Si hay fechas que quedan indeleblemente marcadas en la historia de la humanidad, una de ellas, sin duda, corresponde al 19 de agosto de 1839; ese día y en la ciudad de París, nacía oficialmente un invento increíble para la época: el daguerrotipo. Había nacido definitivamente la fotografía, el hombre capturaba finalmente la fugitiva imagen de la cámara oscura, reteniéndola entre los estrechos límites de una plancha espejada.
Este hito, último eslabón de una larga cadena de sabios e investigadores, era el fruto de los desvelos de dos notables franceses, Joseph Nicéphore Niépce (1765-1833) y Louis Jacques Mandé Daguerre (1789- 1851). La noticia se esparció por el mundo a velocidades asombrosas para las comunicaciones de la época y pocos meses después arribaba al Río de La Plata, previa escala en Salvador de Bahía y Río de Janeiro, la corbeta francesa “L’Orientale”, navío escuela que, con un grupo de alumnos belgas y franceses estaba circunnavegando el globo en viaje de instrucción.
Su capellán, el joven Louis Compte, traía a su bordo una cámara de daguerrotipo con el objetivo de registrar el viaje, cuyo manejo e instrucciones técnicas le fueron suministradas por el mismo Daguerre en París. Las primeras vistas o tomas de exteriores daguerrotípicas se realizaron en la ciudad de Montevideo en febrero de 1840, frente a altas autoridades y a un público maravillado ante las posibilidades que mostraba el nuevo sistema de registro visual. Lamentablemente el bloqueo francés a puertos argentinos impidió el arribo de esta interesante nave a Buenos Aires, sin embargo los porteños tuvieron conocimiento de esta maravilla europea, gracias a noticias publicadas por el diario “La Gaceta Mercantil” correspondiente al 11 de marzo de 1840, donde se comentaban los sucesos de París.
Será un comerciante litógrafo local, Gregorio Ibarra, quien anuncie a la población porteña el 16 de junio de 1843, estar en posesión de dos cámaras de daguerrotipo perfeccionadas y con todos sus accesorios para tomar vistas, planos, y retratos; su pionerismo en este sentido es indiscutible.
Pero fue un norteamericano, Mr. John Elliot, el primer daguerrotipista que efectivamente se dedicó a este nuevo arte en la Argentina. Su anuncio del 22 de junio de 1843 es por demás elocuente: “El señor Elliot tiene el honor de anunciar al respetable público de Buenos Aires, que acaba de llegar de los Estados Unidos provisto de todas las máquinas perfecionadas del Daguerrotipo… Tengan a bien concurrir a la Recova Nueva, en los altos Nº 56 Plaza de la Victoria...”
Es que se habían superado finalmente ciertos problemas técnicos, que impedían la toma de retratos, debido en especial a la lentitud de los materiales sensibles a la luz y a objetivos poco luminosos. A partir de dichos avances, nuevos nombres comienzan a sumarse a la larga lista de profesionales actuantes. Rescatamos por su pionerismo los de John Bennet, Robert Leys, Thomas Columbus Helbsby, Henry North y el legendario Charles de Forest Fredricks.
La historia de estos primeros “Profesores”, como se auto-titulaban, representa un capítulo apasionante de nuestra fotografía, eran verdaderos aventureros, provenientes en su mayoría de los Estados Unidos y Europa, llegaban a nuestro país en largas “giras artísticas”, plenas de peripecias a través de las denominadas “corrientes” del Atlántico y el Pacífico; de esta última provenía el alemán Adolfo Alexander (1822-1881), de dilatada actuación en la región de Cuyo a partir de 1855.
En Buenos Aires se instalaron en forma preferente sobre la actual Plaza de Mayo y calles adyacentes, abriendo las puertas de elegantes y luminosos “establecimientos” ubicados en los “altos” de la antigua edificación; allí retrataron a lo más granado de la sociedad porteña y paralelamente enseñaron este nuevo arte a los hijos del país.
