Vicente Gregorio Quesada

Dr. Vicente Gregorio Quesada (1830-1913)

Nació en Buenos Aires, el 5 de abril de 1830. Hizo sus estudios preparatorios en el colegio Larroque, continuándolos en la Universidad local donde se graduó de doctor en jurisprudencia en 1849, con una tesis titulada: No pueden prescribirse las cosas robadas, hurtadas o poseídas de mala fe. Ingresó a la Academia Teórico-Práctica de Jurisprudencia, y como practicante en el estudio del Dr. José Benjamín Gorostiaga.

En 1852 inició su vida pública siendo empleado del Ministerio de Relaciones Exteriores; luego fue secretario del gobernador Vicente Fidel López, lo que le permitió concurrir al Acuerdo de San Nicolás. En ese año salió para Bolivia con el cargo de secretario de la Misión Elías, quedándose en Tucumán, pues el gobierno de aquel país no lo aceptó.

Al estallar la guerra civil entre Santiago del Estero y Tucumán, regresó apresuradamente, y por el consejo de sus amistades pasó a Montevideo, para volver a Buenos Aires por poco tiempo, ya que decidió irse a Corrientes. En esa provincia rehusó el nombramiento de ministro para aceptar sólo el cargo de asesor del gobernador Pujol.

Elegido, más tarde, diputado al Congreso de Paraná (1855), por la provincia de Corrientes, tuvo una lucida actuación en la Cámara, donde demostró el profundo sentimiento nacionalista que lo animaba. Allí se encontraron los sucesos de Pavón y Cepeda.

De regreso a su hogar, y a requerimiento de sus familiares, terminó su carrera de abogado en 1855. Durante esa época recomenzó de nuevo sus actividades periodísticas que antes había realizado como redactor del “Nacional Argentino”, en Buenos Aires y de “El Comercio”, en Corrientes, donde publicó estudios de sus viajes por las provincias en 1852, además de logradas estampas de costumbres argentinas.

En 1857 publicó su primer libro, La Provincia de Corrientes, con gran éxito, mereciendo ser elogiado por Mitre. Luego actuó como secretario del Instituto Histórico y Geográfico de la Confederación que se inauguró el 23 de mayo de 1860, promisoria entidad que no desarrollaría mayores actividades a causa del ajetreo en que se vieron envueltos sus miembros, casi todos ellos políticos militantes.

Un año después, radicado en Entre Ríos, redactó la “Revista del Paraná”, que los sucesos políticos le obligaron a suspender. Con la colaboración del doctor Miguel Navarro Viola publicó “La Revista de Buenos Aires” (1863-71), colección de 24 tomos, y un tomo único bajo el título “Biblioteca de la Revista de Buenos Aires”. En aquella revista escribió notables artículos de historia argentina, de diplomacia, y sus famosas “Crónicas Potosinas”. Fue colaborador de “El Inválido Argentino”, periódico fundado por el doctor José C. Paz durante la Guerra del Paraguay.

Formó parte de la Academia de Jurisprudencia, y en 1870, el presidente Sarmiento lo nombró para que con el Dr. Sixto Villegas hicieran un estudio del Colegio de Comercio, proponiendo las reformas necesarias. A pesar de no haberse aprobado el proyecto en el Congreso Nacional mereció juicios muy favorables.

Muerto el director de la Biblioteca Pública de Buenos Aires, José Mármol, en 1871, lo sucedió en el puesto desde el 21 de setiembre de ese año. Ejerció sus funciones con acierto durante varios años, dictó su reglamento interno, y publicó las Memorias de la institución.

En 1873 fue comisionado oficialmente para estudiar en Europa la organización de las principales bibliotecas públicas, confiándosele además, que adquiriese en España copias de manuscritos que tuviesen referencia con la historia colonial. Se necesitaban esos documentos para aclarar las cuestiones de límites que entonces sostenía el gobierno con Chile.

