Los porteños de comienzos del siglo XX distinguían a los vascos por esa peculiar condición que sigue siendo natural en ellos: la fuerza. Y así como otros europeos por su mímica, su hablar enrevesado o su llamativo atuendo les inspiraba pesadas bromas, los vigorosos representantes del Arbol de Guernica les imponía un total respeto que manifestaban con su admiración. Todavía hoy, a más de una centuria de aquellas noches que siguen claras en el recuerdo, se recuerda con asombro al vasco Ochoa, aquel que despertaba la exaltada grita de los espectadores en los campeonatos de lucha grecorromana que se realizaban en el teatro Casino y que tenían a Milo Zavattaro por juez y capitán. Famosísimos luchadores como Constant Le Marín y Paúl Pons, los de mayor renombre en aquellos días, aventajaban a Ochoa en técnica y estilo, pero en fuerza… ¿cuándo?
El juego de pelota, que por sobre la habilidad requiere vigor y resistencia, lo debemos a los vascongados, que lo introdujeron en nuestra ciudad como entretenimiento público, de igual manera que lo impusieron en la mayoría de los pueblos de la provincia de Buenos Aires.
Conforme lo registra Taullard, la primera cancha cerrada la habilitó allá por 1850, en la calle Federación (hoy Rivadavia 964), un vasco llamado Juan Zarria. Con el tiempo no hubo zona que no contara con la suya, si bien muchas eran abiertas y de segundo orden. En primera categoría figuraron frontones que alcanzaron celebridad por la calidad de sus pelotaris y algún hecho trascendental. Recordamos a la Plaza Euskara y al Frontón Buenos Aires. La Euskara ocupaba la manzana comprendida por Independencia, Estados Unidos, 24 de Noviembre y Caridad (hoy General Urquiza). El doctor Carlos Pellegrini, entonces presidente de la Nación, acostumbraba concurrir a ese frontón para sumarse a los entusiastas que llenaban la plaza en días de grandes competencias y aplaudir también el admirable juego del renombrado Indalecio Sarrasqueta, más conocido por Chiquito de Eibar.
El más famoso de los frontones porteños fue, sin duda, el llamado Buenos Aires, que estaba situado en la calle Córdoba 1130, con capacidad para dos mil quinientas personas sentadas. A su inauguración, que tuvo lugar el 28 de octubre de 1889, asistió especialmente invitado el doctor Miguel Juárez Celman, a la sazón presidente de la República.
Los días de partido eran los martes y jueves, los sábados por la noche y los domingos por la tarde a las 15:30hs, jugándose los partidos a cuarenta tantos. En ese frontón a comienzos del siglo XX fueron célebres las disputas de los campeonatos entre los cuatro maestros: Arnedillo, zaguero de extraordinario poder y habilidad imponderable; “Yurrita”: serio rival del anterior, empeñoso y valiente (campeón en 1913); Marquinés: notable delantero, cuyas energías y arranques soberbios le valieron sonoros triunfos en todo el mundo; Petir-Pasiego: otro delantero de insuperables condiciones artísticas, cuya habilidad y bravura celebraban los “habitués”. Todos ellos de fama mundial, que en sus encuentros producían en el público momentos de delirio indescriptibles. No era extraño ver el espacioso y fresco local rebosante de público selecto, pues, aparte de los profesionales citados, actuaban con lisonjero éxito otros no menos célebres en la historia del pelotarismo y que responden a los nombres de: Irún, Ermua, Salazar, Chiquito de Vergara, Eloy, Cecilio, Pequeño de Abande, Joseíto, etc., formando en conjunto el mejor cuadro de pelotaris que actuaba en el mundo. También se lucieron El Manco de Villabona, Beloqui, Samperio, Baltazar, Mardura, Portal y otros. Pero más que por la destreza de quienes eran verdaderos profesionales de la pelota y de los resonantes torneos allí concertados, la fama que alcanzó el Frontón Buenos Aires, cuyo nombre se registra en nuestra historia cívica, se debió a la reunión del 13 de abril de 1890, que congregó a cerca de doce mil personas, y que constituyó el prolegómeno de la revolución que estallaría en la madrugada del 26 de julio de ese año. Históricamente, el Meeting del Frontón, como se lo recuerda, tenía su antecesor en aquel que los franceses de la Asamblea Constituyente realizaron en el frontón de Versailles (17 de julio de 1789), en donde se prestó el Juramento llamado del Juego de Pelota.
