Lola Mora

Lola Mora (1867-1936)

Dolores Candelaria Mora Vega, más conocida como Lola Mora, nació el 17 de noviembre de 1866, en la provincia de Tucumán, siendo sus padres Romualdo Alejandro Mora Mora, tucumano, criador de ganado, y Regina Vega Sardina, salteña. En realidad existe una disputa entre salteños y tucumanos en cuanto al lugar de origen de Lola Mora. Los primeros alegan que nació en El Tala, una pequeña población en donde vivían sus padres, situada en el Departamento de Candelaria en el límite con Tucumán; para los segundos, en cambio, nació en Trancas, al norte de la provincia, localidad en donde fue bautizada el 22 de junio de 1867, en la Parroquia San Joaquín.

A decir verdad, ella siempre se sintió tucumana. En esas tierras precisamente, la pequeña Lola comenzó sus estudios primarios, en el Colegio Sarmiento, y su vocación de artista afloró temprano, destacándose en materias como dibujo y piano.

Fue la tercera de siete hermanos: tres varones y cuatro mujeres. Lola crecía, estudiaba, dibujaba, enhebrando los sueños y metas de una adolescente de fines del siglo XIX. Tras vivir once años en El Tala, sus padres decidieron mudarse a San Miguel de Tucumán a fin de poder educar a sus hijos adecuadamente. Allí continuó sus estudios en el Colegio de Nuestra Señora del Huerto y en el Colegio Nacional tucumano.

A la edad de 18 años, recibió el primer gran golpe de la vida: en 1885, sus padres fallecieron con una diferencia de dos días. Ella por neumonía y él por un ataque al corazón. Esto implicó entre otras cosas que suspenda sus estudios. Lola, a partir de ese momento, quedó bajo el cuidado del marido de su hermana mayor.

En 1887, dos años después del trágico final de sus padres, conoció al pintor italiano Santiago Falcucci (1856-1922) (1). Con él, Lola Mora tomó varias clases en las que profundizó sus conocimientos de pintura y dibujo. Sobre todo, las técnicas que venían del neoclasicismo y el romanticismo europeos. A partir de ahí, y algo bastante peculiar en la historia de una mujer de aquella época, la joven Lola comenzó a retratar a distintas personalidades de la alta cuna tucumana. De este modo, ingresó a cierto círculo del poder de aquella provincia y los diversos encargos no se hicieron esperar.

En 1894, exhibió por primera vez una gran colección de todos aquellos retratos de los gobernadores tucumanos que produjo hasta el momento. La muestra recibió muy buenas críticas y de alguna manera la puso en el mapa del escenario pictórico como una destacada artista. Más tarde, donó esta misma colección íntegramente a esa provincia del norte. Al contemplar un retrato al carbón que Lola había realizado del entonces gobernador de Salta, Delfín Leguizamón, su maestro Falcucci expresó una vez: “Era la copia de una fotografía, pero tenía todo de propio, de individual en la factura”.

Aprovechando ese éxito, viajó a Buenos Aires para solicitar una beca y perfeccionar sus estudios en Roma. La misma le fue concedida el 3 de octubre de 1896 por el presidente José Evaristo Uriburu y allí se fue a estudiar con el pintor Francesco Paolo Michetti y con el escultor Giulio Monteverde (2), quien era conocido por aquel entonces como “el nuevo Miguel Ángel”, quien la introdujo en el arte monumental. Monteverde observó el gran talento que Lola tenía para esculpir que le aconsejó no abandonarlo. Lola, entonces, sí abandonó la pintura para convertirse puramente en una escultora.

Durante algunos meses el gobierno argentino suspende su pensión, razón por la cual la artista tiene que comenzar a vender sus obras para sostenerse. Sus protectores en Argentina e Italia logran que se le vuelva a otorgar una beca y facilitan su inserción en los círculos sociales de Roma, donde Lola encontraría en el futuro a varios comitentes. Hacia fines de siglo expone con el seudónimo L. M. di Vinci el medio busto de una campesina en el palacio de Bellas Artes de Roma.

Después de cosechar otros éxitos artísticos en distintos países de Europa (en París logró ganar una medalla de oro por sus piezas), volvió a la Argentina 1900. Con su retorno, también volvieron los encargos.

De su vida íntima se sabe poco y abundan los rumores. Algunos dicen que fue la amante de Julio Argentino Roca, un gran amigo y mecenas de Lola. Lo cierto es que a sus 42 años se casó con un empleado del Congreso Nacional, Luis Hernández Otero, 17 años más joven que ella, y de quien se separó a los cinco años de casada.

