano o en provocar al menos un encuentro entre ambos?, No le debía acaso cargos, tierras y fortuna? Así como viajó por Portugal, España y Francia, ¿No pudo llegarse basta Southampton, para ver una vez más a don Juan Manuel?” Estas preguntas quedaran posiblemente sin respuesta, como también la que podríamos hacemos ahora: ¿Por qué Rosas, tan proclive a proclamar la ingratitud de sus familiares y amigos nunca pronunció una queja en contra de su hermano Prudencio?
Preguntas sin respuestas que puedan certificarse de modo alguno.
La otra persona que inexplicablemente no lo ayudó en el exilio fue María Josefa Ezcurra, quien fuera en su momento “rosista” de primera línea y ferviente defensora del gobierno de su cuñado. Era una mujer de enorme fortuna. No es un dato menor, considerando que J.M., para tapar el deshonor que aconteció cuando tuvo un hijo con Manuel Belgrano, lo adoptó y le dio su apellido.
Ante tamaña desconsideración J.M. le escribió desde Inglaterra, llamándola “ingrata” entre otros adjetivos, por haberle dado la espalda cuando más la necesitaba.
El resto de sus hermanas, en cambio, siguieron en contacto con él y le enviaban dinero cuando les era posible.
Otra persona que le ofreció ayuda económica fue Lord Palmerston, pero J. M. dignamente no la aceptó a pesar de haber tenido trato durante los años en que estuvo en Inglaterra.
Si bien J.M mencionaba que con Palmerston tenía una estrecha amistad, ciertos autores entienden que tenían una buena relación, pero que distaba mucho de ser muy cercana como para considerarla “amistad“.
Con seguridad, Rosas debe haberse sentido muy herido al tener que prácticamente mendigar dinero a través de cartas a sus familiares y compatriotas. No quería ver a casi nadie ya que, sumado a su carácter huraño, las incomodidades producto de su vida frugal le impedían concretar invitaciones sociales debido a que tenía poco para ofrecer, acaso sus recursos le alcanzaban sólo para sostenerse.
Esta situación adversa, que lo mantenía triste y preocupado en extremo, lo llevó a descuidar a su hijo J. Bautista y a desentenderse aún más de su nieto. Sobre todo porque como se sabe, J.M. no era precisamente una persona muy demostrativa en el momento de expresar sus sentimientos íntimos.
Cuando J. Bautista tuvo que emigrar junto a su padre a Inglaterra, envió a su hijo único, J.M. León, a estudiar a París, Francia. Allí, el joven pasó algunos años, casi sin contacto con su padre y menos aún con su abuelo, con quien tuvo una relación distante. Rosas ni siquiera despidió a su hijo, a su nuera y a su nieto cuando se fueron de Inglaterra y Francia para América.
El nieto de Rosas siempre se mostró ajeno a las ideas de su abuelo (aún más que su propio padre) y hasta llegó a rechazarlas, ateniéndonos al comportamiento que tuvo con J. M. y la actitud que adoptó ya de mayor. El porqué de esa conducta, sería la conjunción de varios factores: las ideas revolucionarias que seguramente influyeron en el joven J. M. León durante su juventud en París; la educación recibida en la Francia liberal; el poco contacto con su abuelo, quien nunca demostró mucho afecto hacia él, compenetrado en sus desgracias personales y económicas; y el escaso interés en la política que siempre demostró Juan Bautista, su padre.
A lo largo de su vida J.M. León, le mandaba a su abuelo una o dos cartas anuales desde Buenos Aires, por pura formalidad y sin contenido afectivo remarcable.
Lo descripto con anterioridad fue seguramente una combinación letal para que, J. M. León pensara sólo en el bienestar económico familiar y su carrera política, sin manifestar ninguna vinculación al ideario federal, ya debilitado en su padre.
Si bien no son justificables las actitudes de alejamiento del hijo y del nieto de Rosas, puede decirse en sus descargos que J.M. tenía un carácter hosco y no fue, precisamente un padre y abuelo presente, cariñoso y demostrativo. Siempre tuvo con ellos un trato correcto pero distante. Al principio, cuando estaba a cargo del Gobierno de la Confederación, porque las cuestiones políticas le insumían todo su tiempo, y luego en el exilio debido a las carencias padecidas.
También, y en honor a la verdad, debemos mencionar que los tiempos en los que les tocó vivir tanto a J. Bautista como a J. M. León, no deben haber sido fáciles para ellos. Recordemos que, por ese entonces, la “portación de apellido” les debe haber resultado adversa, “Rosas” era considerada mala palabra y sinónimo de “destierro social“.
Volviendo a J.M., su orgullo herido y la necesidad de reivindicar su nombre, lo llevó a tener poco trato no sólo con su hijo y su nieto, sino también hasta con Manuelita, su hija adorada, y a la cual veía, pero tampoco con mucha frecuencia. Recordemos una anécdota que pone en evidencia su personalidad, J.M. no asistió a la boda de Manuelita con Máximo Terrero porque no estaba de acuerdo con el casamiento.
La situación económica de Manuela y su marido Máximo Terrero no era acomodada, sino más bien difícil y por lo tanto poco podían hacer para ayudar a su padre. Además, vivían en Londres, que, si bien no quedaba muy lejos, en aquellos tiempos los medios de locomoción que no eran como los de hoy, hacían muy complejo el traslado desde Londres a Southampton.
La autoestima de J.M. debe haber influido en el hecho de no querer que sus hijos y nietos lo vieran en el estado de privación en que vivía en su chacra. Aunque no lo frecuentaban muy seguido, se alegraba cuando Manuel Máximo y Rodrigo Tomás Terrero iban a visitarlo y les brindaba un trato afectuoso. La diferencia en la relación con J.M. León., hijo de J. Bautista, era palpable.
Algunos autores mencionan que, si bien el trato con los hijos de Manuelita y Máximo era bueno, tampoco era de apego importante. Esa aparente indiferencia de Rosas produjo desinterés de sus nietos hacia él, quienes de algún modo le pagaron con la misma moneda.
No es posible afirmar que J.M. no haya querido a su hijo J. Bautista, aunque sólo le haya demostrado su afecto en el escaso intercambio epistolar que mantuvieron cuando éste fue a vivir a Brasil en el año 1855, donde permaneció algunos años antes de irse finalmente a Buenos Aires.
Según puede deducirse de sus cartas, la distancia que Rosas mantuvo con J. Bautista pudo haber sido producto de la subestimación y desilusión que éste le había provocado. Tal vez J. M. no pudo apreciar cómo era realmente su hijo varón ni reconocer sus valores y capacidades., Por el contrario, siempre lo desaprobó por no ser parecido a él mismo, en definitiva J. Bautista no era COMO ÉL HUBIERA QUERIDO QUE FUESE. Actitud parental bastante frecuente aún en nuestros días.
Analicemos un dato tal vez menor, ya comentado anteriormente, pero que resulta muy gráfico al respecto.
Rosas le había cedido en vida unos campos a su hijo J. Bautista para que los administrase. Éste no supo o no quiso hacerlo, en parte debido a que no le gustaba vivir en el campo ya que le atraía la vida de la ciudad.
Como esos campos daban pérdida, y J. Bautista no quería seguir haciéndose cargo de los mismos, J. M. se vio obligado a comprárselos, abonándole lo que correspondía, y en su lugar como administrador designó a su hijo adoptivo, Pedro Rosas y Belgrano.
Rosas consideró ese pago como un adelanto de la herencia para su hijo. Esto se vio reflejado en su primer testamento del 28 de agosto de 1862.
En La Clausula 9na. Dice:
“A mi hijo Juan Ortiz de Rosas, entregué al poco tiempo luego del fallecimiento de su Madre, todo lo que le tocaba por Herencia Materna –Consistía en las Estancias “Encarnación” y “San Nicolás”, con veinte leguas de tierra cuadradas, cinco mil ochocientas cabezas de ganado vacuno, de año arriba, incluso lo que ya había recibido antes en el Azul, y los caballos, yeguas, ovejas, útiles y demás correspondientes. Se recibió también de un terreno sobre el Riachuelo en la ciudad de Buenos Aires, en la parte interior, con los fondos hacia la convalecencia, cuya superficie tiene cómo de noventa a cien, o más cuadras cuadradas. Posteriormente se las compré sabiendo yo que Juan estaba próximo a vender esas veinte leguas cuadradas, se las compré, y pagué a mi dicho hijo Juan, en cuatrocientos mil pesos, esas mismas referidas veinte leguas de tierra cuadradas, correspondientes a las Estancias “Encarnación, y San Nicolás”. –Y los ganados con sus poblaciones, los compré al Sr. Dn. Simón Pereyra, a quien los había ya vendido dicho Juan“.
El disgusto de Rosas hacia J. Bautista se hizo más evidente en una modificación o codicilo hecho el 22 de junio de 1873 que en su Cláusula 6ta, dice:
“En cuanto a la clausula 9ª, agrego, que además de lo referido en ella, recibió mi hijo Juan la Estancia en el Azul, que vendió a Dn. Pedro Rosas Belgrano; cincuenta mil pesos importe de la que compró en la Matanza; quince mil pesos cuando estuvo en el campamento de los “Santos Lugares”. – “Que la casa que ocupó algunos años, desde su casamiento, era mía, habiéndola recibido amueblada; y que también durante los años que la ocupó gratis, comió en mi casa con su Esposa en la mesa de mi familia“.
Analizando lo expuesto precedentemente, podemos sacar algunas conclusiones.
J.M. (junto con su hijo adoptivo Pedro) tuvo que recomprar a desgano, los campos que le había dado a J. Bautista. Consideró el dinero que le había entregado por la recompra, como un adelanto de su herencia (en el testamento de 1862 no le cedió ninguna propiedad, sólo le otorgó la mitad de sus libros, la otra mitad le correspondió a Manuelita).
El enojo de J. M. con su hijo se puede percibir más claramente cuando remarcó en la modificación testamentaria de 1873 que la casa que había ocupado Juan Bautista desde su matrimonio con Mercedes, era de su propiedad. No obstante ello, el Restaurador detalló que por la misma J.B., nunca había abonado nada, ni siquiera el mobiliario y llegó a destacar el hecho de que la familia de su hijo había comido gratuitamente durante años en su mesa.
Estos documentos ponen en evidencia los sentimientos ambivalentes de J.M. hacia su hijo y, por extensión hacia su nuera Mercedes, para quien todo esto no pasó desapercibido. Además, seguramente el fusilamiento de Ramón Maza, marido de su hermana Rosa, por orden de Rosas, no hizo más que aumentar la distancia afectiva con J.M.
Rosas también demostraba mayor cercanía hacia sus nietos Rodrigo Tomás y Manuel Máximo (hijos de Manuelita y Máximo Terrero), a quienes incluyó en su testamento. No hizo lo mismo con su otro nieto, J.M. León, hijo de J. Bautista, poniendo de manifiesto una vez más las diferencias que hacía entre sus hijos.
Por su parte Manuelita, en contraste con la actitud de su padre, sentía mucho cariño hacia su hermano. Lo cuidaba, apañaba y protegía cuanto podía.
Ya habíamos adelantado que J. Bautista y su mujer Mercedes Fuentes y Arguibel se establecieron en Inglaterra hasta 1855, y como no se adaptaron a vivir allí, se trasladaron a Itajaí, Brasil, por varios años, hasta que finalmente se instalaron en Buenos Aires.
¿Por qué razón no fueron directamente a Buenos Aires?
Cuando emprendieron el regreso a Buenos Aires, les aconsejaron que no llegaran hasta la ciudad, porque las guerras civiles asolaban al país y podía ser peligroso permanecer allí. Por eso decidieron radicarse en Itajaí, Brasil, donde vivieron muy modestamente durante casi siete años. Él trabajaba como profesor de piano y ella, como profesora de inglés. J.M. León estuvo un par de años con ellos ya que apenas pudo, se volvió a Buenos Aires.
