Saliendo de la capital por la ruta 3, que es la que lleva a Cañuelas y más allá a Las Flores, Azul y Bahía Blanca, a la altura del kilómetro 40 de la misma, el viajero ve una hostería que lleva por nombre el de Virrey del Pino. Por lo general nadie repara en ello. Y menos aún que desde allí parte una calle de tierra a cuyos escasos doscientos metros se halla el casco de una antigua estancia.
Ese lugar fue declarado monumento histórico por un decreto del año 1942 precisamente por haber pertenecido al virrey Joaquín del Pino, aunque parece ser que esa estancia nunca perteneció a tal Virrey. Esa estancia fue de Juan Manuel de Rosas, y allí pasaron muchas cosas muy importantes de nuestra historia.
Corría el año 1942 cuando se dictó el decreto Nº 120.411 por el cual el Presidente de la Nación, entonces el doctor Castillo, en base de una nota de la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos, declaraba monumento histórico al solar, un casco con cuatro hectáreas con los siguientes considerandos: “Edificio típico de arquitectura rural de fines del siglo XVIII, conocido como Estancia del Pino, en el distrito de Matanza. Perteneció al virrey don Joaquín del Pino”. Sin embargo, veremos cómo nunca el muy digno virrey pisó esos campos, ni puso sus plantas virreinales en ese casco.
La historia
Cuando Juan de Garay fundó a Buenos Aires, repartió suertes de solares; o sea lotes en la ciudad recién trazada en la pampa y “chácaras”, que así se llamaba por aquel siglo a las quintas. Para distribuir las suertes de las estancias debió esperar el arribo de Hernandarias, que traía por tierra desde la Asunción del Paraguay los primeros ganados. Pero los predios de estancias dado por nuestro fundador no llegaron hasta la estancia San Martín, que así se llamó en tiempos de Rosas, o del Pino, como se llama ahora. Situada esa estancia al sur del partido de la Matanza, en los lindes con Cañuelas, fue adjudicada por primera vez al capitán de la conquista, Cristóbal Ignacio de Loyola, por decreto del rey de España, Felipe III, en el año 1609, por servicios prestados a la corona, es decir a los veintinueve años escasos de fundada Buenos Aires, cuando aquellos pagos estaban en poder de los temibles querandíes.
Los límites de esa merced real eran de diez kilómetros de frente por quince de fondo. A la muerte de Loyola heredó esos campos su hija, Isabel de Guzmán, casada con el capitán Navarro. Por esa época un señor Juan de San Martín, que, a pesar de tener el mismo nombre que el padre de nuestro héroe máximo no tenía con él parentesco alguno, se ubicó en esos campos como intruso y tanto le gustaron que hizo levantar las primeras construcciones, que aún hoy se conservan.
A esta ocupación de hecho sucedió un juicio que concluyó con la sentencia el alcalde de Buenos Aires, ordenando el desalojo del intruso pero ya, según la costumbre de la época, se denominaba al lugar como estancia San Martín. Fallecido el capitán Navarro y su esposa, Isabel Navarro y Guzmán, su hija heredó la estancia. Esta propietaria casó con el capitán López de Tarija y a la muerte de ambos heredó el campo su hija Andrea, que se casó con Felipe de Arguibel.
Iban en tanto corriendo los años y ya estamos por el de 1721. Don Felipe de Arguibel compró varios campos vecinos que sumó a su estancia. Así en el año 1774 adquirió a los frailes recoletos una estancia de más de tres mil hectáreas y a Fermín Fretes el campo que llegaba desde el arroyo Chacón hasta el río Matanza. Dificultades económicas hicieron a Felipe Arguibel vender sus campos a Ambrosio Samudio, pero el tal Samudio también tuvo problemas económicos, y en concurso de acreedores le tocó en suerte a Felipe de Arguibel recuperar su estancia, donde ésta resultó acrecentada con las compras de campos vecinos que había hecho con anterioridad Arguibel.
¿Por qué se le atribuyó la estancia al Virrey del Pino?
A la muerte de Felipe de Argueil, la estancia fue comprada por Mercedes Saraza, viuda del capitán Francisco de Necochea, la madre del general Mariano Necochea, el héroe de nuestra Independencia que, viuda, se había vuelto a casar con el señor José María del Pino, que, por cierto, no era el virrey que se llamaba Joaquín, sino su hijo. Este José María del Pino era hermano de la esposa de Bernardino Rivadavia, que se llamaba Juana del Pino. Ambos fueron asiduos concurrentes a la estancia. Esta venta, la de la sucesión de Arguibel a la señora Saraza, viuda de Necochea y casada con el hijo del Virrey del Pino, se efectuó el 11 de setiembre de 1805. Así, la estancia perteneció a esta familia desde los años 1805 hasta el de 1822, y en esa época se la denominó Estancia del Pino, por el apellido de su propietario. De ahí proviene sin duda, el error de la Comisión Nacional de Museos y Monumentos, ya que confundió a José María del Pino, con el Virrey del Pino.
La estancia en la época de Rosas
Rosas, que había formado una sociedad con Juan Nepomuceno Terrero y Luis Dorrego para explotar faenas rurales y saladeros, adquirió para la firma esa estancia a los del Pino, el 20 de abril de 1822, y de esta manera volvió el predio a la familia de sus antiguos propietarios, pues Rosas estaba casado con Encarnación Ezcurra y Arguibel. Cuando tiempos después Rosas subió al gobierno, disolvió la firma Rosas, Terrero y Cía. y se reservó para sí en la división de los bienes, la estancia que él había vuelto a denominar San Martín.
Por esta estancia sintió Rosas particular predilección, pues además de contar con buenos pastos y aguadas, le quedaba cerca para su control directo.