Hoy, en el tercer milenio, se nos hace muy difícil imaginar el impacto que causó en aquella cerrada sociedad colonial, el advenimiento de este milagroso invento. Frente a la misteriosa cámara de madera con su gran objetivo en bronce, posaban damas de amplísima falda, junto a graves caballeros con sombreros de copa, enfrentaban por primera vez la imagen perfecta y sin artificios, creada a partir de “…la fuerza de la luz…”, las opiniones dispares de aquella época están reflejadas en el mismo Juan Manuel de Rosas, quien nunca permitió que se tomara su retrato por el daguerrotipo, al que consideraba despectivamente como “…cosas de gringos…”.
Pero gracias a estos retratos al daguerrotipo, ambrotipo y ferrotipo, hoy podemos contemplar la verdadera efigie de próceres de la talla del General San Martín, el Almirante Guillermo Brown, Juan Bautista Alberdi o figuras femeninas como Manuelita Rosas, Mariquita Sánchez de Thompson o la trágica de Camila O’Gorman.
El daguerrotipo consistía básicamente en una imagen positiva directa, original único y sin posibilidad de copias; su soporte era una plancha de cobre cubierta con una capa de plata pura que se pulimentaba hasta parecer un espejo, luego se la sensibilizaba con vapores de iodo y bromo, se la exponía dentro de la cámara oscura, se revelaba a continuación con vapores de mercurio y luego la imagen resultante era fijada con una solución salina o hiposulfito de sodio, para después lavar en profundidad la placa. Como un acercamiento a la pintura, los daguerrotipos eran finamente coloreados, en especial las joyas de damas y caballeros en tono oro, una manera de marcar la importancia social de los retratados.
Debido al elevado precio de estos retratos -alrededor de 100 patacones de la época- se utilizaron años después otros sistemas de menor calidad artística, como los ambrotipos y ferrotipos, cuyos soportes eran respectivamente de vidrio o cristal y hierro esmaltado de negro. Todos estos retratos se insertaban en preciosos estuches de cuero tafilete labrado o de material termoplástico con artísticos diseños, en cuyas tapas interiores lucían sedas o terciopelos gofrados de vivos colores; para placas de mayor tamaño lo común eran los marcos de madera oscura que se exhibían orgullosamente en la sala de recibir.
Capítulo aparte merecen los daguerrotipos miniaturas. Estas pequeñas superficies fueron las preferidas del universo femenino, todas se colocaban en joyas de oro y plata, como anillos, prendedores, guardapelos, pulseras y relojes. Pero el daguerrotipo y sus sucedáneos tuvieron una efímera vida, superando apenas tres décadas en el gusto de la sociedad, quien reemplazó estas costosas obras únicas por la nueva fotografía sobre papel o sistema negativopositivo, sensiblemente más económico y de copias múltiples, amén de poder enviar estos retratos por correo, una posibilidad impensada pocos años antes.
Debemos señalar que la contemplación de estas preciosas obras originales era hasta hace poco tiempo, un privilegio reservado a estudiosos del arte, coleccionistas o museólogos, ahora pueden ser conocidas y apreciadas por un vasto público, el que accede de esta manera a una faceta casi desconocida de nuestra cultura.
En los últimos años y gracias a la acción decidida de un grupo de investigadores fotográficos, los viejos daguerrotipos han cobrado nuevamente vida, gracias a una serie de conferencias, publicaciones y exposiciones públicas, una de ellas realizada en 1996 en el Museo de Arte Hispanoamericano “Isaac Fernández Blanco” de Buenos Aires, donde se exhibieron más de 500 daguerrotipos, amén de cámaras y otros elementos de este período fotográfico.
En la actualidad la antigua fotografía argentina se encuentra en peligro de extinción, debido a que la población carece de conceptos conservacionistas y destruye permanentemente sus archivos familiares y de época; debemos sumar a estas pérdidas irreparables, la acción de coleccionistas extranjeros que año tras año nos despojan de la más valiosa fotografía documental. Desde hace más de 170 años, la fotografía viene atesorando en sus frágiles soportes todos los aspectos de nuestra existencia como nación: reflexionemos entonces sobre la enorme riqueza visual de estos documentos del ayer y defendamos su existencia; también las antiguas fotografías de su familia forman parte de nuestra historia, no las destruya, son parte de nuestro patrimonio cultural.
Fuente
Alexander, Abel – Revista de Historia Bonaerense, Morón (1997).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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