Estando en Itajaí, Brasil, J. B. le envía una carta a Mitre (enemigo acérrimo de su padre y partidario de su destierro y del suyo propio) felicitándolo por su victoria contra Urquiza en la batalla de Pavón en 1861 (en realidad, el triunfo de Mitre fue en los cenáculos masónicos más que en el campo de batalla). Probablemente esa carta fue una estrategia de J. B, que tendría como intención preparar su regreso a Buenos Aires, donde estaba viviendo su hijo desde 1858 con la familia de su madre, Fuentes y Arguibel.
En otros términos, podría entenderse como una hábil jugada política para que le tendieran un “puente de plata’“a fin de volver al país sin problemas. Y lo logró, ya que así ocurrió. Esa carta explicaría por qué razón, después de tantos años fuera del país, pudo volver a la Argentina con toda su familia sin que tuvieran ningún perjuicio.
Al momento de su retorno, su hijo, el jovencísimo J.M. León ya hacía tres años que estaba en Buenos Aires, viviendo con la familia de su madre. Recordemos que ni él, ni sus progenitores se encontraban proscriptos.
J. M. León, tenía una personalidad fuerte, era sumamente culto y dominaba varios idiomas. Fue un hombre honrado, de gran prestigio, amante de su mujer y de sus nietos y muy querido por su familia (según me han contado algunos parientes que llegaron a conocerlo personalmente).
Desde el punto de vista ideológico, podemos decir que creció económica y políticamente bajo el ala de los unitarios quienes lo apreciaron y cobijaron.
Tal como se mencionó anteriormente, dos elementos habrían coadyuvado en su inclinación política:
La forma indiferente en que J.M. trataba a J. Bautista, su padre, quien intentó infructuosamente a lo largo de los años que éste lo apreciara tal como era, y no como hubiera querido que fuera.
Su madre, Mercedes Fuentes y Arguibel, nunca simpatizó con su suegro, a quien detestaba principalmente porque su cuñado Ramón Maza (marido de su hermana Rosa) había sido fusilado en 1839 por orden de Rosas por conspirar para derrocarlo. Vicente Maza, padre de Ramón, también había sido asesinado y su mujer Mercedes Puelma, ante tanta desgracia acabó suicidándose. Ni su nuera ni J. Bautista, quien estuvo de parte de su mujer, se lo perdonaron nunca.
J. M. León se casó con Malvina Enriqueta Bond y tuvo varios hijos. Una de ellas fue María, quien se desposó con Rodolfo Molina Salas, y tuvieron tres hijas mujeres, una de ellas mi abuela Malvina (“Cota’“.
Rodolfo Molina Salas también era un acérrimo “antirrosista“. La razón es claramente comprensible. Su tío segundo, Avelino Viamonte, hijo del Gral. J. J. Viamonte, fue muerto supuestamente por la Mazorca por orden de J. M. por conspirar en su contra y colaborar en su derrocamiento. No queda muy claro de quien provino la orden, pudo haber sido de Encarnación, su mujer, ya que en ese momento J. M. se encontraba en la Campaña del Desierto. Este acontecimiento nos llevaría a entender el rechazo de los Molina Salas hacía J. M.
Es curioso como las circunstancias llevaron a que ciertos familiares de J. M. de Rosas (me refiero a su hijo J. Bautista, su nieto J.M. León y algunas de sus hermanas) no tuvieran en consideración lo que sufría el Gral. en el exilio. No se solidarizaron con él cuando se sintió abandonado por culpa de aquellos que crecieron social y económicamente bajo el manto de la Confederación, y luego le dieron la espalda y fueron promotores de su destierro y confiscación ilegítima de sus bienes.
Puede entenderse así, porqué los descendientes de J.M. sostuvieran ideas liberales y hasta “antirrosistas”, con algunas dignas excepciones, como veremos más adelante.
El “antirrosismo” en cierta parte de la familia se empezó a consolidar con el propio hijo de J. M., J. Bautista, quien se mostró poco interesado en la política y su mujer, Mercedes, que odiaba a su suegro por el fusilamiento de su cuñado. Culmina con el hijo de ambos, J. M. León, nieto del Gral. quien también creció ignorado por éste.
Con el correr de los años, J. M. León seguía consolidando su prestigio personal y político entre varios unitarios (Florencio Varela, los Alsina, Mitre, etc.) muchos de los cuales pertenecían a la masonería.
La masonería, donde “la fraternidad estaba por encima de la nacionalidad“, podría llegar a explicar la huida de Urquiza luego de derrotar en el campo de batalla a Mitre en el combate de Pavón. Y también explicaría el ascenso político y social de J. M. León, junto a otros masones como Sarmiento, Mitre, Derqui, etc.
Veamos el discurso de Mitre en 1868 a la delegación masónica norteamericana en la “Logia Constancia“:
“La Historia política de la República Argentina, sus luchas y sus conquistas están representadas en los cinco presidentes constitucionales que se cuentan en su historia constitucional. La primera, la de Rivadavia fue la más fecunda de todas… Los otros cuatro presidentes, Hermanos, se han encontrado una vez juntos y arrodillados al pie de estos altares; el General Urquiza que acababa de de serlo; el doctor Derqui que lo era entonces; yo que debía ser honrado más tarde con el voto de mis conciudadanos y el Hermano Sarmiento, que va a dirigir bien pronto los destinos de la Nación” (Del brindis pronunciado par el presidente Mitre en 1868 a la delegación masónica norteamericana, en banquete ofrecido en la Logia Constancia, en ocasión de la próxima asunción del mando por el Hermano Sarmiento- en “Arengas de Mitre“, edic. de La Nación, Bs.As. 1902, T.I, pág.270)
Si bien J.M. León no fue masón, según me aseguraron en el núcleo familiar, es claro que en aquellos tiempos en que absolutamente casi todo el arco político y social lo era o confraternizaba con la masonería, su buena relación con ellos, junto a su natural capacidad, debe haber facilitado su ascenso económico y político. Los hechos nos muestran que se rodeó de masones y de aquellos unitarios y federales renegados que hicieron la desgracia del país y de su abuelo.
Difícilmente alguien que alabara a J. M. de Rosas o a la Confederación en aquellas décadas pudiera acceder a cargos públicos o políticos encumbrados.
Veamos los hechos a los que nos referimos:
1- En Buenos Aires, Juan Manuel León, se dedicó al comercio y a la política. En tal sentido se alió, con Florencio Varela y Mitre, entre otros, hasta peleó y bravamente en la guerra de la Triple Alianza contra los paraguayos (donde fue herido) bajo las órdenes de Mitre, aliado a los brasileños y al traidor Urquiza.
Este suceso, con seguridad debe haber sido deplorado por su anciano abuelo desde Inglaterra, ya que, así como el Gral. José de San Martín le donara su sable, Rosas tuvo la intención el 17 de febrero de 1869 de legarle su propio sable al Mariscal paraguayo Francisco Solano López por su titánica lucha (donación que luego fue controvertida en su último testamento). Esto pondría en evidencia el concepto de Nación realmente antifederal que sostenía J.M. León.
2- Urquiza había derrotado a Rosas en Caseros, pero esto no pareció importarle en demasía, ya que se desligó completamente de su abuelo y durante el período en que Urquiza dirigió el país, se rodeó con cuanto traidor a la Confederación y a su abuelo hubo; personajes responsables del exilio forzado de su abuelo, y de la pauperización y dolor infinito del mismo hasta el día de su muerte.
Yo me pregunto y pregunto al lector;¿Ud. mantendría vínculos con aquellos que pudieran haber lastimado y hundido a su abuelo, condenándolo a un destierro eterno?
3- Este ´antirrosismo’ del hijo y del nieto de J.M (o por lo menos distanciamiento afectivo e ideológico) queda también claramente plasmado en el hecho que no consta que alguno de ellos se haya movilizado para lograr su reivindicación personal y patrimonial, sabiendo las penurias económicas sufridas él en el exilio. Penurias causadas por aquellos con los que J.M. León se codeaba en Buenos Aires y a quienes debía su ascenso social y económico. Nunca ayudó a su abuelo con dinero alguno, habiéndolo podido hacer.
Además, se puede corroborar en la sucesión de Encarnación Ezcurra cuando J. M. León se refirió en forma de algún modo crítica a su abuelo o al gobierno que éste representó, según se me ha referido oralmente.
En este trabajo se intentan describir las actitudes personales de los distintos protagonistas de este período histórico, no sólo en su faz privada, rica en detalles, sino también la relevancia que sus acciones tuvieron en la faz pública y sus efectos en la justísima defensa –o no- que de la Nación hicieron.
No está en discusión que J.M. León pueda haber sido en su vida privada un buen padre y abuelo, honesto en su vida personal, pleno de virtudes y capacidades, tal como me han transmitido.
Obviamente, quien esto escribe, no puede juzgarlo en forma directa por no haberlo conocido, pero desde el punto de vista de su actitud pública frente a quienes traicionaron al país, mancillaron a su abuelo, lo acusaron injustamente de traidor a la patria y lo confinaron a un destierro ignominioso, no puede dejar de señalar la situación omisiva y silenciosa, como una afrenta consentida por él. Esto es algo incontrastable.
Por lo menos no se oyó su voz oponiéndose a tales hechos. Si bien algunos descendientes me han informado que cuando Manuelita requirió que el gobierno nacional le devolviese los bienes confiscados a los Ezcurra, que le correspondían por herencia (finalmente lo logró luego de muchísimos años), J. M. León habría ‘adherido’ (sic) a tal pedido. Si esto ocurrió en realidad, respondería más a una formalidad, que a un deseo legítimo porque así ocurriese.
Primero, no consta que se haya opuesto a tal confiscación cuando tuvo la edad y la posición política y económica para hacerlo.
Segundo, el pedido de devolución de los bienes confiscados, no nació de él sino que se habría adherido a un pedido de su tía Manuelita (según me han relatado aunque sin ninguna prueba documental en tal sentido).
Tercero, a lo largo de su vida nunca se molestó en proclamar la injusticia de tales confiscaciones y del destierro de su abuelo. No se conoce ningún artículo periodístico o declaración pública suya al respecto.
En fin, si bien a J. M. León no le confiscaron sus bienes personales ni fue perseguido como su abuelo y su tía Manuelita, por una cuestión de dignidad debería haber protestado públicamente no sólo por el destierro y la confiscación, sino también debió haberlo hecho por el odio que manifestaban en privado y en público por su abuelo, aquellos con los que trataba diariamente, anatemizando su vida, su obra, su gobierno. No hay ninguna constancia que haya obrado en tal sentido.
El hecho de que Rosas, su hijo J. Bautista y Manuelita fueran los únicos a los que se les habían confiscado sus bienes, debe haber profundizado el distanciamiento de su familia, y provocado que J. M. se sintiera ‘abandonado’ por sus parientes.
Los demás Ortiz de Rozas no sufrieron tales confiscaciones ni persecuciones y siguieron con sus vidas cotidianas en Buenos Aires, a pesar de los eternos conflictos políticos y guerras civiles.
Juan Manuel León Ortiz de Rozas se afilió al partido Autonomista, fue director del Banco de la Provincia de Buenos Aires, diplomático, ocupó distintos cargos públicos (diputado, ministro) y llegó a ser Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, función que sólo ejerció durante tres meses debido a su fallecimiento.
Murió el 1 de Septiembre de 1913. Su sepelio y exequias tuvieron gran pompa, asistió la aristocracia porteña en pleno, y sobre todo, no faltaron los políticos y las grandes familias de ideas unitarias contra los que había combatido su abuelo, quienes fueron responsables de su caída, destierro y pobreza.
Como vimos anteriormente, María (una de las hijas de J.M. León) se casó con Rodolfo Molina Salas. Tuvieron tres hijas mujeres, María, Malvina Raquel –mi abuela- y Alicia, tataranietas del General.
