Un trabajo titulado Linaje Ortiz de Rozas, de Manuel Alfredo Soaje Pinto, publicado en Genealogía, la revista del Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas (1979), no consigna el parentesco entre aquél linaje y los Anchorena. Se repite hasta el cansancio la versión de que Tomás Manuel de Anchorena era primo de Juan Manuel de Rosas, si bien, volvemos a repetir, todavía no hemos podido verificar en árbol genealógico alguno esa unión familiar.
El marxista Juan José Sebreli –devenido, en su época, en ocasional columnista televisivo del liberal Mariano Grondona-, explica en De Buenos Aires y su gente (1982) lo siguiente: “El carácter mítico de esta familia (Anchorena) hace que se tejan diversas leyendas a su alrededor, y se la vincule frecuentemente con otros mitos. No podía faltar por supuesto el mito del “origen judío”. He oído la versión fantástica de que los tres hermanos Anchorena –Juan José, Tomás y Nicolás-, eran hijos de comerciantes portugueses judíos, y que habían sido salvados de un naufragio donde murieron los verdaderos padres, siendo recogidos en Buenos Aires por Juan Esteban Anchorena, quien los habría adoptado y dado el apellido (…).
“La leyenda de los Anchorena judíos es recogida en nuestros días por José María Rosa y Manuel Antón, quienes en el proyecto del filme sobre Juan Manuel de Rosas pensaron en el periodista judío Jacobo Timerman para interpretar a Tomás Manuel de Anchorena.
“El carácter imaginario del judaísmo de los Anchorena –sigue diciendo Sebreli- no excluye, por otra parte, la posibilidad de un auténtico origen sefardita, ya que como ha sido demostrado por numerosos historiadores, la mayoría de las familias tradicionales argentinas tienen ese origen, que desconocen o tratan de ocultar
”.
Estos conceptos resultan interesantes, a pesar de que el autor (Sebreli), quien publicó la obra por primera vez en 1964, era un activísimo militante marxista que seguía a Jean-Paul Sastre y al masón Ezequiel Martínez Estrada. Al referirse a la familia Anchorena, lo hace desde una posición que busca, indudablemente, la lucha de clases y, de paso, vituperar las figuras de Juan Manuel de Rosas y Juan Domingo Perón.
Tomás Manuel de Anchorena surge en nuestra historia como el más conocido de los de su estirpe, en primer término porque fue uno de los que apoyó la Revolución de Mayo de 1810, y porque además puso su firma en la Declaración de nuestra independencia en julio de 1816. Fue un fiel servidor durante la Santa Federación desempeñándose como Ministro de Relaciones Exteriores en el primer gobierno de Rosas (1829-1832). Murió en pleno segundo gobierno de Rosas, en el año 1847.
Sobre su origen supuestamente sefardí (judío), no hay constancias. El escritor Eduardo Fernández Olguin, autor de Un precursor de Mayo. El doctor Tomás Manuel de Anchorena, sugiere que éste tuvo por padre a “don Juan Esteban de Anchorena, acaudalado comerciante natural de la Navarra, en la península española, y doña Ramona López de Anaya, oriunda de Buenos Aires”. Nada nos dice sobre la adopción que habría tenido Tomás Manuel de parte de Juan Esteban Anchorena, como afirma Juan José Sebreli.
El hermano de Tomás, Nicolás Anchorena, tuvo una actitud muy ruin, pues una vez caído Juan Manuel de Rosas en 1852, no dudó en mostrarse como partidario del general Justo José de Urquiza, olvidando su apoyo dado al Restaurador. No será el único que traicionaría a Rosas: varios oficiales de sus ejércitos se afiliarían, tras la batalla de Caseros, a la Masonería.
El anonimato de los Anchorena
Hay que rescatar algo que sigue insinuando Juan José Sebreli respecto de los Anchorena, y es su anonimato…aunque siempre estén detrás de las máximas decisiones políticas y económicas. Dice así:
“El gran ruido que en el folklore cotidiano han hecho siempre los Anchorena, contrasta con el discreto silencio con que pasan por la historia oficial. Silencio que contrasta aún más si tenemos en cuenta que, en una burguesía como la nuestra, sin títulos nobiliarios, la necesidad de rescatar un pasado prestigioso, y a veces también de justificar una pensión estatal, lleva a la transfiguración de algún ascendiente más o menos destacado en “prócer de la patria”, a través de biografías apologéticas encargadas a algún escriba a sueldo. Los antiguos ricos se transforman en medallas. Es así como desde Bartolomé Mitre, el género biográfico fue la gran moda de la historiografía argentina (…).
