Allá por el año de 1860 llegaron a Buenos Aires, que todavía, a ocho años de la batalla de Caseros estaba “vestida de colorado” y conservaba la fisonomía de 1830, dos franceses que habían servido como mayordomos a bordo de barcos de esa nacionalidad que hacían la carrera del Oriente. A los pocos meses de su llegada, instalaron una modesta pastelería en la esquina de las calles Alsina, entonces Potosí, y Chacabuco.
Como recuerdo de sus viajes por los mares y puertos de Asia, habían traído dos grandes muñecos de yeso representando dos chinos de largas trenzas, de puntiagudo bonete y caídos bigotes mandarinescos.
Estos muñecos, que fueron colocados a cada lado de la puerta de la pastelería, llamaban poderosamente la atención de los vecinos y transeúntes del barrio, y dieron al local de los mayordomos franceses el nombre que debía perpetuarse a lo largo de las generaciones.
En 1873, Carlo Gontaretti, de nacionalidad italiana y repostero de profesión, adquiría el establecimiento de sus fundadores. Actuaba en sociedad con su hermano Giovanni, y las esposas de ambos (hermanas entre sí) se ocupaban de elaborar los productos tanto dulces como salados, que antes de la adquisición del local los hombres vendían por las empedradas calles del vecindario.
Durante cerca de cuarenta años los Gontaretti dedicaron todas sus energías al progreso de la confitería que se convertiría en una verdadera tradición porteña, y de donde salieron los reposteros más afamados de la ciudad.
Por entonces, el barrio tenía un vecindario ilustre. En las casonas antiguas de Victoria, Alsina, Moreno, Piedras, Chacabuco, Perú, moraban las familias de abolengo colonial. En ese barrio, en la calle Perú, nació el autor del Himno Nacional; en la calle Moreno, al 600, vivió el presidente Avellaneda; en la calle Potosí (hoy Alsina), habitó Agustina Rozas, la hermana del Restaurador, y su marido, el general Lucio Norberto Mansilla; en la calle Bolívar, antigua Santa Rosa, entre Venezuela y Belgrano, vivió otra hermana de Rosas: Mercedes, la poetisa, casada con el doctor Miguel Rivera. La casona colonial donde residió el virrey Liniers se conserva todavía.
El salón de “Los Dos Chinos”, en las últimas décadas del siglo XIX, fue punto de reunión de hombres eminentes, entre los cuales se hallaban los presidentes Luis Sáenz Peña, Mitre, Roca, Sarmiento (que era muy afecto a los dulces), Avellaneda, hasta el doctor Marcelo T. de Alvear frecuentaba el lugar.
En tiempos posteriores, Enrico Caruso, cliente fiel durante sus temporadas gloriosas, bautizó uno de los postres célebres de la casa, el que lleva su nombre.
El 26 de julio de 1890, Carlos Gontaretti trasladó su confitería a la esquina de enfrente. El solar era histórico. Desde 1829 hasta 1866 funcionó allí la escuela del famoso Juan Andrés de la Peña, donde aprendieron sus primeras letras tres generaciones de hombres eminentes: generales, obispos, tribunos, magistrados, estadistas, legisladores.
En la esquina opuesta, se hallaba la célebre farmacia de “Los Angelitos”, que al convertirse en zapatería, conservó por mucho tiempo su antiguo nombre. Fue una de las primeras casas de dos pisos que se construyeron en Buenos Aires, y en cuyos altos se dice que vivieron los jefes de los 33 orientales cuando organizaban la epopeya con ayuda del gobierno argentino.
En 1933, Carlos Gontaretti, que era ya más que octogenario, dejó de existir, y sus hijos continuaron su obra. La vieja casa mantuvo su bella y honrosa tradición a través de las épocas y los acontecimientos.
Otros establecimientos de cierto renombre en esa parte de la ciudad se transformaban o desaparecían. Las familias antiguas abandonaban las casonas solariegas y se iban a vivir en otros barrios.
Pero la esquina de Alsina y Chacabuco, en pleno barrio de Juan Manuel de Rosas, dentro de su severa y moderna elegancia, conservó algo del pasado. Ese algo fue la confitería de “Los Dos Chinos”, que, bajo la mirada inmóvil de los asiáticos de yeso, vio pasar varias generaciones por su puerta, y guardó, celosa y amorosamente, una tradición que no debe ser olvidada.
La confitería vuelve a su lugar de origen e 1974. Otros eran los famosos clientes que ahora frecuentaban sus mostradores: Jorge Luis Borges, Leopoldo Torre Nilsson, Aníbal Troilo, y deportistas como Roberto De Vicenzo y Guillermo Vilas.
Hacia 1975 se inauguró otra sede en la calle Brasil 764, en el barrio de Constitución, donde instaló su casa matriz, a la que luego adosó un hotel.
Pero, como tantas empresas tradicionales, un día del año 2009 la histórica confitería “Los Dos Chinos” desapareció. Sólo quedaron los recuerdos de sus sabores y de las anécdotas asociadas a ellos.
Fuente
Caras y Caretas – Enero de 1938
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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