Ha sido el duelo criollo una práctica de larguísima tradición histórica. La Abeja Argentina, una publicación de 1823, refiere que el duelo, en tanto “combate singular de persona a persona”, ya hace su aparición en la Antigua Grecia, citando para ello dos de los más evocados de su tiempo, el que tuvo por protagonistas a “treinta Lacedemonios contra otros tantos ciudadanos de Argos, y el de dos Etolios contra dos Elenos”. Esta tradición pasó a la era romana, donde “a la vista de los dos ejércitos Romano y Albano trabaron (lucha) los tres hermanos Horacios por Roma, contra los tres hermanos Cuyacios por Alba”. A la vista de estos dos ejemplos, notamos la igualdad de contrincantes por bando, de allí que se trate el duelo de un combate singular de persona a persona. También se inscribe como “duelo” aquel que en el 615 protagonizaron Heraclio (emperador bizantino) versus Cosroes (hijo del rey de Persia y jefe de sus fuerzas militares), en donde el primero logró el degüello del segundo.
Desde sus orígenes y hasta el siglo XX, los duelos servían para dirimir querellas, agravios y demandas, y no pocas veces de sus resultados se derivaban disputas o tratados de paz entre países beligerantes, de allí la importancia que tuvieron en el tiempo, pese a tratarse, en el fondo, de una acción que terminaba con la bárbara muerte de uno de los contrincantes. Así, entonces, en la década de 1820 los duelos ya no gozaban de buena prensa, pues “El odio, la ira, y las pasiones exaltadas son los agentes principales, que concurren a estas luchas desastrosas”. Se aludía, entonces, que el duelo criollo –hablando de lo autóctono- era el momento en donde resaltaban “los resentimientos personales”, y que por lo mismo no había que tenerles connivencia ni aceptación alguna.
El gaucho y el cuchillo
Es indudable que la persistencia en el tiempo del duelo tiene que ver con la costumbre de nuestros gauchos de llevar el cuchillo, la faca o la daga como prendas indispensables e insustituibles de sus atavíos comunes y generales.
Tenemos que los gauchos federales consideraban al cuchillo como su compañero ideal para los desafíos, casi una regla de Perogrullo para cualquier gaucho entrerriano, riograndense (del sur de Brasil) u oriental. Por eso el explorador inglés R. B. Cunninghame Graham en su obra El Río de la Plata (Londres, 1914) recordará haber presenciado, allá por el 1870, a los últimos gauchos genuinos que habitaban la campaña bonaerense batirse en duelo criollo después de alguna payada. Para el caso, afirmaba: “Era en los bailes en donde aparecía el improvisador (a quien los gauchos llamaban payador) en toda su gloria; pespunteando la guitarra, cantaba sus coplas en falsete delgado, prolongando la última nota de cada verso para darse tiempo de comenzar el siguiente con un nuevo epigrama. Si por mala suerte se presentaba otro payador, éste aprovechaba la ocasión para contestar en competencia, hasta que, como a veces sucedía, el que agotaba primero su inspiración, rasgueaba de un golpe todas las cuerdas de su guitarra, y poniéndola en el suelo, se incorporaba, diciendo: “Ya basta, ahijuna, vamos a ver quién toca mejor con el cuchillo”, y sacando el facón con un revés de muñeca, se ponía en guardia…”.
El contrincante, por supuesto, no se quedaba atrás, e imitando a quien le presentaba pelea también desenfundaba su cuchillo con suma rapidez. Existía, para el caso, un elemento más, y era la envoltura con el poncho bien apretado del “ante-brazo izquierdo que mantenían al nivel del pecho para proteger las partes vitales”. La técnica de los pies en el duelo criollo también tenía sus reglas generales, pues los participantes “adelantaban el pie izquierdo, cargándose con todo el cuerpo sobre el derecho”. Recién entonces iniciaban la lucha.
Cunninghame Graham advierte que un duelo criollo podía tener una duración de hasta media hora, lapso en el cual los contrincantes se insultaban o injuriaban. Otras veces “la batalla terminaba en un instante”, es decir, cuando quedaba “un hombre clavado contra la pared y el otro tendido en tierra con las entrañas esparcidas por el suelo”. De parte de los espectadores, recordar el día de tal riña o duelo podía traducirse en una celebración de aniversario del mismo, convirtiendo lo que de principio era una tragedia en un día de jolgorio o alegría.
El gaucho de la región de Río Grande do Sul, en Brasil, solía emplear el cuchillo como arma habitual para dirimir cuestiones personales, aunque su versión del duelo criollo divergía en algunas cuestiones. Por ejemplo, el uso del cuchillo solamente estaba permitido “para cortar o marcar al adversario; en ese caso se dirigen recíprocamente golpes a la cara”. El duelo concluía cuando el enemigo quedaba ostensiblemente marcado, y, a diferencia de lo que acontecía en el Plata, no se ordenaba su ultimación.
