Fueron sus padres Augusto Rufino Leloir Bernal y Hortensia Aguirre, ambos argentinos. A mediados de 1906 la familia se trasladó a Francia dado que a Augusto debían realizarle una intervención quirúrgica en París, aquejado de una grave enfermedad. Sin embargo, éste murió a fines de agosto, y una semana después, el 6 de setiembre, Luis Federico nació en una antigua casa en Rue Víctor Hugo 81 en París, a pocas cuadras del Arco del Triunfo. De regreso a su país de origen, en 1908, Leloir adoptó la ciudadanía argentina y vivió junto a sus 8 hermanos en las extensas tierras de El Tuyú, que sus laboriosos antepasados habían comprado tras su inmigración desde España. (1)
Terminados los estudios primarios y secundarios se inscribió en la Universidad de Buenos Aires, graduándose en Medicina en 1932. En sus inicios como practicante trabajó en el Hospital Municipal José María Ramos Mejía, donde participó de la creación de una sociedad en parte científica y en parte social llamada como el hospital y cuya principal actividad era el dictado de conferencias.
Ya graduado pasó a formar parte del plantel del Servicio de la Cátedra de Semiología y Clínica Propedéutica que funcionaba en el Hospital Nacional de Clínicas, dedicándose a la gastroenterología durante dos años. Pero poco tiempo después -inquieto por su deseo de encontrar respuestas a algunos enigmas de la naturaleza- abandonó la práctica médica para consagrarse a la investigación científica pura.
Conociendo bien los trabajos del profesor de Fisiología Bernardo A. Houssay, resolvió incorporarse al instituto que éste dirigía, y que funcionaba en el viejo edificio de la Facultad de Medicina. Así, Leloir comenzó a trabajar en el Instituto de Fisiología para realizar su tesis de doctorado, que a propuesta de Houssay trató sobre Las glándulas suprarrenales en el metabolismo de los hidratos de carbono -y que resultó ganadora del Premio de la Facultad de Medicina de Buenos Aires en 1934. Para llevar adelante esta investigación se necesitaba contar con conocimientos de técnica bioquímica, por lo que Leloir siguió algunos cursos en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales. En esta Facultad, aunque no llegó a completar la carrera, sí adquirió los conocimientos que serían luego la base de sus notables trabajos de investigación y también definió su futuro científico: pasó de la Medicina a la Bioquímica. Esta disciplina, rama de la Química, había nacido en los inicios del presente siglo y se desarrolló en forma acelerada. Gracias a ella se pudieron conocer la estructura química de la mayor parte de las vitaminas y hormonas.
Luego de doctorarse en medicina Leloir partió a Inglaterra, al Biochemical Laboratory, de la Universidad de Cambridge, que dirigía el profesor Frederick Gowland Hopkins, ganador del Premio Nobel en 1929 por su descubrimiento de las vitaminas.
Cuando regresó, en 1937, se reincorporó al Instituto de Fisiología, desempeñándose como ayudante de investigaciones hasta 1943. En un ámbito con marcadas limitaciones materiales investigaba metódica e intensamente y se integraba muy bien a los equipos de trabajo. Con el doctor Juan María Muñoz -químico de personalidad original, ya que era además odontólogo y médico- realizaron experiencias sobre el metabolismo del alcohol.
Después se sumó a Juan Carlos Fasciolo, Eduardo Braun Menéndez, Juan María Muñoz y Alberto Taquini para llevar adelante observaciones sobre aspectos fundamentales de la hipertensión arterial. Cuando el riñón sufre una disminución de la irrigación sanguínea libera una sustancia -renina- vinculada al aumento de la presión arterial. El grupo logró comprobar que la renina actuaba sobre una proteína de la sangre y es ésta la que produce la hipertensión: la llamaron hipertensina. También descubrieron que en los tejidos y en la sangre existía otra sustancia que destruía la hipertensina. De estas investigaciones surgió el libro Hipertensión Arterial Nefrógena, publicado en 1943, que obtuvo el tercer premio Nacional de Ciencias y que fue traducido al inglés y publicado en los Estados Unidos en 1946.