“El interés de los Anchorena por pasar inadvertidos, por ocultar las huellas de un pasado no siempre reivindicable, los ha llevado, por ejemplo, a presionar sobre Pradere para que guillotinara de su Iconografía de Rosas las hojas con caricaturas de Tomás de Anchorena. Quedan de la versión original solamente una docena de ejemplares que escaparon a la autocensura, y que constituyen una verdadera rareza de bibliófilo”,
Sigue explicando Sebreli acerca de esta actitud típica de las familias patricias que desde siempre se han mantenido en las sombras:
“Los Anchorena nunca han gastado dinero en pagar libros que recuerden a sus antecesores. (…) A los Anchorena no les interesa la publicidad, no les conviene que se recuerde el origen poco prestigioso de su dinero, y tampoco les interesa que las demás clases los vean como los verdaderos responsables del poder político y social del país. Siempre han ejercido un poder oculto e ilimitado, como el de la electricidad subterránea, y su propia invisibilidad es la base de su fuerza, ya que les permite pasar inadvertidos ante la opinión pública quien distraídamente ejerce su crítica en otros poderes o en otros personajes más aparentes y superficiales”.
Este ocultamiento de sus arcas familiares pudo haber sido el motivo por el cual los Anchorena, salvo Tomás Manuel, no hayan querido ostentar cargos públicos. Nicolás Anchorena renunció varias veces para ejercer como Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, por ejemplo. Los descendientes de los Anchorena más renombrados, prefirieron abocarse a sus actividades comerciales o de haciendas, desechando las posibilidades de figurar como gobernadores, secretarios, ministros o diputados, es decir, en cargos de importancia. Tal vez, una excepción a la regla la brinda Manuel de Anchorena, embajador de Juan Perón en 1973-1974, o sino el mismo Tomás Anchorena que fue funcionario en el viejo Consulado virreinal.
Continuando con este aspecto, Sebreli agrega que “la documentación existente sobre los Anchorena en el Archivo General de la Nación o está escrita en clave o es de lo más anodina e inofensiva; la documentación que verdaderamente importa permanece, sin duda, oculta en archivos secretos, en gavetas familiares, en viejos arcones, y la mayor parte ha sido destruida”.
Miserias de algunos Anchorena
Un testimonio interesante surge de una conferencia que dio el 4 de agosto de 1932 Josefina Molina y Anchorena, hablando en contra de la ley de divorcio que se discutía por entonces en el Congreso de la Nación. Decía esta mujer Anchorena: “La prolongación material de la estirpe supone la existencia de algo que le sirve para mantenerse, para no perecer de hambre: necesita una posibilidad económica, y ésta, dado el carácter de la familia –institución que se prolonga, que no muere- ha de tener también carácter estable. De ahí que la misma noción de familia esté íntimamente vinculada a la noción de propiedad raíz y a la de herencia”. Como vemos, a mayor sostén material y económico, mayor será el beneficio y el prestigio de la institución familiar, sin importar cómo o de qué manera se acrecienta dicho materialismo.
El diario de humor político “El Mosquito” sacó un número en 1867 en el que aparecía retratado un Anchorena con toda su fama de derrochador y multimillonario. Este Anchorena proponía empedrar las calles de Buenos Aires con sus onzas de oro, en lugar de bloques de adoquines. Este ejemplo es gracioso pero denota una realidad que se propaga en los ámbitos populares.
No fue gracioso, en cambio, lo que ocurrió con un ‘dandy’ llamado Fabián Tomás Gómez y Anchorena (1850-1918), el cual jugó toda su fortuna personal para morir pobremente en Santiago del Estero. El escritor revisionista Carlos Ibarguren, escribió sobre sus comilonas y derroches en Europa:
“(…) el opulento manirroto argentino dilapidaba millones en París, entregado al goce de la vida. En su casa de Faubourg Saint Honoré, puesta con magnificencia –que fuera de la Condesa de Montijo, madre de la proscripta Emperatriz Eugenia y de Paca Duquesa de Alba-; en su palco de la Ópera, en los restaurantes lujosos, casinos, hipódromos, teatros y cabarets de moda; en los corsos del “Bois de Boulogne” y en espléndido yate “Enriqueta”, fondeado en el Sena: el dadivoso “rastacuer” sudamericano, veíase a la cabeza de un enjambre elegante de aprovechados adulones y de hetairas de alto precio”.
En 1880, Fabián Gómez y Anchorena se encontraba en Madrid, España, cortejando a “una dama de rancio linaje: María Luisa Fernández de Henestrosa y Pérez de Barradas”, hija de marqueses ibéricos. Para esa misma fecha, Gómez y Anchorena se había hecho tanta fama de dispendioso que cada vez que salía del lujoso palacio que tenía en Madrid, los mendigos lo acosaban cuando salía del mismo. “Recurrió entonces –dice Sebreli- a la treta de vestir a un mucamo con su ropa. Las aglomeraciones de mendigos alrededor del mucamo disfrazado de Anchorena eran tan grandes que una mañana apareció en la calle su cadáver destrozado”.
