Nació en Mercedes (Prov. de Buenos Aires), el 19 de abril de 1867, donde sus padres Felipe Payró y Juana Losada se habían trasladado para huir de la peste de cólera que asolaba Buenos Aires. En 1872 murió su madre, y con su hermano Eduardo crecieron desde entonces bajo la tutela de su abuela, en casa de su tío Jorge Payró.
Realizó sus primeros estudios en el Colegio San José, en Buenos Aires, donde residió durante su infancia. Formó parte de la pandilla de muchachos que frecuentaba el “bajo de la pileta”, en el encuentro de la calle Alsina con el río.
En 1882 vivió en Lomas de Zamora –a la que volvería muchos años más tarde-, y fundó con un grupo de amigos el “Club de Pickwinianos” a imitación de los personajes de Charles Dickens.
Siguió sus estudios y trabajos literarios e ingresó en 1883 en “El Comercio” donde escribió por las entradas de teatro. Ello le permitió conocer todo el repertorio francés de aquella época, puesto en escena por la compañía Massenet en el Teatro de la Opera, durante la cual se familiarizó con el idioma y afirmó su vocación teatral. En ese año editó su poema Un hombre feliz, en dos cantos, a costa de mucho sacrificio. Como le pareció muy malo, quemó la edición, de la cual salvó un ejemplar trunco que guardó como curiosidad.
En 1884 fue redactor del diario “La Patria Argentina”, dirigido por Juan Gutiérrez. Conoció allí a José S. Alvarez (Fray Mocho). Escribió Entre Scila y Caribdis, drama en tres actos y en verso, conservado en un cuaderno manuscrito titulado Tratativas dramáticas. Payró llevó esta pieza al actor español Rafael Calvo para que la pusiese en escena, pero fracasó en su gestión.
Hacia 1885 publicó la novela Entre amigos, en folletín de “La Opinión”, de “la que no guardo otro recuerdo que el título”, anotará años después. Escribió en los diarios “La Libertad”, propiedad del doctor Victorino de la Plaza y dirigido por Ricardo Pillado; en “Sud-América”, redactado por Paul Groussac, y “La Razón” dirigido por Onésimo Leguizamón, donde se vinculó con Martiniano, hermano del director. Utilizó los seudónimos “Never Mind” y “The Same”.
Publicó su novela Antígona (1885), transposición porteña de un tema de ambiente griego, donde muestra el sentimentalismo mezclado con crudezas naturalistas, todo ello puesto al servicio de la prédica social. Al año siguiente viajó brevemente al Paraguay. En Asunción escribió algunos de los relatos que aparecerán después en Novelas y fantasías (1888). Luego se trasladó a Córdoba para ocupar una cátedra en la Escuela Normal.
Fue redactor de “El Intransigente”, colaboró también en “El Interior” y en “Eco de Córdoba”, con versos y relatos. Firmó con los seudónimos de “Froebel”, “Rostchild” y “El Diablo Cojuelo”.
Bajo el rótulo Scripta (1887), apareció editado por Peuser en Buenos Aires, posiblemente, el primer volumen de cuentos publicados en el país. Llamado urgentemente, marchó a Bahía Blanca a atender a su padre, gerente de la sucursal del Banco de la Provincia, que había sufrido un accidente.
Comenzó a colaborar en “El Porteño”, diario de tendencia oficialista, donde publicó versos, artículos y comentarios críticos de las obras que presentaba la compañía teatral de Germán Mac Kay. La Sociedad Española de Socorros Mutuos lo honró con el diploma de socio honorario.
Fundó con su hermano Eduardo una sociedad de remates y comisiones, que no prosperó. También salió Novelas y fantasías, la segunda parte de su libro de cuentos integrados por breves relatos de diversa índole, con predominio de la influencia naturalista. Los trabajos aparecidos hasta ese momento, deben ser considerados como fruto de la inmadura labor juvenil, y sólo tenidos en cuenta en la totalidad de su obra creadora.
El 25 de abril de 1888, comenzó a aparecer en folletín de “El Porteño” su comedia en cinco actos, en verso, titulada La cartera de justicia.
Después de la muerte de su progenitor, invirtió la herencia en la fundación del periódico “La Tribuna”, el 1º de setiembre de 1889, acompañándolo en la empresa su hermano Eduardo. Afiliado a la Unión Cívica, participó activamente en reuniones políticas clandestinas, y su diario se convirtió en el órgano de ese movimiento.