Trasladado a Madrid, visitó los archivos, y elaboró varios artículos que publicó la “Revista del Río de la Plata” sobre la Dirección de Hidrografía, Biblioteca Nacional de Madrid y el Archivo de Indias en Sevilla, que el gobierno argentino autorizó a recopilar en un libro. Resultado de ese viaje fue también el volumen aparecido en 1875, La Patagonia y las tierras australes del continente americano, en el que, con clara visión y profética palabra se ocupó de los problemas a solucionar, y del porvenir de esa región meridional argentina.

Fue el primero en mostrar científicamente la tesis argentina de dos puntos fundamentales, probando los límites verdaderos de las provincias de Cuyo y Buenos Aires, cuando la jurisdicción ejercida por el virreinato en las tierras australes llegaban hasta Tierra del Fuego, concluyendo que la Cordillera de los Andes era el límite natural y político entre las dos naciones, obligada solución con la que el tratado entre ambas de 1856, consagraba el “uti possidetis”.

Nombrado ministro de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires en 1877 por la administración de Carlos Casares, al año siguiente, fue elegido diputado en representación de la misma, permaneciendo en el Congreso hasta 1880, fecha en que se lo destituyó por negarse acompañar el traslado del gobierno a Belgrano.

En 1881, fundó con su hijo, el Dr. Ernesto Quesada “La Nueva Revista de Buenos Aires”, de la que se publicaron 13 tomos.

Separado de la política, prosiguió sus investigaciones históricas. En ese mismo año dio a luz su obra El Virreinato del Río de la Plata. 1776-1810, cuyas conclusiones tienen atingencia con la cuestión de la Patagonia, y que más tarde sirvieron para resolver pacíficamente los límites con Chile.

Como complemento de sus investigaciones, escribió otra obra titulada Capitulaciones para el descubrimiento y conquista del Río de la Plata y Chile, de espíritu polémico, para responder a Miguel de Amunátegui, escritor chileno, que había desmenuzado su obra sobre la Patagonia. La segunda parte que compuso fueron los Antiguos límites de la Provincia del Río de la Plata.

El exceso de trabajo lo obligó a viajar a Europa para ser atendido por el célebre Jean-Martin Charcot, en París, donde permaneció varios meses hasta recuperar la salud.

A poco de su regreso a la patria, en 1883, el gobierno del general Roca lo nombró Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario en el Imperio del Brasil. Cumplido dos años en ese cargo, fue trasladado a los Estados Unidos de Norteamérica, acompañándolo su hijo Ernesto, en calidad de secretario de la legación. De esas dos misiones se ocupa en los volúmenes respectivos: Mis Memorias Diplomáticas. (Misión ante el gobierno del Brasil), y Recuerdos de mi vida diplomática. (Misión en Estados Unidos) (1885.1892). Aparte de dichas obras, publicó con el seudónimo de “Domingo de Pantoja”, un estudio de fina sátira, intitulado: Los Estados Unidos y la América del Sur: los yankees pintados por sí mismos. Trabajo cáustico, ingenioso y veraz, que retrataba con realismo el poco aprecio y consideración que tenía Estados Unidos a las naciones hispanoamericanas.

En 1891, se le encargó la representación diplomática en México, donde publicó Recuerdos de mi vida diplomática. Misión en México.

En testimonio de la alta consideración a que se había hecho acreedor, los gobiernos de los Estados Unidos y de México nombraron al doctor Quesada, en 1897, arbitro único para que resolviera la “reclamación Oberlander”. Después de pedir permiso al gobierno argentino, aceptó el doctor Quesada el cargo. Su fallo arbitral es una notable pieza jurídica, que honra nuestra cultura. Cuando los gobiernos norteamericano y mexicano quisieron pagar sus honorarios, el árbitro los renunció generosamente.

Después pasó a París, y de allí a Madrid con el fin de presentar sus credenciales de embajador argentino ante el gobierno español, con anterioridad al 12 de octubre de 1892, pues asistiría como representante oficial a las fiestas del cuarto Centenario del Descubrimiento de América.

