Adolfo Pedro Carranza

Adolfo Pedro Carranza (1857-1914)

Nació en Buenos Aires el 7 de agosto de 1857, siendo bautizado el 28 de agosto del mismo año en la Basílica Nuestra Señora de la Merced. Era hijo de Adolfo Esteban Carranza, propulsor del progreso comercial e industrial del país, y de María Eugenia del Mármol. Se educó en el colegio San Martín, y luego ingresó en la Universidad de Buenos Aires, en 1875, para seguir estudios de derecho. Obtuvo su título de doctor en jurisprudencia y de abogado, muchos años después. Su tesis doctoral versó sobre Nuestro Federalismo, presentada en 1908.

Su carrera fue rápida y se vio caracterizada por ascensos importantes. Llegó a ser secretario de legación y encargado de negocios en Paraguay y, posteriormente, jefe de sección en el Ministerio del Interior. Al asumir el poder el doctor Juárez Celman, Carranza que había combatido su candidatura, se retiró de los cargos públicos.

Su afán de realizar una obra de difusión cultural ya se había manifestado durante su permanencia en Asunción, donde había formado un centro social y de estudios y una revista.

Vuelto al país, fundó a comienzos de 1886, una importante publicación de historia, letras y jurisprudencia, la Revista Nacional. La dirigió y escribió en ella muchos de sus más interesantes artículos sobre capítulos olvidados y figuras, en parte desconocidas, de la historia argentina. La revista apareció hasta 1893. A ella, le siguieron la Ilustración Histórica Argentina (1908), y la Ilustración Histórica (1911), publicaciones especializadas en las que siguió develando episodios de nuestro pasado y entregando al público los frutos de sus importantes trabajos de investigación.

Algunos de sus artículos fueron recopilados en forma de libro, como Leyendas nacionales, Razón del nombre de las calles, plazas y parques de la ciudad de Buenos Aires, Hojas históricas, Patricias Argentinas, Días de Mayo, y sobre todo, su Archivo General de la República Argentina, con la reproducción de un gran acopio de documentos.

De las publicaciones dirigidas, debemos mencionar, San Martín. Su correspondencia (1823-1859), ricamente ilustrada y una de las obras más valiosas de la iconografía sanmartiniana que mereció tres ediciones, y los tres tomos de Memorias y Autobiografías.

Pero su fundamental merecimiento lo adquirió en la fundación del Museo Histórico Nacional (1), casa que contiene preciosas reliquias y es una fuente poderosa de instrucción popular. Se debió a su tesón, a su noble e invencible afán, a su amor, siempre en acción y vibrante por las cosas argentinas. Este museo que, al principio fue municipal, y que luego fue adquirido por la Nación, es en gran parte obra de las gestiones y del esfuerzo de Carranza. Fue por lo tanto, justicia que el intendente Francisco Seeber, lo propusiese en 1889, como primer director de la institución, y que la comisión popular que se ocupó de la fundación aceptase esta propuesta.

Permaneció durante veinticinco años en la dirección del Museo hasta su muerte, y en ella Carranza realizó una obra perdurable. Publicó la revista de la institución, nueva fuente inagotable de información e ilustración histórica, y que alcanzó amplia difusión entre los años 1892 y 1898. Organizó y clasificó grandes colecciones, epistolarios, armas, banderas y objetos de uso personal.

Donó al Museo todas sus colecciones particulares, su gran Biblioteca Americana de 8.000 volúmenes y su notable monetario.

A mediados de 1896, el doctor Adolfo P. Carranza, se interesó en la idea de repatriar el sable de San Martín. Gracias a los oficios de Antonino Reyes, ex edecán de Rosas, Carranza le manda decir a Manuela Rosas de Terrero que done el sable corvo de las campañas libertadoras al museo que dirige. En un tramo, señala Carranza: “Vengo a rogar a V. haga la donación al Museo Histórico, en nombre de su señor padre, del sable que recibió”. Esta carta, fechada el 5 de septiembre de 1896, fue respondida el 27 de noviembre de ese mismo año por Manuela Rosas, quien le aclara a Carranza que “al fin mi esposo, con la entera aprobación mía y de nuestros hijos, se ha decidido en donar a la Nación Argentina este monumento de gloria para ella, reconociendo que el verdadero hogar del sable del Libertador, debiera ser en el seno del país que libertó”.

Tiempo más tarde, el 31 de enero de 1897, Manuela Rosas de Terrero le vuelve a escribir a Adolfo Carranza, esta vez señalándole que, además del sable corvo, se adjuntarán dos objetos históricos más: uno es la bandera “que llevó el Benemérito Ejército Expedicionario al Desierto a las órdenes de mi padre el General don Juan Manuel de Rosas, contra los indios salvajes que asolaban nuestra campaña”, y el otro era “un trofeo del General Arenales, (en el año 1820) presentado por su hijo el Coronel don José Arenales, a mi padre, cuya dedicatoria está estampada en el trofeo”.

El doctor Carranza vivió envuelto en esta mística de su época. Su celo personal, su espíritu patriótico y su visión de futuro hicieron el resto. La obra está ahí colmada de elementos históricos que jalonan el camino seguido por el país en lo político, en lo militar y en lo institucional. Vivió para que el Museo Histórico fuera la expresión de la unidad que todo país ordenado debe reflejar en su marcha histórica.

En esa casona histórica murió inesperadamente el 15 de agosto de 1914, a los 57 años de edad. Perteneció como académico de número a la Junta de Historia y Numismática (hoy Academia Nacional de la Historia), siendo nombrado en 1901.

Ernesto Quesada señaló que Carranza había llenado una verdadera misión como conservador y guardián de las glorias de nuestro pasado. David Peña dice que: “Era blanco y rosado, activo como un sajón, entraba y salía de todas partes con sus negocios a cuestas y también con su nerviosa información”.

Intervino en varias comisiones que se ocuparon de erigir monumentos a importantes personajes de nuestra historia, como ser: Adolfo Alsina, Buenos Aires; Guillermo Brown, plaza central de Adrogué; Felipe Pereyra Lucena; Manuel Belgrano, atrio del Convento de Santo Domino; José de San Martín, San Lorenzo, Pcia. de Santa Fe; Cristóbal Colón, Buenos Aires; a la Primera Junta, La Plata; Lorenzo Lugones, Santiago del Estero; Deán Funes, ciudad de Córdoba; Fray Justo Santa María de Oro, San Juan; González Ocampo, La Rioja; San Martín, Yapeyú; Batalla de Salta, ciudad de Salta.

Se había casado el 20 de febrero de 1880 en la iglesia Nuestra Señora de Montserrat con Carmen García Lara, española, con quien tuvo una sola hija, María Eugenia. Después de su fallecimiento, el Consejo Deliberante dio su nombre a una calle, y el Consejo Nacional de Educación a una escuela de esta capital.

Referencia

(1) El Museo Histórico Nacional está ubicado en el barrio de San Telmo, en el lugar donde Pedro de Mendoza fundó Buenos Aires. La antigua casa que alberga al Museo fue construida a principios del siglo XIX. A mediados del siglo la finca fue adquirida y ampliada por José Gregorio Lezama y se transformó en Museo municipal en 1889. En 1922, se convirtió oficialmente en el Museo Histórico Nacional.

Fuente
Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino – Buenos Aires (1969).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Ortega Peña, Rodolfo y Duhalde, Eduardo Luis. “San Martín y Rosas. Política Nacionalista en América”, Editorial Sudestada, Buenos Aires 1968.
Ortiz de Rozas, Nicolás. “El Sable de San Martín”, La Plata, Año del Libertador General San Martín, 1950.
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