1- Malvina Raquel, conocida en la familia como ‘Cota’, se casó con el que fuera luego mi abuelo, Emilio Natalio Gil, que tampoco era “rosista” ni federal, tal como se estilaba en aquellos tiempos educar a los argentinos. Ambos tuvieron dos hijos, Rodolfo Gil Molina, mi tío y Malvina Gil Molina, mi madre (la tercera Malvina en la familia). Ella se casó con Vicente Montoro Hunt y tuvieron dos hijos: mi hermana Andrea Malvina y el que suscribe este trabajo. Por lo tanto, mi madre es Chozna de Rosas, y mi hermana y yo, hijos de Chozno.
Mi abuela Cota- junto a su padre Rodolfo y su hijo, mi tío Rodolfo Gil (Ver fotos de los años 1912-1950 y 1956 respectivamente -en esta última, conmigo)
Mis tías abuelas:
2- María Molina Salas, conocida como “Mima”, fue a quien más traté porque fue la última en fallecer. Pudo participar de la repatriación al país de los restos de su tatarabuelo, y ver su reivindicación política, de la cual ella estaba profundamente orgullosa ya que, como mujer de criterio propio, supo ver la valía de J.M., la honorabilidad de su persona y su defensa de la patria. (Más adelante se verán fotos de ese momento histórico).
Ella se sentía profundamente federal y “rosista“, al igual que su marido Julio Rivas Argüello, abogado, quien además era estudioso y conocedor de la historia argentina hasta en sus más mínimos detalles. Fue miembro del poder judicial en la primera presidencia de Perón.
La pareja tuvo tres hijos: Julio, Andrés y Rodolfo. Andrés (llamado en la familia “Pancho“) es el mayor descendiente vivo de J.M. de Rosas. Él, al igual que su madre, supo ver la verdad sobre la vida de J.M, seguramente por encima de la educación que estaba impregnada en la sociedad de entonces.
3- Alicia Molina Salas estaba casada con Luis Héctor Sánchez Viamonte y no tuvieron descendencia. Su marido era hermano del renombrado abogado y jurista Carlos Sánchez Viamonte (“Carloncho“). Ambos eran bisnietos del general Juan José Viamonte y prominentes dirigentes del Partido Socialista.
Como puede colegirse, tanto por el lado de Rodolfo Molina Salas (cuyo ascendiente se dijo que era el Gral. Viamonte) como por el lado de su hija Alicia, casada con Luis Sánchez Viamonte, existía una línea de parentesco ascendente y descendente con los Viamonte. Esto pone en evidencia el cruzamiento de familias de distinto color político y explica por otra vía el “antirrosismo” de algunos descendientes de J.M. o por lo menos su silencio respecto a su gobierno y su obra.
Las razones del “antirrosismo” familiar, tanto por parte de algunos miembros Ortiz de Rozas como de los Molina Salas pueden identificarse en distintos hechos y comportamientos:
- Juan Manuel de Rosas mantuvo un trato diferenciado con los miembros de su grupo familiar. Fue más afectuoso con su mujer Encarnación, su hija Manuelita, y su hijo adoptivo Pedro Rosas y Belgrano que con su hijo J. Bautista. Éste era de bajo perfil, y tuvo escasa relación con su padre. El hecho que a J. Bautista no le interesara mucho la política, debilitó aún más el vínculo entre ambos.
- El fusilamiento de Ramón Maza, cuñado de Mercedes Fuentes y Arguibel, mujer de J. Bautista, provocó el alejamiento de parte de la familia de su nuera.
- La educación en París de J. M. León, donde fue enviado por sus padres, lo imbuyó de las filosofías liberales de la época. Rosas nunca le prestó mucha atención a su nieto (ni siquiera lo despidió cuando el muchacho se volvió a América junto a sus padres).
- El alejamiento afectivo de algunas hermanas de J.M. se debió no sólo al hecho de que sus maridos estaban lejos de las ideas federales por pertenecer a grupos familiares unitarios, sino también debido a que algunos de ellos en la época de Rosas, fueron perjudicados profesionalmente por dicha causa. Repasemos algunos casos:
Andrea estaba casada con Francisco Braulio Saguí de Lamadrid, miembro de una familia eminentemente Unitaria. La hija de ambos, sobrina de J.M., también llamada Andrea, se casó con un hermano del Gral. Bartolomé Mitre: Federico Mitre.
Mercedes estaba casada con Miguel Rivera, quien fue cesado de su cargo en la Universidad por no ser Federal.
Una de las hijas de J. M. León, mi bisabuela María, se casó con Rodolfo Molina Salas, acérrimo “antirrosista“, descendiente directo del Gral. Juan José Viamonte. A su vez, una de sus hijas, Alicia, también se casó con otro descendiente de los Viamonte: Luis Sánchez Viamonte.
- El círculo respecto a las causas del liberalismo y ‘antirrosismo’ de la mayoría de los descendientes de J. M. (salvo honrosas excepciones como por ejemplo, mi tía abuela Mima) se cierra con la educación de la época: la ominosa pedagogía jacobina que se daba entonces acerca del período de Rosas. Todo comienza con el “Tirano” Rosas, su “Tiranía” o “primera tiranía” como fundamento o base política para la toma del poder o el mantenimiento del mismo, “machacando” mecánicamente y con profuso bombardeo periodístico hasta convertir todo eso en leyenda.
Acerca de éste último punto podemos decir que “…la creación de una leyenda es, en determinadas circunstancias, fácil tarea. Y con pocos escrúpulos resulta asimismo fácil y cómodo emplearla como instrumento para la defensa de intereses dudosos, para el descargo de una responsabilidad, o para la simple satisfacción del odio, la venganza, el resentimiento o la antipatía“.
Con demasiada frecuencia se prefiere en nuestros días urdir laboriosamente un complicado tejido de falsedades a mantener a pecho descubierto la propia razón y sostener gallardamente los propios actos y creencias.
Al servicio de todo eso -pasiones, temores, enconos o intereses- la creación de una leyenda se emprende como una tarea sistemática. Ella no es difícil si se tienen a mano instrumentos de poder y de riqueza para su difusión y toda una red enmarañada de intereses creados dentro de un área de soborno, de complicidad o de sumisión.
Una vez compuesta la versión falsa, pero verosímil, de los hechos a cuya luz la propia posición queda exaltada o segura y envilecida o comprometida la del enemigo, todo es dejar que esa versión se lance por la pendiente de la inercia, de la estulticia, de la cobardía o de la complacida malevolencia de las gentes.
Al principio la falsa moneda de la leyenda solo es admitida por la manchada conciencia de sus autores y divulgada por sus cómplices indirectos. Acógenla en seguida los innumerables que apenas viven para otra cosa que para captar noticias -las que sean- y difundirlas deportivamente. Muchas veces solo por el gusto de hablar. Otras por resentimiento, por envidia de cualquier fortuna, o porque en su congénita mezquindad siempre prefieren en la duda la versión mas dañina.
Un poco más tarde las gentes situadas a mayor distancia de los hechos -de la intimidad de las causas y razones de los hechos-, gentes sencillas, aun de buena fe, entran a participar, por pereza mental o por dificultad de acceder a la verdad, en la versión legendaria. Aceptada por la fe o por la maldad la leyenda cunde y se consolida.
En vano los que honrada y valerosamente conocen la verdad de los hechos desvirtuados, tratan de combatirla. El intento se traduce en una atmosfera de angustia y de asco. Con lo que aún le queda a la leyenda, a la mentira sistematizada, cumplir el estrago peor, porque los conocedores de la verdad, que fueron los mismos protagonistas de los hechos deformados, hartos y fatigados por su lucha desigual contra esa ingente fuerza, acaban por rendirse, por hacerse indiferentes, a no ser – lo que todavía es peor – que acaben perdiendo la memoria y acomodándose claudicantemente a la versión común que el tiempo se encargará de hacer inapelable. De esta manera se extingue el sano apetito por la verdad que es un valor social de primer orden.
¿Quién en estos días que vivimos no siente la angustia y está al borde de caer en el desaliento de la pasividad que produce la sensación de la impotencia ante un mundo de mentiras? Mentiras que tergiversan hechos históricos, que condenan a pueblos enteros, que infaman a personas con honor y con ideal, o exaltan a los que no lo tienen, que tratan, en fin, de defender o salvar una situaci6n, un mundo de situaciones difíciles, por ese medio cómodo y envilecedor de la leyenda.
Así y toda la responsabilidad de emperezarse en esa atmosfera es muy grande. Ante una situación universal de ese volumen creo que cada uno ha de procurar enfrentarse con la parte de leyenda que más de cerca le toque para intentar destruirla y restablecer la verdad“.
Para sorpresa de algunos lectores, estas manifestaciones no se dirigen a J.M. de Rosas ni tampoco transcurren en el siglo XIX. Se trata de una declaración hecha en Madrid, España, en octubre de 1946, por Ramón Serrano Suñer refiriéndose a José Antonio Primo de Rivera, en el prólogo escrito por el autor a su libro “Entre Hendaya y Gibraltar“. Pero, mutatis mutandi, difícilmente podría haber algo más exacto sobre J.M. y que se pueda aproximar tan claramente a su vida y a su época:
Esto nos lleva a pensar que la naturaleza humana, con tal de tomar el poder y mantenerlo a lo largo del tiempo, no trepida en utilizar cualquier recurso real o falso que le permita lograr dicho objetivo. De modo que después de muchos años de repetir e insistir con determinada visión o concepción de los hechos, en el inconsciente o consciente colectivo termina creyéndose que ese relato es la verdad.
Así, George Orwell escribía, refiriéndose a la política del imperio británico: “El lenguaje político -o, con variaciones, para todos los partidos políticos, desde los conservadores hasta los anarquistas– tiene como objetivo hacer que las mentiras suenen verdaderas…” (“Politics and the English Language“).
Un dato interesante para compartir es que muchos descendientes de J. M. de Rosas viven en la actualidad en los Estados Unidos. Tal el caso de la familia de Alexander R. de Rosas, casado con Kathy O’Connor quienes tuvieron ocho hijos.
Han sido estudiosos de la historia de J.M. y todos ellos manifiestan admiración y orgullo por el Restaurador.El padre de Alexander (o Alejandro), Don Alejandro Manuel Ortiz de Rozas, doctor en bioquímica, dejó la Argentina en 1955. Se instaló en los Estados Unidos y cambió su apellido Ortiz de Rozas por Rosas, por cuestiones familiares, tal como en su momento lo había hecho su ancestro.
Todos sus descendientes son renombrados profesionales (abogados, médicos cirujanos, etc.), y la mayoría reside en la ciudad de Los Ángeles, California.
V.- “ARREPENTIMIENTOS” TARDÍOS DE SUS ENEMIGOS
Aquellos que combatieron con fervor a Rosas, en sus últimos años de vida demostraron una actitud diferente. Por ejemplo el masón Urquiza, quien se mostró supuestamente “arrepentido” (sic) de haberlo derrocado cuando vio que la anarquía imperante en el país hacía imposible concretar sus intenciones de unirlo por un “cuadernito” llamado “Constitución“.
Hablamos de “supuesto arrepentimiento” pues más allá de sus declaraciones, nunca sabremos sus reales sentires. Cuando vio que corría riesgo de perder sus propiedades, solucionó el tema aliándose secretamente con Mitre luego de la batalla de Pavón. Le dejó todo el protagonismo político a éste a cambio de que lo dejaran volver a Entre Ríos y no confiscaran sus bienes. Siguió aliándose con Mitre contra los paraguayos en la guerra de la Triple Alianza, contradiciendo en los hechos su proclamado “arrepentimiento“.
Podemos concluir que Urquiza vivió tramando y traicionando a cuanto aliado tuvo y terminó su vida ajusticiado, sufriendo en carne propia lo que él había hecho antes a su patria y a sus hombres.
Algo que pocos historiadores señalan es que casi todos los políticos y militares de aquella época participaban en la masonería, que ordenaba victorias y derrotas respondiendo al adagio: “fraternidad está por encima de nacionalidad“.