En París, el gobierno argentino le comunicó el 26 de agosto su nombramiento de la Misión ante la Santa Sede. El 1º de octubre, a pesar de su quebrantada salud, partió rumbo a Roma. Fue recibido por el cardenal Rampolla, con quien trató sobre las cuestiones referentes al Derecho de Patronato vinculadas a la creación de nuevos Obispados y otros asuntos, pero nada se consiguió aparte de la preconización de Mons. Padilla como Obispo de Salta. No fue recibido por Su Santidad, debido a que esta segunda misión no satisfacía a la Corte Romana, y de ninguna manera fue favorable a las relaciones argentinas con el Vaticano por la orgullosa tirantez que la distinguió. Sobre esa gestión dio a conocer Misión ante la Santa Sede (1901).

Trasladado a Madrid, en 1895, siguió ocupándose de sus investigaciones, en especial de las Islas Malvinas, llegando a reunir una colección completa de documentos para hacer su historia. Cuando el libro que tituló: El Archipiélago de Malvinas o Islas Falkland. Conflictos internacionales, ya estaba terminado, lo ofreció al gobierno argentino, pero fue rechazada su publicación por razones de economía.

Su residencia de la calle Alcalá Galiano, que fue llamada por él mismo “la casa del abuelo”, acogió a lo más granado de la sociedad madrileña y de su mundo de letras: Gaspar Núñez de Arce, Castelar, Castro y Serrano.

Fue nombrado miembro correspondiente de las Reales Academias de la Lengua y de la Historia. Se vinculó con los colegas de la primera, asistiendo a sus sesiones, donde sostuvo una incidencia con Marcelino Menéndez y Pelayo referente a su Antología, formulando juicios exactos que molestaron al sabio español. Luego pasó a Berlín, donde desempeñó su misión durante varios años. Siendo ya de avanzada edad, se jubiló en 1904. De regreso a Buenos Aires instaló su casa frente a la Plaza Libertad con muebles y colecciones artísticas de buen gusto

Después de haber desempeñado la presidencia de la Academia de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, falleció el 19 de setiembre de 1913, rodeado del respeto y consideración pública. Se había casado con Elvira Medina, hija del presidente del Superior Tribunal de Justicia, Dr. Angel Medina. En el acto del sepelio lo despidió el Dr. Rodolfo Rivarola.

Esta es la vida fecunda de uno de los valores más puros de la Argentina. La bibliografía de Quesada es asombrosa, por su erudición, estilo galano, castizo y elegante, que une lo documental a lo literario. Dejó una obra de indudable valor y calidad. Aparte de las obras citadas, pueden agregarse: Memorias de un Viejo (1888), con el seudónimo de “Víctor Gálvez”, donde realiza una animada y verídica descripción de la vida argentina en la época de Juan Manuel de Rosas, presentando un cuadro completo de costumbres, con páginas de gran colorido. Tuvo la feliz inspiración de retratar a los hombres de la Confederación, haciéndolo con una simpatía y riqueza de imágenes que lo han inmortalizado. Otro de sus libros es: La sociedad hispanoamericana bajo la dominación española (1893), le siguen: Recuerdos de mi vida diplomática. (Congreso de Orientalistas) (1889); La vida intelectual de la América Española. (Siglos XVI, XVII y XVIII) (1910); Derecho del Patronado (1910), y el estimable La Casa del Abuelo en Revista de la Universidad de Buenos Aires (1926).

Tras una laboriosa tramitación verbal con el gobierno en 1923, no pudo crearse en el país el “Instituto Vicente G. Quesada”, en el mismo edificio de la Plaza Libertad y calle Paraguay 1339, que hubiera contenido la biblioteca, su museo de tallas, colección de tapices y muebles artísticos, por lo que su hijo Ernesto, en 1928, donó su biblioteca privada de más de 80.000 tomos y una colección de manuscritos al Estado de Prusia. Esta donación dio origen a la fundación del Instituto Ibero-Americano (IAI) en 1930. Los libros fueron integrados a los fondos del IAI. Una parte de los mismos y de los manuscritos se perdieron durante la Segunda Guerra Mundial. El legado actual se compone de documentos que Ernesto Quesada se llevó a Suiza en 1929 y que sólo después de su muerte pasaron al IAI. Incluye correspondencia y manuscritos no publicados de Vicente Quesada y la correspondencia mantenida por Ernesto Quesada y Leonore Deiters, incluyendo el intercambio epistolar con Oswald Spengler. R. Liehr organizó el legado en 1983 y G. Vollmer elaboró un inventario y una descripción en 1993.

