Sucesor de Chaquiala debió ser el célebre Orkeke (1), cacique tehuelche, hospitalario amigo de los cristianos, que acompañó a exploradores de la Patagonia como George Chaworth Musters, Carlos Moyano y Ramón Lista. También salvó de la muerte por inanición a los colonos galeses del Chubut, alimentándolos con los productos de sus cacerías.
Había levantado sus toldos a una distancia de quince leguas del Puerto Deseado en la confluencia de los ríos Shehuen con el Chico. La tribu era de indios pacíficos, y algunos de ellos tenían las caras pintadas en fajas negras, que corrían sobre las cejas, formando un óvalo que bajaba por los carrillos hasta terminar en el mentón.
Orkeke era de porte grave y solemne. De gran estatura y proporcionada musculatura. A los 60 años saltaba sobre su caballo en pelo, o dirigía la caza, desplegando una agilidad y una resistencia iguales a la de cualquier otro joven. Su abundante cabello estaba levemente veteado de gris; sus ojos brillantes e inteligentes, su nariz aguileña y sus labios delgados eran muy diferentes de los que, según la idea corriente, son las facciones patagónicas. Era de frente achatada que afeaba un poco la expresión de su rostro que, sin embargo, era seria y meditativa, y a veces, notablemente intelectual, a juicio del viajero Musters que convivió durante largo tiempo con él. En su obra recuerda que el 3 de noviembre de 1869, en el paradero de Henno se produjo el encuentro con los tehuelches del norte encabezados por el cacique Hinches, con quien habían de sostener el gran parlamento programado a la salida de Santa Cruz. Orkeke estaba casado con Hadd (2), con la que tuvo una hija, Méká, que no conoció el viajero inglés.
Realizaban un baile en sus toldos, ubicados en Salinas, en las inmediaciones de Santa Cruz, cuando fueron apresados en la noche del 19 (¿) de julio de 1883, 17 varones y 37 entre mujeres y niños, por un contingente de soldados destacados desde el “Villarino”, transporte de la Armada Nacional, al mando del teniente de navío, Federico Spurr, quienes fueron embarcados y llevados a Buenos Aires, donde llegaron el 29 del mismo mes.
Casi todos estos indígenas comerciaban con Santa Cruz, Chubut y Punta Arenas, y más o menos conocían algo de la vida civilizada, inclusive algunos hablaban bastante bien el español.
La captura dispuesta por el gobierno dio motivo a críticas acerbas por parte de editoriales del diario “La Prensa” y de la opinión pública. En “La Nación” se comentaba el cuadro que presentaban los indios a bordo del “Villarino” y el aspecto físico de cada individuo. Allí se leía que “sus cuerpos despedían fuertes olores que tapadas las narices y la boca con el pañuelo empapado en agua de colonia, era todavía difícil permanecer más de cinco minutos en las bodegas del “Villarino”, en que venían, respectivamente, acondicionados los indígenas. La navegación de las 860 millas que medían entre el Chubut y Buenos Aires les fue a los pobres indios, a causa del mal tiempo, bastante molesta, chocándoles que se agrupasen tantas personas en los muelles para mirarlos, ¡como si fueran salvajes!”.
Las riendas del asunto las tomó el propio Presidente de la Nación, general Julio A. Roca, quien de acuerdo con el Ministro de Guerra y Marina, comisionó a Ramón Lista para que indagase los antecedentes de los prisioneros y los motivos de su prisión. Fácil resultó la indagación: antecedentes, buenos; motivos, ninguno.
Lista fue a bordo del “Villarino”, portador de la voz del gobierno, y habló con Orkeke, informándole que no habían sido traídos a Buenos Aires como prisioneros, sino como amigos. Se les iba a tratar bien y amistosamente, se les agasajaría con regalos, se les darían ropas y regresarían a la Patagonia, a sus toldos, devolviéndoles sus caballos y todos los bienes. Ante esta noticia se le iluminó el rostro al viejo cacique, y en idioma tehuelche informó a su gente de la buena nueva.