Consideremos este hecho como argumento que valida la precedente afirmación. Sarmiento, Mitre, Alsina, Varela y Urquiza, entre otros, aparentemente eran entre si adversarios a ultranza. En 1871 López Jordán, que había luchado con Urquiza contra Rosas en Caseros, invadió Entre Ríos porque no pudo perdonar a Urquiza el haberse entregado a Mitre en la batalla de Pavón. Esta invasión causó estupor en la masonería, y en su reunión del día 6 de mayo la logia masónica “Confraternidad” resolvió unirse contra López Jordán.
Ahora bien, López Jordán acusa a Urquiza de haber traicionado a la causa federal, pero ¿no fue él también un traidor a la Federación cuando se alió con los extranjeros y con Urquiza en Caseros, para luchar contra el gobierno legítimo de J. M. de Rosas?
Otro caso difícil de entender es el de Leónidas Echague, hijo del glorioso gobernador de Entre Ríos y Santa Fe, el confederado Gral. Pascual Echague, que luchó junto a Rosas y lo acompañó al exilio luego de Caseros. En 1870, como gobernador de Entre Ríos, con el apoyo del presidente Sarmiento (que había combatido denodadamente contra su padre), ordenó todo tipo de atropellos y crímenes. Desplazó a todos los Federales de los puestos públicos, incluyendo curas y maestros, y expulsó a los colonos de sus tierras para repartir cargos y propiedades a los amigos Unitarios del gobierno provincial y nacional. Esto os muestra que la historia argentina está jalonada por una interminable serie de traiciones, aun dentro de las propias familias.
Otro “arrepentido” (sic) fue Juan Bautista Alberdi quien comprendió tardíamente lo injusto del derrocamiento ilegal hecho a Rosas, a quien entendió y valoró a destiempo. Paradójicamente terminó sus días en Francia, en la pobreza y olvido como J. M.
Estos supuestos “arrepentimientos” epistolares en las postrimerías de sus vidas por parte de algunos personajes de la historia como Urquiza o Alberdi, más allá de las dudas que generan, aunque fueran ciertos, no sirven para remediar el enorme mal que ambos han hecho a la Argentina soberana aliándose al extranjero en forma tan ruin. El comportamiento de Urquiza fue descripto detalladamente en el presente trabajo. Respecto al perjuicio a la patria de parte de Alberdi, lo encontramos en sus “Bases Y Puntos De Partida Para La Organización Política De La República Argentina” del año 1852 y en toda su acción pública contra la Confederación y contra Rosas a lo largo de los años.
Obsérvese lo paradójico de Alberdi. Después de haber escrito “Las Bases…” y haber sido un apologista en lograr una Constitución escrita como panacea para la organización nacional, razón por la cual combatió a Rosas, cambió de parecer. En el año 1871 escribió su libro “Cartas Quillotanas“, en una de ellas llamada “Peregrinación de Luz del Día“, manifestó una opinión contraria “…Las constituciones escritas en el papel están expuestas a borrarse todos los días; las que no se borran fácilmente son las escritas en los hombres, es decir, en sus costumbres“.
Esta última afirmación se aproxima más a una declaración hecha por J.M. de Rosas, que a una hecha por Alberdi. Éste, en cierto modo, finalmente coincidiría con J.M. al reconocer que la costumbre crea, cimienta y solidifica el derecho, adjudicándole más valor que a un “cuadernito” llamado Constitución (que, en rigor, podríamos decir que nunca fue aplicada hasta el día de hoy). ¿para eso escribió “Las Bases…“? ¿Para renegar de décadas de luchas para conseguir su aplicación?
Los reconocimientos a la grandeza de Rosas hechas por Alberdi y Urquiza, arrepentidos de sus desvaríos, traiciones y envidias, no alcanzan siquiera a suavizar el daño que provocaron a nuestra nación: ayudando a desmembrarla y a ser invadida desde el exterior. En otros términos, los supuestos ‘arrepentimientos’ no produjeron un cambio en el status quo del Restaurador ni en las condiciones políticas de la Argentina.
Las palabras se las lleva el viento: “FACTA NON VERBA“.
Muchos se han preguntado cómo es posible que aquellos que combatieron ferozmente a Rosas y a su política soberana imputándole cuanto horror pueda imaginarse, luego hayan “confesado” que en realidad J. M. no había sido tan nefasto como habían sostenido en su momento, y comenzaron a resaltar sus virtudes reales.
A simple vista, podemos percibir arrepentimiento en algunas figuras históricas, pero si hacemos una lectura más profunda llegaremos a pensar lo contrario:
Daremos algunos de entre tantos ejemplos:
Cuando Sarmiento dice “Debo decirlo en obsequio de la verdad histórica, nunca hubo un gobierno más popular y deseado ni más sostenido por la opinión…que el de Don Juan Manuel de Rosas” “Rosas era la expresión de la voluntad del pueblo , y en verdad que las actas de elección así lo muestran…..grandes y poderosos ejércitos lo sirvieron años y años impagos…entusiasmo era el de millares de hombres que lo proclamaban el Grande Americano. La suma del Poder Público le fue otorgada por aclamación. “Senatus Consulto” y Plebiscito, sometiendo al pueblo la cuestión“.
¿Qué debemos entender? ¿Arrepentimiento por el contenido de sus declaraciones, o considerar sus acciones en contra a lo largo de tantos años?
El Gral. Cesar Díaz, mano derecha de Urquiza en Caseros lo siguiente:
“Tengo la profunda convicción, formada por los hechos que he presenciado, de que el prestigio del poder de Rosas en 1852 era tan grande o mayor tal vez de lo que había sido diez años antes y que la sumisión y la confianza del pueblo en su superioridad de genio, no le habían jamás abandonado” (Diario ‘El Nacional’ de Buenos Aires 4-11-1879).
¿También se puede entender que Díaz se arrepintió de lo hecho?
De ninguna manera.
No confiesan arrepentimiento por haber combatido ferozmente durante años a la Confederación Argentina. Nos dicen que debieron hacer lo que hicieron para lograr sus objetivos políticos a pesar de que SIEMPRE SUPIERON la falsedad de sus pensamientos y la ilegitimidad de sus acciones e imputaciones a Rosas y su gobierno. Dicho en otros términos: “perdonen todas nuestras mentiras y miserias, pero tuvimos que hacerlo para lograr el poder aun a costa de la verdad histórica, a costa de derramar sangre de patriotas, a costa de la traición aliándonos a potencias extranjeras, cuando vimos que el pueblo todo nos daba la espalda, cuando intentamos despedazar el territorio y cederlas al capital foráneo.”
A confesión de parte, relevo de prueba.
Nuestra nación, luego de Caseros, se construyó sobre la sangre argentina derramada, y se fundamentó en aquellos fraudulentos pensamientos y en los traidores personajes que los sostenían.
Como una digresión, permítaseme decir que de “Federal” nuestra actual Constitución tiene solo el nombre y los enunciados. La realidad es que la política fue siempre, y sigue siendo hasta hoy en día, Unitaria. Las provincias son cautivas del poder central y deben mendigar migajas a cambio de su sometimiento político. J.M. no se equivocó cuando anticipó que una constitución no resolvería la situación del país, sino que por el contrario produciría años de anarquía y revoluciones.
No puede entenderse como “arrepentimiento” genuino lo que han dicho y hecho estos personajes. Su soberbia malsana da a entender que nadie fue más justo, honrado y querido por su pueblo que Rosas, y dejan entrever que las mentiras y asesinatos fueron medios para lograr a fuerza de muertes y falsedades históricas lo que no pudieron lograr por persuasión e ideas.
San Martín, además de donarle su sable, le escribe diciéndole “El objeto es tributar a Ud. Mis más sinceros agradecimientos al ver la constancia con que se empeña en honrar la memoria de este viejo amigo; como lo acaba de verificar en su importante mensaje del 27 de Diciembre pasado, y que como argentino me llena de verdadero orgullo, al ver la prosperidad, paz interior, el orden y el honor restablecidos en nuestra querida patria; y todos estos progresos efectuados en medio de circunstancias tan difíciles, en que pocos Estados se habrán hallado. Por tantos bienes realizados, yo felicito a Ud. sinceramente, como igualmente a toda la Confederación Argentina. Que goce Ud. De salud completa y que al terminar su vida pública sea colmado del justo reconocimiento de todo argentino, son los votos que hace y hará siempre a favor de Ud. este apasionado amigo y compatriota. QBSM” (B. Sur Mer, 6 de mayo de 1850)
J.M. en testamento (codicilo 16) de fecha 28 de agosto de 1862 dona, a su vez, SU PROPIA espada a su amigo José María Roxas y Patrón, al fallecimiento de éste a ser entregada a su mujer e hijos, y a sus fallecimientos a los herederos de Juan Nepomuceno Terrero.:
“16ª…Y tanto por los servicios enunciados con que el Señor Roxás me ha auxiliado, y servido, como también por los que con las luces de su ilustrada capacidad, con su pluma y los sabios consejos de su gran práctica, y estudios en los grandes Negocios de Estado, me ha ayudado en el trabajo de las obras, o sean apuntes, que he escrito en este País, desde 1852, sobre la Religión del hombre, sea cual fuere su creencia, la una sobre la Ley Pública la otra; y sobre la ciencia médica la otra; mi Albacea le entregará también, la espada puño de oro, que me presentó la Honorable Junta de Representantes de Buenos Aires, por las Victorias en la Campaña a los desiertos del Sud en los años 33 y 34.- Esa espada está sin la vaina que he vendido para atender a mis urgentes necesidades- Muerto el Señor Róxas, pasará a su Esposa la Señora Da Manuelita, por muerte de ésta a cada uno de sus hijos e hijas, por escala de mayor edad, y por muerte de éstos, a cada uno de los hijos e hijas, de mi primer amigo el Señor Dn Nepomuceno Terrero, por la escala de mayor edad.”.
“23 – La Medalla con sesenta o más brillantes, que me presentó la Honorable Representación de la Provincia de Buenos Aires en testimonio de gratitud por la Campaña a los desiertos del Sud en los años 33 y 34, la regale a mi hija Manuelita de Rosas de Terrero, para que hiciera de ella lo que mejor le agradare”.
El sable le fue entregado por la Honorable Sala de Representantes el 30 de Marzo de 1836, día de su cumpleaños, y un año antes, el 25 de Mayo de 1835, por el mismo motivo, le habían hecho entrega de la Medalla de oro y brillantes.
La vaina del sable, como se dijo anteriormente, Rosas tuvo que venderla en su exilio debido a sus apremios económicos, desconociéndose quien la compró.
La medalla de oro con brillantes se la regaló en vida a su hija Manuelita, pero aún no se sabe cuál ha sido su destino final.
A la fecha del presente trabajo, se desconoce adónde se encuentra el sable, ya que hay uno en el Museo Histórico Nacional donado por Manuel B. Belgrano que había adquirido en una subasta pública en Azul en 1862. El sable había estado desde 1834 frente a la imagen de la Virgen en la iglesia de Azul, donada por el propio J.M cuando volvía de la Campaña del Desierto. Pero creemos que éste no es el sable principal de J.M. que lo acompañó al destierro y que él mismo donó testamentariamente a su amigo Roxas y Patrón.
En aparente contradicción con lo expuesto, el 17 de Febrero de 1869 en una carta a Roxas y Patrón, J. M. expresa su intención de donárselo al Mariscal Solano López, por su lucha contra el Imperio del Brasil y sus aliados
“Febrero 17 1869
Dn José María Roxas y Patrón (…)
Por mi parte he registrado en mi testamento, la siguiente cláusula, entre otras adicionales.
“Su Excelencia el Generalísimo, Capitán General Dn José de San Martín, me honró con la siguiente Manda. ‘La Espada que me acompañó en toda la guerra de la Independencia, será entregada al Gral. Rosas, por la firmeza y sabiduría, con que ha sostenido los derechos de mi patria.