Testamento del Dr. Vicente G. Quesada

Este es mi testamento ológrafo. En la ciudad de Buenos Aires, en la casa de mi propiedad situada en la calle Libertad números novecientos cuarenta y seis y novecientos cuarenta y ocho, en cinco de febrero del año mil novecientos doce, faltándome dos meses para cumplir ochenta y dos años y encontrándome en buena salud y en perfecto goce de mis facultades intelectuales, quiero expresar mi última voluntad, cuyo cumplimiento encomiendo a mi hijo el doctor Ernesto Quesada, mi único y universal heredero, albacea y ejecutor testamentario.
……
Respecto de mis muebles y colecciones artísticas, reunidas durante los veinte años de mi vida diplomática, mi deseo es que mi hijo Ernesto solicite del gobierno argentino la adquisición de esas colecciones, para que sean conservadas en cualquiera de los museos nacionales, en una o varias salas, sin desmembrar ni dividir el todo, y bajo la expresa condición de que lleve el título “Colección Vicente G. Quesada”. Dichas colecciones se componen: Primero: de mi museo de tallas. Segundo: de la serie de tapices. Tercero: de los muebles artísticos.

El museo es formado con objetos de arte, imágenes originales antiquísimas y modernas, clasificadas por siglos por mi amigo el célebre pintor Moreno Carbonero, en Madrid; las tallas son, en su mayoría, españolas, pero las hay italianas, y numerosas y variadas francesas; además de las imágenes, hay numerosos objetos tallados en madera, todos antiguos, columnas, mesas, sillas y muebles, muchos de los cuales han pertenecido a personajes célebres, como adquisiciones hechas en las ventas de los palacios de Medina Celi, de Osuma y otros, en Madrid; una numerosa colección de espejos y cornucopias, algunos tallados al cristal y con marcos de madera tallada. En cuanto a los tapices, la serie de hermosos tapices flamencos fue adquirida por mí del agente encargado, pertenecientes a la catedral del Borgo de Osma, a la cual habían sido donados a principios del siglo diez y seis por el emperador Carlos V; de modo que soy yo el tercer propietario de aquéllos, cuya compra efectué por indicación del nuncio apostólico en Madrid, monseñor Di Pietro; los otros tapices son gobelinos antiguos y pocos modernos; éstos y los flamencos forman un total de trece, cuyo valor es hoy muy subido y son muy buscados en Europa. Si nuestro gobierno no quiere adquirirlos todos los objetos de arte, tapices y muebles, o sólo algunos, es mi voluntad que mi hijo Ernesto los negocie en vida en Europa, por cuanto su conservación representa una verdadera hipoteca para una familia, porque exige una casa entera y continuos cuidados; antes de repartirlos entre mis nietos, con lo que dichas colecciones perderían su valor de conjunto, es preferible se enajenen en el extranjero, si en el país no fuere ello hacedero.

Dejo igualmente a mi hijo Ernesto todos mis papeles y libros inéditos, para que los publique oportunamente, en todo o en parte, según su buen criterio se lo indique; esta es una carga que le impongo, sin plazo, y si sus recursos y su tiempo se lo permiten; también le pido quiera hacer una edición de mis obras completas, incluyendo las ya publicadas en libros y revistas y las inéditas que dejo. Pero, como esa publicación, dada la falta de mercado que para tales libros existe en nuestro país, sólo podría hacerse con la ayuda del tesoro público, lo autorizo y aun le impongo, porque sé que en esto violento sus inclinaciones, que solicite, en recuerdo de mi memoria, del honorable Congreso de la Nación, los fondos necesarios para ello, pues entiendo que mis servicios al país, sobre todo en las cuestiones de límites, por cuyo trabajo no recibí compensación pecuniaria, me dan derecho para pedirlo, tanto más cuanto que el Congreso acostumbra acordar liberalmente recursos para costear numerosas publicaciones, y que a las veces, como en el caso del doctor don Vicente Fidel López, ha votado leyes especiales acordando fuertes sumas para la publicación de sus obras, y en muchos otros casos que sería pesado recordar. Si esto sucediera en mi caso, como un acto de justicia y de equidad, ruego a mi hijo se publiquen mis libros inéditos en esta forma: Primero: Mis memorias diplomáticas. Segundo: Mis memorias políticas. Tercero: Mis obras de historia colonial. Como mis manuscritos requieren inteligente y paciente revisión, ruego y pido a mi hijo se ocupe de ello con el cariño que siempre tuvo por su padre y que destine para ello el tiempo necesario, pues preveo que la publicación durará varios años.

