A Calfucurá, ya septuagenario, no lo doblegaban, sin embargo, los achaques de la edad (1). Continuaba siendo el alma del desierto. Enfermo, revolviéndose en su lecho de cueros de oveja, sacaba energías de su propia flaqueza, había reservas de vida en su organismo; su espíritu, volando de su toldo a la llanura, a los campos quebrados y a los montes, movió a los suyos, a los ranqueles y a los lanceros de Aneñuel.
El, así postrado, no podía encabezarlos, pero ahí estaban para ello su hijo Namuncurá, destinado a sucederle, ya hombre hecho, y sus otros hijos: Reumay, Levicurá, Pichicurá, Catricurá, Juan Miguel, Carman y Justo. El había hecho desaparecer entre llamas a Tres Arroyos,sus muchachos harían otro tanto con Bahía Blanca.
El malón, sigilosamente preparado, fue compuesto por 1740 individuos, los cuales se aproximarían a Bahía Blanca en las tinieblas; espías de ellos, situados ya en el pueblo, darían fuego a una de las casas de techo de paja, y mientras los escasos hombres de la guarnición y los habitantes se ocupaban de extinguir el incendio, como era de práctica, los indios penetrarían sin mayor esfuerzo. Previamente coparían la partida de campo situada en las afueras de la población.
Aquella vez la Providencia vino en ayuda de los cristianos, pues, próximos los indios a Bahía Blanca, se descargó un aguacero torrencial, que frustró su empresa; era inútil esperar ya la señal convenida porque los espías, bajo la densa cortina de agua, no hallarían techo de paja combustible.
Al llegar al puesto de la Guardia de Campo, en plenas tinieblas, fueron recibidos a balazos; los indios en vez de sorprender eran sorprendidos. Se hallaban ante una sólida pieza de material, que vomitaba un fuego infernal por sus cuatro costados.
En el interior del puesto, el teniente Rufino Romero, con sus 10 soldados y los vecinos Juan Elizalde, José Bustos, J. Farías y Antonio González, advertidos de la aproximación de la indiada, unos en la azotea y otros en la planta baja de la sólida construcción, estaban parapetados de un modo inexpugnable: tenían muy presente el asesinato del Alférez Pío Cáceres y sus 15 hombres en el fortín Coronel Suárez; los indios no harían lo propio con ellos.
Cargando por 3 direcciones a la vez se estrellaron los invasores desatinadamente contra la pequeña fortaleza, llegando algunos con la ira de su impotencia a clavar sus lanzas en los muros, buscando las troneras, sólo perceptibles al resplandor de los fogonazos.
En los 3 costados por donde avanzaron los atacantes había 3 montones de hombres y caballos muertos; indios caídos trataban de librarse del peso de los cuerpos que los oprimían; caballos con algún remo quebrado y sin jinete, se arrastraban buscando el campo. Aquellas masas de muerte tibias y movibles eran una nueva protección para los sitiados. En vista de ello, Namuncurá suspendió el ataque, considerando que no valía la pena derramar más sangre; se emplearían con más provecho; de allí a una legua, Napostá abajo, estaba Bahía Blanca, dormida, si el estampido de los disparos del puesto no habían llegado a ella en la calma de aquel amanecer.
No habían llegado aún los indios al pueblo cuando les salieron al encuentro sus bomberos destacados a observarlo; Bahía Blanca no dormía, se notaba en toda ella movimiento inusitado; su guarnición estaba sobre las armas y como ésta todo el vecindario. ¿Qué había ocurrido…?
En todos los tiempos, las tolderías fueron refugio de desertores y forajidos perseguidos por las autoridades, quienes, dejando la frontera a la espalda, se internaban tierra adentro. Uno de ellos, Manuel Suárez (2), cristiano renegado, iba de baquiano en la invasión; pero, al aproximarse a la frontera aquella vez, le dio un vuelco el corazón y, aprovechando el alto final de los indios, anticipándoseles, voló a Bahía Blanca, al campamento del cacique Ancalao, auxiliar de la fortaleza, y le dio la voz de alarma.
El comandante Llano tomó inmediatamente las medidas del caso, mientras don Sixto Laspiur, secretario de Gobierno, que se hallaba allí, distribuyó armas y municiones a los vecinos nacionales y extranjeros. Estos últimos, con un grupo de soldados, guardaban el pueblo, en tanto el comandante con el resto de la guarnición, Ancalao y sus lanceros, salía a situarse en los dos pasos del Napostá, por donde debían necesariamente entrar los invasores si querían penetrar en la población.
Pero, contra lo que hubiera sido dado esperar en aquellas circunstancias, el malón no llegó al pueblo; a las 11 de la mañana no quedaba un solo indio en las inmediaciones.
Namuncurá no tenía las garras de tigre de su padre.
La sorpresa que experimentaran los indios, al ser recibidos por un nutrido fuego de fusilería en el Puesto de Campo, fue el punto de partida para su dispersión. Dieron el ejemplo los ranqueles, que eran mayoría; a ellos, más que el pueblo les interesaban los ganados invernados del Sauce Grande; otros los siguieron y Namuncurá sólo con 500 hombres de lanza y bola, aunque los defensores de la plaza sumarían escasamente la mitad, optó por irse sobre las estancias.
Los patrones, mayordomos y el personal de aquéllas, parapetados en las casas, se defendieron a tiros impidiendo la cautividad de sus familias, pero no pudieron evitar que los indios arrearan con todo el ganado de los establecimientos, en los que no quedaron ni las majadas (3).
Referencias
(1) Octubre de 1870
(2) Sargento desertor de Guardias Nacionales, natural de Montes Grandes, provincia de Buenos Aires, baquiano de los indios en otras invasiones. Asesino del poblador Canales, en el sur, para llevarse su esposa cautiva a los toldos. Cabecilla de los indios que tomaron el fortín Vigilancia y que había degollado de motu proprio a 8 de sus soldados rendidos.
(3) Parte del comandante Llano. Declaraciones de Manuel Suárez, sargento desertor, que huyendo de los indios anunció el malón. Idem de los indios Currugal y Carrupil. Comunicación del Secretario de Gobierno don Sixto Laspidur y nota del comandante en jefe de la frontera sur, coronel Francisco de Elías. Archivo del Ministerio de Guerra y Archivo del Ministerio de Gobierno de la provincia de Buenos Aires.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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Schoo Lastra, Dionisio – El indio del desierto (1535-1879) – Círculo Militar, Buenos Aires (1937)
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