Nació en Marsella (Francia), el 11 de febrero de 1821. Su padre era dinamarqués, de Copenhague, capitán al servicio del ejército prusiano, tomado prisionero por Bonaparte en la batalla de Jena, y su madre pertenecía a viejas familias castellanas: los Larsen de Castaño. Inició y completó sus estudios primarios en la famosa escuela de Juan Andrés de la Peña, hasta que, en 1839, ingresó como aspirante a la carrera eclesiástica en la Compañía de Jesús, en cuyas aulas curso filosofía y ciencias.
Ya novicio abandonó los estudios sacerdotales en 1843, aunque siempre conservó verdadero fervor por la milicia ignaciana. Inscripto en la Universidad de Buenos Aires, fue compañero de Federico León Aneiros y de Miguel Navarro Viola, donde obtuvo el grado de doctor en teología. Con vocación por la docencia, decidió entonces dedicarse a la enseñanza. Ese mismo año, el gobernador de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas le concedió carta de ciudadanía argentina, y le autorizó para abrir una escuela de primeras letras de carácter privado. Con el producto de sus lecciones, pudo así proseguir otros estudios universitarios, recibiéndose de doctor en medicina, en 1848, sin que se conozca el título de su tesis. Dedicado de lleno a las actividades docentes, el doctor Larsen se negó a ejercer su profesión.
Incursionó en el periodismo, y fue redactor y traductor de la “Gaceta Mercantil” del “Archivo Americano y Espíritu de la Prensa del Mundo”, que dirigía Pedro de Angelis. Fundó dos publicaciones de importancia, la “Revista del Plata” y “El Investigador”. Colaboró en la “Revista Científica y Literaria”, cuyo director era Calixto Oyuela.
En modo preferente se dedicó además al estudio en disciplinas muy diversas, llegando a obtener fama, no sólo de hombre bien informado, sino también de sabio y erudito. Cultivó con tesón las lenguas clásicas, sobresaliendo como xenógrafo, siendo además, políglota. Conoció veintidós idiomas: latín, griego, hebreo, árabe (publicó una gramática de esta lengua), español, francés, inglés, alemán, ruso, polaco, vasco y diez idiomas indígenas americanos. Del aymará, la madre de las lenguas quichuas, tuvo singulares conocimientos. Su versación lo convirtió en un verdadero polígrafo, especializado sobre todo, en temas lengüísticos, históricos y filológicos, incluyendo sus preocupaciones por la americanística. Al respecto, reunió variadas y muy importantes noticias, todas las cuales utilizó después, a lo largo de su intensa labor oral y escrita.
A la caída de Juan Manuel de Rosas, cuando el gobernador de Buenos Aires, Pastor Obligado, restauró en 1854, el viejo Colegio de Ciencias Morales, fue llevado a desempeñarse en su seno como catedrático de lengua latina. Un año después, asociado con Alberto Larroque y el educador Renadiére fundó el “Liceo del Plata”, que dirigió por espacio de quince años consecutivos.
En 1856, cuando Mitre fundó el Instituto Histórico y Geográfico del Río de la Plata, integró Larsen el elenco de socios del mismo, en carácter de miembro de número. Por entonces, también comenzó a reunir materiales para una obra de aliento, con la cual tendía a probar los viajes de los escandinavos al nuevo continente. Por ese motivo, se vinculó epistolarmente con hombres de ciencia de Europa, mereciendo la distinción de ser designado miembro de la Real Academia de Anticuarios del Norte, con sede en Copenhague, tal como antes, lo había sido igualmente en la Argentina, Pedro de Angelis. Con anterioridad comenzó a desempeñarse como catedrático ordinario de latín, y al mismo tiempo, como suplente ad-honoren de lengua griega, y también de historia en el Colegio Nacional de Buenos Aires, al par que de humanidades y lenguas clásicas en la propia Universidad, labores didácticas esas, que desempeñó por espacio de treinta años consecutivos, hasta 1884.
Los años que comprenden su actuación universitaria, se vieron, pues, plenos de acción y de pensamiento. Su exactitud y asistencia, se hicieron proverbiales entre profesores y estudiantes; pocas veces faltó a su clase, por ello, era conocido en el barrio de la Universidad. La cátedra lo apasionaba, vivía entre su hogar y la Universidad. Amonestaba severamente en clase a aquel que no sabía concretamente su traducción del latín o griego, y el mismo luego lo buscaba en los corredores para tratarlo afectuosamente. Estaba pues, en vigente contacto, no sólo con alumnos sino también con catedráticos, literatos y estudiosos.
En 1863, inició sus colaboraciones en la “Revista de Buenos Aires”, donde ya en su número segundo se registra el artículo crítico publicado igualmente en separata, comentando el clásico libro de M. Morta. El trabajo de Larsen titulado Pequeña Mitología constituye un verdadero ensayo y fue reeditado varias veces, existiendo una segunda y hasta una tercera edición, esta última impresa por Juan A. Alsina, en 1885.
Cuando José Manuel Estrada junto con Lucio V. Mansilla fundaron en Buenos Aires, en 1864, el Círculo Literario, el doctor Larsen actuó en su seno entre sus primeras figuras. En la inauguración del Círculo tuvo a su cargo la lectura de un importante discurso cuyo texto apareció en “La Revista de Buenos Aires” (Nº 5 y 7), en los años sucesivos de 1864-65. Desde entonces se contó entre los colaboradores asiduos de dicha publicación. Allí publicó su discusión sobre filología americana refutando apreciaciones del Dr. Vicente Fidel López sobre la lengua quichua. El artículo lleva por título: Filología americana. La lengua quichua y el doctor López (1869, Nº 21), y donde confesó que nadie le había enseñado el griego.
