Guillermo Hoyo

Guillermo Hoyo, alias Hormiga Negra (ca. 1837-1918)

Guillermo Hoyo se llamó pero ese nombre dice muy poco. Se lo identificó como Hormiga Negra, apodo que ha quedado a través del paso del tiempo gracias a la pluma del infatigable Eduardo Gutiérrez. Primeramente inspiró la aparición de un folletín que vio la luz en “La Patria Argentina”, el diario que cobijara muchos de los relatos del prolífico editor.

El autor de Juan Moreira, Juan Cuello, Pastor Luna, Los Hermanos Barrientos y otras obras de similar contextura, fue, indudablemente, un sagaz descubridor de tipos humanos que hubieran permanecido sepultados en el anonimato, si su ojo penetrante y su frondosa imaginación no se hubieran ocupado de ellos.

Más tarde el folletín que forjara sobre tan singular personaje adquirió la forma de libro. Muchos recordarán las ediciones de la Editorial Tor, de largo y ancho formato, con brillante tapa de generoso colorido, con la infaltable figura de un gaucho blandiendo un facón y en actitud de “jugarse” frente a la partida policial que pretendía consumar su aprehensión.

Algunos creyeron que Hormiga Negra fue tan sólo una invención de Gutiérrez; otros afirmaron que si bien existió no alcanzó a realizar una mínima parte de las “hazañas” que le indilgó en su folletín. También ofrecieron su aporte los que abominaron públicamente de Guillermo Hoyo, tildándolo de gaucho ladino, madrugador y pendenciero. Aún hoy, la polémica tiene vigencia. En San Nicolás de los Arroyos –pagos de Hormiga Negra- historiadores y periodistas locales intercambiaron iracundos conceptos, hasta agraviantes algunos, cuando a raíz de que una comisión creada a tal efecto se construyó una nueva tumba y se le tributó un homenaje a su memoria. Diversas cartas publicadas en órganos periodísticos lugareños evidenciaron una agresividad insólita. El tiempo no aminora resentimientos…

Su primera cuenta con la justicia

Lo cierto es que en el Libro X (folio 26) del Registro de Bautismos de la Iglesia Catedral de San Nicolás de los Arroyos figura el bautismo de Guillermo Hoyo, hijo de Rosa Seijas y Leonardo. Ello ocurrió en 1837. El niño había nacido en el Alto Verde, en las cercanías del histórico Arroyo del Medio. Según cuenta la tradición, su padre, el bravo don Leonardo, era muy querido por la gente del lugar, y se lo respetaba por la guapeza de la que sabía hacer gala. Se lo llamaba Hormiga Negra, por su pelo renegrido y, además, porque “cuando sacaba el facón lo hacía picar pior que hormiga”. El rancho que había levantado era conocido por “el hormiguero”, tal como lo dice Eduardo Gutiérrez en el inicio de su relato; también se le llamaba “el rancho de los Hoyo” y “el hoyo de los hormiga”.

Guillermo era de cabellos claros y su rostro estaba surcado de pecas. Por eso se le conocía por “El Rubio Hormiga Negra”, alias que acompañó a su nombre en la carátula del voluminoso sumario integrado por dos cuerpos que se encuentran actualmente en el Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, encabezado con la siguiente inscripción: “Año 1865 –Exp. Nº 12 –legajo 36, Sumario levantado contra Guillermo Ollos –(sic)- (a) El Rubio Hormiga Negra, por heridas a Pedro José Rodríguez, de las que éste falleció”.

Así comenzó la vida errante de Guillermo, que, con el correr del tiempo, iría a parar a una cárcel pero también le serviría para entrar en la fama, ya que esa estada en un pabellón de la Penitenciaría Nacional, dio lugar a una entrevista con el inquieto periodista y escritor que vio en él un motivo de inspiración, al menos para concretar un relato con abundantes encuentros con la policía, raptos de agraciadas mozas y crímenes por doquier.

