Mañanita

Soldado de Regimiento de Caballería

Mañanita era el soldado más alegre del Regimiento 1 de Caballería. El más desastrado de todos ellos, no tenía pena ni gloria, como vulgarmente dicen las señoras. Siempre sucio, siempre en la mala, venía a ser el trapo donde todos se limpiaban las manos, o mejor dicho, el quitarrabias de todos.

Había perdido su nombre en el regimiento. Por Mañanita se lo conocía, como Mañanita hacía el servicio y como Mañanita revistaba en los pagos. Y este sobrenombre le venía de que, desde que se levantaba hasta que se quedaba dormido contra cualquier tronco de árbol, se lo pasaba cantando unas canciones entrerrianas que se llamaban mañanitas.

Sin ser tuerto, tenía sólo un ojo abierto; el otro estaba enteramente pegado por un torrente de lágrimas congeladas. Era un ser monstruoso, de cara ancha y achatada, a los lados de cuya nariz problemática jugaban a las escondidas sus ojos imponderables. Era la mañana del juicio final, en traje de soldado de caballería.

Sus pies enormes y chapinos no encontraron jamás un par de botas que le vinieran bien, pero la continuidad de andar descalzo había criado en su pie una cáscara que le prestaba el servicio de un par de botas de baqueta.

El perfume de su piel descomunal, como el olor de los toldos, se percibía desde cuatro cuadras de distancia, y su boca espantosa era una salamanca con toda su corte de sabandijas.

¡Oh! Mañanita no podrá ser mirado impunemente; sólo con la poción antihemética de Rivière, podrá resistirse aquel aspecto desconocido en la farmacopea humana.

Una rasqueta se habría quebrado contra su piel de escamas, como una horquilla se hubiera roto contra el fardo de su melena, movible y habitada.

Cobarde y sin vergüenza, Mañanita soportaba los más tremendos manteos, sin inmutarse, y si alguien le estiraba algún sopapo, lo recibía con la mayor indiferencia.

Y, sin embargo, de esta monstruosidad irresistible, Mañanita tenía quien lo quiera. Su amante era una boliviana de piel de cobre y ojos magníficos. Su hermosa cabellera sedosa y crespa, caía en negros rizos sobre sus hombros mórbidos y admirablemente cortados, bajando hasta una cintura graciosa y moviente.

Era tan linda Lucinda, era tan brillante el fulgor de sus ojos negros, que los oficiales la llamaban Luzlinda. Los ojos de Lucina, sobre todo, llamaban la atención de una manera poderosa. Mirándolos fijamente se sentía el vértigo del abismo; daban ganas de arrojarse a ellos de cabeza.

Lucinda tenía un tipo fino; había en sus manos algo que revelaba su estado mejor en su pasado, y la corrección de su frase no era vulgar en el campamento.

¿De qué cielo había caído aquella estrella misteriosa? ¿Cómo había ido a enamorarse precisamente de Mañanita, el ser más monstruoso que puede imaginarse?

Esto era un misterio con el que nadie acertaba, y que Lucinda se había negado siempre a aclarar.

-¿Cómo tienes valor de ser la amante de semejante inmundicia?- solía decirle algún oficial.

-No hay dos hombres como Mañanita –decía ella-. Si quiere es el más valiente de todos.

-¿Y por eso lo quieres?

-Puede ser muy bien.

¡Raro capricho en una mujer tan linda como aquélla! Sabe Dios qué misterio guardaría Mañanita.

Por aquellos cambios que suelen hacer los jefes, de soldados inservibles, Mañanita fue cambiado por el loco Chavarría, viniendo a formar parte del Regimiento 2.

Aquel regimiento, bajo las órdenes del coronel Hilario Lagos, era el cuerpo más activo y soberbio de todo el ejército. Un soldado, el más ruin de todos, no habría cambiado su número 2 por una fortuna. ¡Somos del 2!, decían aquellos valientes soldados, como cualquiera podía decir: somos de los Napoleones, o somos de los Césares. Porque aquel número 2 que adornaba sencillamente el pobre kepí, guardaba una tradición rica en hechos de armas y acciones heroicas.

Mañanita vino al regimiento, y junto con él Luzlinda, la hermosa boliviana, cuya presencia hizo una revolución en las cuadras. Los soldados la miraban con el asombro con que se mira a un astro, y mostraban en la sonrisa de sus labios todo el encanto que irradiaba la persona bellísima de Luzlinda.

Todos se enamoraron de la boliviana, y entre los más interesantes y los más bravos soldados de la Compañía Tigrera (la del 1), entró la ambición de hacer la conquista.

Mañanita era un inservible; ya lo habían calado y visto que era más flojo que tabaco patrio. Pero Luzlinda no daba oído a aquellas ternezas de línea, permaneciendo fiel a su monstruoso compañero.

-Esto no puede ser –dijo un día el sargento Rivera, un hércules de ébano más bravo que las armas-. Yo le voy a quitar esa estrella a Mañanita, aunque con ella se me caiga el cielo encima; no es permitido que el soldado más flojo del regimiento tenga la mujer más bella. Y firme en aquella resolución, espió desde aquel día el momento de cumplirla, sin que se apercibieran los jefes. Y el momento no tardó en llegar.

Una noche de farra en los salones del señor Tripailaf, Lucinda se retiraba del brazo de Mañanita. No había andado cuatro pasos, cuando se le cruzó en el camino el sargento Rivera, diciéndole secamente:

-Amigo, entrégueme la compañera y retírese.

Mañanita relampagueó su ojo abierto y miró con él el rostro radiante de Lucinda. Y apartó suavemente al sargento, queriendo seguir su camino. Pero Rivera, bravo y decidido, volvió a cerrarle el paso y le dijo:

-Suelte la compañera o le rompo el alma.

Mañanita soltó el brazo de Luzlinda, sacó un puñal de la cintura y colocándose entre ella y Rivera, le dijo bravamente:

-Vamos a ver cómo es eso.

El grupo de soldados que seguía a Rivera, y que creían divertirse con el julepe y disparada de Mañanita, quedaron asombrados. Rivera, calculando que aquella parada no duraría mucho, acometió a Mañanita de firme. Pero Mañanita era más muñeca de lo que se creía. A pesar de la fuerza imponderable de Rivera, a pesar de su destreza y de su valor, le dio tres puñaladas de mano maestra, una de ellas en el cuello. Y sereno y tranquilo, volvió a dar el brazo a Luzlinda, y siguió su camino, mientras Rivera allí quedaba, tendido, en gravísimo estado.

Desde aquel día Mañanita se hizo el soldado más bravo y más cumplido. Era el primero en la lista, el primero en el combate y el primero en el servicio. Y su transformación fue tal, que llegó a ser también el soldado más limpio y arreglado. Le habían tocado la parte sensible. Y a nadie se le ocurrió tentar de seducir a Luzlinda; habían escarmentado en cabeza ajena.

Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Gutiérrez, Eduardo – Croquis y siluetas militares – EUDEBA (1961)
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