Y yo Juan M. Ortiz de Rozas, su ejemplo, dispongo que mi albacea entregue a Su Excelencia, el Señor Gran Mariscal, Presidente de la República Paraguaya y Generalísimo de sus Ejércitos, la espada diplomática y militar, que me acompañó durante me fue posible sostener esos derechos; por la firmeza y sabiduría con que ha sostenido los derechos de su Patria, el equilibrio, entre las Repúblicas de Plata, el Paraguay y el Brasil (…) Rosas”
(Carta de Juan Manuel de Rosas a José María Roxas y Patrón, en A.G.N. “Correspondencia Rosas-Roxas y Patrón”. 1868-1870)”.
Se trata de una mera carta, no es un testamento con todas sus formas y por lo tanto entiendo que éste sería el único documento legalmente valido testamentariamente hablando.
Su amigo Roxas y Patrón le contestó prontamente el 23 de marzo de 1869 explicándole que todos sus papeles y su espada deberían estar en un Museo Argentino.
Seguramente Rosas debe haber desistido de la donación a Solano López, pues en la modificación de su testamento en el año 1873 no cambia el codicilo 16º (agréguese el hecho de que el 1 de Marzo de 1870 el Mariscal López había muerto y no podría eventualmente acceder a tal sable).
No se sabe, en fin, la suerte del mencionado sable ni el de la medalla de oro y diamantes referida, también entregada a Rosas por la Asamblea Legislativa de la Confederación por sus triunfos en la Conquista del Desierto y que J.M usaba con su uniforme en reuniones formales y con la que siempre se lo ve en sus distintos cuadros.
Del análisis precedente, podemos afirmar que el “rosismo” (sic) concluyó con Rosas hasta el advenimiento del Revisionismo Histórico, pero desde el punto de vista familiar, se terminó de diluir con J. Bautista.
Salvo las honrosas excepciones ya mencionadas, y que las hubo, es dable reconocer y valorarlas sobre todo porque se dieron en un marco político, histórico y cultural sumamente difícil.
En la actualidad, parte de la familia ha recuperado el orgullo de su antecesor con firmeza y sapiencia de la verdad oculta tantos años. Esperemos que las generaciones futuras tomen el bastón o el “littorio” romano y el desafío de seguir por esas sendas.
Como puede apreciarse, la historia no es tan lineal. Está llena de traiciones, abnegaciones, luces y sombras…Cosas de la historia que se construye y trata sobre seres humanos con sus méritos y desgracias, defectos y virtudes.
VI.- EL TRATO RECIBIDO POR JUAN MANUEL DE ROSAS EN INGLATERRA –
¿Por qué Rosas fue bien recibido por los ingleses, contra quienes combatió durante años?
No hay demasiados datos en concreto que expliquen en forma directa tales motivos, pero contamos con muchos elementos que nos permiten inferir una respuesta.
Rosas, durante su gobierno, había tratado bien a los súbditos ingleses que vivían en la Argentina, quienes siempre tuvieron un buen concepto sobre él porque les permitió vivir en paz, crecer económicamente en el país y gozar de la seguridad jurídica que brindaba la Confederación, respetándoseles sus propiedades y sin ser molestados ni en el período del bloqueo. Más aun, ellos mismos estaban en contra de dicho bloqueo porque los perjudicaba en sus actividades comerciales.
Esta posición la expresaba el Ministro Gore al gobierno inglés antes de Caseros. Sostenía que, si bien era contrario al régimen de Rosas, a Inglaterra no le convenía que derrocaran su gobierno pues protegía la vida y los bienes de los extranjeros, manteniendo el orden jurídico en el país.
Gilbert K. Chesterton decía que “El verdadero soldado no lucha porque odie lo que hay frente a él sino por amor a lo que tiene detrás”. Más claro y sintético, imposible.
Podemos decir que Rosas no era enemigo de los ingleses, sólo defendía los derechos de la Confederación Argentina. Cuando fuimos respetados por ellos, se los respetó.
Obsérvese que, en el certificado de defunción donde debe completarse la ocupación, dice “EX PRESIDENTE OF ARGENTINIA CONFEDERATION”. Lo que nos demuestra que más allá de todo, J.M. fue visto y tratado, aun en el exilio, no sólo como Gobernador de una Provincia, sino como Jefe de Estado.
Tal vez su único enemigo declarado era el Imperio del Brasil. Es discutible si ello se extendía a los franceses dado que durante muchos años se estampaba la frase “Mueran los Salvajes Unitarios” y luego “Mueran los asquerosos Inmundos Franceses“. Seguramente por una cuestión ideológica ya que todas las doctrinas libertarias e iluministas venían de Francia y chocaban con el hispanismo tradicional de Rosas quien privilegiaba el orden y las jerarquías. A pesar de todo esto, los franceses, incluido Napoleón III, respetaban a J.M. por el ahínco y nobleza con los que defendía la independencia de su nación.
Dejemos hablar a Leonardo Castagnino que sintetiza lo antedicho: “Los ingleses, como los franceses, admiraron el gesto de Rosas: ellos hubieran hecho lo mismo de haber nacido argentinos. Lord Howden llegado a Buenos Aires por 1847 para hacer la paz, fue apasionado admirador de Rosas. Lo cual no quiere decir que dejara de ser muy inglés y tratase de sacar las ventajas posibles para su patria.
Para el buen inglés no había cotejo posible entre Rosas y los unitarios. Aquél era un enemigo de frente, que los había vencido en buena lid, y digno de todo respeto; en cambio éstos eran agentes sin patria que necesitaba como auxiliares en la guerra, pero a los cuales despreciaba. Los pagaba, y nada más.
Esta posición de los imperios con sus servidores nativos, no la pudo entender Florencio Varela cuando fue a Londres en 1848 a gestionar a Lord Aberdeen la intervención permanente británica en el Plata, el apoderamiento por Inglaterra de los ríos argentinos, y el mayor fraccionamiento administrativo de lo que quedara de la República Argentina.
Fue don Florencio a Londres muy convencido de que los ingleses lo recibirían con los brazos abiertos por estas ofertas, pero Aberdeen lo echó poco menos que a empujones del despacho: le dijo claramente que Inglaterra no necesitaba el consejo de nativos para dirigir su política de expansión en América, y sabía perfectamente lo que debería tomar y cuándo podía tomarlo; que Varela se limitara a recibir el dinero inglés para su campaña en el “Comercio del Plata” en contra de la Argentina, sin considerarse autorizado por ello a alternar con quienes le pagaban”.
Era y es muy común en los ingleses el hecho de tender una especie de “puente de plata” a aquellos que hayan combatido y caído contra ellos lealmente sin traicionar a sus patrias, dejándoles huir de batallas o establecerse en posteriormente Inglaterra. No sabemos cuáles serían los motivos encubiertos de tales medidas. Puede ser el brindar una imagen de magnanimidad frente al mundo, de supuesta liberalidad, de pretendida y falsa civilización.
La única duda que no hemos podido disipar es por qué J. M .de Rosas, luego de llegar a Inglaterra donde fue tratado con la reciprocidad que él tuvo para con los ingleses inmigrantes y comerciantes del Plata y al que se le dio trato de Jefe de Estado, se quedó allí en vez de tentar ir a otras tierras tal vez más benignas con él, en cuanto al clima e idioma como España, donde además tenía parientes en Burgos de donde procedía su familia.
Lo mismo se preguntó Juan Nepomuceno Terrero al escribirle a J.M. el 30 de diciembre de 1853 sobre los motivos por los cuales permanecía en Inglaterra cuando podía radicarse en Italia, Francia o España.
Sabemos que fue invitado a vivir a Francia y que personalidades de la talla del citado Napoleón III lo tenían en alta estima, así como Lord Palmerston, Lamartine, Mackau, Lord Northumberlad, la Reina Victoria y los presidentes de EEUU y Latinoamérica de esa época.
Debemos mencionar que Rosas nunca salió de Inglaterra. No visitó ningún país de Europa mientras vivió en el destierro. Tal vez la razón estribe en el carácter de J.M. Remitiéndonos a su análisis, intentaremos develar los motivos.
J.M. tenía como característica básica de su personalidad EL ORDEN. En todos los aspectos de su vida.
Era ordenado en su ámbito privado, en sus actividades cotidianas y sus labores diarias en el campo. Era meticuloso al extremo en su vida pública, conocido por su puntillosidad en las cuentas del erario público y privado. Amaba el orden más allá de cualquier idea política y le irritaba de sobremanera todo lo que pudiese entenderse como anarquía y revolución contra la estabilidad institucional legalmente establecida.
Ese rasgo de personalidad, tan conocido y difundido en sus escritos era visible y, en tiempos del destierro, Inglaterra, en plena época victoriana representaba estabilidad en sus instituciones y era ajena a revoluciones y guerras.
Seguramente esta particularidad le atraía a J. M., ya que el contexto de Francia y España era totalmente opuesto debido a su inestabilidad política. A esta situación debemos agregar un dato no menor anteriormente citado: en Inglaterra fue respetado y tratado con honores de Jefe de Estado.
Todo lo expuesto es sólo una interpretación deductiva extraída de su carácter y modo de ser para identificar algunas de las razones in pectore que pudo haber tenido Rosas para tomar la decisión de quedarse afincado en Inglaterra. También debemos tener presentes las ideas y formación política de J.M., que se asemejaba mucho al modo inglés de representación.
Durante su gestión en el gobierno, algunos de sus aliados como Quiroga y otros caudillos del interior, como Ibarra, le requerían continuamente que organizase al país, que le diese una constitución federal.
En 1873 Ernesto Quesada visitó a J.M, en sus conversaciones, éste, le decía que se había negado durante mucho tiempo a ello, por más que deseara los mismo. Consideraba que en esos momentos la nación estaba en anarquía permanente y hasta que no existiese orden en toda la República, y se arraigase al pueblo en hábitos de vida democrática no era posible. Requería tareas largas y penosas y un simple “cuadernito” como solía decir Facundo Quiroga, no iba a cambiar nada sino por el contrario iban a aumentar la desintegración de nuestra Confederación. Tal cual sucedió después de Caseros.
Ya en el exilio, llegó a conocer las ideas y actividades socialistas y revolucionarias que se expandían por Europa que tanto le disgustaban. Le preocupaba que llegase a hacerse del poder en algún estado.
¿Era este el modo real de pensar de Rosas?
El tiempo le dio la razón en el sentido que una Constitución, supuestamente Federal, no logró pacificar ni organizar al país. Al contrario, debido a las luchas fratricidas que comenzaron con la derrota en Caseros y que la Constitución deseada o declamada, no pudo detener las revoluciones que le siguieron.
Aún más, la supuesta Constitución Nacional declaraba que se instituía el sistema Federal de Gobierno, lo cual en la práctica y hasta el día de hoy, es aparente, ya que en realidad es Unitaria y centralista, como comentamos anteriormente.
En el fondo, más allá de sus justificaciones, suponemos que Rosas abominaba el sistema electoral producto de una supuesta organización bajo una Constitución y que él creía en un sistema absolutista de gobierno.
Comenta un anécdota al respecto citada por Roberto D.Müller: Rosas conversaba con el Capitán del buque que lo llevaba a su destierro y éste le habría preguntado por qué no había organizado constitucionalmente el país, a lo cual J.M. le contestó:
“no había más sistema de gobierno eficaz que el absoluto, y que convencido de esto, jamás pensó llamar a los pueblos a que se dieran una constitución. El coronel Costa interrumpió a Rosas, diciéndole: .-¿De modo, señor General que para eso nos ha hecho Vd. pelear veinte años?”- Y qué?, recién lo conoce Vd?”, contestó el ex- Restaurador lo cual generó aparentemente un altercado y el Coronel Costa se trasladó a otro buque y en poco tiempo volvió a la Argentina“.
Sea verdad o no, éste diálogo deja en claro que el pensamiento de Rosas se acercaba más a un régimen autocrático y con tintes absolutistas que a uno democrático y jacobino. Como afirmamos precedentemente, parecería que el tiempo le dio la razón puesto que ni la Constitución sancionada con posterioridad a Caseros, ni los partidos políticos sirvieron para pacificar al país; al contrario, nos envolvieron en una anarquía sin fin.
Rosas seguía la evolución de la política europea. Durante los últimos años en Inglaterra pudo conocer las ideas políticas revolucionarias, socialistas y comunistas. Estas ideologías lo irritaban porque causaban la insolencia de la plebe y el avance de ideas extremistas cuyo liberalismo iba a ser el prolegómeno de la anarquía. Auguraba, por tanto, épocas difíciles para los países europeos, criticando a Mazzini, Víctor Hugo, entre otros pensadores.
Rosas tuvo tiempo de expresar sus ideas respecto a la llamada democracia y los partidos políticos, y pudo declarar cuál era a su entender el mejor sistema de gobierno. Esto no ha sido una opinión aislada, sino algo que ha sostenido en toda su vida y su pensamiento político, mínimamente desde 1832 a 1872.
“Es necesario desengañarse de una vez con esa falsa fusión con ciertos partidos, sugerida y propagada con astucia por las logias, para adormecer a los federales, que no conocen todo el fundo de perversidad y obstinación de que están poseídos nuestros enemigos. Es muy triste y degradante que el crédito de la República y la reputación de sus hijos más ilustres esté a merced de los caprichos y perversidad de ambulantes aventureros que, sin dar la cara, tienen libertad para ultrajar y difamar impunemente” … (carta a Facundo Quiroga, del 28 de febrero de 1832);
“Formas constitucionales considero que son aquellas más conformes al estado y posición de las cosas y que por lo mismo son las más a propósito para preservar de males al cuerpo político y hacer que se conserve en tranquilidad y orden del mejor modo posible. Si ellas no fuesen de esta naturaleza ni produjeran estos saludables efectos, no pueden llamarse constitucionales, porque no tienen ninguna relación con la salud del Estado. En tal caso, o estarían de más, sin producir bien alguno y se llamarían formas superfluas, o si producen o abren la puerta a grandes males, más bien que constitucionales deberían denominarse formas anárquicas” … (carta a Pascual Echagüe, del 23 de julio de 1836);
“Es que se quiere vivir en la clase de licenciosa tiranía que llaman libertad, invocando derechos primordiales del hombre, sin hacer caso del derecho de la sociedad a no ser ofendida… Las elecciones son farsas inicuas de las que se sirven las camarillas de entretelones, con escarnio de los demás y de sí mismos, fomentando la corrupción y la villanía, quebrando el carácter y manoseándolo todo” … (carta a Josefa Gómez, del 17 de diciembre de 1865);
“Nunca pude comprender ese fetichismo por el texto escrito de una constitución, que no se quiere buscar en la vida práctica sino en el gabinete de los doctrinarios; si tal constitución no responde a la vida real de un pueblo, será siempre inútil lo que sancione cualquier asamblea o decrete cualquier gobierno. El grito de constitución, prescindiendo del estado del país, es una palabra hueca. Y a trueque de escandalizarlo a usted, le diré que para mí el ideal del gobierno feliz será el autócrata paternal, inteligente, desinteresado e infalible, enérgico y resuelto a hacer la felicidad de su pueblo, sin favoritismos. Por eso busqué yo solo realizar el ideal de gobierno paternal en la época de transición que me tocó gobernar” … “He despreciado siempre a los tiranuelos inferiores y a los caudillejos de barrio, escondidos en la sombra; he admirado siempre a los dictadores autócratas, que han sido los primeros servidores de sus pueblos” (entrevista con Vicente Quesada. (1873).
Más claro, imposible.
Rosas llegó a leer textos de Karl Marx, pero –y esto es lo curioso- Marx aparentemente conocía quien era J.M de Rosas: Existiría un libro escrito por Karl Marx y prologado por J.Raed Spalla llamado “Palmerston, Rosas y El Río de La Plata”, (https://www.marxists.org/espanol/m-e/1853/lord_palmerston.pdf) que hasta la fecha, no he podido encontrar. No se debe confundir con otro anterior sobre Lord Palmerston: “Historia de Vida de Lord Palmerston” escrito en 1853, también con el prólogo de J.Raed Spalla, que puede leerse en el sitio recién mencionado.
J.M. en su exilio, además de escribir sobre temas variados, llegó a escribir un cuento. Solamente uno. Si, uno solo, a lo largo de toda su vida. Se llamaba “Desespera y Muere”. Si bien no se sabe con certeza la fecha exacta en que lo escribió, se supone que fue escrito después de 1858. El historiador Dardo Corvalán Mendilaharzu lo encontró en el Museo Histórico Nacional, escrito en una libretita en la cual Rosas solía garabatear ideas. En sus páginas, en letra manuscrita y con la buena caligrafía de J.M. pudo leer este cuento.
Lo curioso del tema es que EL protagonista es en verdad, LA protagonista. Es decir, una mujer: María, que habla sobre su hombre amado y sus desgracias. Si invirtiéramos los géneros de los personajes, y fuese un hombre el que le hablase a su mujer, aparecerían, como por encanto, muchos de los pensamientos tristes y melancólicos que tenía Rosas en su vida real en esos momentos de destierro y penurias económicas. ¿Una especie de Alter Ego, tal vez? No lo sabemos.
No podemos omitir el hecho que J. M. en sus repetidas cartas e incluso en su testamento, registró con puntilloso orden todo el dinero que le había sido entregado por pocos amigos y familiares para subsistir durante esos aciagos años. Rosas siempre consideró ese dinero como un préstamo, dato que se refleja en su testamento cuando dispuso que el mismo fuera devuelto con un 3% de interés (correspondiente al interés fijado por los bancos ingleses). “Cuando se le devuelvan los bienes injustamente confiscados“.
Juan Manuel de Rosas murió pobre y prácticamente solo, puesto que en ese momento estaban su médico, su consecuente empleada Mary Ann, su hija Manuelita y los hijos de ésta, Rodrigo Tomás y Manuel Máximo Terrero. Su yerno, estaba en Buenos Aires tramitando la devolución de los bienes maternos de Manuelita.
Rosas murió el miércoles 14 de marzo de 1877 a las 7 de la mañana. Fue enterrado en el Cementerio de Southampton, en la capilla católica de Buglestreet, con la sola presencia de las personas citadas anteriormente.
Se acompañan. Certificados de Defunción (tomadas en 1914):
un plano original del cementerio y la ciudad
y una foto original del sepulcro tomada en el año 1914:
Cabe señalar que antes de traer de vuelta al país los restos del Restaurador, debió abrirse el ataúd para verificar la existencia de su cuerpo.
Además de dicha certificación ‘in visu’, se encontraron en su interior:
. Una cruz de madera muy deteriorada, con cuatro pequeñisimas rosas confeccionadas en tela que por su estado fue difícil saber de qué tipo de material se trataba.
. Un plato de fondo blanco con dibujos azules, típicamente inglés, que era el plato en el que comía habitualmente J.M.
. Su dentadura postiza que por ser una de las primeras que existían en el mundo, recordemos la época en que se hizo, fue solicitada, dada su importancia histórica, por nuestra Facultad de Odontología para estudiar el material y la forma de realización. Sin embargo, la familia se negó a donarla por cuestiones de pudor e intimidad.
VII.-LA IMPORTANCIA DE LAS MUJERES EN LA VIDA DE ROSAS
La importancia de las mujeres que acompañaron en su vida pública a Rosas, es un tópico a analizar profundamente en alguna otra oportunidad. Si bien ya ha sido estudiado, merecería una investigación más sistemática ya que en este trabajo nos referimos someramente a ello.
La impronta de su madre Agustina López Osornio, forjó el fuerte carácter de J.M., quien no trepidó en desobedecerla y casarse con Encarnación Ezcurra a pesar de su oposición, y cambiar su apellido por la misma razón. Ese carácter lo acompañó toda su vida pública y fue lo que le permitió sostener prácticamente solo y durante muchos años el manejo de la cosa pública frente a tanta anarquía e intento de sojuzgar a la nación.
Su mujer, Encarnación, fue su socia y consejera, siendo ella la única persona a quien verdaderamente escuchaba. Manejaba su actividad política sin “medias lenguas“. Era muy directa y expeditiva en sus acciones y órdenes, en otras palabras, era muy poco diplomática. Repartía premios y castigos en forma rigurosa y férrea mientras su marido se ausentaba de la ciudad. Aun cuando éste se encontraba presente, tejía alianzas, identificaba a aquellos que se declaraban Federales, pero conspiraban contra la Confederación, etc. Podemos decir que se trataba de un matrimonio, pero en cierta forma conformaban una sociedad políticamente perfecta.
Manuelita, al contrario de su madre, era más persuasiva y diplomática. Con su gracejo y donaire cautivaba e hipnotizaba a quienes se acercaban al Restaurador tendiendo puentes y acercando posiciones políticas encontradas entre la Confederación y los emisarios diplomáticos extranjeros. Una vez en el exilio, cuidó abnegadamente hasta el último suspiro a su “tatita” (como ella lo llamaba).
Muchos entienden que Manuelita tenía un ascendiente directo sobre J.M. para lograr que modificara una condena a muerte, un destierro o una medida grave contra alguna persona. Otros piensan que se trataba más de una puesta en escena entre ambos, que mostraba la comunidad y entendimiento político que tenían. Esta “alianza padre-hija” la podemos encontrar en aquellas oportunidades en las que Rosas quería cambiar una orden, una idea o perdonar alguna acción. En lugar de hacerlo directamente él, “aparecía” (sic) en el escenario Manuelita, quien utilizando compasión, “lograba persuadir” (sic) a su “Tatita’“para que conmutara una pena o cambiara una decisión. Esta estrategia permitía a J.M. torcer sus órdenes sin que públicamente pareciera débil, sino que era un gesto ‘piadoso’ ante un “ruego de clemencia” (sic) de parte de su hija.
Una alegoría muestra el “Aromo del Perdón” donde se suponía que Manuelita iba al encuentro de su padre con una carta en la mano con el pedido de clemencia o indulgencia para alguien, como puede verse en una foto oficial.
Actualmente existe un retoño de tal árbol en Av. del Libertador y Av. Sarmiento, en el barrio porteño de Palermo.
Josefa Gómez, pasó su vida actuando de correo diplomático entre Rosas en el exilio y las distintas personalidades políticas y militares en la Argentina, a fin de reivindicar su nombre y conseguir que le devolvieran sus bienes injustamente incautados. También organizaba colectas dinerarias para enviárselas a J.M. para que pudiera subsistir decorosamente. Josefa Gómez –junto a Roxas y Patrón- fue la más firme y solidada defensora de Rosas, en una época en la que era muy difícil sostener tal actitud en medio de los gobiernos unitarios que gobernaban en Argentina cuyos funcionarios la hostigaban mediante insultos y agresiones verbales. Ella era una mujer que poseía tierras y establecimientos ovinos. Se supone que fue amante del cura Felipe Elortondo, del que ya hemos hablado, y quien la había contratado supuestamente como “ama de llaves“.
Eugenia Castro, fue dada en tutoría a Rosas por su padre ante la inminencia de su muerte. Se trataba de uno de sus coroneles, Juan Gregorio Castro. Entró con 13 o 14 años a la Casa de los Ortiz de Rozas para cuidar a Encarnación, que estaba muy enferma y se encontraba postrada. La atendió con permanentes muestras de cariño y piedad durante algunos años hasta su fallecimiento. Esto ha sido reconocido por el propio J.M. y su familia. Luego de la muerte de Encarnación, alrededor de 1841, comenzó a ser íntima del viudo Restaurador, con quien tuvo cinco hijos. Tenía aproximadamente 20 años (no, 13 o 14 como se ha dicho. En el Censo de 1855 declara tener 35 años, por lo que habría nacido en 1820). Se encargaba del cuidado y manejo de las cuestiones domésticas de la Casona, convirtiéndose en una concubina más o menos evidente. Manuelita, que la tenía en muy alta estima, se encargaba de las cuestiones sociales y diplomáticas de su padre.
