El Ejército de Operaciones, una vez instalado en la Banda Oriental, pasó a llamarse “Ejército Republicano”. Hacia fines de 1826, el impulso de Alvear había dado sus frutos. Jefes probados como Soler, Paz, Brandsen, Lavalle, Olavaria, Mansilla e Iriarte integraban la oficialidad; Luis Beltrán, el colaborador de San Martín, estaba encargado del parque. El ejército contaba con unos 5.500 hombres. Alvear, inteligentemente, desdeñó sitiar las plazas fortificadas de Colonia y Montevideo y se lanzó directamente hacia el noreste, para hacer del territorio enemigo el teatro de la guerra.
Las tropas partieron de Arroyo Grande el 26 de diciembre. Se marchaba cubriendo unos 13 kilómetros diarios, en una época calurosa y seca en la que abundaban los incendios de campos. El suelo era yermo, sin ganado ni cultivos, y el único alimento de la tropa era la carne. La escasez de agua dificultaba la marcha, pero Alvear insistía en su plan: una ofensiva sobre la base de la sorpresa y una batalla decisiva, para lo cual se marchaba por lugares desiertos y sin caminos.
Por su parte, el ejército imperial estaba distribuido en varios puntos de la frontera con la Banda Oriental.Contaba con más de 10.000 hombres a las órdenes del marqués de Barbacena, cuyo objetivo era expulsar a los republicanos al otro lado del río Uruguay, para atacar Entre Ríos y obligarlos a firmar la paz.
Hubo encuentros parciales como el de Bacacay, en febrero de 1827, en el que Lavalle atacó la división de Bentos Manuel, que debió retirarse, y el de Ombú, dos días después, cuando Mansilla cayó sobre los enemigos que lo perseguían. Se cuenta que en medio de la confusión el jefe argentino ordenó retirada, pero Segundo Roca, padre del futuro presidente, arrebató la trompeta al soldado, lo que hizo posible la carga decisiva. Cinco días después tuvo lugar la batalla más importante de la guerra, en pleno territorio brasileño.
Cuando los argentinos intentaban cruzar el río Santa María por el Paso del Rosario (nombre con el que se conoce en Brasil la batalla que en la Argentina se llama Ituzaingó), fueron descubiertos por el enemigo. Hubo que retroceder e incluso destruir equipos, para colocarse en una posición favorable, El 20 de febrero de 1827, se avistó al ejército imperial desplegado en forma de batalla; a las 7 de la mañana comenzó el fuego, que se prolongó durante doce horas. Lamentablemente, los brasileños lograron retirarse, dado que la caballada republicana estaba agotada. Sin embargo, se pudo destruir la mayor parte de la fuerza enemiga y se capturaron el parque y los trofeos. En realidad, la batalla se libró sin una adecuada dirección por parte de Alvear, y los triunfadores –como escribiría Paz- fueron los jefes de cuerpo, que siguieron sus “inspiraciones del momento”. Paz agrega que Ituzaingó “puede llamarse la batalla de las desobediencias pues allí todos mandanos, todos combatimos y todos vencimos guiados por nuestras propias inspiraciones”.
Posteriormente tuvieron lugar otros dos encuentros parciales, pues el triunfo de Ituzaingó, aunque resonante, no bastó para aniquilar al ejército imperial. En abril, en Camacuá, el general Paz triunfó de manera tan rotunda que el marqués de Barbacena fue destituido. En mayo, en Yerbal, Lavalle logró la victoria, aunque debió ser reemplazado por Olavaria a causa de sus heridas.
Al comenzar la estación lluviosa, el Ejército Republicano dejó el territorio de Río Grande y se estacionó en Cerro Largo. El estado de las caballadas era tan lamentable que para llegar a destino los jinetes debían andar a pie a razón de un día de marcha por dos de descanso. Además, el creciente malestar que causaba Alvear entre los oficiales minaba la unidad del ejército. Así le escribía San Martín a Tomás Guido: “Este joven (Alvear) ha declarado odio eterno a todos los jefes y oficiales que han pertenecido al Ejército de los Andes”, y alegaba que como era un ignorante del oficio militar, no quería tener a su lado a los probados veteranos de las guerras emancipadoras.
En julio de 1827, el general Alvear fue relevado por el encargado de las relaciones exteriores, Manuel Dorrego, pues Rivadavia había renunciado a la presidencia de la República y cada provincia había recuperado su autonomía. El nuevo jefe del ejército fue el general Lavalleja, que tampoco contaba con el beneplácito de la oficialidad argentina. La guerra languidecía por agotamiento de los contendientes; las únicas batallas que se libran eran navales y sus protagonistas mayoritariamente ingleses. El jefe de la escuadra bloqueadora del Río de la Plata era inglés y, curiosamente, el almirante de la flota republicana había nacido en Irlanda, aunque Brown era un criollo de alma y por sentimiento.
Siete meses permaneció el ejército republicano en Cerro Largo. Su situación, pese a las victorias obtenidas, era lamentable. No había recursos materiales y tanto los oficiales como la tropa debían soportar la miseria más increíble. El general Paz, que quedó al frente de las tropas por ausencia de Lavalleja, mejoró la disciplina y el adiestramiento, pero poco se podía hacer con un ejército ocioso y resentido. Dorrego envió remesas de vestuario, monturas, armamento y municiones, pero no en cantidad suficiente, como para reiniciar una campaña. Entonces, como último recurso, las autoridades de Buenos Aires ordenaron la creación de un escuadrón de caballería al mando de Estanislao López, gobernador de Santa Fe, con la misión de invadir las antiguas misiones brasileñas. Fructuoso Rivera, ya enemistado con Lavalleja, se le adelantó y ocupó la región. Al enterarse, Dorrego no tuvo más remedio que homologar la iniciativa de Rivera, disponiendo la unificación de fuerzas, pero López no soportó la situación y optó por retirarse a Santa Fe y regresar las tropas que le había enviado.