Análisis crítico del duelo criollo
Pero, a pesar de sus reglas y de la honorabilidad que correspondía a quienes eran llamados a batirse a duelo criollo, no todas las opiniones ofrecían algo positivo sobre el tema. Dos largas notas, una del 15 de marzo y otra del 15 de julio de 1823, publicó el periódico La Abeja Argentina para tratar de despertar conciencia a fin de evitar la propagación de esta práctica.
Entre otros motivos, el periódico decía que para la resolución de un pleito existía la figura del magistrado, “a quien ya hemos dicho otras veces que toca castigar las injurias, y escarmentar a todo el que ofende; frustra y quebranta el orden de toda sociedad racional, que costea y sustenta magistrados para que hagan reparar el daño, y dar satisfacción al ofendido, cuidando de conservar la paz interior, y la tranquilidad de los pueblos”. Estupenda definición, aunque tirada más hacia un idealismo que bien rozaba lo utópico.
Quien desafía al duelo “huye del magistrado” y decreta “en su corazón la pena de muerte contra su contrario”, abrevaba la publicación, si bien existe en esta última línea una generalización que no se corresponde, como hemos visto, para todos los duelos criollos por igual. En el análisis que hace sobre el duelo, La Abeja Argentina exponía que no se lo puede admitir porque carece de honestidad y de racionalidad, porque quien es llamado a pelear “no puede llevar la mira de castigar a un agresor injusto” dado porque “el resultado es sumamente incierto”, no existe posibilidad alguna de que salga favorable en el trance, y también porque de ganar el que ofrece pelea puede tener “propensión a repetir las mismas agresiones con otras personas”.
Por otra parte, si el que vence fuera el desafiado, al darle muerte a su desafiante lo que haría es poner en primer lugar “el homicidio, los daños, perjuicios, y acaso la ruina de la familia del difunto”, por eso, decía el matutino, no es bueno “añadir culpa a (la) culpa, y confirmar con una segunda injuria la primera”.
Para La Abeja Argentina, no se trataba de que el desafiante fuera un valiente y del que era desafiado y se rehusaba a la pelea fuera un cobarde o un vil, porque afirmaba, entonces, que el duelo criollo llevaba consigo el “falso concepto de un honor mal entendido”.
En el Nº 15 de La Abeja Argentina (15 de julio de 1823), continuaba “el discurso sobre los Duelos que empezó en el número 12” afirmándose que “No nos proponemos inducir a nadie a que oiga con un silencio indigno de la inocencia y la justicia, toda especie de injurias y calumnias; porque esta sería una tácita confesión de las mismas imputaciones que en ellas hubiese”. En todo caso, era cuestión de despreciar o ignorar “las injurias y baldones” que provengan de “hombres despreciables e insignificantes”, al tiempo que evitar el recurso de las armas para resolver las provocaciones, porque ese es el correcto proceder –continuaba- “conforme a la moral, a la justicia natural y a los principios de toda sociedad bien ordenada, que no puede conceder a nadie que se administre la justicia por su mano, abriendo un campo esparcido a la venganza, que al fin es un vicio y una pasión abyecta y degradada, que no puede dejar de reprobar la razón y el buen sentido”.
Ultimos duelos criollos
La historia siguió su marcha y, con ello, la reiterativa apelación al duelo criollo como instancia de justicia, guapeza y honor. Algunos antecedentes parecían darle al duelo una viril solemnidad, como cuando en 1818 se batieron a sable limpio el coronel Federico Brandsen y el oficial Pedro Ramos, en el campamento de Chimbarongo, República de Chile.
Sin embargo, empezamos a notar que desde las últimas décadas del siglo XIX, el viejo duelo gaucho o criollo comenzaba a practicarse en las zonas urbanas, más que nada en las quintas de las familias pudientes de la oligarquía vernácula, teniendo por partícipes a políticos, militares, empresarios, abogados, periodistas y hombres de la cultura. Todos veían en el duelo una oportunidad para redimirse ante la silbatina que bajaba desde la tribuna moralista de la sociedad.