Realizó los bustos de varias personalidades de la política y la aristocracia argentina, como Juan Bautista Alberdi, Facundo Zuviría, Aristóbulo del Valle, Carlos María de Alvear y Nicolás Avellaneda. También trabajó con las alegorías: las estatuas de La Justicia, El Progreso, La Paz y La Libertad, en las cercanías a la Casa de Gobierno de la Ciudad de Jujuy, y algunas esculturas en el Monumento Histórico Nacional a la Bandera, en la ciudad santafesina de Rosario.

Ella fue quien realizó la emblemática Fuente Monumental de las Nereidas, que le fuera encargada por el intendente de la ciudad de Buenos Aires Adolfo J. Bullrich, inaugurada el 21 de mayo de 1903. Confeccionada en mármol de Carrara granito rosado, piedra basáltica y piedra bituminosa, representa a estos seres mitológicos que asisten al nacimiento de la diosa Venus; la idea inicial era instalarla en la Plaza de Mayo de la ciudad de Buenos Aires, justo frente a la Catedral, donde actualmente se sitúa la Pirámide de Mayo. El problema fue que este conjunto de divinidades de la mitología romana mostraba la desnudez de los personajes femeninos y los moralistas de ciertos sectores porteños sostuvieron su descontento. Es por eso que, para evitar el escándalo, se la trasladó hasta la actual Avda. Leandro N. Alem y Tte. Gral. Juan Domingo Perón, desde donde, una vez más, continuó su peregrinar hasta ser emplazada en 1918 en la Costanera Sur, donde se halla actualmente.

Lola Mora - Fotografía c. 1930

La propia artista expresó: “No pretendo descender al terreno de la polémica; tampoco intento entrar en discusión con ese enemigo invisible y poderoso que es la maledicencia. Pero lamento profundamente que el espíritu de cierta gente, la impureza y el sensualismo hayan primado sobre el placer estético de contemplar un desnudo humano, la más maravillosa arquitectura”.

En 1903 la artista vuelve a Roma con una enorme cantidad de encargos oficiales. Además, gana el primer premio de un concurso organizado en Melbourne para erigir una estatua de la reina Victoria en esa ciudad. Sin embargo, en circunstancias cuyos detalles se desconocen, vende el boceto al escultor que finalmente se encarga de su realización. En Roma proyecta y supervisa la construcción de su villa en Via Dogali, que se convierte en centro de reunión de intelectuales, artistas y visitantes ilustres. En 1906 regresa a Buenos Aires a terminar las obras destinadas al Congreso Nacional, que años después, en 1913, serían también separadas de su emplazamiento original.

Otras de sus notables obras son los altorrelieves que le encargó el Gobierno Nacional, con motivo de la remodelación que estaba en marcha en la Casa Histórica de Tucumán. Allí, representó el 25 de mayo de 1810, en los balcones del Cabildo de Buenos Aires.

En cuanto a los personajes, este relieve revela un mosaico de tipos porteños del momento, tanto personajes de abolengo como integrantes del pueblo. Todos ellos forman grupos que enriquecen la composición y contribuyen a romper con el acartonamiento del relato histórico convencional. Además, es muy significativa la figura del balcón en 1800. La vida era muy intimista, todo transcurría en el interior de las casas, y los balcones eran un contacto con el mundo exterior. Todo lo que pasaba, pasaba por la Plaza, de modo que estos dos espacios eran fundamentales”, comentan desde la Municipalidad de San Miguel de Tucumán.

Con respecto al otro altorrelieve de la Declaración de la Independencia del 9 de Julio de 1816, en el interior del Congreso de Tucumán, señalan: “A diferencia del anterior, esta muestra un espacio interior en el que se puede ver el mobiliario de la época. El trabajo del cortinado da cuenta de la maestría de la autora. Un dato de color lo proporciona la licencia artística que tomo Lola Mora, al dotar a una de los congresales retratados, con la figura de Julio Argentino Roca, su protector y mecenas. Tanto por las dimensiones como por la calidad de su ejecución, estas piezas de bronce constituyen ejemplos casi únicos en su género en Argentina”.

Otras de sus obras se pueden apreciar en el acceso a la capilla de la bóveda de la familia López Lecube, en el Cementerio de la Recoleta. Son dos figuras realizadas en mármol: una en actitud meditabunda y otra mirando al infinito. Una de las figuras tiene uno de los sostenes del vestido caído, dejando su hombro un tanto descubierto. Las señoras de la época, otra vez, presentaron reclamos al Director del Cementerio para solicitar el retiro de esa estatua por considerarla “obscena”, ya que no se trataba de una obra destinada a un lugar sacro.