La paz
Después de las victorias de Juncal e Ituzaingó, el presidente Rivadavia envió a su ministro Manuel J. García a iniciar tratativas de paz. El momento estaba bien elegido, pues los triunfos argentinos colocaban a la República en una situación de superioridad, y aunque el bloqueo naval brasileño seguía estrangulando a nuestro país, los enormes gastos de la guerra preocupaban también al gabinete imperial.
A Rivadavia, a pesar de que las victorias hubieran permitido imaginar un triunfal avance hasta el inerme y desmoralizado Río de Janeiro, no le interesa ganar la guerra porque su atención está ocupada en las vicisitudes de su constitución unitaria, unánimemente rechazada por los gobernadores provinciales que se unen en una liga dirigida por el cordobés Bustos, cuyo objetivo es expulsarlo del poder y continuar el conflicto armado que tan favorable se presentaba.
Las instrucciones de García eran precisas: el Imperio debía devolver la Banda Oriental o, en caso de que esto no se consiguiera, reconocer a esa provincia como un Estado independiente. Sin embargo, en mayo de 1827, García, desconociendo su mandato, firmó un tratado vergonzoso en el que se reconocía a la Banda Oriental como parte del Brasil y se renunciaba a toda reivindicación ulterior; además, la República debía pagar una indemnización por los daños causados por los corsarios, a quienes el gobierno argentino había autorizado guerrear. Se perdió en la mesa de negociaciones lo que se había logrado en el campo de batalla.
Esta actitud claudicante de García se debía al temor que el ministro compartía con los hombres de Buenos Aires respecto de las consecuencias internas de la continuación de la guerra con el Imperio. La posibilidad de que la autoridad central se derrumbara y se vieran forzados a entregar su poder a caudillos del Interior, que ellos consideraban salvajes, los estremecía, y era un mal que querían evitar a cualquier precio.
Rivadavia rechazó airadamente el tratado. Acusó a García de haber “traspasado las instrucciones” y “contravenido la letra y el espíritu de ellas”. Estas palabras expresaban la indignación de la opinión pública y también la de San Martín, que calificó el tratado de “degradante”. Rivadavia presenta entonces la renuncia con su habitual petulancia: “Me es penoso no poder exponer a la faz del Mundo los motivos que justifican mi irrevocable resolución”. La primera magistratura fue asumida provisoriamente y por poco tiempo por Vicente López y Planes. El Congreso se disolvió.
Entretanto, y casi sin acciones bélicas en territorio oriental, el bloqueo continuaba. El principal afectado era el comercio inglés y esta vez lord Ponsomby presionó enérgicamente al emperador para que pusiera fin a la guerra. En realidad, también en el ejército brasileño se sufría enfermedades y se producían deserciones, sin contar la desmoralización provocada por las derrotas sufridas. En enero de 1828, lord Ponsomby presentó formalmente su propuesta de paz. El gobernador Dorrego designó emisarios en Río de Janeiro a Tomás Guido y Juan Ramón Balcarce. En agosto de 1828 se firmó una Convención Preliminar por la cual la antigua “Provincia Cisplatina” se convertía en un Estado libre e independiente. En octubre, los gobiernos de Buenos Aires y Río de Janeiro intercambiaron las ratificaciones del documento, mientras las fuerzas de los dos países se retiraban del territorio oriental.
Con la independencia del Uruguay se completó la balcanización del antiguo Virreinato del Río de
la Plata: Bolivia, con la anuencia del Congreso, se había declarado independiente y Paraguay se mantenía en estado de encerramiento y neutralidad.
José Gervasio de Artigas es considerado el padre de la independencia del Uruguay. Empero,
estando a la sazón exiliado en Paraguay y virtualmente prisionero del dictador vitalicio José Gaspar Rodríguez de Francia, al enterarse del infamante tratado exclamó “Ya no tengo más patria”.
La marcha “Ituzaingó”
Entre los efectos abandonados por los brasileños en su huida luego de la derrota de Ituzaingó, figuró una valija que contiene un manojo de partituras musicales. En una de ellas y en caracteres de gran tamaño podía leerse: “Para ser ejecutada después de la primera gran victoria que alcancen las tropas imperiales, debiendo darse a esta marcha el nombre del campo en que se libre la batalla”,
Alvear, el jefe vencedor, que poseía conocimientos musicales, reconoció la jerarquía de dicha composición y decidió cumplir con el propósito de su ignoto autor: que sirviera para conmemorar una “gran victoria”. Pero de las tropas argentinas.
Fue ejecutada por primera vez por una banda del ejército patriota el 25 de mayo de 1827, al festejarse en el campamento de los argentinos el decimoséptimo aniversario de la Revolución del año 10.
Fuentes
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Luna, Félix – Historia Integral de la Argentina – Buenos Aires (1995)
O’Donnell, Pacho – Los Héroes Malditos – Buenos Aires (2004)
O´Donnell, Pacho – El Aguila Guerrera – Buenos Aires (1998)
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