Habrá que remontarse hasta el año 1910 cuando el automovilismo iba en busca de sus primeras afirmaciones, para encontrar la base de lo que fue “el edificio único” que se levantó en la avenida Centenario (1). En aquellos años, los hermanos Eduardo y Carlos Resta sembraron, para recoger los frutos de tan intensa labor. Constante, tenaz, incansable, la acción de estos dos propulsores del automovilismo nacional dieron sus bellos resultados que se tradujeron en su majestuoso edificio.
No ha habido sin embargo un “secreto” profesional, sino la colaboración de todos los que con los hermanos Resta llegaron a formar una de las más poderosas entidades comerciales de Buenos Aires.
El edificio fue denominado “Palacio Chrysler”, veámoslo bajo su faz técnica: El esqueleto era todo de cemento armado seccionado en diez partes verticales para prever los efectos de la dilatación, y el conjunto surgió en una manzana comprendida entre las avenidas Figueroa Alcorta y las calles Ocampo, Bulnes y Martín Coronado, en un total de 11.000 metros cuadrados.
En el piso bajo se encontraba el gran salón de exposición de los automóviles Chrysler. Estaba revestido en mármoles y piedra “París” y medía 85 metros por 15 de ancho. En el mismo piso estaban ubicadas todas las oficinas de la Sociedad Anónima, el directorio, sala de actos y divididos por un patio, venía el salón de montaje y reparaciones.
En el primer piso existían dos grandes depósitos de coches nuevos, la sección de pintura y tapicería y la escalera maestra del edificio llevaba a un magnífico salón en estilo antiguo andaluz, en el cual se exponían los automóviles “De Soto”.
En el segundo piso se encontraban las secciones carpintería, carrocería, depósitos y en el tercer piso, la famosa pista que con justa razón fue calificada como “el autódromo más chico del mundo”.
El autódromo en miniatura fue por entonces la gran atracción de Buenos Aires. La pista medía 200 metros a la cuerda mínima y 300 en la cuerda mayor con 60 grados de inclinación, lo que aseguraba una velocidad calculada en 95 kilómetros por hora para automóviles y 105 para las motocicletas. En la playa central se trazó una espléndida cancha de tenis.
Había comodidades para 3.000 personas en la galería y en la playa, y una vez construidas todas las gradas, podían caber 15.000 espectadores para los grandes matchs de box. Era también el mejor anfiteatro que pueda imaginar el lector y en él se daban conciertos y representaciones.
En la pista, durante las horas de trabajo se probaban los coches antes de ser entregados a sus clientes. El tercer piso comprendía también las dependencias del restaurante Olimpo, que forma con el estadio un cuerpo independiente. Moderno en todos sus detalles el local del restaurante ofrecía al público todas las comodidades que podían exigirse.
Es evidente que en toda la construcción del edificio dominaba una mano de obra maestra en los más insignificantes detalles. Bastará recordar que el proyectista y el director de todos los trabajos efectuados fue el conocido arquitecto Mario Palanti (2).
Luz en abundancia, distribuida con sumo criterio, hacía que el amplio estadio ofreciese de noche un aspecto imponente. Se aunó, en una palabra, la faz industrial y comercial con la deportiva, para que el edificio fuera aún más “único” en el amplio sentido de la palabra. Y las diez mil personas que lo visitaron en el día de la inauguración, el 1º de diciembre de 1928, estuvieron de acuerdo en reconocerle el “primer puesto” entre todos sus similares.
Su costo fue de tres millones. Pero más que la cifra que por entonces podría parecer fabulosa, está la base, que permitió a quienes manejaban un capital reducidísimo formar una poderosa sociedad anónima de la cual fue presidente del directorio Eduardo Resta. Su hermano Carlos era el director técnico del establecimiento e integraban el directorio los señores Pablo Nouguier Casares, vicepresidente; Eduardo J. Jiménez, tesorero; Oscar G. González, secretario; Manuel Candia, síndico; Francisco Calise, Mario Chilosteguy y Juan L. Barbich, vocales.
En 1928, al incorporarse Diego Basset a la empresa, ésta cambia de nombre por el de “Fevre y Basset”, que se constituyó en representante en Argentina de Dodge y Chrysler y comenzó a armar autos y ómnibus. En 1931 la firma es adquirida por Resta Hnos. distribuidora de los productos Chrysler.
En 1946 Chrysler adquiere un terreno de 46 hectáreas en San Justo, Partido de La Matanza, para construir allí su planta industrial. Iniciada en 1948, la planta es terminada en 1950. Todas las maquinarias existentes en el edificio de Figueroa Alcorta se trasladan a San Justo y el predio es comprado por el gobierno nacional.
Con posterioridad, el edificio fue sede del Comando de Arsenales del Ejército Argentino y el Registro Nacional de Armas.
En 1994 el Palacio Alcorta fue refuncionalizado, la pista ha desaparecido, hay viviendas de alta gama y salones de eventos. Hasta 2011 alojó en la planta baja el Museo Tecnológico Renault.
Referencias
(1) Esta nueva avenida fue finalizada para 1910, en el centenario de la Revolución de Mayo, y por ello su primer nombre fue, precisamente, Avenida Centenario, pasando luego a denominarse José Félix Uriburu y, finalmente, Figueroa Alcorta.
(2) El arquitecto italiano Mario Palanti (1885-1978) fue quien construyó el Palacio Barolo, en Buenos Aires.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar
Turone, Oscar A. – El Palacio Chrysler (2021)
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