El casco contaba, por ese entonces, con un escritorio, comedor, tres dormitorios y una capilla. El le agregó un gran baño, una amplia cocina y antecocina, otros tres dormitorios y un gran corredor que tomaba todo el frente. Además construyó un galpón con un altillo, dos cocheras y caballeriza. A unos ochenta metros de la casa principal, levantó la vivienda para el mayordomo y, algo más alejado, un edificio para huéspedes.
La estancia era un modelo de organización y Rosas mandó formar un monte con más de 70.000 plantas de acacia blanca, 50.000 paraísos, centenares de nogales, olivos y frutales y, lo más bello, una magnífica avenida doble de ombúes.
En los campos de la estancia San Martín pastaban los ganados más finos de la provincia, mejorados los rebaños por los servicios de aquel famoso toro Tarquino, el primer Shorthorn importado al país por el inglés Miller, que era vecino y amigo de Rosas.
Por ese casco fueron pasando los personajes más destacados de la época. Y allí, en una habitación que aún se conserva, tuvo lugar el 16 de junio de 1829 la famosa entrevista de Rosas con Lavalle, en la que trataron ambos de poner fin a la guerra civil. Ese episodio lo relata el coronel Pedro Lacasa, que fuera ayudante de Lavalle, con las siguientes palabras: “Era ya la noche cuando llegaron al Pino. Rosas no estaba allí; Lavalle pidió mate, preguntó por la cama de su contenedor y se acostó a dormir en ella con la mayor serenidad, vestido con botas y espuelas, como estaba. A la madrugada llegó Rosas, tomó un mate y pasó a despertar al general Lavalle, que dormía aún profundamente…..”.
La estancia después de Caseros
Cuando Urquiza levantó la confiscación de los bienes de Rosas, que le fuera impuesto por el gobierno de Buenos Aires luego de Caseros, el apoderado de Rosas, Juan Terrero, que era además su yerno e hijo de su viejo amigo, vendió la estancia a José María Ezcurra y Arguibel, cuñado de Rosas. La operación se realizó el 8 de noviembre de 1852 y el precio fue de dos mil onzas de oro.
En una carta existente en el museo de Luján, que Rosas le escribiera desde el exilio a su amiga Josefa Gómez, se refiere a esta venta con estas palabras: “Mi gobierno ha vuelto a disponer de los únicos bienes míos con que contaba para vivir en una moderada decencia y lo que me ha quedado de la venta de “San Martín” y de algunos ganados es muy poco”.
La estancia siguió en la familia y José María Ezcurra y Arguibel la hermoseó con nuevas plantaciones y un parque que diseñó el ingeniero Thays, que tan bellos parques hiciera en Buenos Aires.
A la muerte de José María Ezcurra y su esposa, sus hijos se dividieron los campos en el año 1876, tocándole el casco de la “San Martín” y la extensión de la misma a Lorenzo Ezcurra, casado con Alina Jolly Medrano. Fue durante la posesión de Lorenzo Ezcurra, que, aprovechando la casa para huéspedes que había construido Rosas, instaló en 1880 la primera escuela que funcionó en la zona.
Y esa estancia fue, ya cansada de años y de historia, punto de reunión de las personalidades argentinas de fines de siglo. Lo demás es crónica reciente: en el año 1929 los hijos de Lorenzo Ezcurra vendieron la propiedad a Domingo Kairuz, quien comenzó, en sucesivas reformas, a cambiar el tantas veces centenario casco.
Carlos Vigil hace la siguiente descripción del antiguo casco: “El edificio principal consta de doce habitaciones distribuidas en cuadro, la mayoría de las cuales convergen a un patio central. La capilla, dedicada primeramente a la Sagrada Familia, y luego a la Virgen de las Mercedes, tiene en su techo una campana de bronce labrado con una cruz en su parte superior.
Pieza de por medio con la capilla está la que Rosas usaba como escritorio y en la que se celebró la famosa entrevista con el general Lavalle.
El piso alto tiene una habitación cuya azotea era utilizada por Rosas como mirador. En esta pieza hay una comunicación secreta que pasando por un entrepiso situado debajo, da al pasillo. Aquí, según la tradición, el caudillo tenía siempre listo un caballo para escapar en caso de peligro.
La construcción es de paredes anchas, algunas de ellas hasta de ochenta centímetros de espesor, y las habitaciones tienen puertas de madera, más bien bajas, y muchas con ventanas que dan al parque.
Actualmente dentro de la propiedad se conservan un aljibe, un jagüel, las dependencias de servicio y la pulpería en la cual funciona ahora una escuela. La leyenda dice que la pared de la cocina que da al exterior se utilizaba para las ejecuciones. (¡Qué milagro!, la leyenda negra “oficial” persiguiendo a Rosas hasta en sus estancias).
La casa ha sufrido algunas modificaciones, entre ellas la de la galería, que antes era de tejas y ahora es de madera. El comedor y algunas otras habitaciones conservas sus primitivos pisos de ladrillos y los techos sostenidos por gruesas vigas de madera. En la época en que la propiedad perteneció a la familia Ezcurra se le agregaron dos piezas a la parte principal”.
A fines del año 1970 fue adquirida por la Municipalidad de la Matanza y en setiembre de 1972, por decreto Nº 6790, fue creado un museo y encomendada su formación a una Comisión de Estudios Históricos de la Matanza. Actualmente funciona allí el Museo Histórico de La Matanza “Brig. Gral. Don Juan Manuel de Rosas””.
Fuente
Castello, Antonio Emilio – Estancia del Pino.
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Todo es Historia – Año IX, Nº 103, Diciembre 1975.
Vigil, Carlos – Los Monumentos y Lugares Históricos de la Argentina.
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