Dada la curiosidad que siempre despertaron las corridas de toros, aunque no hayan sido siempre aceptadas, en 1902 el Frontón Buenos Aires también fue el escenario de una fiesta taurina. La jornada congregó una numerosa y entusiasta concurrencia. Tuvo la particularidad de presentar también a niñas toreras, quienes por cuya habilidad y maestría conquistaron los aplausos del público presente, sobre todo la aragonesa Lola Salinas en la suerte de matar que realizó.
En los frontones, las “herramientas” de rigor eran la cesta y la pala angosta; en las canchas de menor categoría, aunque en ocasiones se las empleaba, por lo general se jugaba a mano limpia y con pelota retobada. El sare y el guante aparecieron más tarde, como la paleta usada con pelota de viento y que, con indignación de los vascos y risas burlonas de sus herederos criollos, fue convertida entonces para “juego de señoritas”.
Así como Barracas era barrio de carreras “cuadreras”, con su pista en la calle Larga (hoy avenida Montes de Oca), el de Almagro lo era de canchas de pelota. Ya a principios del siglo XX funcionaba la de don Simón en la esquina sudeste de Castro Barros y Venezuela, con negocio de lechería. La pared de esta cancha corría por Venezuela hasta la cortada de Pérez, sobre la que daba el respaldar del frontón. Se contaba con la de Bulnes (hoy Bulnes 1226), y con la de Gascón, en la calle de este nombre, mano de los números pares y casi pegando al puente del ferrocarril. A ésta también se la conoció por “la del Ñato Alejandro” en razón del familiar apelativo de su pelotero y administrador. Tales canchas eran abiertas, no así la de Bulnes, que lo era cerrada e invitaba al juego en horas de la noche.
En Almagro, pero ya cercanas al Once, corriendo el año 1903 se hallaba la de Pedrito Dolagaray, situada en Rivadavia entre Rioja y General Urquiza, mano de los pares. También (año 1906) la cerrada de Anchorena esquina de Rivadavia, que habilitara Josemari Peyrelongue y cuyos hijos Graciano y Bachicha, compraron la de Almagro (Rivadavia casi al llegar a Salguero), que fue inaugurada en octubre de 1916.
Esta última, pues las otras desaparecieron, es la que aún se mantiene, si bien no como en sus tiempos mejores en que saque y resto eran servidos con pelota de mano por quienes no sentían los alfilerazos del “clavo”, gracias a un ejercicio diario que aunaba habilidades de culto y profesión.
Por la cancha de Almagro desfilaron los más notorios exponentes de este deporte de brazo fuerte y corazón robusto, de rapidez, de inteligencia y de vista atenta y vigilante. En ella midieron sus conocimientos y sus fuerzas los más destacados prodigios de Buenos Aires y del interior, sin que faltaran los uruguayos de mayor renombre.
De aquella época de pelota a mano, ya desaparecida, nos han quedado algunos nombres de quienes en esta cancha con su condición de veteranos y sus recursos de profesionales provocaban la admiración y el entusiasmo de los apeñuscados concurrentes: Pedrito Bercegui (El Oriental), José Alveo, Morey, Isidro López Arocena (Lolo), Baltasar Astigorriaga, Adriano Osuma (El Entrerriano), Lucio Carrere, Juan Larichon, Larrinaga, Borda, Iriart, Uranga (El Ñato), Bautista Arruti, Carmelo La Vieja, José Silveyro, Jaca y los tres hermanos García, capaces todos ellos de pasarse la noche entera devolviendo pelotas sin demostrar cansancio alguno ni revelar declinación.
En la actualidad son otros los jugadores, algunos de primo cartello, pero la paleta, que por lo general se emplea, señala en este juego la diferencia de una época a otra. En aquellos días de Restagno, de Robledo y de Arturo Colla (El Rusito), las zurdas o derechas sin guantes protectores demostraban su vigoroso aguante y su maestría con pelotas retobadas. En las canchas de Almagro, aquello venía de viejo y con forja de amor propio ilustrado de entereza. Y las asiduas prácticas con que se fortalecían brazo y corazón se realizaban con la misma natural afición y celo de los pelotaris vascongados que fueron entre nosotros los maestros inauguradores del juego del frontón.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Menes Soro, Miguel y Gely, Miguel – “El gran libro de la pelota” – Madrid (2011)
Portal www.revisionistas.com.ar
Revista El Pelotari, Madrid, Año II, numero 56 (1894)
Taullard, Alfredo – “Nuestro Viejo Buenos Aires”, Ed. Peuser, Buenos Aires (1927)
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