En la atmósfera turbia que envolvía a la ciudad se advirtió desde temprano algo que fijaba la atención de los transeúntes. A través del aire opaco se filtraba, como una leve nevisca, lenta y fina, que parecía no llegar al suelo y formaba ya, sin embargo, una huella visible en las aceras, en las calzadas y en las capotas de los automóviles.
Los que abrían las persianas indagaban lo que sucedía con la mirada perpleja y examinaban la capa libera formada en la baranda del balcón. Sobre Buenos Aires caía ceniza. Es decir, la gente se hallaba en presencia de un extraño fenómeno, que no podía tener origen en alguna causa cercana y aislada, puesto que sobre toda la urbe flotaba la polvareda grisácea. En el espacio sin transparencia se movía, algodonosa y continua, la cerrazón cenicienta.
Un sobrecogimiento vago latía en la muchedumbre, con esa desconfianza incierta y esa sorpresa contenida que provocan los prodigios de la naturaleza, y Buenos Aires supo con la simultaneidad con que se difunde en una grande aglomeración humana la noticia de lo extraordinario que allá lejos, en la cordillera, habían entrado bruscamente en actividad volcanes cuyos nombres se olvidan cuando están en reposo.
El fenómeno
El 2 de marzo de 1932, el volcán chileno Llaima(s), situado a unos 1.200 kilómetros al O-SO de la ciudad de Buenos Aires, lanzó grandes masas de polvo, que cayeron al día siguiente hasta más al Este de la ciudad de Neuquén.
El 11 de abril, a las 4 de la madrugada, empezó a descender una lluvia de ceniza volcánica en los alrededores de Buenos Aires y La Plata; muy pronto se la observó también en Montevideo. Después fue constatada, según los diarios, el 15 de abril en Asunción del Paraguay, Río Grande do Sul, Santos y Río de Janeiro. En Buenos Aires y alrededores duró hasta las 9hs del 12 de abril; uno que otro copo cayó, tal vez, hasta las 14hs.
Naturalmente se conectaría este fenómeno de abril con el acontecimiento del mes anterior, si los diarios del 11 a la mañana no hubieran traído noticias de recientes erupciones o explosiones de otros volcanes. Según los telegramas, estaban en actividad unos cuantos picos, verbigracia el Tinguiririca, el Planchón, Descabezado, Yegnas y Domuyo. Todos están situados a distancias mayores de 1.100 kilómetros al Oeste y O-SO de la ciudad de Buenos Aires, en la cordillera fronteriza chileno-argentina.
Como se supo posteriormente, estas noticias fueron equivocadas. En realidad, es casi seguro que un solo cráter lanzo material, a saber el Quizapú o Cerro Azul, situado en Chile, cinco kilómetros al S (SO) del Descabezado (Grande). Se trataba de un volcán que se había mantenido relativamente tranquilo hasta entonces.
Su actividad empezó el 9 de abril de 1932 al mediodía, llegó al paroxismo entre las 6 horas del 10 de abril y las 6 horas del 11. Después parece que volvió muy pronto a la tranquilidad. Lo que puede sorprender es la rapidez con que se extendió el polvo hasta las orillas del Plata; puede suponerse unos 60 kilómetros por hora. Imposible no es, pues soplaba un pampero regular durante el 10 de abril, de Oeste a Sudoeste.
En cuanto a la composición de la ceniza, era una roca eruptiva, de grano fino formado por enfriamiento rápido y a presión atmosférica normal liviana con una densidad aproximada de 2gr/cm3. Es un vidrio volcánico no soluble, ácido de color blanquecino o un gris muy suave; no presenta materia orgánica ni volátil , el 100% es residuo sólido Si bien en estas rocas los elementos se presentan como óxido o silicatos, no se determinaron los mismos en forma puntual sino los elementos esenciales que lo integran. Adentrándonos en la determinación química, podemos decir que el O2 (oxígeno) estaba en casi una proporción del 50%, en una proporción cercana al 20%, encontramos el Silicio y en una proporción ya menor el 1% el Hierro y en partes más pequeñas: Titanio, Circonio, Magnesio, Manganeso, Sodio, Calcio y Potasio. Dentro de las estructuras cristalinas, se hallaron los aluminosilicatos de sodio, de calcio y de potasio.
El polvo tapo el suelo de Buenos Aires, durante días, en un espesor de 0,5 a 1mm, aproximadamente. A pesar de esto, el aspecto del paisaje dio la sensación de una nevada. La cantidad de material que cubría la superficie, fue calculada en 102 a 127 toneladas por kilómetro cuadrado. Así que nuestra ciudad habrá recibido alrededor de 23.000 toneladas y todo dentro de 34 horas.
Ya en la noche del 12 de abril se presentó el fenómeno de crepúsculo. Casi toda la mitad del cielo, sobre el lado del sol entrado, era rojizo-amarillo, mientras que en el Este se observaba un tinte violáceo-gris.
Un acontecimiento de la naturaleza como este, con igual intensidad, no se había registrado nunca. La lluvia de ceniza, caída en diciembre de 1921 y a principios de 1922 sobre el litoral del Río de la Plata, apenas fue perceptible.
Se entiende que la lluvia de cenizas causaron un daño enorme sobre los campos y entre el ganado. Las más duramente afectadas fueron las regiones inmediatas al Este y NE, es decir parte de las provincias chilena de Talca y argentina de Mendoza.
En nuestra ciudad la gente recogía la ceniza de los patios, techos y también de la calle, dado que comprobaron que el fino polvo gris que se precipitaba era muy eficaz para la limpieza de las ollas, cubiertos y todo elemento metálico. No era otra cosa que el sustituto del denominado “Puloil”, que por entonces se lo vendía suelto, a unos 5 centavos el kilo. ¡¡Un verdadero regalo del cielo!!
Fuente
Diario La Nación – Abril de 1932, (Ejemplar N° 21.785 Año LXIII)
Dimarco, Roberto Carlos – Manual de Historia de Junín, (1993)
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
El Barrio Periódico de Noticias – Buenos Aires, Comuna 12, 8 de abril de 2020
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Schiller, Walter – Lluvia de ceniza volcánica en el litoral del Río de la Plata – Museo de La Plata, (1934)
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