En 1914, el doctor César Viale, erudito y coleccionista de todas las actas habidas y por haber referidas al duelo caballeresco nacional, publica el primer tomo de un trabajo intitulado Jurisprudencia caballeresca Argentina. Mismo Viale era un veterano de algunas tenidas duelistas, precisamente con Julio Escobar y Daniel Videla Dorna. Catorce años más tarde (1928), Viale “editó el segundo (tomo), más amplio, con un vibrante prólogo de Leopoldo Lugones”, expresa Soiza Reilly, aunque el propio autor todavía no lo había dado a conocer casi un lustro después. Viale decía que “Circulará cuando yo deje de ser juez. De lo contrario podría creerse que mi libro es una incitación al duelo. El código afirma que el duelo es un delito”.
Establecidos los principios del duelo contemporáneo, quienes participaban del mismo lo hacían con sus respectivos padrinos, que eran los encargados de reglar las condiciones de la lucha, y también ante un juez que decidía el tiempo de duración y el veredicto final para saber quién era el vencedor. El lugar podía ser designado por alguna de las partes, teniendo ventaja un civil por sobre un militar, al igual que el tipo de arma a emplear, que podían ir desde pistolas, espadas o sables, según eligiesen los duelistas. Igual suerte regía para la presencia, o no, de periodistas dispuestos a cubrir la faena.
Los motivos para batirse a duelo excedían el escenario de la simple payada o al de la injuria personal de comienzos del siglo XIX, puesto que ahora se argüían más que nada agravios de tipo político-militar y económico. O quizás para terminar con alguna rencilla inconclusa que, generada en el ayer, revolvía mucha agua bajo el puente. Como quiera que sea, el duelo devenía en un trámite con tintes de burocracia, no tan suelto como en aquel pasado agreste.
Era el juez quien al grito de “¡A ustedes!” daba la orden para el inicio del duelo. Dependiendo de la modalidad, si éste se hacía con armas de percusión los duelistas se ponían espalda contra espalda y, al cabo de diez pasos, volteaban y disparaban sus armas: ganaba el que lograba matar al oponente. En cambio, si el duelo era a sable o espada, suficiente con pararse frente a frente para, una vez dada la orden de inicio, estudiarse las miradas y lanzarse al ataque. En dichos casos, el pleito terminaba con la victoria de uno de los dos, en empate, o bien con la reconciliación de ambos, la cual no siempre era aceptada. Algunos duelos memorables lo protagonizaron:
1) Hipólito Yrigoyen vs. Lisandro de la Torre (1897);
2) Jorge Newbery vs. Alejandro E. Hoch (1911, a espada);
3) Alfredo L. Palacios vs. Fermín Rodríguez (1912, a pistola)
4) Ramón J. Cárcano vs. Julián Maidana (1922, a sable);
5) Agustín P. Justo vs. general Luis J. Dellepiane (1924);
6) Manuel Fresco (hijo) vs. Julio V. Rocha (1930, en Belgrano); y,
7) Lisandro de la Torre vs. Federico Pinedo (1935, en El Palomar).
El eximio Leopoldo Lugones llegó a decir que “El duelo es la civilización de la venganza”, y el mismo Domingo Faustino Sarmiento, autoproclamado paladín de la “civilización”, sostenía: “El duelo es el arte caballeresco de practicar a mansalva un crimen honorable”. Como se observa, el duelo criollo estaba muy aceptado pese a las reticencias de la ley. La pluma excelsa de Juan José de Soiza Reilly, así rescataba las particularidades de este lance hoy extinto:
“Duelos caballerescos. Legendarios, románticos y absurdos; epítomes y símbolos de la irracionalidad; artística y teatralmente sangrientos…ornamentados por majestuosos y solemnes rituales; históricos unos, olvidados otros…despojados de sus dramáticas circunstancias y evaluaciones morales, nos revelan también, un mundo poblado por seres provistos de valores, principios y códigos inalterables… A más de una centuria, estos fantasmales seres, regresan para invitarnos a reflexionar sobre nuestras ‘irresistibles’ e ‘indispensables’ futilidades…vanitas vanitatum…”.
También dirá, que si para la década de 1930 aún persistían los duelos, lo mismo obedecía al inmenso deshonor que correspondía ser tenido por “cobarde”. En las anotaciones que hizo sobre el duelo entre Hipólito Yrigoyen y Lisandro de la Torre, Soiza Reilly recogió de un testigo que “Ambos duelistas peleaban a matarse”, y también el hecho de que “De la Torre se aproximó demasiado al sable de Yrigoyen, recibiendo un tajo en forma de barbijo cuya huella esconde el ilustre estadista, bajo su barba blanca…”. Todavía faltaba mucho para avizorar el final de la extraña pasión por el duelo.