En 1941, paralelamente a sus investigaciones, Leloir comenzó su carrera de profesorado de Fisiología en la cátedra de Houssay, pero la abandonó en 1943, cuando su maestro fue destituido por haber firmado junto a otros profesores un manifiesto en el que pedían el restablecimiento de la democracia después del golpe de estado del 4 de junio de ese mismo año. Como protesta también renunció a su cargo en el Instituto de Fisiología y decidió irse a seguir su labor en el exterior. El laboratorio de Carl Gerty Cori -Premio Nobel de Medicina- en St. Louis, Estados Unidos, fue el sitio elegido. Allí trabajó durante seis meses en el estudio de la formación del ácido cítrico. Luego fue al Colegio de Médicos y Cirujanos de la Universidad de Columbia, en Nueva York.
Cuando regresó a la Argentina volvió a trabajar con Houssay, pero esta vez en el ámbito del Instituto de Biología y Medicina Experimental, una institución creada gracias al apoyo de fundaciones privadas.
Por iniciativa de Jaime Campomar, propietario de una importante industria textil, se fundó un instituto de investigación especializado en bioquímica que Leloir dirigiría desde su creación en 1947 y por 40 años. Este organismo empezó a funcionar en una pequeña casa de cuatro habitaciones separada sólo por una pared medianera del Instituto de Biología y Medicina Experimental. Como se trataba de una casa antigua y en mal estado, durante los días de lluvia, caía abundante agua en su interior, pero nada de esto desanimaba a Leloir. Poco tiempo después la sede del instituto se trasladó a un edificio mejor, naciendo así el Instituto de Investigaciones Bioquímicas, Fundación Campomar. Con la puesta en marcha de este Instituto se inició el capítulo más importante de la obra científica del doctor Leloir, que culminaría con la obtención del Premio Nobel de Química en 1970.
Con una excepcional voluntad, las investigaciones de Leloir en el Instituto avanzaron superando los inconvenientes que provocaba el muy modesto presupuesto disponible. Esta circunstancia lo exigía a usar toda su creatividad para concebir, en forma artesanal, parte del complejo instrumental necesario. En estas condiciones, su trabajo se orientó a un aspecto científico hasta entonces postergado: el proceso interno por el cual el hígado recibe glucosa -azúcar común- y produce glucógeno, el material de reserva energética del organismo.
A principios de 1948, el equipo de Leloir identificó los azúcar-nucleótidos, compuestos que desempeñan un papel fundamental en el metabolismo (transformación por el cuerpo de los hidratos de carbono). Pocos descubrimientos han tenido tanta influencia en la investigación bioquímica como este, que convirtió al laboratorio del Instituto en un centro de investigación mundialmente reconocido.
Leloir recibió inmediatamente el Premio de la Sociedad Científica Argentina, el primero de una larga lista de reconocimientos nacionales y extranjeros previos y posteriores al Premio Nobel de Química de 1970. En el vocabulario científico internacional se denomina “el camino de Leloir” al conjunto de descubrimientos que llevó al gran científico argentino a determinar cómo los alimentos se transforman en azúcares y sirven de combustible a la vida humana.
La fundación del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas en el año 1958, permitió asociar al Instituto de Bioquímica con la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires y aumentar el número de investigadores. A su vez, esta Facultad creó su propio Instituto de Investigaciones Bioquímicas y designó director al doctor Leloir, quien también fue nombrado Profesor Extraordinario.
Numerosas instituciones científicas lo incorporaron como miembro: la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos, la Academia de Ciencias de Chile, la Academia Pontificia de Ciencias, la Biochemical Society, la Royal Society de Londres, la Societé de Biologie de París, la Academia de Ciencias de Francia y la Academia de Ciencias de Buenos Aires.
La resonancia que provocó en nuestro país la adjudicación del Premio Nobel al doctor Leloir despertó el interés de las autoridades que dotaron a su laboratorio con los elementos y el equipamiento necesario para que pudiera continuar su labor científica y transmitir su saber a un importante grupo de colaboradores y discípulos. El equipo de investigación dirigido por Leloir también inició el estudio de las glicoproteínas -una familia de proteínas asociadas con los azúcares- y determinó la causa de la galactosemia, una grave enfermedad manifestada en la intolerancia a la leche.