Pero sigamos con el sumario policial. Entre la profusión de pedidos de captura y otros trámites de la burocracia judicial de la época –trabajosamente escritos por los tinterillos de los juzgados- entresacamos la nota siguiente: “Cuartel 1º, 2 de enero de 1865. Al señor Juez de Campaña, don Adolfo Suñar. El infrascripto pone en conocimiento de U. que en la noche del día de ayer y en casa de doña Casilda Ollos ha sido herido el individuo Pedro José Rodríguez de tres puñaladas, por otro llamado Guillermo Ollos (1). Tan luego como tuve conocimiento del hecho me trasladé a la casa del suceso y se me dijo que se encontraron varios individuos llamados, Rafael Jaime, Timoteo Ocampos, Romualdo Ocampos y Guillermo Ollos, y que, este último había herido a Pedro José Rodríguez. Habiendo en virtud de este informe procurado la captura del malhechor y no pudiéndolo tomar por haberse pasado a la provincia de Santa Fe, doy cuenta a Ve. Para que se sirva ordenar lo que estime conveniente. Dios guarde a Ud.” – (firmado) José M. Centeno.

La justicia de aquel entonces no era tan lenta como se cree. Si bien el prófugo desaparece de la jurisdicción propia a la causa que se le instruye, se trata de estirar los tentáculos para lograr su reprehensión. El sumario va aumentándose con pedidos de captura, remitidos a todos los lados donde se tienen noticias –comprobadas o no- de su paradero. En otra parte leemos: “Ha tenido noticias el juzgado que el acordeón a que se hace referencia en la causa, se halla en casa de Guillermo Hoyo (a) rubio Hormiga Negra, que vive en un puesto de la Estancia del Orufú en la provincia de Santa Fe. Se ha librado nota pidiendo al gobierno provincial de la Villa Constitución con el objeto de su detención previo reconocimiento de la casa del citado Hoyo.. San Nicolás, febrero once de mil ochocientos sesenta y cinco” (Firma ilegible).

Pasarán casi diez años hasta el momento en que Hormiga Negra caiga en poder de la justicia. Durante ese lapso hay noticias de que ha cometido otros crímenes –que él negará cuando es interrogado- pero que coadyuvan a crearle una fama de gaucho malo, pendenciero y “mal entretenido”. El juzgado recibe denuncias de otros hechos de sangre que se le atribuyen. Uno de ellos se resume de la siguiente forma, descripta por un hermano de la víctima: “Hoyo estaba golpeando a un niño. Andino lo reprendió. Hoyo lo desafió a pelear. Andino no tenía cuchillo. Hoyo lo mató”. Lo cierto es que Santiago Andino fue muerto en Santa Fe y se lo acusa a Hormiga Negra de ser el autor del asesinato, pero no existen constancias fidedignas de su autoría en este crimen como en otros que aparecen rodeados de análogas características, en cuanto a la alevosía de quien los produjo.

Muchos años después, cuando ya era un anciano, Hormiga Negra daría algunas pistas sobre lo que hizo en ese período de ocultamiento. Sabemos que fue soldado y que luchó en Cepeda y Pavón, que trabajó como peón y resero, pero hay confusión en lo que respecta a hechos entremezclados con el misterio de su azarosa existencia.

Encuentro con el destino

En el año 1874 Guillermo Hoyo cae en manos de la justicia. La ficha policial reza: “Estatura baja, color blanco, barba entera, frente no muy ancha un poco rugosa, rostro pecoso”. Tiene entonces treinta y siete años. El proceso no alcanza a comprobar todos los crímenes que se le achacan. Está la prueba apodíctica sobre el primero, el de Rodríguez, y se lo condena a prisión. Engrillado es remitido a Buenos Aires, ya que deberá cumplir seis años de encierro en la Penitenciaría Nacional.