Se dice que la última manifestación oficialmente aceptada de un duelo criollo a sable tuvo lugar la tarde del 3 de noviembre de 1968 en una quinta de la localidad bonaerense de Monte Chingolo, protagonizado por el almirante (R) Benigno Varela y el periodista Yolibán Biglieri. Catorce embestidas se hicieron los duelistas en un lapso de tres asaltos, todas cuerpo a cuerpo. Pese al cansancio y la fatiga ocasionada por la adrenalina puesta en el filo de los sables, ni así estos dos hombres pudieron olvidar el rencor que los había alentado a enfrentarse a la usanza antigua.
Reservo para el final el duelo a pistola –quizás el último en su tipo- que hubo en suelo patrio, el cual se llevó a cabo el 15 de junio de 1971 entre Arturo Jauretche y el general Oscar Colombo en la quinta La Tacuarita de San Vicente, Provincia de Buenos Aires. Para el reto, Jauretche eligió como padrinos al mayor Felipe Lavalle y a Oscar “El Bisonte” Alende, mientras que el general Colombo designó al coronel (R) Jorge Lenain. Los duelistas resultaron ilesos, a pesar de haberse disparado “a matar”.
El último duelo mataderense
Un barrio relacionado al campo dentro de la ciudad de Buenos Aires, ese es Mataderos. ¡Quién lo duda! Allí, un día de 1940 se produjo el último duelo a cuchillo; fue “en la esquina sudeste de Manuel Artigas y Tellier (hoy, Lisandro de la Torre)”, donde existió un bodegón-almacén llamado “La Mal Parida”, anota el historiador Ofelio Vecchio en su Mataderos, Mi Barrio (Nueva Lugano, 1981).
Lo protagonizaron dos paisanos, uno llamado Luis –y apodado “El Japonés”- y el otro apellidado Fernández –oriundo de Avellaneda y al que dieron el mote de “Viejo Petiso”-. El sábado anterior al duelo se dispensaron algunos improperios:
-Te espero el sábado aquí mismo.
–No voy a faltar.
-Te voy a sacar las tripas.
-No seas fanfarrón
Sigue anotando Vecchio en la obra citada, que el sábado siguiente a la tarde se encontraron los ofendidos. Fernández, en primer término, intentó algo poco ortodoxo: le tiró una trompada al “Japonés”, pero éste, reaccionado velozmente, “le tiró un tajo abriéndole en verdad el abdomen; Fernández quedó petrificado y mientras caía logró sacar su cuchillo y se lo clavó al Japonés”. El último duelo de la República de Mataderos terminó con la muerte de Fernández camino al desaparecido Hospital Salaberry, en tanto que Luis, “El Japonés”, murió internado en el mismo nosocomio poco después. “Nunca más volvió a repetirse”, cierra don Ofelio Vecchio la crónica de este episodio que quedó marcado en la retina de quienes lo presenciaron.
Referencia
(1) Este duelo se llevó a cabo en la quinta del Dr. Carlos Delcasse, situada en la calle Cuba 1919, esquina Sucre. Su mirador estaba adornado por una figura alada con una lira, es por ello que fue conocida también como “La Casa del Angel”. En ella tuvieron lugar más de 300 duelos, por lo que también se la denominaba “La Casa de los Duelos”. Allí, mantenían tertulias los aficionados a la esgrima, como Roque Sáenz Peña, Benito Villanueva, Alfredo Palacios, Florencio Parravicini, Hipólito Yrigoyen, los hermanos Newbery, entre otros; quienes acudían a su pedana para aprender y ejercitarse en reñidos asaltos. Fue demolida en 1977. Sólo se salvó la estatua del ángel gracias al Decreto Nro. 1897/77 que autorizó al Museo de la Ciudad a proceder al retiro de la pieza para su preservación.
Por Gabriel O. Turone
Bibliografía
Assunção, Fernando O. “Historia del Gaucho”, Editorial Claridad, Buenos Aires, 2007.
Cunninghame Graham, R. B. “El Río de la Plata”, Establecimiento Tipográfico de Wertheimer, Lea y Cía., Londres, 1914.
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
“La Abeja Argentina”, Nº 12, Tomo 2, Imprenta de la Independencia, Buenos Aires, 15 de marzo de 1823.
“La Abeja Argentina”, Nº 15, Imprenta de la Independencia, Buenos Aires, 15 de julio de 1823.
Páez de la Torre, Carlos. “A sable o a pistola, por el honor”, Diario “La Gaceta”, Tucumán, domingo 11 de marzo de 2012.
Portal www.revisionistas.com.ar
Soiza Reilly, Juan José de. “Los duelos caballerescos en la República Argentina”, Revista Caras y Caretas, Nº 1753, 7 de mayo de 1932.
Vecchio, Ofelio. “Mataderos, Mi Barrio”, Editora Nueva Lugano, Buenos Aires, 1981.
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