El 28 de Julio de 1817, por iniciativa del director Juan Martín de Pueyrredón, se constituyó la “Sociedad del Buen Gusto del Teatro” (o, simplemente, “Sociedad del Buen Gusto”), de la que formaban parte Manuel Belgrano, Vicente López, Juan José Paso, Valentín Gómez, Esteban de Luca, Santiago Wilde, Manuel Riglos y otros personajes de la época de la independencia que eran abonados, aficionados o simplemente protectores del teatro y del arte en general. Los fines de la sociedad eran: “Promover cuantas mejoras fueran necesarias para dar mayor realce a las representaciones teatrales que hasta entonces habían dejado aquí bastante que desear, fomentar también la producción de obras nacionales; hacer traducir las mejores que se conociesen en idioma extranjero y adaptarlas al nuevo sistema político y a los dogmas de la independencia, reformando algunas antiguas que fuesen adaptables a los principios de nuestra emancipación, convirtiendo así el teatro en una escuela de buenas costumbres y en un vehículo de ilustración del pueblo y órgano de propaganda de la política liberal y de progreso iniciada el año 10”.
Se nombró una commisión de “censura” de la que formó parte el mismo general Manuel Belgrano, que debía repasar las obras y canciones y llevar su visto bueno antes de que pudieran subir a escena, interviniendo además en los ensayos para que los actores se condujeran con propiedad y corrección. El presidente de la Sociedad fue Juan Manuel de Luca, vicepresidente Bernardo Vélez Gutiérrez y secretario Domingo Olivera.
Esta sociedad se dedicó con gran entusiasmo al desenvolvimiento de su vasto programa, cuyo ideal era ver brillar la libertad en todos los ámbitos de la República, haciendo desaparecer hasta en el ultimo rincón del teatro, todo lo que trascendiera a teatro español.
No hay que olvidar que los patriotas estaban aún bajo la impresion de los sucesos del año 10, vibrante de coraje y de entusiasmo por cada batalla que se libraba. Entre otras cosas la “Sociedad de Buen Gusto” eliminó por completo las orquestas de guitarras sobre el escenario.
La sociedad quería barrer con todo y no dejar rastros del pasado y si por ella hubiese sido, habría hecho un auto de fe con todas las obras españolas que había en el archivo de nuestro Viejo Coliseo y traducido de inmediato cuanta obra de Moliére, Voltaire, Voisi, Racine, Shakespeare, Cops, que hubiese encontrado a mano, sin detenerse hasta llegar a las tragedias de la Antigua Grecia: los Sócrates, Eurípides y los Plautos y Terencios de la extinguida Roma. No más Calderones, López de Vega, ni Montalvanes. Este era el grito de Guerra.
La fundación de la sociedad se festejó con un gran festival cuyo plato fuerte fue la representación del drama trágico “Cornelia Bororquia” de autor desconocido que produjo gran escándalo. La crítica teatral europea había puesto esta obra por las nubes, diciendo que parecía producción del genio británico por la terrible naturaleza de sus escenas y sobre todo por su final que es un golpe maestro de teatro. Obra inspirada en uno de esos episodios de la inquisición en que la victima, por simple denuncia de un mal enemigo es sometida a las más crueles penas. El actor Joaquín Ramírez en su rol de inquisidor satánico y perverso brilló a gran altura por su mímica y su escena. Basconcellos hizo de victima, arrancando lágrimas de los espectadores.
Morante estuvo magistral, sobre todo al final, tributándole frenéticos aplausos desde las mulatillas sirvientas de la cazuela hasta los más encumbrados señorones de los palcos; pero al día siguiente, fue cuando se armó “la gorda”. Los frailes y los católicos intransigentes, en su mayoría españoles del antiguo régimen, cayeron sobre la obra declarándola impía y sacrílega, diciendo aquéllos en el pulpito y en todas partes, que era contraria a la religión y a sus ministros, y declarando finalmente excomulgados a todos los que habían asistido a la representación. Terció la prensa; intervino hasta el Gobernador del Obispado, quien pedía al gobierno que se acordase la censura eclesiástica de las piezas que habían de representarse en el teatro.
Con corteses argumentos se le hizo comprender que en América había ya pasado la época en que la Iglesia podía intervenir en la libertad de conciencias.
La Sociedad de Buen Gusto se metía en todo y llevada de su entusiasmo patriotico obligó al asentista a aumentar el número de luces, pues para economizer sebo, muchas veces la sala estaba casi a oscuras. Hizo agregar varias filas de bancos al “patio” y poner respaldo a los que no lo tenían. Hizo poner música a muchos melodramas que a falta de óperas hacían las veces de tales, e hizo traducir numerosas obras extranjeras que se habían procurado al efecto. No se detuvo en esto la Sociedad de Buen Gusto, sino que llegó hasta golpear las puertas de la retraída sociabilidad porteña para que se decidiera a mostrarse en público y dar con su presencia, prestigio y animación a las funciones teatrales, pues de la época colonial el teatro no había sido como hoy, un sitio de exhibición y de buen tono, debido en gran parte a los prejuicios religiosos y de casta que aún perduraban en nuestra alta sociedad, la que poco o nada iba al teatro, porque la tenían por una diversion baja y contraria a la verdadera religion y a la nobleza de su estirpe.
Lo cierto es que nuestro teatro primitivo tenía pocos atractivos; en general pésimos actores, malas orquestas con muy pocas excepciones, localidades incómodas, pues hasta los palcos carecían de sillas y el que quería concurrir tenía que llevarlas desde su casa o alquilarlas; cazuela y patio bullangueras. El público hablaba en alta voz aún durante la representación obligando al apuntador y a los artistas a gritar aún más para poder hacerse oír y para colmo, durante la representación los hombres fumaban en la platea; y hasta en los palcos bajos, permanecían, sobre todo en invierno, con el sombrero puesto, lo que en parte estaba justificado por ser la sala fría como una heladera.
La Sociedad de Buen Gusto logró sin embargo romper el hielo de la rancia sociedad porteña, brillando desde entonces en los palcos balcón del Coliseo, la sencilla elegancia y la fresca belleza de las porteñas de aquel tiempo. Pero como todo aquello que se empieza con gran fuerza dura poco, la Sociedad de Buen Gusto, a los tres años de iniciada, empezó a declinar; rivalidades y rencillas que nunca faltan, se encargaron de minar poco a poco sus cimientos y los viejos dramones del teatro clásico español, las tonadillas, boleros, cantarines y guitarreros volvieron a invadir nuestro teatro, desapareciendo finalmente dicha sociedad por completo, víctima de su propia intransigencia.
Fuente
Bosch, Mariano G. – Historia del teatro en Buenos Aires – Establecimiento Tipográfico El Comercio, Buenos Aires (1910)
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar
Taullard, Alfredo – Historia de nuestros viejos teatros – Ed. Imprenta López, Buenos Aires (1932).
Wilde, José Antonio – Buenos Aires desde 70 años atrás, Serie del Siglo y Medio, vol. 2, Editorial Universitaria de Buenos Aires, Bs. As (1961)
Artículos relacionados
• El teatro porteño
• Teatro Español de Magdalena
• Corrientes, la calle de los teatros
• Teatro Coliseo
Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar