La capital de la Confederación se había convertido –al decir de Moussy- en “un gran taller industrial”. El censo de 1853 muestra su floreciente estado. La mitad de sus maestros eran extranjeros, pero los oficiales y aprendices pertenecían al país. La primera fábrica de vapor, el molino San Francisco, quedó establecido en 1846 (1).
Había 106 fábricas montadas (entre ellas dos fundiciones, una de molinos de viento, una de tafiletes, 8 de velas, 7 de jabones, 4 de licores, 3 de cerveza, una de billares, 3 de pianos, 2 de carruajes, además de 9 de distintos productos) y 743 talleres artesanales (110 carpinterías, 108 zapaterías, 74 herrerías, 49 tahonas de trigo, 26 platerías, 23 talabarterías, 14 lomillerías, 12 mueblerías).
Córdoba elaboraba zapatos y tejidos y se curtieron pieles de cabrito con tal perfección que debieron prohibirse en Francia por competir con la industria artesanal francesa. Tucumán fue famosa por sus trabajos de ebanistería, carretas, tintes, tabacos, cultivo de algodón; la industria del azúcar iniciada poco antes a título experimental, contaba en 1850 con trece ingenios que abastecían el consumo del interior y en parte el de Buenos Aires; Salta hilaba algodón, fabricaba cigarros “tarijeños” y en menor porcentaje harina y vinos; Catamarca y La Rioja producían algodón, tejidos, aceites, vinos y aguardiente; en Cuyo los viñedos cubrían grandes extensiones, y en los talleres se hacían carretas y tejidos; tuvo excelente curtiembre, elaboración de frutas secas, y durante un tiempo fueron famosas las sederías mendocinas; siguió produciendo trigo y llevando harinas a Buenos Aires. En el litoral, Santa Fe, principalmente ganadera, tuvo plantaciones de algodón, tejedurías, maderas, carbón de leña y construyó embarcaciones en sus calafaterías de ribera; lo mismo Corrientes, que además producía tabaco, azúcar, almidón y frutas cítricas; Entre Ríos, cueros curtidos, postes de ñandubay y cal, más barata que la de Córdoba pero de inferior calidad.
Los salarios
Por la prosperidad del comercio e industria y gran demanda de brazos, los salarios de la Confederación estaban entre los más altos del mundo. Esto producía la inmigración de campesinos irlandeses y vascos, marinos y artesanos españoles y genoveses, maestros alemanes, y obreros de toda Europa.
En 1849, cuenta el periodista español Benito Hortelano en sus Memorias, se encontraba exiliado en Burdeos a causa de los motines liberales de España. Vio a unos vascos “cubiertos de boina y poncho” que tenían muchas talegas de oro:
- ¿De dónde vienen ustedes?
- De Buenos Aires, señor.
- ¿Qué tal país es aquél?
- Magnífico, señor: es la tierra de promisión.
- ¿Qué tiempo han estado ustedes allí?
- Cinco años, y hemos ganado 20.000 patacones entre los tres.
- ¿Pues, en qué se han ocupado ustedes?
- En los saladeros, friendo grasa y desollando reses.
- Pero en ese oficio cómo han podido ganar en tan pocos años esa fortuna?
- Como que ganábamos cinco y seis patacones diarios, que es el precio que allí se paga a los peones…
La palabra de los vascos habían producido en nosotros el mismo efecto, y todos íbamos pensando la misma cosa….si unos hombres toscos, que no conocían el idioma, que no tenían un oficio ni una industria, conocimiento en los negocios y una inteligencia nada vulgar?…Quedó decidido el viaje a Buenos Aires.
Las Memorias relatan la travesía y llegada al Buenos Aires de 1849. Empezó Hortelano con un depósito de trapos, después trabajó en El Diario de avisos y más tarde fundó “El Agente Comercial del Plata” (2) redondeando una regular fortuna.
En 1851 puede decir: “¿Qué me importaba España ni los recuerdos de Madrid, ni mi antigua posición, si aquí en Buenos Aires, en menos de dos años me había labrado una nueva y se me abría un brillante porvenir?
El comercio
Buenos Aires tenía 2.008 casas de comercio en 1850 y su giro superaba varias decenas de millones. “La ciudad de Buenos Aires está en estos momentos en un período de extraordinaria prosperidad”, escribe Brossard en 1850, “Si digo que la República Argentina está próspera en medio de sus conmociones –anota Alberdi en 1847- asiento un hecho que todos palpan”. Herrera y Obes confesaba el 22 de mayo de 1849: “Buenos Aires sigue en un pie de prosperidad admirable. Es hoy el centro de todo el comercio del Río de la Plata…. su país (de Rosas) prospera, su poder se afirma cada día más”.
En 1846 se fundaba El Camuatí, actual Bolsa de Comercio; en 1850 la Casa de Moneda descontaba documentos por 71.057.617 pesos (en 1853 bajaría a 35.034.599, aunque el peso papel decayó en relación a la onza de oro).
Estado financiero
José Antonio Terry, no obstante, asegura en su historia financiera que “Rosas fue el fiel ejecutor de las leyes de emisiones, y seriamente económico dentro de las leyes de presupuesto. Durante su larga administración se quemaron fuertes cantidades de papel moneda y se amortizaron muchos millones de fondos públicos en cumplimiento de las respectivas leyes. Esta conducta impidió la desvalorización del papel moneda y colocó a la plaza en condiciones de fáciles reacciones en los momentos en que las vicisitudes de la guerra lo permitían. El comercio y el extranjero tenían confianza en la honradez administrativa del gobernador”.
Los fondos públicos, empréstito interno emitido a principios de 1850, alanzaban a 53.693.334 pesos de los que se habían rescatado 39.178.724 quedando un remanente de 14.514.610 pesos.
Firmado el convenio Southern se reanudaron los pagos parciales del empréstito Baring con 5.000 patacones mensuales girados con puntualidad.
Los gastos del presupuesto de 1850 fueron $50.046.352, que se cubrieron ampliamente con $ 6.220.159 papel, equivalentes a 115.000 libras de cambio del 31 de diciembre de 1850.
La cotización de la onza de oro (había llegado a su máximo en julio de 1840 con 514 pesos) estaba en enero de 1850 en 249 y terminará el año en 225.
Referencias
(1) Era propiedad de los señores Blumstein y Laroche y se hallaba en la calle Potosí (hoy Alsina) entre Balcarce y Paseo Colón (vereda sur), al lado de la Aduana. Su maquinaria se movía por la fuerza del vapor que producían tres calderas, que habían sido proporcionadas por la firma inglesa J. E. Hall de Dartford, Kent. La Aduana Taylor y el molino San Francisco eran por entonces las construcciones más altas de Buenos Aires.
(2) Lo fundó siete meses antes de la batalla de Caseros; lo trasformó en Los Debates, después del triunfo de Urquiza. Entregó su dirección a Bartolomé Mitre; enseguida, y anónimamente, armó el aguijón de La Avispa, pronto sofocada; abandonó la política del país y creó El Español, primer órgano de la colectividad oficialmente reconocido; en 1853 creó el semanario La Ilustración Argentina, notable muestra de las artes gráficas de su época. Al mismo tiempo, el Hortelano era dueño de la Librería Hispanoamericana, la más grande de la ciudad, y de una imprenta que emprendió la publicación de la vasta Historia de España de Lafuente.
Fuente
Arrieta, Rafael Alberto – La literatura argentina y sus vínculos con España – Uruguay, (1957).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Hortelano, Benito – Memorias – Ed. Espasa-Calpe, Madrid (1936)
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Rosa, José María – Historia Argentina – Ed. Oriente, Buenos Aires (1972)
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