Con el prestigio de su labor propia, editó en Buenos Aires, en 1865, su estudio científico América Precolombina, o sea noticias sobre algunas interesantes ruinas y sobre los viajes en América anteriores a Colón, que le valieron calurosas felicitaciones del rey de Dinamarca.
Pocos años después, en su carácter de colaborador de la “Revista Argentina” que dirigían José M. Estrada y Pedro Goyena, publicó en 1870, un extenso comentario crítico a un trabajo científico de Prado y Lewis rotulado Etnología americana. Primeros pobladores de América. Este estudio fue ampliamente valorado en el mundo científico, y dio lugar a su vez, a comentarios por parte de estudiosos cultores de la americanística, como en el caso de Germán Burmeister, Juan Martín Leguizamón, Florentino Ameghino y Francisco Pascasio Moreno. Con toda razón, el crítico Rafael A. Arrieta lo ha calificado como “polígrafo desbordante”. Destaca que “escribía sobre asuntos etnográficos, filológicos, religiosos, históricos, geográficos y artísticos, y que al mismo tiempo traducía toda clase de artículos publicados en revistas europeas”. Añade que “no obstante, el humanista consagraba particularmente su pluma a la versión de sus amados clásicos griegos y latinos, y a la literatura didáctica, con lo que, a sus versiones de Píndaro y Longino, agregó las de Cicerón, Virgilio y Horacio, con notas y estudios preliminares”.
Tradujo del alemán, y publicó en su juventud una novela histórica, titulada Reliquias del Archivo de los Templarios. También sobresalieron las dedicada a las poesías y epístolas de Horacio, en la edición latina at ussum escolarum, impresa por Casavalle, en 1865. Fruto de su familiaridad con los clásicos, fueron precisamente las ya aludidas traducciones, a las que se considera realizadas con elegancia y acierto. Se le debe el Arte Poética de Horacio, de la que se han hecho numerosas ediciones, vertido en prosa castellana; otra edición de la misma obra en prosa latina, con introducción y notas; el primer libro de la Eneida, de Virgilio y prosa bilingüe, latina y castellana; las Odas de Horacio, igualmente en prosa bilingüe, etc.
Fue autor además, de: Longino, tratado de lo sublime; Elementos de historia antigua, para uso de los colegios; Quinti Heratii Flacci Carminum, libro IV; Gramática araucana; Gramática lule y tonocoté; Diccionario araucano-español; griego y latino; Evangeliva Lucasen (en vasco español), etc.
En 1877, por gratitud a los padres jesuitas reeditó los escritos del misionero padre Antonio Macchioni sobre las lenguas lule y tonocoté, y además, algunas de las biografías de Viribus e Ilustribus, que dejó redactadas en latín el humanista padre José Peramás en el siglo XVIII. También reeditó y completó el Arte de la lengua general del Reino de Chile, impreso en Lima, en 1765, y compuesto por el lingüista ignaciano Pablo Fébres.
Fue miembro corresponsal de las sociedades geográficas de Madrid, París y Berlín. En 1872, se le nombró miembro honorario del Instituto Bonaerense de Numismática y Antigüedades, y en 1884, fue presidente de la Sociedad Geográfica Argentina, desempeñando ese cargo sin solución de continuidad desde 1886 a 1889.
Entre otros de sus trabajos, cabe mencionar la conferencia dedicada al padre Martín Dobrizhoffer y su historia de los Avipones, leída en la Sociedad Científica Argentina, en 1887.
De su paso por el Colegio Nacional de Buenos Aires se perduran los recuerdos de Miguel Cané, en Juvenilla. “Fue especialmente maestro, y como tal, se caracterizó ilustrando a todos los hombres eminentes de Buenos Aires, y de los del resto del país que desfilaron por las aulas del Colegio Nacional y Universidad de Buenos Aires hasta fines del siglo XIX”, ha escrito Scotto
Querido entrañablemente por sus discípulos, éstos supieron memorar a lo largo de la vida, sus hechos y anécdotas. Fue amigo íntimo de Germán Burmeister, con quien compartía no sólo el interés científico, sino también la devoción por los estudios helénicos, en la lengua griega que ambos dominaban.
Falleció en Buenos Aires, el 4 de noviembre de 1894, a los 73 años de edad. Era una de las grandes figuras universitarias de la época, un hombre representativo que varias generaciones recordaron. En sus exequias hicieron uso de la palabra, los doctores Faustino Jorge y Carlos M. Urien. Este último en su discurso expresó: “Como maestro, aparte de su instrucción, que era enciclopédica, poseía aquel carácter ingenuo, abierto, liberal, generoso, modesto, que despertó siempre en sus educandos enormes simpatías. Fue un sincero amigo, pues por el éxito de sus alumnos libró en la cátedra verdaderas batallas. Con sus consejos y sus enseñanzas sus discípulos penetraban en la historia de los pueblos antiguos y modernos, y en el conocimiento de las lenguas muertas, oyendo de los labios del maestro la historia de la grandeza y ruina de los imperios. Pero no fue sólo un maestro; era también un escritor que consagró a la publicidad las horas que la enseñanza les dejaba libres”.
Las generaciones que se sucedieron después de Caseros hasta pasado el Ochenta, escucharon sus lecciones, y recordaron al maestro.
Fuente
Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino, Buenos Aires (1975)
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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