En Bahía Blanca, se casó con María Ana Bettini, directora de la escuela local, compañera animosa de toda su vida.
Tras su participación en la Revolución del 90, estuvo contra el presidente Miguel Juárez Celman. Propició desde “La Tribuna” la candidatura del general Mitre a la presidencia de la Nación.
En 1891, en Buenos Aires, fue secretario de redacción de “El Argentino”, clausurado a poco por el estado de sitio. Con el fracaso del alzamiento, a comienzos de 1892, apareció la última entrega de su periódico, que quebró con la consiguiente pérdida de sus bienes, retornando a Buenos Aires. Aquí peregrinó en busca de trabajo, y escribió en “El Pueblo Argentino”. Después tuvo un efímero puesto de cronista en “La Prensa”. Efectuó traducciones de Zola, Daudet y Maeterlinck.
Por intermedio de su amigo José Miró conoció a Julio Piquet, secretario de redacción de “La Nación”, quien lo recomendó al administrador del diario, don Enrique de Vedia, para que ingrese a trabajar. Enviado al interior de la provincia, inició con el seudónimo “Julián Garay”, la publicación de la serie: En los dominios platense. Viaje de un hijo de esta tierra que sabe decir la verdad, crónicas con las que contribuiría a un tipo de periodismo poco usual en aquel entonces, a un mejor conocimiento del país.
En 1893 estuvo preso quince días por intrigas de personas influyentes. Participó en la revolución del 30 de julio de ese año. Se vio envuelto en las luchas entre “mitristas” y “costistas”, formando en las filas de los primeros. A las órdenes del comandante Franklin Rawson se batió en Ringuelet. Al año siguiente actuó en el recién formado Partido Socialista, del que fuera uno de sus fundadores. En el local del Centro Socialista Obrero de Buenos Aires pronunció una conferencia sobre Educación Republicana.
Sus ideas estaban acordes con un socialismo pacifista, creyente en la evolución y en el mejoramiento natural de las condiciones sociales. Por entonces asistió a las tertulias en la cervecería de Luzio, en el Aue’s Keller o en el restaurante de Monti, en compañía de Rubén Darío, José Ingenieros, Luis Berisso, Charles de Soussens, Luis Pardo, Eduardo Holmberg y otros.
Viajó a Chile en 1895 en plena efervescencia internacional como cronista de “La Nación”, y publicó desde el 25 de abril: Cartas chilenas escritas por un argentino. Trazó el retrato del “roto”, tema que le interesó.
Publicó en folletos Los italianos en la Argentina, una colección de artículos periodísticos aparecidos en el diario de los Mitre, con motivo de las fiestas del 20 de setiembre de 1895.
Su acción proselitista se manifestó en 1896, durante un mitin organizado por el Partido Socialista Obrero, donde pronunció un discurso sobre La ley de conchavos. Designado secretario del Centro Socialista de Estudios, disertó sobre La acción política del obrero. Comenzó entonces a publicar la novela Nosotros, que dejó inconclusa. Las primeras páginas que aparecieron en “La Nación” fueron presentadas por Rubén Darío. Con ella dio nombre a la revista homónima.
Escribió sobre La prensa socialista, en el “Anuario de la Prensa Argentina” (1896), de Jorge Navarro Viola. Asimismo, apareció su folleto Notas de viaje. El Paso de Uspallata. En 1897 escribió la obra teatral El Triunfador, que leyó en casa de Luis Berisso ante Rubén Darío, Ricardo Jaime Freyre, Eugenio Díaz Romero y Alberto Ghiraldo, entre otros. Ante la disparidad de los juicios emitidos, resolvió no estrenarla.
En 1898, enviado por “La Nación” partió hacia la Patagonia embarcado en el transporte “Villarino”, en que viajaba también la comisión de límites con Chile, encabezada por el perito Francisco Pascasio Moreno. Comenzó a publicar en folletín la serie de crónicas tituladas La Australia Argentina. Excursión periodística a las costas patagónicas. Tierra del Fuego e Islas de los Estados (15 de mayo – 26 de setiembre), las que reunió luego en el volumen La Australia Argentina, con una carta-prólogo del general Mitre, donde dijo: “Por ser su libro como comentario de un mapa geográfico hasta hoy casi mudo, importará la toma de posesión, en nombre de la literatura de un territorio casi ignorado, que forma parte integrante de la soberanía argentina, pero que todavía no se ha incorporado a ella para dilatarla y vivificarla”.