Esa ‘alta estima’ se desdibujó cuando Eugenia le inició juicio de afiliación a J.M por sus cinco hijos. Manuelita, amén de rechazar el reclamo, no se refirió hacia Eugenia con palabras precisamente agradables.
En aquellos tiempos, la diferencia de edad entre los miembros de una pareja era bastante común. Por ejemplo, Martín Rodríguez, Martín Pueyrredón Bernardino Rivadavia, Lucio Mansilla, Domingo F. Sarmiento y otros le llevaban 30 años o más a sus mujeres.
J.M. invitó a Eugenia para que lo acompañara a su exilio, pero ella se negó a hacerlo para quedarse en el país a cuidar a sus hijos. El hecho que se puede criticar a Rosas es el de no haber reconocido a los hijos de ambos, sobre todo considerando que adoptó y le dió su apellido a Pedro Pablo Rosas y Belgrano, nacido de la relación entre Manuel Belgrano y la hermana de Encarnación, María Josefa Ezcurra. De todos modos, partiendo del concepto que la historia debe estudiarse desde la mentalidad del tiempo que transcurren los hechos y no desde la forma de pensamiento del presente, todo podría justificarse, ya que en aquellos tiempos era común que los hombres de familias tradicionales que tenía hijos con alguien de condición social inferior escondieran la prole que pudiesen concebir.
VIII.- REPATRIACION DE SUS RESTOS Y REIVINDICACIÓN HISTÓRICA
Contaba mi abuela Malvina Raquel, “Cota” (tataranieta de J.M, bisnieta de J. Bautista y nieta de J.M. León) que su padre, Rodolfo Molina Salas, tenía PROHIBIDO EN LA FAMILIA HABLAR DE J.M. de ROSAS, NI SIQUIERA PODIAN NOMBRARLO En la propia casa, y en honor a la verdad, continuaba diciendo mi abuela, no se hablaba ni a favor ni en contra de J.M. Su vida y obra era un tema tabú que no se tocaba. Esto me fue confirmado por mis familiares mayores: en nuestros hogares no se hablaba de J.M, en ese sentido reinaba un silencio absoluto.
Seguramente la familia debe haberse debatido en una contradicción afectiva y cultural. Por un lado, como descendientes directos del Restaurador sentirían cierto grado de afecto, pero, por otro lado, la educación recibida desde el ingreso escolar les inculcaba una mirada negativa. Su nombre era sinónimo de “tirano” y y su régimen se calificaba como una feroz “dictadura“, dando a entender con tal término que su gobierno era ilegal. Evidentemente no se conocía lo que significan los términos “tiranía” y “dictadura“.
“El tirano, es una persona que es un intruso en el ejercicio del gobierno y que no ordena al bien común la multitud que le está sometida sino al bien privado de él mismo” (Santo Tomas de Aquino).
Quedó ratificado en los hechos y no sólo en las palabras, que J.M. de Rosas no ha sido tirano. Accedió al gobierno luego de haberse negado a ello en más de una oportunidad, y finalmente lo hizo ante el ruego de la gente de todo el país. Es dable destacar que, durante su gestión, las finanzas públicas fueron tan ordenadas, que hubo superávit en su último año de gobierno. Algo inédito en nuestra historia, como lo aceptan, aun a disgusto, sus propios enemigos.
La “dictadura” , la “tiranía” de Rosas fue elegida por la Legislatura antes de ser nombrado Gobernador y ratificada por un plebiscito los días 26, 27 y 28 de Marzo de 1835, cuyo resultado fue contundente: 9.324 votos y solo hubo 4 en contra, algo que fue reconocido hasta por el propio Sarmiento (“No se tiene aún noticia de ciudadano alguno que no fuese a votar al plebiscito del 26, 27 y 28 de marzo de 1835 en Buenos Aires por el cual la ciudadanía se pronunció en concederle la Suma del Poder Público a Rosas” ).
Yo mismo, como autor de este trabajo, para comprender y conocer la historia, debí transitar la época de Rosas con mis propias ideas y recursos investigativos, lo que supuso luchar contra un ambiente cultural y social algo adverso en algún sentido.
Volviendo a los relatos familiares, contaba mi tía abuela María (“Mima“) que una vez, siendo ella muy pequeña, le preguntó a su abuelo J.M. León, si J.M. había sido un tirano, y éste le contestó con ternura “El tiempo lo dirá, m’hija…el tiempo lo dirá”.
Esta anécdota nos demuestra indirectamente que en la sociedad de entonces estaba incorporada férrea y dogmáticamente en el imaginario social la creencia que Rosas era un tirano. Con seguridad, esos términos los habría oído la entonces niña María, y de allí surgió la necesidad de consultar a su abuelo.
Podemos afirmar que el tiempo respondió a la pregunta que ‘Mima’ le hizo a su abuelo J. M. León. La figura del Restaurador fue reivindicada y cuando sus restos fueron repatriados desde Inglaterra, se les brindó una espontánea recepción nunca antes –ni después- vista. En Rosario, primero, el 30 de septiembre y luego en Buenos Aires, el 1 de octubre de 1989. Acompañada por sus hijos, “Mima“, ya con 86 años, siendo la mayor descendiente en ese momento, pudo ser testigo, gracias a Dios, de este acontecimiento histórico. Presenció la repatriación y el amor desbordante del pueblo que festejaba en las calles, en los balcones, en las plazas, con unción el regreso con honra del que consideraban su padre. (Ver foto 33 “Mima” con su hijo Andrés Rivas Molina)
No tengo presente que el pueblo se haya manifestado con tanto entusiasmo (en realidad con ningún entusiasmo) por figuras como Mitre, Sarmiento, Urquiza o Roca a quienes se les han erigido muchos monumentos en su honor. A pesar de intentar dar una imagen falsa sobre J.M. y su gobierno durante años y años; a pesar de bombardear culturalmente a través de libros, diarios y textos escolares denostando la figura del Restaurador de las Leyes, no pudieron apagar el amor de su pueblo por él. Amor dormido que, como un volcán, subió a la superficie con la repatriación de sus restos. Para el pueblo, quien volvía no era un cadáver en un ataúd, era la personificación viva de Don J.M. de Rosas.
Podemos afirmar que la presión por parte de los unitarios con su intento de “lavar” (sic) la cabeza de los argentinos durante décadas inculcando el odio a J.M. hasta en nuestros días, han sido en vano. Pretendieron borrar de nuestra historia sus actos heroicos y hasta su nombre, pero como puede verse, la verdad finalmente salió a la luz.
Todo el pueblo, a pesar de la educación falseada de la historia con que lo martirizaron desde el 3 de febrero de 1852 (a las 15 horas), llevó siempre internamente en su alma una cintilla punzó.
Esto puede graficarse con la anécdota de un político y escritor inglés quien comentaba que muchísimos años después de Caseros, había oído a los gauchos en la frontera de Bahía Blanca y en otros lugares del interior entrar a las pulperías, clavar su facón en el mostrador, beber aguardiente o caña y luego de mirar al gringo de reojo y en modo desafiante gritar ¡¡VIVA ROSAS!! (R.B. Cunningham Graham “El Río de La Plata”-editorial Wertheimer, Lea y Cía., Londres 1914 -pag.5).
Esto también ha sido vislumbrado por Manuel Gálvez: “Don Juan Manuel de Rosas no ha muerto. Vive en el espíritu del pueblo, al que apasiona con su alma gaucha, su obra por los pobres, su defensa de nuestra independencia, la honradez ejemplar de su gobierno y el saber que es una de las más fuertes expresiones de la argentinidad.” (Manuel Gálvez).
También fue reivindicado por Ernesto Quesada, que había sido educado en el odio a Rosas por su padre el “antirrosista” Vicente Quesada y quien cuando era ministro de Buenos Aires en 1877 fue promotor de declarar a J.M. “reo de lesa patria“.
Ernesto conoció a Rosas en Inglaterra cuando lo visitó junto a su padre –Vicente- siendo un niño. En esa oportunidad tomó nota escrita de las conversaciones entre ambos (Vicente y J.M.) Ya de adulto las recuerda, y vistas a la distancia con el correr de los años, le permitieron tomar conciencia de la real dimensión de la figura del Restaurador y su importancia política.
Podemos dar algunas precisiones poco conocidas respecto al momento en que la historia finalmente le hizo justicia a Rosas, es decir cuando se realizó la repatriación de sus restos.
Los trámites a tales fines comenzaron muchos años antes de que ese acontecimiento histórico se concretara.
Primero se formó una Junta de Repatriación en la que participaron activamente sus descendientes, como nuestro embajador Carlos Ortiz de Rozas, los hermanos José María y Juan Manuel Soaje Pinto, Martín Silva Garretón, Andrés Rivas Molina, Eugenio Rom Ezcurra entre otros. Sin lugar a duda fueron los organizadores principales de la repatriación.
Los restos de J.M. salieron de Inglaterra, pasaron por París para llegar finalmente a nuestro país el 30 de septiembre de 1989 a la ciudad de Rosario. Antes de partir del lugar de su exilio, se tomaron fotos de su residencia en Southampton: Rockstone House que se encontraba en un barrio bastante elegante llamado ‘Carlton Crescent’.
Carlos Ortiz de Rozas se ocupó tanto de restaurar y cuidar la bóveda en Inglaterra como de mantener el Mausoleo en el cementerio de la Recoleta en Buenos Aires.
Finalmente, llega el día en que el cuerpo del Ilustre Restaurador de las Leyes, Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas, regresa con todos los honores primero a Rosario (Ver Fotos 37/46) y luego a Buenos Aires. La vida puso las cosas en su lugar:
J.M. no quiso ser enterrado en su patria HASTA que se reconociera –ya que en vida no pudo obtenerlo- “…la justicia debida a mis servicios. Entonces será enviado a ella previo permiso de su Gobierno y colocado en una sepultura moderada, sin lujo ni aparato alguno, pero sólida, segura y decente” (testamento del 22 de Abril de 1876).
El odio contra él y contra aquello que representaba, fue inculcado durante más de 130 años, en las mentes de generaciones y generaciones de argentinos que fueron educados en la mentira. Sin embargo su propósito no pudo prosperar a pesar de los denodados esfuerzos de la minoría extranjerizante que se había apropiado del país y escribió su versión de la historia, deformada según sus intereses mezquinos.
El propósito de los Unitarios que regresaron después de Caseros y se apoderaron del gobierno era destruir todo vestigio del régimen ‘rosista’. Mintieron, denigraron, vilipendiaron a Rosas, a su obra, a sus seguidores, y aún más, buscaron directamente borrarlo de la historia. Contaron con el apoyo de la prensa que no permitía difundir nada que no fuera contrario al período de la Confederación. Para ello usaron a la historia inventada, creada por ellos y que en su momento y hasta hace pocos años era la considerada “oficial” y única.
La predicción fervorosamente deseada, eyectada al futuro y no cumplida de José Mármol, cuando en su poema “A Rosas” de 1843, maldice al “salvaje de las pampas que vomitó el infierno” y repite en dos estrofas distintas que “ni el polvo de tus huesos la América tendrá“. Es el mismo Mármol que fue arrestado en abril de 1838 por sus constantes agresiones e insultos a Rosas. El que estuvo detenido sólo por pocos días, con las rejas abiertas de su celda y a quien se le permitía movilizarse en la cárcel, donde pasaba amenas veladas jugando al ajedrez o a las “damas” con los guardias. Es el mismo que se fue a Montevideo sin que nadie lo echara, haciéndose pasar por víctima de los ‘horrores’ del Gobierno de Rosas.
Pues bien, la famosa frase que mencionamos anteriormente, no se cumplió. El pueblo sigue con su inalterable fidelidad, firme y decidida hacia Rosas, igual que antes que lo derribara la coalición internacional y vernácula aliada a ésta.
Este texto “poético” contiene una verdadera sentencia política que fue ejecutada prolijamente por el aparato cultural del sistema durante más de 130 años. Pero la mentira no pudo llegar más allá.
