Cotejando algunos documentos hallamos la existencia de, al menos, tres gauchos matreros cuyas historias bien pudieron llegar a oídos de José Hernández para elucubrar el personaje de su gran obra literaria.
Don José Hernández tuvo el don de genio por la trascendente obra que legó a los argentinos: el Martín Fierro, que, dividido en dos partes, enrostra las luchas del ser nacional para sobrevivir en un país que ya no era el suyo, o que bien comenzaba a darle la espalda. Cuando en noviembre de 1872 sale con formato de folleto El gaucho Martín Fierro, va a ser su amigo José Zoilo Miguens, dueño de la Imprenta que editó la obra, el que confiará ciegamente en los fundamentos que los versos hernandianos desplegaban en cada sextina.
Vale aclarar, que no todos los literatos –contemporáneos o extemporáneos- dieron su aprobación al poema de Hernández. Podemos nombrar a Cunninghame Graham y Ricardo Güiraldes entre los que suscribieron elogios al mismo, pero no así, en principio, Leopoldo Lugones o Ricardo Rojas, y mucho menos Jorge Luis Borges, para quien el gaucho “Fierro” era apenas una figura literaria con rasgos brutos e ignorantes. Cabe preguntarse, entonces: ¿Fue solamente una magnífica creación literaria, o existió algún gaucho genuino, de carne y huesos, que personificó al Martín Fierro de José Hernández?
Don Darío Capdevilla ha estudiado, y profundizado, este último aspecto en una obra editada en la ciudad bonaerense de Tapalqué, que llevó por título El Nombre, el Pago y la Frontera de Martín Fierro (Ediciones Patria, 1967). Advierte el autor la posibilidad de que el púber adolescente José Hernández, entre los años 1843 y 1854, haya conocido todas las faenas rurales y las historias de los gauchos que surcaban las extensiones de la provincia de Buenos Aires. E incluso, la de otras latitudes de los patrios confines.
De entre esas historias, Hernández seguramente bien pudo haber conocido o escuchado los casos de Martín Fierro, Melitón Fierro y Martín Fiero, tres gauchos que, a través de olvidados papeles de archivo, se sabe vivieron y fueron sometidos durante el siglo XIX para terminar sus días en luchas de extramuros por su condición de matreros o fugitivos. Un calco, diríamos, del gaucho “Martín Fierro” del poema.
Referido al primero de los nombrados (Martín Fierro), así se llamaba un paisano que, prendido en una pulpería de la Banda Oriental, fue reclutado para la Compañía de Blandengues de la Frontera de Montevideo, cuerpo que mandaba José Artigas. Sobre el gaucho Fierro y otros dos que lo acompañaban en ese momento, un documento fechado en “Guarnición, Enero 19 de 1800”, y que lleva la rúbrica de Artigas, dice: “…es una gente que vive ociosamente sin sujetarse a ningún trabajo sino de estancia en estancia, que más les acomoda el andar desnudos que servir a S. M.”. Es de mencionar que, pese a la distancia temporal que hay entre la aparición de este Martín Fierro y la obra de Hernández, el poeta recorrerá la campaña oriental en la época en que se afincó en Uruguay durante los primeros años del 1860. Y que de seguro, en los pagos uruguayos algún viejo lugareño le haya contado de esta leva donde fue prendido el errante gaucho Martín Fierro.
En cuanto a Melitón Fierro, se trataba de un gaucho que habitó en el Partido de Monsalvo, en la provincia de Buenos Aires, y que sirvió como milico de frontera en el año 1866. El historiador uruguayo Rafael P. Velásquez descubrió un documento fechado en Azul, el 16 de agosto del año referido, en donde se confirma la detención del gaucho Fierro y su inmediato traslado al Batallón 11 de Línea por parte del Juez de Paz de Monsalvo, Enrique Sundblad, quien antes lo hubo de presentar ante el sargento mayor Álvaro Gabriel Barros (1827-1892), jefe de la unidad. Lo curioso de ese documento es que, en una parte del mismo, se menciona a Melitón con el nombre Martín Fierro.
Aclara Capdevilla, que Melitón Fierro sirvió en la milicia entre el 18 de agosto y el 25 de diciembre de 1866, fecha, la última, en que se hizo desertor. En el poema Martín Fierro, el personaje literario también se vuelve desertor para luego confundirse entre la indiada. ¿Curioso, verdad?
El tercer y último caso que traemos a esta nota, refiere a un paisano llamado Martín Fiero. Su existencia aparece, en primer lugar, gracias a un “cantar matonesco” que rescató la investigadora folklórica Olga Fernández Latour en 1959 de los recorridos que hiciera por las provincias de Catamarca y La Rioja. En una parte de este “cantar”, tenemos una aproximación temporal de este Martín Fiero, cuando dicen sus rimas:
En nombre de Dios comienzo
Esta desgracia pasó
El veinticuatro de agosto
De mil ochocientos dos.
Al parecer, Martín Fiero era un coronel que estaba al servicio de la princesa Carlota de Río de Janeiro, Brasil, y que en un momento dado se vuelve desertor, acción que emprende junto a sus compañeros José Frutos y un tal Palomino. Huyendo por la frontera de Río Grande del Sur, ocasión en la que para subsistir apelan al robo de ganado, enfrentan una partida de Blandengues de la Frontera de Buenos Aires, muy posiblemente en territorio de la Banda Oriental, donde son apresados y conducidos a la capital del Virreinato del Río de la Plata. Más precisamente, ante el virrey Joaquín del Pino. De allí, este párrafo del “cantar matonesco”:
Se levanta Martín Fiero,
Y miró pa Buenos Aires.
-Ay hermanos de mi vida,
Se me han trocado los aires,
Se me hace que son blandengues,
Soldados de Buenos Aires.
En rigor de verdad, no se sabe el final de Martín Fiero, quien es probable haya terminado sus días ante el pelotón de fusilamiento. Pero sí puede presumirse que este acontecimiento, por tratarse de la extradición de un coronel al servicio de la corona portuguesa de Brasil, haya tomado revuelo y notoriedad en la campaña de Buenos Aires, y que por eso haya trascendido los años para, finalmente, llegar a oídos de José Hernández. Y que éste, haciendo honor a los tres “Martín Fierro”, haya conjugado oportuno darle un nombre lleno de coraje, hombría y ansias de libertad a la máxima creación literaria de los argentinos.
Por Gabriel O. Turone
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