Separada de Hernández en 1917, hacia 1920 Lola Mora se asocia en Buenos Aires al inventor de una nueva técnica de proyección de películas cinematográficas a plena luz. Al parecer su invento despierta el interés de la prensa, pero no tiene éxito comercial. Se dedica durante esos años a la realización de mausoleos, la mayoría de ellos destinados al Cementerio de la Recoleta.

En 1925, el presidente radical Marcelo T. de Alvear dejó sin efecto la encomienda para diseñar el Monumento a la Bandera, que luego realizaría Angel Guido. Era la última obra encargada por el Estado.

Desalentada por la increíble falta de reconocimiento a su labor artística, emprende, sin embargo, otra etapa insólita por sus características y por los lugares donde desarrollaría estas nuevas aventuras. Se traslada al Departamento de Candelaria en Salta para dedicarse a prospectar minerales en la remota y difícil Puna de Atacama, lo que para esos tiempos, tratándose de una mujer, era poco menos que una locura. Lola exploró yacimientos que antes habían trabajado los indígenas, más tarde los incas y los conquistadores españoles, los hombres de la colonia, y así sucesivamente por distintos mineros durante siglos. Ella, junto a unos pocos ayudantes y a su fiel perro ovejero Bimbo, llegaba hasta donde alcanzaba la punta de riel del C-14 y luego se adentraba a los cerros en busca de los minerales deseados. También se internó en las montañas de la Puna en busca de oro, plata, cobre y azufre. Luego de varios contrastes en las alturas del Altiplano, decide emprender la explotación de esquistos bituminosos para obtener kerosene, en las proximidades del arroyo Los Negros, en la Sierra de la Candelaria (Rosario de la Frontera, Salta) (3). Todo fue un estrepitoso fracaso que agotó sus ahorros.

Dice Apolo Ortiz: “Cuentan los lugareños que aun quedándose sola en la mina y viviendo en forma por demás elemental, siguió excavando hasta que un baqueano la encontró con el pico entre sus manos, desfalleciendo por falta de alimentación. Fue llevada a Rosario de La Frontera para recibir atención”.

La Sociedad Sarmiento de Tucumán realizó una muestra a beneficio de la empobrecida artista. A los 65 años, con una salud muy frágil, vivía con sus sobrinas. La Cámara de Diputados, por su parte, le otorgó una pensión en honor a sus años de gloria. Sin embargo, Lola Mora murió el 7 de junio de 1936, antes de cobrar el dinero.

El decidirse por el arte ya había significado una proeza, recordemos la fecha de sus comienzos y su actuación inicial. Mujer y escultora parecían términos excluyentes. Los prejuicios cedieron, sobrepujados por la evidencia de su obra”, dijeron en la prensa nacional. Así la despidieron, no solo como una gran artista, sino también como una gran mujer que supo hacerse un lugar en un mundo de hombres.

En su memoria y a modo de homenaje, se instituyó oficialmente el 17 de noviembre (supuesta fecha de su natalicio), el Día Nacional del Escultor y las Artes Plásticas.

Referencia

(1) Nació en Chieti, Italia en 1856 y falleció en Tucumán el 26 de octubre de 1922. Se graduó de Profesor de Diseño en la Academia de Bellas Artes de su ciudad natal con el escultor Pascual Farina. Se radicó en Tucumán a fines del siglo diecinueve, instaló su taller de trabajo y dio clases particulares. Falcucci retrató a las personalidades más destacadas de la época y fue uno de los primeros docentes de artes plásticas de la provincia. Fue autor de logradas pinturas, entre ellas los excelentes retratos del obispo Pablo Padilla y Bárcena y del doctor Àngel Cruz Padilla. Modeló una escultura de Cristóbal Colón, de cuerpo entero, que se aprecia a la entrada de la Sociedad Italiana. Incursionó también en la poesía y la música.
(2) Autor del monumento a Giuseppe Mazzini inaugurado el 16 de marzo de 1878 en la Plaza Roma de la ciudad de Buenos Aires.
(3) Aún pueden hallarse en el lugar las ruinas de la precaria casa habitada por Lola Mora, junto a los tanques de hierro galvanizado y los hornos que utilizaba para la destilación.

Fuente
Alonso, Ricardo – Lola Mora y su filosofía del esquisto – El Tribuno, Salta (2018)
Biblioteca Nacional de Maestros (BNM) – Recordamos a Lola Mora – Diciembre 2016.
Centro Cultural Recoleta – Lola Mora – Biografías, CVAA
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Gologoff, Mario – Lola Mora: la escultura política – Buenos Aires (2017)
Ministerio de Cultura de la Nación – ¿Quién fue Lola Mora?
Ortiz, Apolo – Lola Mora: escultora y emprendedora – Petrotecnia (2017).
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