Decía el diario “La Nación” del 2 de agosto de 1883: “Ayer, cuando nos retirábamos del Villarino, vimos a varias personas que, munidas de cartas de recomendación, pretendían obtener uno o más indios, ni más ni menos que si de esclavos se tratase. Esta remesa, sin embargo, parece no será distribuida como las anteriores, y para ello hace empeños el comandante Spurr, que tiene para los pobres prisioneros todas las atenciones posibles, deseando que sean colocados por cuenta del Gobierno en un paraje donde puedan ganarse• ellos mismos su subsistencia trabajando en común”.
En un tren expreso fueron trasladados desde el “Villarino”, atracado en el Riachuelo, hasta el Regimiento 1º de Artillería, en Retiro, acompañados por Lista, quien antes de entrar en el cuartel le pidió a Orkeke que hablara a su gente, asegurándoles que serían tratados realmente como amigos, lo que en verdad sucedió.
El 4 de agosto, Orkeke realizó un paseo en carruaje por Palermo, acompañado por Ramón Lista, el diplomático doctor Escudero y el comandante Host, llamándole la atención un avestruz de Africa, que se le mostró en el zoológico, y en especial, un mono grande, del que quedó impresionado.
Se mostraba muy contento de todo lo que le rodeaba, y de la amistad que se le brindaba. Pero tuvo una satisfacción mayor cuando Lista lo llevó a visitar al Presidente de la Nación, quien lo recibió de la manera más afectuosa, entablando una conversación animada, en la que le aseguró su regreso a la Patagonia con toda su gente, porque el gobierno era amigo de los indios. Orkeke se mostraba muy satisfecho de todo, y recibió mayor alegría al obsequiarle 500 pesos que el presidente le hizo entregar por uno de sus edecanes.
Después Lista lo llevó a tiendas y mercerías, donde le compró algunas ropas y varios artículos vistosos y relucientes. Cuando llegó a Retiro distribuyó los regalos entre su gente, mientras relataba los aconteceres de su feliz paseo, refiriendo las contorsiones del travieso mono, que hacía reír a los indios.
Pero el acontecimiento más extraordinario que vivió Orkeke, en compañía de su mujer Hadd y 21 de los indígenas más notables de su tribu, fue la función que a beneficio de ellos tuvo lugar en el Teatro de la Alegría, el 7 de agosto de 1883, patrocinado por la Sociedad Geográfica Argentina. Un público numeroso concurrió a la función para ver a los indios tehuelches mientras se representaba “Mefistófeles”. Orkeke estaba sentado en el centro de la primera fila de las tertulias altas, al lado de su esposa, la india María y en medio la hija, mientras los otros tomaron ubicación más atrás.
Les impresionó la obra, que siguieron con marcada atención, sin una sonrisa ni gesto alguno que revelara otra cosa que el más completo ensimismamiento. Luego en el intervalo del segundo acto, el presidente de la Sociedad Geográfica Argentina, señor Lista, explicó los motivos de la función y trazó los rasgos de la tribu de Orkeke. En el último entreacto, el público presenció un espectáculo curioso al presentar Lista en el escenario al cacique y a su esposa, que se mostraron en actitud desenvuelta, como el resto de la comitiva. Se les hizo a los indios distribución de los regalos (prendas de vestir, cartuchos de confituras y relucientes collares comprados expresamente para ellos) y, al concluir la escena dieron una nota tehuelche entonando un coro patagonés en acción de gracias, que el público aplaudió calurosamente. El regreso al cuartel lo hicieron en un tranway especial acompañado por Lista.
El 10 de agosto, el cacique fue agasajado con un banquete de doce cubiertos en el Café París. Vestía Orkeke, pantalón de casimir oscuro, saco del mismo color y sobre él un poncho de paño. “Cuando, a las 6 y 10 p. m. se dio la señal de sentarse a la mesa se despojó del poncho y del saco, quedando cubierto su cuerpo únicamente con una camisa a cuadros. La camisa desprendida dejaba ver el pecho tostado del indio. Alrededor de su cuello, se veía una cinta colorada, y una vincha negra sujetaba sus largos cabellos grises”.
Cuatro días más tarde, la empresa Skating-Rink llevó a cabo una función de patines extraordinaria que contó con la presencia de Orkeke, su familia y súbditos tehuelches, donde distribuyeron premios a los ganadores. Otro agasajo fue la función del 17 de agosto en el circo Humberto 1º, que contó con la presencia de ellos.
Teatros, paseos en carruajes, banquetes, agasajos de todo género y tantas cosas fueron las atenciones que se le prodigaron. En su fuero íntimo, Orkeke temía a la muerte, porque dijo ocasionalmente que “si muriendo todo concluye”, se sentía hondamente comprometido por todas las atenciones recibidas de los “cristianos amigos”.
El cambio de clima lo perjudicó, y el 3 de setiembre fue atacado por una fuerte pulmonía, debiéndoselo internar en el Hospital Militar. A pesar de los cuidados prodigados, falleció el 12 de setiembre de 1883. Orkeke creía que no podía morir, y hablando en su lengua preguntaba: “Si me muero, ¿qué dirá el gobierno?”. En la tarde de ese día, su esposa, acompañada por su hijita y tres indios, llegó al Hospital Militar para ver el cadáver de su esposo, permaneciendo impávida, sin hablar, ni derramar una lágrima.
“Orkeke estaba ya encajonado en su ataúd de caoba, cuando la viuda fue a ver el cadáver, que debió ser inhumado ayer; pero una orden superior, dada no sabemos por quién, hizo suspender la inhumación, y el cadáver fue disecado ayer a las 12 por los practicantes del Hospital Militar para conservar íntegro el esqueleto, cuyo final destino aún no se conoce”. (3)
Después procedieron los indios a efectuar la ceremonia de guerra de los objetos pertenecientes al finado, que según su costumbre debían ser consumidos por el fuego. En el patio del cuartel encendieron una hoguera y allí fueron arrojados ponchos, piezas de ropa y otros artículos de los recién temen te regalados. Concluida esta ceremonia, que se hizo en medio del más profundo silencio, los ancianos se congregaron para elegir nuevo cacique. Breves momentos duró la discusión y por unanimidad fue tomado el acuerdo. El indio Coochingan fue nombrado cacique y puestos de pie los electores hicieron la proclamación. Coochingan pronunció una breve arenga, en la que ofrecía gobernar la tribu. con rectitud y honradez siguiendo las huellas de su antecesor.
Los restos de Orkeke fueron disecados inmediatamente, conservándose en el Museo de La Plata. Existen varios documentos fotográficos de la tribu, tomados en Buenos Aires, por intervención directa del doctor Carlos Spegazzini, pero en ellos no aparece Orkeke, debido a que al momento de ser obtenidas éste se hallaba internado en el Hospital Militar.
No llores Patagonia
de hijo tuyo la muerte,
coronado de gloria,
murió, murió Orkeke.
(Padre Francisco Bibolini)
Referencia
(1) Olkelkkenk, es la grafía correcta según Tomás Harrington, de acuerdo a las averiguaciones que hiciera durante su convivencia con los indígenas.
(2) Musters nos ha dejado de ella rasgos aislados, pero no por eso menos expresivos. En la época en que fue huésped del viajero inglés, era según él “a young woman” y de su físico informa que tenía “almost six feet in height, and displaying a corresponding breadth across the shoulders”. Es decir que era alta y robusta. Hadd a pesar de lo rústico de su educación no estaba desprovista de buenos modales. Era circunspecta, previsora y cuidadosa.
(3) Diario La Nación, 14 de setiembre de 1883.
Fuente
Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino, Buenos Aires (1978)
Diario La Prensa, 13 de setiembre de 1883
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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Vignati, Milcíades Alejo – Iconografía aborigen, Revista del Museo de La Plata, Tomo II, Antropología Nº 15, 1946.
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