Fue director de “El Obrero”, primer diario socialista, y colaboró en “El Sol del Domingo”, dirigido por Alberto Ghiraldo hasta 1900. Un año antes viajó a Catamarca, La Rioja, Salta, Tucumán y Jujuy, cuyos relatos integran el volumen En las tierras de Inti, donde lo pintoresco de las descripciones se unen a los planteamientos sociales y económicos de los problemas locales. Payró dirigió la revista “Arlequín”, con Cao de dibujante.
Viajó en 1900 por las zonas inundadas de la provincia de Buenos Aires, lo que le dio oportunidad de registrar esas escenas en notas documentales para “La Nación” que agrupó en dos series, tituladas, respectivamente: La inundación y la Pampa de agua.
En 1901 fue secretario de la “Revista de Derecho, Historia y Letras”, dirigida por el Dr. Estanislao S. Zeballos, continuando en esas tareas durante muchos años. Publicó en 1902 su conferencia Emilio Zola, con prólogo de Adolfo Dickmann, estudio de la labor y la personalidad del novelista desde un enfoque general de militancia política.
Su carrera de dramaturgo propiamente dicha, la inició con Canción trágica, cuadro dramático en un acto que estrenó la compañía de José Podestá en el Teatro Apolo, el 21 de setiembre de 1902. El tema de este drama se refiere a la sublevación de un oficial de Lavalle por una niña catamarqueña en una fiesta dada por el coronel Maza. Así, entró Payró en la historia de nuestro teatro –en ese entonces, casi desdeñado por algunas de las mejores plumas nacionales-, y lo hizo con pie firme, para convertirse en uno de sus puntales.
Como cronista de “La Nación” viajó al Uruguay en 1903 para informar sobre el alzamiento armado de Aparicio Saravia. Inició la serie de correspondencias con el título La revolución oriental. En el teatro de los sucesos.
En 1904 estrenó Sobre las ruinas, en cuatro actos en el Teatro Comedia por la compañía de Jerónimo Podestá. La obra está inspirada en las inundaciones bonaerenses del 900. Por la misma compañía, estrenó en el Teatro Rivadavia el drama Marcos Severi, el 18 de julio de 1905, obra de tesis contra la ley de extradición aplicada a un delincuente regenerado. También dio a las prensas El falso inca. (Cronicón de la conquista), crónica novelada del alzamiento de los calchaquíes encabezados por el aventurero andaluz Chamijo.
En 1906 publicó la novela El Casamiento de Laucha, relato de las andanzas de un pícaro hecho por él mismo. Fue, por entonces, cuando inició una serie de “La Nación” sin firma, titulada Crónicas. A su producción teatral, en ese año, se sumó Don Angel Bravo, la traducción de la obra de Carlo Goldoni, estrenada en el Teatro Nacional por la compañía de Podestá.
Bregó por la necesidad de una sociedad que agremiase y defendiese los derechos del escritor. En un acto realizado en el salón del Círculo de la Prensa, Payró fue proclamado presidente provisional de la Sociedad Argentina de Escritores.
En setiembre de 1907 estrenó en el Odeón, por la compañía de Enrique Borrás, la comedia en tres actos: El triunfo de los otros, drama del intelectual mal remunerado, que se ve en la necesidad de trabajar anónimamente para los demás, mientras contempla el triunfo de aquéllos y su propio fracaso.
La inesperada herencia de un pariente desconocido sirvió para que Payró partiese hacia Europa con su familia, radicándose en Barcelona, donde fundó, para divulgación de la literatura argentina, la imprenta Mitre. Publicó Pago Chico, una serie de relatos sobre las malas costumbres administrativas y sociales en una población de incipiente desarrollo como era Bahía Blanca, realizado con un sentido de humor a un mismo tiempo condenatorio y comprensivo. Le siguió Violines y toneles (1908), cuentos y relatos de diversa índole, entre los que caben destacarse: Mujer de artista y Drama vulgar, que serán las bases de sus obras teatrales: El triunfo de los otros y Sobre las ruinas, así como Un héroe del 90.
