El audaz jinete de Cerrillos

Brig. Gral. Juan Manuel de Rosas (1793-1877)

Corrían los días turbulentos de la anarquía argentina, originados por la “tragedia de Navarro”. Don Juan Manuel de Rosas, a la sazón comandante general de las milicias bonaerenses, después del trágico fin del coronel Manuel Dorrego, el 13 de diciembre de 1828, había proseguido su marcha hacia el norte, buscando la incorporación del general Estanislao López que, al frente de un ejército numeroso, acampado a inmediaciones del arroyo Aguiar, distante unas siete leguas, poco más o menos de la ciudad de Santa Fe, se aprestaba a acudir en socorro del gobernador y capitán general de la provincia de Buenos Aires.

De más está decir la sorpresa que le causó al jefe santafesino la noticia que le llevara Rosas, de la derrota y el fusilamiento en Navarro de su amigo y aliado, por el jefe del ejército unitario, general Juan Lavalle.

Resuelto a vengarla, hizo un pacto ofensivo con el Restaurador de las Leyes, con el propósito de llevar una invasión a Buenos Aires y restablecer la preponderancia federalista, amenguada por la revolución triunfante del 1º de diciembre.

Juan Manuel de Rosas, huésped del generalísimo santafesino, era, como es de imaginar, atendido por éste con la gentileza y la exquisitez propia sólo de la más estrecha camaradería.

Como buen criollo y educado en el campo, Rosas madrugaba siempre. Gustaba gozar de las dulzuras encantadoras de la Naturaleza. Era un día canicular. El sol, asomando recién su disco luminoso en el oriente, se aprestaba a su carrera triunfal por los cielos argentinos. El Restaurador se paseaba entre los grupos de soldados, conversando con ellos alegremente. De súbito, encontrando a su paso al ordenanza del general López, le pidió le indicara cuál era el potro más chúcaro de la tropilla de “reservados”. El asistente, ante tan imprevisto pedido, no atinaba qué contestar. Luego, reaccionando de su sorpresa y señalando un corral que se divisaba a pocos metros, replicó:

- Mi general: es aquel “zaino” que se recuesta ahora contra los palos.

- Vaya y tráigamelo. Lo voy a subir – le dijo Rosas

Imposible es relatar la sorpresa que se pintó en el semblante del soldado. Atónito, se hacía cruces al percatarse que ese militar de silueta tan fina y delicada, de porte aristocrático, “pueblero” –como ellos lo designaban- pedía nada menos que un potro para montarlo, y sobre todo, cuando ese animal era el más bravo de los “reservados” aún por el gaucho Robles, el domador oficial del ejército de López, hasta entonces sin rival por esos pagos. Y pensaba para sí: “Se va a matar el pueblero”.

Sin embargo, obedeciendo la orden recibida, marchó con otros camaradas hacia el corral enunciado… Se enlazó el potro, y una vez traído a la presencia del jefe porteño, se aprestaron a ensillarlo. Pero Rosas se opuso a ello.

- Lo voy a montar “en pelos” – dijo

Y luego de ponerle un “bocao”, que improvisó con un cabestro que le facilitaron, se ajustó las “nazarenas” y…. ¡arriba! De un salto, con agilidad felina, se puso encima del potro que, al sentir el peso extraño, bufando fieramente, arrancó en una salvaje y frenética carrera, tratando, en “corcovos” desesperados, de librarse del audaz jinete… Pero este era el “gaucho de Cerrillos”, y los esfuerzos titánicos del animal, quedarían frustrados.

Dejemos al jefe porteño en su tarea y, abriendo breve paréntesis, digamos algunas palabras, siquiera acerca de los móviles que pudieron impulsarle a tan singular deseo.

Es que Rosas quería captarse las simpatías de los soldados de López. El astuto comandante de “Los Colorados”, el héroe del año trágico de 1820, entreviendo, quizás, lo necesario que le sería para el logro de sus planes, gozar de un ascendiente entre el “gauchaje” del poderoso ejército santafesino, trató de afianzarlo como una incontrastable columna de su popularidad futura. Y él –como que se había criado entre ellos- bien sabía que nada hay más atrayente, más deslumbrador, más de hombre –si se quiere- para el paisanaje que encontrarse con un “pueblero capaz de llevar un potro a sofrenarlo en la luna” – según la criolla expresión de Estanislao del Campo- y máxime cuando ese potro es el más “reservado” de la tropilla y ha “basureado” a los más renombrados domadores.

Excusado es decir que el animal no tuvo más remedio que rendir su fiereza ante el rigor del rebenque del domador aristocrático, y que, cuando Rosas, dando por terminada su misión, le enderezó el tranco hacia el lugar donde López –avisado de lo que ocurría- le esperaba para felicitarle, un grito unánime de aclamación surgió de los pechos de los soldados, electrizados ante la hazaña inesperada del “pueblero”.

Y mientras López y Rosas se abrazaban cordialmente, el jefe porteño, al oír los vítores que en su homenaje se desgranaban aún por todo el campamento comprendió que, desde ese instante, había asegurado sus simpatías en las filas de las huestes santafesinas.

Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar

Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar