En la noche del 24 de mayo de 1866, el silencio que sigue a las grandes tempestades, reinaba en los campos de Tuyutí.
Durante el día no había cesado de bramar el cañón; se combatió fieramente por ambos bandos, y tanto aliados como paraguayos, en tal acción guerrera dieron muestras de que la bizarría y el valor eran inherentes cualidades de sus férreos ánimos, como lo demostraban los miles de cuerpos que yacían, ya alcanzados por las mortíferas balas, ya atravesados por las agudas puntas de las bayonetas.
Entre aquéllos, mortalmente herido, encontrábase el viejo Gómez, trompa del 6 de Línea…
De esa no se salvaba… Esto era lo que pensaba el veterano, notando que apenas le permitía respirar la bala que en su pecho se alojara en momentos de marchar al frente de sus camaradas tocando al ataque.
Apoyado sobre su codo vagaba su desfalleciente mirada en torno suyo… Buscaba el clarín que de la mano se le desprendiera al caer; pero si muchos quejidos pudo oír, nada logró entrever, en la oscuridad de la noche.
Tanteó a sus costados, sin dar con el codiciado objeto, arrastróse después penosamente hacia un punto que a varios pasos de distancia brillaba con metálicos reflejos, mas un grito ahogado le interrumpió al encontrar lo que tanto ansiaba no perder.
- ¿Quién es el animal que me ha golpeado la cabeza…? – murmuró luego una lastimera voz- Casualmente donde recibí la bala.
- Perdóname, fue sin querer. Buscaba mi corneta- le contestó Gómez cayendo nuevamente desfallecido por el esfuerzo, mas besando entonces la amada compañera de su ruda vida, trozo de metal, sin mayor valía para cualquier otro, pero para él inapreciable reliquia como antes lo fuera para su padre.
Era su única familia en el mundo, y mientras continuaba besándola cariñosamente, recordaba cuan ilimitado respeto le profesaba en su niñez, cuando el autor de sus días ejecutaba en ella marciales aires militares y como más tarde al ser heredada por él, prosiguiendo la tradición en el hogar de los Gómez, la convertía en su más mimada joya, engalanándola con los lujosos cordones de seda que tanta envidia causaban en sus compañeros de la banda lisa.
La voz del herido a quien había molestado le sacó de las meditaciones en que estaba embebido.
- ¿De qué regimiento sos?
- Del 6 de Línea…
- Entonces semos del mesmo…? Hemos de ser amigos y p’cha con la balita! No me deja hablar.
- Soy el corneta Gómez…
- ¡No digo…! Pero, quien t’iba a conocer con esa voz de cabrito recién nacido! Yo soy el tambor Garrido…. hasta dentro de un rato, porque no tardaré en cantar pa’l carnero…
- Crés Garrido que falta mucho pa amanecer? – le preguntó el trompa al reconocerlo y sin atender lo que decía. -¡Si pudiéramos, aunque sea un momento ver el sol del 25!
- Ché hermano, me parece que no! Ya nos han tocao silencio…
- ¡Suerte perra! ¡Si al menos juera 26…!
Calló el bravo milico y apesadumbrado con la idea de morir sin haber contemplado una vez más siguiera, el sol de la fecha que tan amorosamente recuerda todo argentino, masculló entre dientes una enérgica interjección criolla.
Pasaban las horas.
De pronto Gómez abrió desmesuradamente los ojos queriendo imprimir doble intensidad visual a su mortecina mirada. Pensó primeramente sufrir una ilusión, pero pronto no le cupo duda…¡Vislumbraba la sonrosada luz de la aurora!…
Sacudió a Garrido que permanecía inmóvil con el brazo sobre la cara y le señaló lleno de emoción, con su extendida diestra, la rojiza mancha.
- ¡Ya clarea !- murmuró al oído de su amigo.
- ¡Gracias a Dios! ¡Andamos con suerte!
Lanzaron un suspiro de gratitud y con infantil alegría, olvidando sus dolores, vieron aparecer la aurora del 25 de Mayo.
- ¡Si pudiéramos saludarlo con la diana de otros años!… ¿Qué te parece?… Prepará el tambor…
- Aquí lo tengo al lao, pero no sé si podré mover las manos… En fin, vamos a ver… Sentémonos…
Y el sol iluminó de lleno el rostro de aquellos bravos, que rindieron la vida entonando la última diana…
Miguel Jaunsarás
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