Hormiga Negra, sin saberlo, va en camino de su incorporación a la galería de los personajes que hacían las delicias de los lectores ávidos de un sensacionalismo de tipo delictual, donde el gaucho gracias a su valentía y destreza para el cuchillo, ponía en fuga a los representantes de una autoridad policial odiada por ser considerada un exponente de la prepotencia y el atropello. Era un tipo de “literatura” en que la acción campeaba a todo lo largo y que exigía innumerables entreveros, cruentos y favorables para el “héroe” de turno, casi siempre un perseguido de la justicia. El más relevante personaje fue, sin duda alguna, Juan Moreira, sobre cuyas aventuras Eduardo Gutiérrez tomó conocimiento a través de un reportaje que le efectuara a Julián Andrade, compañero de correrías, realizado, como el de Hormiga Negra, en una celda de la Penitenciaría Nacional.

Pero no vayamos a creer que esa modalidad literaria obedecía únicamente al deseo de satisfacer el interés de un gran número de lectores. Gutiérrez, más allá de sus urgencias folletinescas, poseía hondas preocupaciones sobre la vigencia de una injusticia que se había enseñoreado en la campaña. Basta releer algunos de los conceptos que emitiera en la introducción de su Juan Moreira (Dramas Policiales. Bs. As. Casa Editora Luis Maucci y Cía, 1892), para darnos una cabal idea de sus inquietudes: “La gran causa de la inmensa criminalidad en la campaña, está en nuestras autoridades excepcionales. El gaucho habitante de nuestra pampa tiene dos caminos forzosos para elegir; uno es el camino del crimen, por las razones que expondremos; otro es el camino de los cuerpos de línea, que le ofrecen su puesto de carne de cañón. El gaucho, en el estado de criminal abandono en que vive, está privado de todos los derechos del ciudadano y del hombre; sobre su cabeza está eternamente levantado el sable del comandante militar y de la partida de plaza a quien no puede resistirse, porque entonces, para castigarlo, habrá siempre un cuerpo de línea. Ve para sí cerrados todos los caminos del honor y del trabajo porque lleva sobre su frente este terrible anatema: hijo del país. En la estancia, como en el puesto, prefieren al suyo el trabajo del extranjero, porque el hacendado que tiene peones del país está expuesto a quedarse sin ellos cuando se moviliza la Guardia Nacional, o cuando son arreados como carneros a una campaña electoral. El gaucho viene a ser un paria en su propia tierra, que no sirve para otra cosa que para votar en las elecciones con el juez de paz o el comandante, o para engrosar las filas de los regimientos de línea, a lo que tiene horror. ¡Y qué razón tiene de sentir aquel horror a los cuerpos de línea!… El gaucho marcha a la frontera enviado por vago (no encuentra trabajo), o simplemente porque su mujer es una paisanita hermosa y codiciada. Va a la frontera con una barra de grillos en los pies, como si fuera un criminal miserable; allí sufre durante dos años de desnudez, el hambre y los horribles tratos de un cuerpo de línea, pudiéndose dar por feliz si al cabo de ese tiempo puede obtener su cédula de baja. El gaucho vuelve a su pago, creyendo olvidar sus sufrimientos en la tranquilidad de su rancho y al lado de su mujer y sus hijos, pero es precisamente allí en su rancho donde le espera la desventura, el dolor y la vergüenza. Sus caballos y sus animalitos se los han repartido como botín de guerra los que han saqueado su rancho; su mujer, sitiada por el hambre, vive con el mismo alcalde o teniente alcalde que lo envió a la frontera, engrillado, con ese solo objeto, y sus hijitos, sus pobres hijitos, han sido regalados a diferentes familias a quienes servirán de criados sabe Dios hasta cuándo.”. . .

No hay duda alguna que el célebre autor de Hormiga Negra y otros tantos folletines de particular éxito en su época –éxito que en algunos casos se ha prolongado por medio de sucesivas ediciones y adaptaciones radiofónicas y cinematográficas- experimentaba el dolor por las vejaciones a que eran sometidos los nativos de nuestros campos. La leyenda, el mito o la exageración, si bien eran aportes a la labor folletinesca, no degradaban la pureza de sus sentimientos.