“Llegará el día en que desapareciendo las sombras sólo queden las verdades, que no dejarán de conocerse por más que quieran ocultarse entre el torrente oscuro de las injusticias.” (Juan Manuel de Rosas. 1857).
Los restos mortales de Don Juan Manuel tuvieron que aguardar hasta 1989 para que pudieran descansar en la tierra que lo vio nacer, cumpliéndose así su última voluntad.
Rosas recuperó su honor y su lugar en nuestra historia: descansa en nuestra tierra, bendecido por su pueblo. Tiene sus monumentos, y su nombre está en sus calles, sus edificios y escuelas, sus barrios…
Como bien dijo alguien: Si J.M. aun estuviera vivo no le habría quedado un solo vello sin erizarse, al oír el giro de cuerpos y el chocar de botas, obedientes a una voz que ordena: “Al señor Brigadier General don Juan Manuel de Rosas, ¡vista derecha!”. Esto sucedió en el momento de descender en Rosario su ataúd con la bandera argentina, azul y blanca (no la unitaria celeste y blanca con la que nos han querido hacer creer durante tantos años y falsamente que es la nuestra) y bajo la algarabía de toda una nación que lo acompañó.
Ese merecido recibimiento que no pudo ser hecho en vida, fue concretado después de muerto. La nación, el pueblo interiormente y con plena consciencia nunca lo olvidó, a pesar de los esfuerzos de aquellos miopes que intentaron en vano que así lo hicieran.
Al recuperar la faz humana de J.M., con sus fortalezas y debilidades, lo enaltecemos. Recordemos que, en aquellos tiempos del destierro, tuvo que sobreponerse ante muchas adversidades prácticamente solo, sosteniendo sobre su alma el dolor de haber dado tanto por su nación. ¿Qué le devolvió ésta en pago? El rechazo y desprecio de las clases políticas desde su caída, pero no el de su pueblo, que con silencio resignado lo guardó en su corazón y su mente, y transmitió dichos sentimientos a sus descendientes, hecho que posibilitó que hoy día El Restaurador sea fielmente reivindicado por los herederos de aquellos.
Recordemos la idea expuesta al respecto por el músico y escritor argentino contemporáneo Litto Nebbia, en una de sus obras: “Si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia: la verdadera historia, quien quiera oír que oiga.”
Hoy los restos de Rosas descansan en paz y tal como lo quiso, con el reconocimiento de su pueblo. Se encuentran en la cripta familiar del Cementerio de la Recoleta, según consta en el certificado de titularidad.
Una reivindicación aún pendiente que sería de estricta justicia es la de reconocer e incorporar a Don Juan Manuel de Rosas como Jefe de Estado y que, por lo tanto, se inscribiera este hecho en las páginas de nuestra historia y se pusiera su retrato junto a los demás presidentes o Jefes de Estado de nuestra Nación.
Me baso en dos elementos que fundamentan lo manifestado.
1) Rosas fue Jefe de Estado: y como tal, estaba a cargo de las relaciones exteriores, del manejo de la moneda, de la política económica general y de la Aduana en particular en todo el país.
Todas las provincias le delegaron a Rosas la gestión de dichas funciones y más adelante fue ratificado y designado por las distintas Salas de Representantes “Presidente de la Confederación Argentina” (el 25 de Enero de 1850, Salta), “Supremo Director de los Negocios Nacionales de la República Argentina” (26 de Febrero de 1850, La Rioja), “Supremo Jefe Nacional” (Abril de 1851, Catamarca), “Jefe Supremo de la Confederación Argentina” (2 de Julio de 1850, Córdoba). Del mismo modo procedieron, Jujuy, Tucumán, San Juan, San Luis, Mendoza y Santiago del Estero.
Félix Luna se refiere sobre este tema afirmando que “…Aunque ninguna norma lo definiera existía sin duda un Poder Ejecutivo Nacional que ejercía la política exterior de la Confederación en sus múltiples aspectos, incluido el ejercicio del patronato eclesiástico. Este Poder Ejecutivo regulaba la economía de todo el país a través de las tarifas aduaneras de Buenos Aires, y adoptaba medidas generales como prohibir la extracción de oro o la promoción de reducciones de derechos de tránsito interprovinciales, las subvencionaba en situaciones particularmente críticas (caso de Santiago del Estero) o mediaba eventualmente en sus conflictos (gestión Quiroga en, 1835). Ejercía el comando general de las fuerzas de mar y de tierra de la Confederación. Tenía a su cargo las relaciones con los indios. Sacaba ciertas causas del fuero judicial común para tramitarlas en una especie de justicia federal (proceso a los Reynafé). Estos son sólo ejemplos: podrían enunciarse muchas atribuciones más del Poder Ejecutivo Nacional que de hecho ejerció Rosas y que no se diferencian, en esencia, de las que se maneja el Estado Nacional a partir de la sanción de la constitución de 1853”.
Al respecto y salvando las distancias, un ejemplo actual serían España y los Estados Unidos de Norteamérica, entre otros países.
España tiene diferentes regiones AUTÓNOMAS, que pertenecen a un país. El gobierno central maneja el ejército, la economía, la moneda y las relaciones exteriores. Igual que en el gobierno de Rosas.
Los Estados Unidos, tiene estados AUTÓNOMOS pero que a su vez forman parte de un país. El gobierno central maneja el ejército, la economía, la moneda y las relaciones exteriores. Igual que en el gobierno de Rosas.
En ambos casos, nadie negaría que existen y existieron Jefes de Estado o Presidentes, que son considerados como tales sin controversia alguna y sin importar el sistema de elección por el que accedieron al poder.
2) En Inglaterra, como se expuso anteriormente, al confeccionar el certificado de defunción de Rosas, donde debía completarse la ocupación, registraron “EX PRESIDENT OF ARGENTINIAN CONFEDERATION”. Lo que pone de manifiesto que más allá de toda argumentación, J.M. fue visto y tratado, aun en el exilio, no sólo como Gobernador de una Provincia, sino como Jefe de Estado.
Otro dato que corrobora el reconocimiento pendiente es el hecho de que Rosas fue el Encargado de las Relaciones Exteriores de la Nación.
Por ello, y considerando lo antedicho, debe considerarse al Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas como Jefe de Estado con los honores del caso y agregar su retrato en la Galería de Presidentes que funciona en nuestra Casa de Gobierno.
IX.-INAUGURACIÓN DEL MONUMENTO EN SU PALERMO
Y lo que son las vueltas de la vida… El 8 de noviembre de 1999, se inauguró el Monumento al Restaurador de las Leyes, en los predios de Palermo, los mismos que fueron de su propiedad y que le fueron confiscados ilegítimamente en 1852 por los depredadores de nuestra historia y soberanía de ayer y de siempre. Los títulos correspondientes se encuentran actualmente en la Academia Nacional de Historia.
El monumento está erigido sobre el solar donde antiguamente estaban las dependencias del Caserón de Palermo, y como particularidad, pareciera que está mirando fijamente a Sarmiento, cuyo monumento se encuentra emplazado donde estaba el dormitorio de Rosas.
Veamos algunas de las tantas fotos originales de esos momentos
X-DOCUMENTACIÓN ENCONTRADA EN LA ACTUALIDAD- LUGAR DONDE SE ENCUENTRA-
En estos últimos años se ha conocido fehacientemente que Rosas tenía en el exilio un enorme archivo con documentación que había tenido la precaución de llevarse a Inglaterra. Incluía tanto documentos personales propios y de Encarnación Ezcurra y su familia, como otros relativos a su gestión de gobierno.
Parte de dicha documentación había quedado en Buenos Aires. Existe una carta manuscrita de Máximo Terrero que explica el derrotero la misma.
Según consta en la esquela, en el año 1857 el Gobierno del Escribano Victorino Cabral retiró todos los expedientes, sin conocerse su localización hasta 1883 cuando llegaron sin saber cómo a manos de Terrero, quien los conservó en su propia oficina
En 1881, Manuelita le envió una parte de la documentación que estaba en Inglaterra a Adolfo Saldías, que se la había solicitado para su enjundiosa obra sobre la Confederación Argentina.
Ese material incluía no solo la documentación original producida en las épocas en que Rosas estaba en el país, sino también la que se acumuló durante los 25 años del exilio (cartas, órdenes políticas y de manejo administrativo de sus propiedades, los títulos que acreditan la propiedad de J.M. de sus bienes y sobre todo del predio de Palermo, que le había sido entregado por el Virrey Liniers. Propiedades que fueron confiscadas vilmente por el Estado a lo largo de los años.
Cuando murió Manuelita, su marido Máximo Terrero remitió a Saldías todos los baúles, que contenían 20 cajas con los documentos faltantes del Archivo de J.M.
Posteriormente, toda la documentación quedó en manos de J. M. León Ortiz de Rozas, nieto de Rosas.
Al fallecer J. M. León, todo recayó en sus hijos: primero en Ricardo Ortiz de Rozas; luego en Sara Ortiz de Rozas (casada con Alejandro Cesar Fernández Sáenz). Después, llegó a manos de la hija mayor de ésta, Ana Rosa Fernández Sáenz de Abriani y posteriormente a sus descendientes Alejandro Fernández Sáenz Ortiz de Rozas y Arturo Abriani.
Todos ellos vivieron en departamentos ubicados en el edificio de la calle Juncal 2100/70 en la ciudad de Buenos Aires
Entre los años 2000 y 2002 al conocerse donde se encontraba toda esa voluminosa documentación, tomó intervención una comisión ad-hoc presidida por el Gral. Oscar R. Chinni, que procedió a evaluarla y contabilizarla. Asimismo, sugirió dónde entregar todo, sin tener en cuenta que se trataba de documentación privada y no pública.
Entre otros documentos, allí se encuentran, tal como se adelantó, el testamento de Encarnación Ezcurra, cartas públicas y privadas de J.M. de Rosas y de su familia, detalles precisos de la rendición de cuentas durante su gestión de gobierno, entre otros escritos personales.
La familia Abriani, sin autorización del resto de los herederos de Rosas, procedieron a fin del año 2016 a donar inconsultamente a la Academia Nacional de Historia, todo el material en cuestión. De este modo, se perdió irremediablemente la posibilidad de hacer visible, en forma documentada, los derechos y los actos de J.M. tanto en el país como en el exilio.
Otro elemento que influyó en contra de la exposición al público de ese gigantesco material, por calidad y volumen, y de altísimo valor histórico, fue la postura contraria a la persona y la actuación de Rosas y la Confederación, que siempre ha mantenido la Academia.
Ese error o desinterés por parte de los Abriani al elegir esa institución como depositaria, ha imposibilitado ver o estudiar los documentos tanto antes como después de su entrega. Situación que sigue vigente actualmente en el año 2017.
La citada Academia ha informado en Julio de 2017 que hasta que no se “pongan en orden” (sic) todos esos documentos, el público-ni siquiera su familia- podrá acceder a su lectura y estudio. Culminada la organización y ordenamiento del material, no habría inconvenientes para exponerlos.
Con el tiempo se sabrá si esto es verdad….
XI-“Y LA HISTORIA JUZGÓ”…(G.V.M.G.) – 1977
“Si la historia es la que juzga
pues que juzgue como es debido:
quienes nos inculcaron
el renegar de nuestro hispanismo
y quien elevó ese valor íntimo
que a nuestros hijos ha ennoblecido!
Quienes quisieron con parricida instinto
que fuera de Bs.As. no hubiera argentinos
y quien unió a las provincias
y dio a la patria, su digno sentido!
Para quienes juego de salón era
con reglas de afuera, patria y destino
y quien venció a los anglo-franceses
a fuerza de sangre y diez cañoncitos!
Quien se unió al extranjero
allá en Caseros, mi amigo
y quien luchó junto a un criollo
que solo a traición pudo ser vencido!
Así es que la historia juzgó
Juzgó como era debido
a un Brigadier General, y a su sable
que heredó con honor altísimo
con el que restauró a la bandera, el sol
y su orgullo de haber nacido!”
XII.-ÍNDICE BIBLIOGRAFÍCO
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