Primer reloj público de Buenos Aires

Recepción del reloj del Cabildo

A comienzos del siglo XVIII, apenas si Buenos Aires conservaba ya algo de la ciudad que viera Juan de Garay. La primitiva, formada casi totalmente con ranchos de barro y paja, había ido desapareciendo poco a poco, siendo reemplazada por otra, en la cual, el desahogo pecuniario alcanzado por sus habitantes, les permitía una cierta preocupación en el adorno de sus nuevas viviendas. Entre las obras que empezaron a construirse en dicho siglo, figuraba en primer lugar el edificio de las casas capitulares, cuya edificación no pudo terminarse hasta 1763 debido a la escasez de fondos.

Por esta fecha, y a pesar de los repetidos intentos del Cabildo, la ciudad no contaba todavía con un reloj público (1). No era común entre los particulares el uso de relojes, en las casas comenzaron a generalizarse los relojes de pared y de mesa y se conocieron los de faltriquera, es decir, los de bolsillo. Pero todo esto pasó recién a mediados de siglo y solo eran afortunadas las personas pudientes.

El vecindario, cada día más numeroso y formado en su mejor clase por familias distinguidas, no aceptaba con agrado el seguir viviendo como en los tiempos de lucha constante contra el indio y la soledad, haciendo vida de campamento, sin más regulador que los toques de corneta y los cañonazos del Fuerte, que indicaban las horas de labor y descanso al sonar la diana, el mediodía, a la oración y al cubre fuego.

Reciente aún en muchos el recuerdo de Cádiz, última tierra que pisaran en la lejana pero siempre recordada España, se les imponía la imagen del reloj que habían visto en las casas de la ciudad y que les señalara las horas del embarque para las fabulosas Indias.

En 1761, el Cabildo de Buenos Aires, interpretando los deseos de todos, reunió cien cueros para remitirlos a Cádiz, y con el producto de su venta adquirir un reloj idéntico al de aquel Municipio, a cuyo efecto se escribió a Juan Antonio de Zevallos encomendándole ambas diligencias.

Las comunicaciones lentas y tardías de la época no permitieron tener noticias de este pedido hasta entrado el año 1763, en que una carta de Juan Sánchez de la Vega comunicaba haber recibido sustitución de Zevallos para proseguir las gestiones encomendadas por el Cabildo de Buenos Aires y anunciando el próximo envío del reloj y su campana en el navío “San Ignacio”, cuyo capitán era Juan Angel Lezcano.

Mucho tiempo pasó aún sin tenerse la menor noticia del objeto pedido, hasta que en el acuerdo del 2 de mayo de 1764 pudo darse lectura a una carta de Sánchez de la Vega, anunciando haberse embarcado los cajones en la fragata “Nuestra Señora del Carmen” y enviando cuenta detallada de las negociaciones.

El agrado de recibir el codiciado reloj, que llegó poco después, se fue perdiendo al enterarse que les costaba dos mil setecientos veinticinco pesos, suma nunca vista en las arcas del Cabildo. Es fácil suponer la consternación de los señores cabildantes ante el compromiso creado, y más todavía sabiendo que los cueros se habían vendido a un precio verdaderamente irrisorio.

Sospechando que hubiera mala fe por parte del remitente, se pidió declaración a Lezcano, cuyo navío se hallaba anclado en el puerto, resultando que había pedido por el flete una cantidad menor a la cobrada por la fragata “Nuestra Señora del Carmen”. Este asunto debió constituir seguramente la preocupación de los cabildantes y el tema de sus conversaciones hasta la reunión del 9 de mayo, en que, al estudiar la fabulosa cuenta examinándola en detalle, fue rechazada una partida de cien pesos dados como gratificación al relojero Tomas Lozano “por haberlo hecho bien”.

El 12 de octubre del mismo año se rebajaron otras partidas por acuerdo del Cabildo, entre ellas la del flete, teniendo en cuenta las declaraciones de Lezcano. Asimismo se resolvió, demostrando la corrección de sus procederes, comunicar a Sánchez de la Vega que se le pagaría el interés usual del 5% sobre el saldo que resultara debérsele, una vez aceptada la cuenta.

El testimonio de los acuerdos y declaraciones debieron enviarse en la fragata del rey “El punto fixo”, donde también regresaba a España don Gerónimo Matorras, corresponsal de Sánchez de la Vega en Buenos Aires.

Templo de San Ignacio de Loyola, Buenos Aires

Al recibirse el reloj, fueron designados para que solicitasen del vecindario una contribución graciosa con que pagar la construcción de la torre, los alcaldes Juan Miguel de Esparza, Ramón de Palacio, el Alférez Real Gerónimo Matorras, ya mencionado, y José de Albizuri. Reunidos los fondos necesarios se levantó la torre, y como al resolverse la colocación del reloj era necesario verificar su estado y funcionamiento, se requirió la presencia del relojero Maestro Cachemaille, procediéndose a abrir el embalaje en la sala capitular del Cabildo. Al levantarse las tablas, aparecieron entre los ojos asombrados de los circunstantes numerosas mercaderías llenando los huecos y consignadas a nombre del vecino Toribio Viaña. Este descubrimiento vino a complicar el enojoso asunto, pues practicado el examen del reloj por Cachemaille, se vio que le faltaban algunas piezas. El Cabildo, queriendo conservar su imparcialidad, llamó al P. Antonic de Mayer S. J., para hacer una pericia, y ante el Alcalde de 1er voto y el escribano, hizo nueva revisación informando que no estaban las pesas y que lo demás observado por Cachemaille no podía ser enviado desde Cádiz, por desconocerse allí el espacio donde debía ser colocado el reloj.

En posesión de todos los antecedentes, se creyó oportuno finalizar el asunto, a cuyo efecto, el 23 de octubre se encomendó al Regidor José de Albizuri que hiciera la cuenta, excluyendo las partidas de gratificación, valor de las pesas y disminución de fletes.

Respecto al pago, nada se resolvió en concreto; pero como los acreedores suelen tener mejor memoria que los deudores, Sánchez de la Vega, el 16 de abril de 1779, escribía al Virrey Juan José de Vértiz y Salcedo reclamando el saldo adeudado, intereses, demoras, daños y perjuicios, comunicando haber conferido poder a Francisco de Segurola, para gestionar el cobro. El Virrey pidió informe al Cabildo, quien aconsejó tomar declaración al albacea de Matorras, José de San Pedro Lorente, pues ya no actuaban los cabildantes de 1763. Este declaró haber presenciado los reproches dirigidos por Matorras a Sánchez de la Vega, durante su estada en Cádiz, principalmente por el abuso de enviar mercaderías en los cajones, pero del texto original que se guarda en el Archivo de los Tribunales, surge la duda de si el reproche era por el abuso en sí, o por haber sido las mercaderías tan ordinarias “que ni las negras las querían comprar”.

Finalmente, el problema se subsanó años más tarde cuando Manuel Belgrano entregó 1.500 pesos en efectivo y un palio de tisú de plata para cancelar la deuda.

El reloj empezó a funcionar el 1º de enero de 1765, pero duró sólo hasta 1848, ya que las repetidas reparaciones obligaron a remplazarlo por uno nuevo, adquirido en la casa inglesa Thwaites & Reed, la empresa que hoy mantiene el Big Ben de Londres. La transacción se realizó por medio de sus representantes en la Argentina los señores Jaeggli & Diavet, relojeros establecidos en calle del Perú Nº 3. El día de su inauguración fue una fiesta popular en todo sentido, desde los balcones del Cabildo se lanzaron cohetes, y en la plaza colmada la banda militar tocó marchas.

En 1849, durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas, a través de un decreto se estableció que la hora que marcara el reloj del Cabildo sería la hora oficial de Buenos Aires. Fue así que el Restaurador mandó a ajustar conforme al reloj del Cabildo todos los relojes privados y públicos. Admitió como más propicio el momento de “la mayor altura del sol, es decir, cuando se verifica el medio día verdadero”. Pero como no todos los vecinos estaban a la distancia necesaria para oír las campanadas, optó por hacerlo “al ponerse el sol, en el momento preciso que su disco desaparece de la vista en el horizonte”.

Mecanismo del primer reloj del Cabildo actualmente depositado en la torre norte de la Iglesia de San Ignacio de Loyola.

El reloj permaneció en la torre del Cabildo hasta que en 1889 fue demolida para dar paso a la Avenida de Mayo. Por tal razón fue trasladado a la vecina Iglesia de San Ignacio de Loyola, la más antigua de Buenos Aires, construida por los jesuitas en 1675. Siendo instalado en la torre agregada a mediados del siglo XIX por el arquitecto Felipe Senillosa. La monumental máquina pesaba casi una tonelada y, armada, medía casi dos metros de largo por uno de alto y 80 centímetros de profundidad. Todas sus piezas eran de bronce y hierro y poseía un péndulo de unos cuatro metros.

En 1930 el reloj dejó de funcionar y en los años ‘90 se decidió repararlo. El trabajo estuvo a cargo de una empresa de Buenos Aires que le colocó una máquina nueva que pronto se rompió. Asimismo, durante el desmantelamiento se perdieron piezas.

Actualmente su mecanismo ha sido reemplazado por uno eléctrico y la torre norte del templo de San Ignacio conserva (desarmado) el reloj antiguo del Cabildo.

Este es el historial del primer reloj público de Buenos Aires, el mismo que durante tanto tiempo señaló, primero desde el Cabildo y luego desde el templo de San Ignacio, las horas históricas de la Reconquista, Defensa, Emancipación, y tantas otras jornadas gloriosas de la Patria.

Referencia

(1) Hay quienes sostienen que hacia 1668, ya existía un reloj mecánico en la torre de la Iglesia de San Ignacio. Pero se desconoce cuál fue su destino final y en qué sitio se hallan los restos.

Fuente
Cleves Martín – Primer reloj público de Buenos Aires, (1904)
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Macchiavelli, Eduardo – El reloj más antiguo de la ciudad – Buenos Aires (2016).
Portal www.revisionistas.com.ar
Turone, Oscar A. – La hora oficial y Juan Manuel de Rosas, (2021).

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