“…Dejé seis por muertos”…

Hormiga Negra vivió hasta los 84 años. Cumplida la condena regresó a su rancho del Alto Verde para reunirse con su mujer y sus hijos. Se convirtió en un hombre trabajador, afincado definitivamente en el lugar donde nació, olvidando su pasado tormentoso. En 1910, el escritor español Blasco Ibáñez da a conocer en un libro titulado “La Argentina y sus grandezas” sus impresiones sobre la visita que hiciera a nuestro país. En una de sus partes se refiere a nuestro héroe con estas palabras: “El último gaucho malo vive hoy en honrada ancianidad, llevando la existencia de un viejo colono. Se apodaba Hormiga Negra y está retirado en el distrito de San Nicolás, sin querer recordar su pasado”.

Pero el pasado se le presentaba a veces a través de incisivos periodistas. Caras y Caretas registra dos entrevistas, en 1901 y 1916. En la primera el cronista le pregunta: “¿Cuál es la vez en que se vio en mayor apuro, amigo Hoyo?, la que tiene la siguiente respuesta: “Una vez que pelié con cuarenta milicianos de Santa Fe, cuando tenía catorce años. ¡Fue una barbaridad!…. Yo estaba trabajando de carrero y llegó la partida a casa de mi patrón. Un sargento, como me viera chiquito, rubio y de ojos azules, me tomó a la cuenta por algún gringuito juidor de su casa y me empezó a hacer averiguaciones. Me le enojé y le contesté mal, razón por la cual me quiso castigar y me le defendí con el cuchillo. Claro… ¡lo corté en la barriga!… Los milicos se me vinieron encima y tuve que agarrar las boleadoras. Dejé seis muertos, pero al fin me desarmaron y, atado codo con codo, fui a dar al Rosario. ¡Fue una cosa tremenda!… Cuando me llevaban se apareció mi hermano Zoilo y pidió mi libertad, y como no se la dieran, atropelló al montón y me libertó. ¡Pobre Zoilo!… Lo partieron de un sablazo y lo hicieron pedazos a puñaladas, pero yo me abrí cancha y gané campo afuera. Esa vida del matrero de antes, señor, no la conoce el gaucho de hoy. ¡Si viera lo que sufrí!… Hubo una vez, señor, que le he tenido que quitar a los zorros la carne que llevaban para sus hijos”.

En la entrevista de 1916 Hormiga Negra se muestra más cauto y su voz tiene acento plañidero. Es que durante una y otra ha ocurrido un hecho desgraciado, del que nos referiremos más adelante, en el que incidió su fama de gaucho malo. Dice al cronista quejumbrosamente: “Ustedes los hombres de pluma, le meten no más, inventando cosas que interesen, y que resulten lindas. Y el gaucho se presta pa todo. Después de haber servido de juguete a la policía lo toman los leteratos pa contar d’el a la gente lo que se les ocurre. Y si un pobre paisano se desgrasia porque ha querido mostrarse guapo, y se limpia al que lo ofendió, ustedes no le merman nadita, sino que li acumulan más muertos que los que matan a los dotore… Porque así ha’i ser el gaucho e novela: peliador hasta que no queden polecías o hasta que se lo limpeen a él con la carabina remington”.

La fama de gaucho malo no fue buena para nadie, pero se sintió más acentuadamente en la ancianidad de Hormiga Negra. Ocurrió un crimen pavoroso: una mujer del Alto Verde había aparecido muerta a puñaladas en su propia chacra. Alguien vio al viejo Hoyo salir del lugar con una bolsa en la mano. Es aprehendido y por más que grite su inocencia, la sospecha avalada por lo que se ha escrito y dicho sobre él se convertirá en certidumbre para las autoridades que entienden la causa. En el segundo cuerpo del sumario ya aludido están las constancias del proceso, con todas las evidencias en contra del acusado. Se interroga a uno de sus nietos que declara haber ido a comprar a la mujer asesinada pocos momentos antes del hecho una bolsa de batatas “al fiado”. Como ella se negara a vender bajo esas condiciones, Hormiga Negra fue a verla diciendo “A mi no se me va a negar”. Todas las circunstancias lo acusan, pero más que nada, sus “mentas” de cuchillero y hombre irritable ante cualquier negativa.