Luis Federico Leloir -como su maestro, el también Premio Nobel Bernardo A. Houssay- hizo del trabajo disciplinado y constante una rutina y sus admirables logros no lo apartaron de la sencillez, su otra costumbre. Pocos años antes de su muerte Leloir pudo inaugurar, frente al Parque Centenario, un nuevo edificio para el Instituto de Investigaciones Bioquímicas, que se veía desbordado por la gran cantidad de estudiantes, becarios e investigadores que querían trabajar en él. Sus valores éticos y sus ciencias siguen siendo un ejemplo para el mundo y un orgullo para los argentinos.
Leloir formó parte de la escuela de Houssay, de quien fue discípulo y amigo. Pero su trayectoria fue tan importante como la de su maestro.
Recibido de médico, y mientras era interno del hospital Ramos Mejía, se interesó por la tarea de laboratorio. Leloir se especializó en el metabolismo de los hidratos de carbono.
Fue a principios de los años – 40 cuando se acercó al Instituto dirigido por Houssay, antecedente del Instituto de Investigaciones Bioquímicas de la Fundación Campomar, que Leloir dirigiría desde su creación en 1947 y durante 40 años.
Por ese entonces, Leloir compartía sus trabajos de laboratorio con la docencia como profesor externo de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, tarea que sólo interrumpió para realizar viajes al exterior con el fin de completar estudios en Cambridge, el Enzime Research Laboratory de los Estados Unidos y otros importantes centros científicos del mundo.
Con una excepcional voluntad, las investigaciones de Leloir en el Instituto superaron los escollos de un presupuesto modesto que obligaba a usar cajones de madera como sillas y a fabricar complejos instrumentos de forma casera. En estas condiciones, su trabajó se orientó a un aspecto científico hasta entonces postergado: el proceso interno por el cual el hígado recibe glucosa y produce glucógeno, el material de reserva energética del organismo.
A principios de 1948, el equipo de Leloir identificó los azucarnucleótidos, compuestos que desempeñan un papel fundamental en el metabolismo de los hidratos de carbono, descubrimiento que convirtió al laboratorio del Instituto en un centro de investigación mundialmente reconocido.
A las ocho de la mañana del 27 de octubre de 1970 llego a la casa del Doctor L. F. Leloir la noticia de que había sido distinguido con el Premio Nobel de Química. Sus parientes estaban excitados, pero el doctor Leloir no cambio la rutina: se vistió con calma, desayuno con los suyos y condujo el automóvil hasta el laboratorio. Allí lo aguardaban numerosos colegas y un cerco periodístico del cual emergió, con bastante dificultad, un señor muy pulcro que con acento extranjero le dijo: “Yo debería haber sido el primero en darle la noticia, soy el embajador de Suecia”. El doctor Leloir aceptó los saludos y parecía tranquilo, pero su forma de hablar denotaba la emoción que lo embargaba. Poco después, el 10 de diciembre, en la sala de conciertos de la Real Academia de Ciencias de Suecia, el Rey Gustavo Adolfo le entregaba la medalla y el diploma. En varios reportajes recordó la figura señera del Dr. Houssay.
Leloir era modesto y sencillo, y durante toda su vida mantuvo un perfil bajo dedicándose exclusivamente a su trabajo científico. Las claves del buen éxito de su labor consistían en una dedicación obsesiva a resolver los problemas que abordaba y a trabajar muy duro para lograrlo. Se caracterizaba, además, por tener un buen humor que hacía muy agradable su compañía. El 2 de diciembre de 1987, Leloir concurrió a su laboratorio como todos los días y se retiró a la tarde para descansar en su casa. Esa noche, de la manera tranquila que transcurrió toda su vida, nos abandonó, para entrar en la Historia.
Referencia
(1) Eran 40.000 hectáreas, que comprendían la costa marítima desde San Clemente del Tuyú hasta Mar de Ajó.
Fuente
Academia Nacional de Medicina – Biblioteca
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Fundación Instituto Leloir
Paladini, Alejandro C. – La vida y la obra de Luis F. Leloir, Premio Nobel 1970, Buenos Aires (2006)
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