La primer morada de Juan Manuel de Rosas en Inglaterra es en Devenport, en el “Moosehead’s Royal Hotel” (Real Hotel de la Cabeza del Alce) en la calle Fore. Devenport era entonces una población a dos kilómetros de Plymouth, de la cual es hoy sólo un barrio. Desde allí Rosas se dirige a la Reina solicitando permiso para alquilar una granja y trabajarla.
De allí pasa a Southampton, al oeste de Londres, donde se aloja en el “Windsor Hotel”. Se dedica entonces a estudiar inglés, cuyo aprendizaje iniciara a bordo del barco que lo condujo desde Buenos Aires, el “Conflict”. Más tarde alquila una casa en Rockstone Place en Carlton Crescent. Los domingos va a misa a la capilla católica de San José (84 Bugle Street). También concurre al Pub Red Lion (55 High Street). Donde entre cerveza y cerveza charla con sus nuevos amigos. Aún existe en él, y se exhibe como un tesoro: un cintillo federal. Enamorado de los alrededores de Southampton, Rosas escribe a Josefa Gómez acerca de zonas deshabitadas y arboladas, con ciervos, liebres y aves. Paseaba allí con frecuencia.
Un rincón criollo en Swaythling
En 1853 alquila a Willis Flemming una granja en Swaythling, a 10 km de Southampton, sobre la carretera de Londres. Se llama “Burgess Street Farm”. Cuenta alrededor de 50 hectáreas, aunque Adolfo Saldías dice que eran 34, atribuyendo su propiedad a Lord Palmerston. La granja estaba bastante venida a menos. Rosas la re-techó en paja –no por añoranzas folclóricas, sino por ser común en la zona-, le agregó tres ranchos para darle el aspecto de una estancia argentina, pero debieron ser construcciones de otro tipo. Hacer un rancho en Inglaterra, de chorizo o adobe, aparte de absurdo sería carísimo. Allí hay otros materiales más a mano y más baratos. Levantó corrales, bebederos y galpones, plantó robles y castaños e hizo un pequeño lago en el cual puso aves bonaerenses. Una escalera al techo servía de improvisado mangrullo. La granja de Swaythling tuvo vacas, caballos, gallinas y cerdos, así como también sembrados de hortalizas. Primeramente Rosas la sostuvo con el dinero proveniente de la venta de la Estancia San Martín (del Pino), y luego con la ayuda de sus amigos.
Adoptó el sistema criollo y a él asimiló a sus peones. Les enseñó el manejo del lazo y boleadoras y la equitación criolla. El último de sus peones vivió hasta 1928, y se llamaba Enrique Coward. Vestía a lo criollo: chiripá, botas, tirados; montaba, enlazaba y boleaba y había reunido ponchos, mantas y otros recuerdos.
En 1853 Manuelita se casa con Máximo Terrero y se va a Londres. En ese año su hijo Juan Bautista regresaba a América. Antes le escribe a su padre para pedirle permiso a fin de pasar a despedirse; Rosas vive solo y de recuerdos y cree no poder soportar la despedida, por lo cual le dice que prefiere que no venga. Juan Bautista no lo verá más.
En 1857 Prudencio, su hermano, muere en Sevilla. En 1859, desde París, le escribe su nieto Juan Manuel, también para ir a despedirse al volver a la Argentina. Como pasó con Juan Bautista, Juan Manuel prefiere que no lo haga. Tampoco se verán más. Así, de a poco, se van desgajando pedazos de su vida y de su corazón. Juan Manuel, su nieto, habrá de morir siendo gobernador de Buenos Aires, ocupando el mismo cargo que su abuelo y su tío bisabuelo.
En 1866 Rosas trabaja a la par de los jóvenes. Esporádicamente recibe visitas de la Argentina, y no todos son sus partidarios, como Alberdi y Quesada. Entre el 68 y 70 muere una de sus hermanas, un cuñado y su hijo Juan Bautista. En su soledad es feliz mirando un paisaje que tiene reminiscencias de su lejana pampa. Pero pasa momentos duros. Debe el arrendamiento; debe despedir a sus peones y se ocupa entonces de las más rudas tareas. Llega a dormir sólo tres a cuatro horas. Ya ha pasado los 80 años y eso mina su salud. En 1876 se vio obligado a vender las últimas vacas que le quedaban en la granja.
Sus últimos días
Un día de marzo de 1877 monta hasta tarde para encerrar unos animales. Tiene 84 años; el día es frío y húmedo. La tos lo ahoga; por la noche lo devora la fiebre. Su médico, el doctor John Wibbling le diagnostica bronconeumonía y manda a buscar a Manuelita. Ella ya no es una niña, tiene 61 años y sus hijos 18 y 20 años. Cuando esa noche Manuela quiere velar el sueño de su padre Mary Ann y Alice, las fieles servidoras la disuaden. Por la mañana del 14, Juan Manuel tose mucho y se ahoga; expectora sangre. Alice llama a Manuelita. La hija acariciando el rostro del anciano agonizante, como cuando era niña, le pregunta dulcemente:
-¿Cómo se siente tatita?
Rosas la mira desde lo profundo de sus ojos gris acero, hundidos por la fiebre, y esbozando una sonrisa musita:
-No lo se, mi niña…
Manuelita sale entonces a llamar al médico y al confesor; cuando vuelve, Tatita ha muerto. Son las siete de la mañana del 14 de marzo de 1877. Al día siguiente, sus restos, en un ataúd de roble son llevados al cementerio del condado. El Barón de Lagatinerie –su sobrino- y el padre Gabriel, en un coche; sus servidores en otro, y cerrando el cortejo el carruaje de su médico con Willis Flemming.
Sobriedad y grandeza. Pobre el cortejo, ¡pero qué trofeos!. Sobre el ataúd la bandera argentina de la Campaña de la Sierra regalada por el coronel Arenales, hijo del general; sobre ella, el sable que el Libertador José de San Martín le legara por “la firmeza con que ha sostenido el honor de la república contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarnos….”. Sobre el ataúd una chapa con su nombre como él lo escribía: “Juan Manuel de Rosas”, y las fechas de su nacimiento y su muerte. Sobre su tumba, un sobrio monumento, coronado por una cruz, y una lápida señalando su nacimiento, su llegada a Inglaterra y su muerte.
Fuente
Chavez, Fermín – Iconografía de Rosas y de la Federación – Buenos Aires (1970).
Luqui Lagleyze, Julio A. – Las moradas de Don Juan Manuel.
Saldías, Adolfo – Historia de la Confederación Argentina.
Todo es Historia – Nº 118 – Buenos Aires, Marzo de 1977.
Turone, Oscar A. – Rosas en el exilio – Buenos Aires (2008)
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