Cerca de cuatro años de cárcel le costó a Guillermo Hoyo este error judicial. Si bien no se encontraban pruebas sobre la autoría del crimen, el pobre viejo seguía privado de libertad esperando un fallo justo. Fue en tal circunstancia que recibió la visita de un periodista que recordaría la entrevista al redactar su nota necrológica en un importante diario de Buenos Aires. “Hormiga Negra se mostraba tranquilo” –dijo- “en su estrecha celda de la cárcel de San Nicolás. Le ofrecí un cigarrillo que pareció ser de su gusto ya que eran “los de armar”. ¿Así que el mozo es escritor? –preguntó sonriendo para agregar luego-: ¿No será por un casual otro Eduardo Gutiérrez?… Fue en esa circunstancia que ridiculizó todo lo escrito sobre él, lo que originó que muchos creyeran en la invención personal de un folletinero. Se pensó que lo único válido era el mote y el nombre civil del personaje, su ubicación geográfica y algunos otros datos familiares, mientras que todo lo demás corría por cuenta de una imaginación proclive a la novelería.

Falsos hormigas negras

Hormiga Negra suscitó hechos y leyendas. Esta el caso –en lo que respecta a un acontecimiento que tanto puede ser real como imaginado- el que se refiere a un episodio pintoresco. León Benarós habla de él de la siguiente forma: “Hormiga negra se enfrentó alguna vez, con su propio mito. En cierta oportunidad, el circo de los Podestá, que venía representando Juan Moreira en el interior del país, llegó a San Nicolás de los Arroyos, pagos de Hormiga Negra. En su homenaje, se pensó en representar la pieza que llevaba el nombre del arroyero, y así se anunció. Pero antes del domingo se presentó el héroe, en carne y hueso… y amenazó de este modo: “Andan diciendo que uno de ustedes va a salir el domingo delante de toda la gente y va a decir que es Hormiga Negra. Les prevengo que no van a engañar a nadie, porque Hormiga Negra soy yo y todos me conocen”. Le explicaron que se trataba de un respetuoso homenaje a su persona, pero todo fue inútil. Ni la ginebra, mandada pedir al hotel, lo hizo bajar de su porfía. Y terminó advirtiendo, no más, que si alguno salía diciendo que era Hormiga Negra, faltándole de tal modo el respeto, él, viejo y todo, lo iba a atropellar…” Lo dicho está apoyado, según se cita, en una nota firmada por Fra Diábolo titulada “Vistazos críticos a los orígenes de nuestro teatro”, aparecida en la revista Caras y Caretas en 1911. Se consigna, además, que fue citado por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares en “Cuentos breves y extraordinarios” (antología). Colección Panorama. Ed. Raigal (Buenos Aires, 1955).

“Hormiga Negra” junto a sus nietos en su hogar de San Nicolás de los Arroyos, c.1910.