Otra “proeza” de Fabián Tomás Gómez y Anchorena fue que institucionalizó la limosna, “instalando una oficina donde cada semana los mendigos iban a cobrar un jornal”. Patético.
Aarón de Anchorena, primo de Fabián Tomás Gómez y Anchorena, se ganó una despreciable fama en los banquetes que celebraba en los hoteles más refinados de Europa. Cada vez que terminaba alguno de ellos, tiraba una vajilla de plata a un perro para que la destrozara con sus dientes y fuerza.
Sin reparar en la pobreza de las clases populares de Argentina, los Anchorena se hicieron odiar tremendamente. “Se cuenta de un Anchorena que cuando un pobre le pedía una limosna, le recomendaba comer pasto. Cuando murió, los pobres arrojaron fardos de pasto al paso de su cortejo fúnebre”, apunta Sebreli.
Desarreglos en la Isla Victoria
Aarón Félix Martín de Anchorena Castellanos, nacido en 1877 y fallecido en 1965, era hijo de Nicolás Anchorena. Perteneciente a la aristocracia porteña, fue aviador, estanciero y practicó una vida donde ser ‘dandy’ era la regla.
Lo vemos en 1902 llegando a la inhóspita isla Victoria, en las aguas del lago Nahuel Huapi, Provincia de Neuquén, donde sus ínfulas de superado le permitieron hacer perdurables desarreglos al hábitat de la zona. En sociedad con Pedro Luro, personalidad fundadora de la actual Mar del Plata, introdujo especies animales y vegetales que dañaron notablemente el ecosistema.
De los primeros, el paisaje de la isla Victoria fue obligado a convivir con jabalíes, ciervos colorados y dama-dama, especies que se reproducen con suma rapidez, lo que va de suyo la alteración del hábitat y el que sean considerados desde inicios del siglo XX bajo el mote o clasificación de plagas. Debe contemplarse, además, que los ciervos saben nadar, por lo tanto no solamente se vio afectado el ecosistema de la isla Victoria sino también el de sus alrededores. Tan gravísimo error, el cual más de cien años después sigue dando qué hablar, se parece al acontecido en el año 1888 en Carcarañá, Provincia de Santa Fe, donde fueron soltadas por primera vez las liebres, que, a partir de entonces, se reprodujeron a gusto.
En el mundo vegetal, la introducción del pino también acusó terribles consecuencias, pues dicha especie es invasiva y no deja reproducir a la flora restante debido a la acidez con que nutre los suelos (baja del ph). Sumado a lo dicho, tenemos el agravante de que las semillas de los pinares se desparramaron con facilidad hacia otros lugares por los fuertes vientos. Incurrimos, entonces, en el nombramiento de otra “hazaña” de la sociedad Anchorena-Luro. Al cabo de varios años, en 1924 más precisamente, el Estado tomó conocimiento de las lamentables condiciones en que se hallaban unas 32 hectáreas de la isla Victoria, situación que motivó la creación de un gran vivero para regenerar la flora perdida por la pésima iniciativa de Aarón Anchorena tiempo atrás.
Este vivero fue concebido por el Ministro de Agricultura de la Nación, Tomás Le Breton (1868-1959), teniendo por ayudante al perito Pablo Gross. El establecimiento recibió el nombre oficial de Antiguo Vivero, dentro del cual se plantaron unas 500 especies –entre autóctonas y foráneas-, y que perduraría hasta el año 1964, aunque la intención de efectuar una vuelta a la flora original ha seguido en pie.
Con tal de combatir los pinos plantados por Anchorena y Luro, se procedió a la plantación de las siguientes especies: picea de Serbia, ciprés de Monterrey, abeto griego, cedro africano, pino del Himalaya, sorbus (de origen europeo) y sugi (japonés), entre otras. En cuanto a las especies autóctonas, se plantó maitén, pañil, sequoias, arrayanes, etc. Actualmente, estos últimos ejemplares una vez que crecen son llevados a un sector de guarda para resguardarlos de la depredación de los ciervos.
¡Cuántas historias se habrán ocultado de la familia oligárquica Anchorena! Todavía resta un gran trabajo revisionista por delante, aunque la documentación más sensible de los Anchorena puede que esté guardado en rincones inaccesibles y hasta peligrosos para el investigador insaciable.
Referencias
(1) La versión oral más acorde a la hora de encontrar un parentesco entre los hermanos Anchorena y Juan Manuel de Rosas, es aquella que los posiciona como “primos segundos”.
(2) Comúnmente denominado gamo, el dama dama pertenece a la familia de los cérvidos, guardando similitud con el ciervo común.
(3) Unos 200 ciervos comunes y dama dama pueden llegar a procrear 2 mil ejemplares.
(4) Este proceso lleva por nombre “acidificación del suelo”.
Por Gabriel O. Turone
Artículo relacionado
Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar