Llegó en un zaino agitado, huyendo de la partida policial. Lo acompañaba Julián Andrade, un jugador de turbia fama. Bajó de su caballo y como desde adentro de la melena, Juan Moreira dirigió la mirada al cacique Justo Coliqueo que le estrechó la mano.
Luego desensilló y buscó guarida en el boliche El Argentino de don Electo Urquizo (1), fundador de Los Toldos (nuevo), en el paraje conocido en ese entonces como Tapera de Díaz. Don Urquizo, laborioso hijo de Josefa Urquiza, una sirvienta violada, apuntaba en sus memorias: “Yo soy varón; yo soy Urquizo”. Allí, en ese negocio, se alojó Moreira 15 días y se dedicó únicamente a cuidar su parejero, como recuerda el pulpero: “No noté ningún rasgo de hombre criminal; lo único que lo delataba como hombre de pelea era que estaba armado hasta los dientes. Tenía trabuco, revólver, facón a la cintura; otro, llamado caronero, y un puñal chiquito para churrasquear. Nunca quiso dormir adentro; sólo dormía al aire libre, junto a la estaca, donde ataba su caballo zaino, pues decía que éste era su único amigo fiel”.
Justo Coliqueo era cacique de un pueblo de indios, de los considerados “amigos”. Al igual que su padre Ignacio, había apostado a la diplomacia como alternativa de paz, y días después de que aquél muriera en una rodada, asumió el liderazgo de la comunidad. El tiempo quiso que el cacique y el recién llegado Moreira trabaran amistad. Y como la mayoría de las cosas importantes del campo giran en torno al caballo, pronto estuvieron comparando amistosamente sus montados.
Justo Coliqueo tenía un famoso ruano, que, por tratarse del caballo del cacique, era el más fuerte de todas las manadas. Había sido entrenado sin tregua, con paciencia y disciplina, a la usanza de los hijos de la tierra.
De manera que acordaron disputar una carrera para emparejar sus decires. Esa era la razón para la cuadrera, cinco mil pesos serían la excusa. Como reguero de pólvora se corrió la voz en todo el pago y enseguida todos supieron que el 15 de setiembre de 1872 dispararían los jinetes más avezados, esos que eran tema de conversación en los primitivos mostradores de la campaña bonaerense. Dos días antes de esa fiesta criolla empezaron a llegar de todos los rincones; de Bragado, 9 de Julio, Junín y 25 de Mayo. Gauchos matreros, cuatreros y jugadores daban el presente con anticipación. No se hablaba de otro asunto. También llegaron hombres pacíficos, “endomingados” para la ocasión.
Era un hormiguero de gente. Al pulpero le resultaba complicado defender la mercadería y atender a los ansiosos paisanos al mismo tiempo. Afuera se habían improvisado cuatro canchas de taba y tres mesas de monte a la baraja.
Los jugadores, cristianos e indios por igual, habían gastado su dinero y “para conseguir más en préstamo -según recuerda el pulpero Urquizo-, depositaron sus prendas, que consistían en riendas, estribos, chapeados, pretales, rebenques, frenos, facones de plata, tiradores con botonadura de plata y oro, lazos, ponchos, cojinillos, sobrepuestos, boleadoras, fajas y ligas pampa. Estas eran empeñadas para jugar a la taba y a los naipes. Hasta los revólveres y trabucos de los cristianos cayeron a la despensa”.
El mismo Julián Andrade que había llegado con Moreira hacía de las suyas supervisando como “coimero” oficial de la casa y cobraba además las comidas a jugadores que no presentarían mucha resistencia. En esos días llegó a reunir más de 30.000 pesos que jamás entregó al bolichero.
Ginebra y carcajadas
La carrera era larga, de dos leguas. La ginebra corría. Carcajadas, aplausos, gritos y ruido de botellas rodeaban la cancha. El día, espléndido. Los dos jinetes estaban listos; sus caballos, nerviosos, pidiendo rienda a cabezazos. Largaron. Todas las miradas perseguían las dos siluetas mientras desaparecían tras la polvareda.
El destino, inevitable y obediente, lo llevó primero a la meta. Moreira ganó “como por media cuadra de distancia”, asegura el pulpero Urquizo.
Habrá sido la suerte que quiso acompañarlo en Tapera de Díaz. Esa misma que lo traicionó en la otra pulpería, La Estrella, de Lobos.
Referencia
(1)Electo Urquizo, nacido en 1847, fue un tucumano de origen humilde que a fines de la década de 1860 decide emprender viaje a Buenos Aires. Luego de instalarse en la zona de Los Toldos, en la frontera bonaerense, abre allí una pulpería llamada El Argentino, diferenciándose así de los demás pulperos que eran españoles. Fue tal el éxito comercial, que tuvo la posibilidad de abrir varias sucursales en otros lugares. Sobre la base de esta actividad, Urquizo se consolida económicamente, a tal punto de ser el fundador del nuevo pueblo de Los Toldos.
Fuente
Avalos, Omar Gabriel – Electro Urquizo, Historia de vida de un criollo entre 1850 y 1870 - Universidad Nacional de Quilmes
Baliña, Juan Carlos – El pulpero que fue testigo de una carrera singular – Buenos Aires (2007).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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