El marino inglés, aficionado a la pintura, Emeric Essex Vidal (1791-1861), hizo un grabado donde ha reflejado el ambiente de una pulpería ubicada en los campos de nuestra provincia. Lo acompañó con la siguiente descripción: “Las pulperías son unas chozas de lo más miserables y sucias, donde puede comprarse un poco de caña, cigarros, sal (…). Estas chozas tienen dos compartimentos, uno sirve para negocio y otro para vivienda. Generalmente están construidas sobre un terreno alto y tienen un trozo de género de color colgado de una caña a modo de aviso. También hacen las veces de casa de posta y tienen una docena de caballos pastando al fondo, cerca de la casa. Cuando llega un viajero, deja allí su caballo; el pulpero, con un lazo, sale con su caballo que siempre está dispuesto tras la vivienda, hasta el pantano donde pasta la tropilla, y enlazando a uno, lo atrae, coloca la montura y, sea manso o sea bravo, allá va el viajero al galope, hasta la próxima posta, cuatro o cinco leguas más lejos… En cada pulpería hay una guitarra, y cualquiera que la toque es invitado a costa de los presentes”.
Esa rústica imagen pertenece al año 1820 pero en Rojas, treinta años antes, ya existía una pulpería y cabe pensar que era más primitiva aún. Su propietario era al fundador de nuestra ciudad y comandante del fuerte, el sargento mayor Diego Trillo.
La clientela de estos comercios se componía de los soldados, sus familias y los peones de las estancias. Era un lugar de reunión donde se compraba la yerba, el azúcar, el tabaco, las velas, el aguardiente y, con el tiempo, también se fueron incorporando algunas medicinas. Cada una de esas mercaderías se podía canjear por cueros, cerdas, sebo y plumas de ñandú, o anotarlo al fiado para cuando los soldados cobraran su sueldo. Los indios mansos también llegaban hasta allí para hacer el intercambio y no era raro que el pulpero se aprovechara de su ignorancia.
En aquella época no existía inflación, pero los precios eran siempre altos. Media botella de aguardiente equivalía a un mes de sueldo de un blandengue.
Más de un pulpero sacó ventaja del aislamiento en que se vivía y de saber que su establecimiento era el único lugar donde los gauchos podían abastecerse. Pero es oportuno recordar que en todas partes del mundo los comerciantes suelen prosperar más que sus clientes y Rojas no podía ser la excepción. Además, si somos verdaderamente objetivos, no podemos dejar de tener en cuenta los riesgos que afrontaba el pulpero. Lejos de las grandes ciudades, en zona expuesta a los malones y a los fenómenos climáticos como el huracán que destruyó a una de ellas.
Entre sus múltiples funciones también estaba la de “casa de empeño”, porque se prestaba dinero a interés con la garantía de algún bien que podía ser –por ejemplo- una rastra adornada con monedas o un cuchillo con cabo de plata. Eso se dejaba en manos del pulpero y, si en determinado tiempo el parroquiano no pagaba el dinero recibido y sus intereses, perdía la propiedad.
Pero, además, hacía las veces de “club” donde se podía tomar una copa, jugar a los naipes o a la taba y dialogar en reuniones que, en más de una ocasión, terminaban con disputas que podían llegar ser sangrientas. Es por eso que muchas pulperías no dejaban entrar al paisanaje, sino que lo atendían a través de una ventana enrejada que protegía al dueño de algún acto de violencia. Se les brindaba una galería techada para estar a cubierto del sol y jugar con las barajas o al sapo.
En síntesis: no obstante su rusticidad, esos establecimientos cumplían funciones de proveeduría, club, casa de préstamos, compra de productos de la zona, farmacia, posta para descanso de los viajeros y cambio de caballos.
Los comandantes de los fortines tenían prohibido ser dueños de la pulpería, pero no siempre se cumplió esa disposición. Ya hemos visto que el fundador de nuestra ciudad, Diego Trillo, era propietario de una.
En los demás casos, el pulpero se cuidaba de andar en buenas relaciones con el comandante y el juez de paz, a tal punto que no se daba de baja a ningún soldado sin que antes pagara todas sus deudas.
Otros establecimientos que existieron en nuestra zona:
Pulpería “Del Catalán”, que aparece mencionada en un informe del comandante de frontera del año 1781.
Pulpería de Andrés Martínez, que existía en 1796, dato que conocemos por haber quedado documentada una gresca donde resultó herido un blandengue. Es muy probable que haya estado ubicada en las cercanías del fuerte.
Pulpería de Juan Amores, situada presumiblemente en la planta urbana de Rojas y que fue destruida por el ciclón de 1816.
Pulpería de Gorordo, en el antiguo camino a Pergamino y cerca del límite con el vecino partido. En 1880 estaba emplazada en el campo de Gorordo y López.
Pulpería “La Pampa”, ubicada en el camino de Rojas a Salto y que es el origen del paraje conocido con ese nombre.
Pulpería “De la Vuelta”, en la estancia de María y Elena Kenny.
Pulpería de Aniceto González, en el camino de El Pelado que iba hacia el entonces Fortín Mercedes (hoy Colón).
Pulpería de Claudio Linares, en el camino de Los Barriles.
Pulpería de Juan Galay, en el camino a Teodolina.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Labrada, Ariel –Historias de Rojas, Mayo (2013)
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