Fracasada comercialmente su imprenta, realizó una gira por Francia, Alemania y Bélgica para radicarse finalmente en Bruselas, donde permanecería, con algunos intervalos, durante casi quince años en permanente contacto con el diario “La Nación”, al que enviaba sus lúcidos comentarios acerca de la actualidad europea. Se acogió para el trabajo y la meditación en una vieja casona de la avenida Brugmann 327, entre la rue des Cottages y la avenue Messidor.
En 1909 efectuó un corto viaje a Buenos Aires en busca de material informativo para sus próximos trabajos. Se comprometió con la editorial Espasa a escribir para la Enciclopedia que publicaba, los artículos relativos con la Argentina, y revisar lo que otros habían escrito sobre el tema. Publicó entonces En las tierras de Inti y Crónicas.
En el año del Centenario terminó de escribir las Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira, relato en primera persona, a través de la versión de un supuesto copista, de la vida y andanzas de Mauricio Gómez Herrera, político cuya inescrupulosa carrera culmina hacia la crisis del 90. Lo publicó en 1911, año en que realizó trabajos de documentación y estudio para sus próximas novelas históricas.
Dada la insegura situación política europea, esbozó sus impresiones en artículos sobre economía, literatura y folklore belga. En 1913, Payró acompañado de su esposa se encontraron en París con Rubén Darío, yendo a comer en “La Tour d’Argent” cerca de Notre Dame, un prestigioso restorán que tenía fama por sus patos a la ruanesa, donde renovaron la gran amistad que los unía.
En julio de 1914, a causa del atentado de Sarajevo, se produjo el estallido de la guerra europea. El 26 de ese mes comenzó la redacción de su Diario de un testigo, y el 11 de agosto, por orden del Rey de Bélgica recibió la Orden de la Corona.
Producida la invasión de ese país por los alemanes, Payró permaneció en Bruselas –de la que habría podido partir con toda facilidad-, y dio así muestras de su devoción por la causa de la democracia, la independencia de los pueblos y la dignidad humana.
Su mujer se alistó como enfermera y su hijo Roberto como camillero belga. El escritor también contribuyó con admirable temple moral y hombría; hizo frente a la indignación de los invasores con sus artículos, que continuaba enviando a “La Nación”, y en los que fustigaba la conducta de Alemania.
El 22 de setiembre de 1915, los ocupantes allanaron su casa en Bruselas, arrestándolo y quitándole todos sus archivos y documentaciones literarias. Quedó más tarde en libertad bajo vigilancia, pero siempre en constante peligro y zozobra, lo que no le impidió continuar su comunicación con sus lectores argentinos.
Los años 1916 y 1917 fueron de penurias y resistencias. Solía efectuar excursiones a pie hasta Holanda para despachar sus artículos. Siguió prisionero de los alemanes en su casa en 1918, padeciendo hambre en Bruselas. Con el fin de la guerra, la incertidumbre continuó al año siguiente, aunque viajó a París para encontrarse con su viejo amigo Piquet. Comenzó a redactar sus Apuntes de viaje (inédito), y una parte se publicó en “La Revista del Mundo” bajo el título De regreso al pago.
En 1920, al arreglarse su situación periodística, pronunció conferencias en Buenos Aires y Rosario sobre la guerra. De inmediato retornó a Bélgica para reunirse con su familia. Al año siguiente la Comisión Interaliada de Ocupación en Alemania le restituyó los papeles que le habían secuestrado.
Hacia 1922, después de la muerte de su hijo mayor Roberto Jorge, Payró volvió a la Argentina. En enero de 1923 instaló su hogar en Lomas de Zamora. En esta última etapa de su vida prosiguió su labor teatral con la comedia Vivir quiero conmigo, que terminó de escribir en Gualeguaychú (Entre Ríos), y el 23 de octubre la estrenó en el Teatro Liceo, la compañía de José Gómez. Desde la particular interpretación del verso de Fray Luis, el protagonista de esta obra organiza su vida sobre la base de un egoísmo esencial, lo que le lleva, a su vez, a vituperar el egoísmo de todos los que le rodean.
En 1924 comenzó a publicar en “La Nación” y “Caras y Caretas” leyendas y cuentos populares belgas. Reanudó su labor periodística con críticas literarias tituladas Al azar de las lecturas, que el prestigioso diario acogió con el seudónimo de “Magister Prunum”. También publicó en folleto El Capitán Vergara, crónica romancesca de la conquista del Río de la Plata, en dos volúmenes, con proemio de Alberto Gerchunoff. Trazó una animada descripción del revuelto mundo de Asunción del Paraguay tras la muerte de Ayolas, la lucha entre los parciales de Domingo Martínez de Irala –el capitán Vergara- y los de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, el adelantado.
Sus reminiscencias de viejo poblador de Lomas de Zamora le sirvieron para pronunciar una conferencia en la Biblioteca Mentruyt, evocándola a través de cuarenta años atrás.
En 1925 la compañía de Angelina Pagano le estrenó Fuego en el rastrojo, comedia en tres actos, en prosa, amable lección sobre el arte de envejecer con dignidad y sabiduría. El programa incluía Poderoso caballero, pieza en un acto, puesta en escena por la misma compañía.
Por 1926 el gobierno de Bélgica lo condecoró como Chevalier de l’Ordre de Leopoldo II.
En la popular “Caras y Caretas” publicó: Los tesoros del Rey Blanco. Episodio romancesco de la conquista del Río de la Plata. Al presentar su obra El Capitán Vergara al Premio Nacional de Literatura de ese año, la revista “Claridad” alzó su voz para que le otorgaran el primer premio, obteniendo el segundo. En desagravio, Antonio A. Gil, Alvaro Yunque, Rodolfo Tallón, Juan Guijarro y José Sebastián Tallón le dedicaron un libro de versos con el título Los Cinco.
En 1927 publicó El Mar Dulce, crónica romancesca del descubrimiento del Río de la Plata, donde mostró la relación histórica de los preparativos, partida y viaje de la expedición de Solís hasta su desastroso final.
Nacida de sus recuerdos patagónicos y con elementos de La Australia Argentina, escribió su última contribución a las tablas: Alegría, en 1928, comedia en tres actos y seis cuadros, donde reconstruyó la vida de esa región a fines del siglo XIX y comienzos del XX.
Falleció en Buenos Aires, el 5 de abril de 1928, en vísperas del estreno de su última comedia. Pocos días antes de internarse para someterse a la operación a la que no sobrevivió, le había dicho a Florencio Parravicini: “Aquí tiene esta obra. Está lista. Tal vez en los ensayos sea necesario modificarle algo. Ahora me voy a internar. Tienen que operarme. Si salgo con vida, ya tendremos tiempo de hacerle algunas correcciones”. “La Nación” ha escrito con justeza que esa “era una lección más de la entereza de quien pasó por la vida con ejemplar serenidad y brindó a sus conciudadanos el regalo de su talento y de su ingenio, en una obra que constituye su mejor movimiento y que hace y hará ineludibles la admiración y la gratitud de los tiempos presentes y de las generaciones venideras”. Después de su desaparición física, Parravicini estrenó el 18 de abril la comedia Alegría.
En 1929, se publicó sus Nuevos cuentos de Pago Chico, o sea, nuevas andanzas y casos para completar la historia de Pago Chico; Chamijo (1930), constituye en verdad el posterior comienzo de El falso inca; Cuentos de otro barrio; Charlas de un optimista y Siluetas, todas publicadas en 1931; y la última reeditada con el título de Evocación de un viejo porteño (1952) colección de artículos necrológicos entre los que se destacan los dedicados a Mitre, Fray Mocho, Rubén Darío, José Ingenieros, Horacio Quiroga y Verhaeren; Los Tesoros del Rey Blanco y Porque no fue descubierta la Ciudad de los Césares (1935).
La compañía de Armando Discépolo estrenó en el Teatro Argentino el 19 de setiembre de 1937, el sainete en un acto Mientraiga, pintura de un conventillo porteño de fiesta; El diablo en Bélgica (1953), folklore flamenco y valón; Teatro Completo (1956), con un estudio preliminar de Roberto F. Giusti; El azar de las lecturas (1968), publicación de la Universidad Nacional de La Plata por intermedio de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, verdadera crítica impresionista, como la definió Payró, para penetrar sin escalpelo, pero con firme instrumental analítico en la obra de Lugones, Lynch, Horacio Quiroga y de otros, orientado siempre en la valoración mesurada, limpia y exacta del espíritu que los animaban. Payró ocupa en las letras argentinas un lugar prominente.
Fuente
Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino, Buenos Aires (1978)
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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