En forma muy distinta fue narrado por Francisco García Jiménez en “La Leyenda del Gaucho Malo”, trabajo publicado en el suplemento dominical de “La Prensa”, el 2 de marzo de 1969. Allí se cuenta que: “…Llega en ese entonces a San Nicolás un circo que entre otros dramas criollos representa el título “Hormiga Negra”, extractado de la novela de Gutiérrez. En una escena el protagonista mata alevosamente a un paisano del cual se pifiaba queriendo obligarlo a bailar… Una voz indignada se alza en la gradería: -¡Mienten!… ¡No jue así!… Ese apóstrofe es distinto del tan mentado del espectador de otro circo de Chivilcoy, que en la escena de la muerte de Juan Moreira se largó al picadero, puñal en mano, encarando al sargento Chirino: -¡Cobarde! ¡Así no se mata a un criollo! En el circo de San Nicolás el que apostrofa es el propio “Hormiga Negra”, en carne y hueso, de pie, tremante, defendiendo su buen nombre: – ¡Mienten, les digo!… ¡Yo les ví a decir como jue endeveras!… Se interrumpió el espectáculo en medio de una gran confusión y un posterior alboroto que hizo temblar la carpa y produjo la intervención policial. A los dos días debió reponerse el drama “a pedido general”. ¡Oh, el escándalo como incentivo publicitario! Pero Hormiga Negra recibió previamente un mensaje en su rancho, por intermedio de un “zanagoria” del circo, acompañado de un billete de diez pesos: -Dice el empresario que le manda esto y que no pise más el circo, porque si llega a ir lo mandará a la comisaría desde el portón… Hormiga Negra agarró los diez pesos y agachó la nevada cabeza afirmativamente. Tenía sobrada experiencia de su incapacidad para borrar la leyenda del gaucho malo”.

Por otra parte hay menciones de episodios que se le atribuyen pero un análisis de épocas y circunstancias demuestra que no fueron protagonizados por Guillermo Hoyo, lo que hace suponer que hubo falsos hormigas negras, o mentes demasiado imaginativas que desvariaban en torno a su persona. Una crónica periodística antigua habla de un salvataje del personal de un teatro ambulante, que estuvo a punto de ahogarse en el Arroyo del Medio, si no fuera por la intervención de nuestro héroe. El director del circo describió a Hormiga Negra como un hombre “alto, fornido y de barba negra”, filiación que no concuerda con el rubio Guillermo que, además, era de baja estatura.

Indudablemente la extensa vida del personaje tuvo un sinfín de anécdotas. Se afirma que Guillermo heredó el apelativo pese a ser rubio, por ser el más valiente de todos los hermanos. Y que su posesión significaba un honor, cual una orden honorífica, en este caso de raigambre gaucha, que debía mantenerse a fuerza de coraje. Y como bien dijera Nerio Rojas refiriéndose al “moreirismo”: “A menudo, entre el escepticismo y la poltronería, hemos olvidado al héroe de Hernández y al de Gutiérrez. Se diría que, con frecuencia, en lugar de Martín Fierro, preferimos al Viejo Vizcacha; en lugar del Moreira viril, luchando contra la iniquidad de la fuerza, preferimos el cómodo “no te metás”.

La última condena

Una vez puesto en libertad, mientras se cerraba la puerta de la celda tras el ingreso del verdadero matador de la señora Luisa Penza de Marzo, un tal Martín Díaz, vecino del lugar, Hormiga Negra se reintegró a su rancho para seguir peleando contra la miseria, rodeado de hijos y nietos. La vida era dura y no había jubilación para los gauchos, menos cuando éstos carecían de un sindicato que agrupara a los cuchilleros.

Viejos nicoleños que lo llegaron a conocer en sus últimos tiempos recuerdan haberlo visto caminando trabajosamente apoyado en un bastón. Había comenzado a quedarse ciego en la cárcel. La muerte lo sorprendió el 1º de enero de 1918, pero su apelativo sobrevivió: hijos y nietos lo siguieron llevando. A las mujeres menores se las conocieron por las “hormiguitas”. Aún hoy, sus descendientes continúan con el viejo legado gaucho.

Las crónicas periodísticas de la época lo recordaron. Caras y Caretas entre ellas, finalizó su réquiem con esta sentencia: “… y con él queda sepultado el último vestigio, quizá, de aquellos tipos de “corte” moreiresco”.