Todos los demás documentos y papeles que no puedan utilizarse, los incorporará a su propia biblioteca, a la cual ya he entregado todos mis libros, y respecto de lo cual sería mi deseo que mi hijo, en vida o por testamento, se desprenda de ella para alguna institución pública, siempre que el gobierno compensara en dinero cuanto padre e hijo han gastado en formar tal colección de libros, manuscritos y papeles históricos, quizá la única hoy en el país en poder de particulares. Por último, debo agregar que, en el cumplimiento de los deseos expuestos, dejo a mi hijo la más absoluta facultad para proceder según su criterio, pues deposito en él mi más plena confianza, habiéndonos siempre entendido en vida, teniendo comunidad de gustos, ideas y aspiraciones, por lo cual le bendigo especialmente, manifestando mi última voluntad, pues ha sido la gran satisfacción de toda mi vida este ardiente cariño que he tenido y tengo por él y que él ha tenido y tiene por mí.

Y bendigo a todos mis descendientes, deseándoles que cuando lleguen al límite extremo de la vida, puedan decir de sus hijos lo mismo que yo digo ahora del mío: que siempre amó y respetó a su padre y con él vivió en estrecha y afectuosa comunidad de ideas y sentimientos. A mis nietos les recomiendo especialmente que amen y sirvan a la patria, según sus aptitudes e inclinaciones, como la he servido yo en los distintos puestos de mi carrera de hombre público y de escritor, como la ha servido y sirve mi hijo Ernesto, como escritor, profesor universitario y magistrado; a la patria se le puede servir en todos los órdenes de la vida, sean ruidosos como modestos. Por mi parte, doy gracias a la Divina Providencia de que haya prolongado mi vida lo suficiente para contemplar a mi país enriquecido y en plena prosperidad, cuando me tocó, a raíz de la caída del gobierno de Rosas, asistir a los comienzos de la reorganización en el Acuerdo de San Nicolás y participar en la época difícil de la Confederación, como diputado en el Congreso nacional del Paraná, cuando el porvenir era complicado por ambiciones menguadas; nunca me faltó la fe en los destinos de mi patria y mi voluntad de conservar la unidad nacional por la razón o la guerra; y hoy, pasados aquellos tiempos y los intermedios hasta la normalización del estado político nacional, muero contento, admirando la gran nación argentina que soñé desde mi juventud. Tocarán a mis nietos mejores tiempos y podrán a su vez cumplir con el deber de contribuir al engrandecimiento de la patria común.

Tengo fe profunda en el porvenir y desearía que el nombre que llevo y traté de ilustrar, sea a su vez ambición y serio propósito en mis nietos; cualquiera que sea el rumbo que den a sus personales actividades, les ruego y suplico no olviden nunca que heredan un nombre honrado, y sobre todo cumplan siempre con firmeza el deber que se impongan, obteniendo la satisfacción de su propia conciencia, sin desmayar jamás, sin miedo por las contrariedades, constituyendo en sí mismos el juez más severo de su conducta personal…. Vicente G. Quesada”.

Fuente
Bunge, C. O. – Vicente G. Quesada. Breve estudio biográfico y Crítico – Anales de la Acad. de Filosofía y Letras, Buenos Aires (1914).
Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino – Buenos Aires (1978).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Ibero-Amerikanische Institut – Berlín, Alemania
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