¿Fue Guillermo Hoyo un gaucho malo?… Si nos atenemos a lo escrito por Eduardo Gutiérrez su tragedia comenzó cuando raptó a la mujer de sus amores, ante la negativa de la madre de ella a que mantuviera relaciones. La tradición habla de componendas entre el juez de paz y el comisario para apoderarse de los campos que pertenecían a su padre, dentro de lo cual iba implicado, también, cierto interés de un personaje influyente sobre la mujer que amaba, respaldado por el beneplácito de la madre, que quería para su hija “un buen partido”, mientras que una tercera versión –la más documentada, pero, en la vida de esa época, ¿qué validez real poseían los documentos?- estriba el origen de su tragedia en la muerte de Pedro José Rodríguez, a raíz de las tres puñaladas que por motivos no declarados le infirió nuestro personaje en una fiesta familiar, donde, muy probablemente, circularía el alcohol.

¿Qué hizo Guillermo Hoyo en sus casi diez años de vida de prófugo?… ¿Qué hay de cierto en los muchos homicidios que le atribuyeron?… Pensamos que en plena ancianidad se le achacó una muerte sobre la cual era totalmente ajeno. Corría pos sus pagos, también, otra especie: la que había degollado a un niño para robarle unos quesos (2). Es decir que en la vida de este hombre impera una suerte de fatídica leyenda negra, donde lo imaginario prevalece y lo real queda sepultado en un hondo misterio.

Por otra parte, las evidencias dan a entender que el propio Hormiga Negra quiso que las cosas se dieran de tal forma. Algunas de sus declaraciones son fantasiosas, como las que hizo al cronista de “Caras y Caretas” en 1901 en que peleó con cuarenta milicianos de Santa Fe, mientras que, al mismo tiempo, habla de la trágica muerte de su hermano Zoilo, lo que no puede ser producto de la inventiva. En el sumario, que ha compilado sus cuentas con la justicia no hay nada de ese episodio ocurrido, según afirma, cuando tenía catorce años. En otras ocasiones ridiculiza todo lo escrito y dicho sobre él, hablando de los “leteratos” que cuentan sobre el gaucho lo que se les ocurre. Pero no debemos olvidar que le era necesario borrar las huellas de un pasado que en alguna u otra forma le hacía mucho mal.

En febrero de 1970 se le rindió un sencillo homenaje a su memoria ante la tumba que guarda sus restos en el viejo cementerio de San Nicolás. Haya sido un gaucho malo o no, significó, tal como lo afirmara el escritor y periodista nicoleño Eduardo Lazzari, “un instante de la narrativa argentina”. No se hacía más que evocar a un compatriota que inspiraba a un escritor de los quilates de Eduardo Gutiérrez, de quien León Benarós emitió el juicio de: “proscripto de una razonable gloria, siquiera menor”, porque también como su personaje conoció la desudorización de compatriotas colegas. El evento suscitó una serie de acusaciones; se alzaron voces hablando sobre lo inmerecido del homenaje en cuestión. Se recordaron pecados caseros, de esos que no se ven pero que abundan de puertas para adentro. Pensamos entonces sobre la profundidad de las divisiones que existen entre los argentinos, cuando, como en este caso, la piedad no nos permite perdonar ni siquiera a la leyenda del gaucho malo.

Hormiga Negra me llaman y vengo de San Nicolás, y si alguno quiere probar si esta hormiga es brava y pica, salgan machos a peliar y verán quién se achica

Referencias

(1) En documentos oficiales suele aparecer el apellido Ollos varias veces, pero el autor de esta nota corroboró que Hoyo es el real.
(2) Caso curioso: una especia análoga se le atribuye a Moreira. Dice León Benarós en su introducción: “Eduardo Gutiérrez: un descuidado destino” de la edición de “El Chacho” (Editorial Hachette- 1970), página 47: “Con respecto al propio Juan Moreira, Justo P. Sáenz nos comunica (1955) que, un tío del informante, don Pedro Sáenz y Zamudio, que conoció al personaje de Gutiérrez, vio, antes de 1873, cómo Moreira atropelló y derribó con su caballo a un chico, para robarle unos quesos, y luego degolló al muchacho, dejando los quesos desparramados, de los que se llevó uno o dos”.

Fuente
Brá, Gerardo – Hormiga Negra, el último gaucho malo - Buenos Aires (1975).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar
Todo es Historia – Octubre de 1975

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