La época de Rosas, pintoresca, alegre y vital fue un momento propicio para la pintura argentina. El país conservaba su originalidad. Existía un estilo de vida y un alma nacional que se manifestaba en lo externo, en los hábitos, en las costumbres, en la indumentaria. La patria luchaba por sus ideales, reía y cantaba. Las danzas populares estaban en auge, la copla y el romance se escuchaban con rara fruición. Fue entonces cuando los pintores nativos y extranjeros se deslumbraron frente al mundo que se les presentaba. El paisaje les daba una flor virgen, admirada por los poetas; pero a la que los pintores todavía no habían expresado su cálido homenaje. Y sobre todo, en ese paisaje, quedaban revelados los pueblos y las campiñas argentinas con sus héroes nativos; tipos e individualidades hispano-criollas, formadas a través de varios siglos de cultura esencialmente española y por lo tanto católica. ¿Cómo no había de provocar el entusiasmo de los artistas, ese mundo original, donde el colorido no se imaginaba, sino que estaba en todas las cosas, desde la indumentaria hasta el carácter de los habitantes?.
Fue así que menudearon los costumbristas. Pintores, dibujantes, grabadores se dedicaron a interpretar el panorama de las cosas argentinas, los paisajes, los atuendos del morador de las pampas, los yantares criollos, y sobre todo, los tipos raciales de nuestra estirpe que aún viven en telas perdurables.
Durante el curso del siglo XIX los artistas costumbristas publicaron sendas colecciones de sus obras. Ya en 1820 Emeric E. Vidal daba a la imprenta, en Londres, sus “Ilustraciones Pintorescas”, que contenían escenas del Río de la Plata. Durante los tiempos del Restaurador se publicaron series de acuarelas, dibujos y litografías que constituyen un manantial para el conocimiento de las costumbres argentinas en el siglo XIX, son ellos los “Trajes y costumbres de Buenos Aires”, de César Hipólito Bacle, “Trajes y costumbres” de Gregorio Ibarra, “Recuerdos de Buenos Aires” de Carlos Enrique Pellegrini, “Album de la Plata”, de Adolfo d’Hastrel”, “Usos y costumbres del Río de la Plata” por Carlos Morel y posteriormente Juan León Pallière, publicó su famoso álbum costumbrista.
Artistas franceses
Es extraordinario el número de pintores extranjeros que pintaron en Argentina durante la época de Juan Manuel de Rosas. El grupo más importante es el de los artistas franceses, entre los cuales podemos citar, por orden de llegada al país, a Juan Felipe Goulu, Carlos Enrique Pellegrini, Amadeo Gras y Raymond Monvoisin.
Juan Felipe Goulu, llegó al país antes de 1816, pintó en él durante cuarenta años y falleció en 1855. Como retratista fue un pintor de calidad, que se revela en más de una obra, dándonos un ejemplo de su capacidad estética en cuadros como el de “Don José María Coronell” y el del “General Lucio Mansilla”. Como miniaturista Goulu llena toda una época. Fue maestro de García del Molino y sus obras son hoy raras muestras de un talento que inició en Argentina esta difícil y encantadora tarea estética. Las miniaturas de Sixto Quesada, de Dominga Rivadavia, de Cirilo Crespo, demuestran la rara perfección a que había llegado el autor.
Eduardo Schiaffino, pintor afrancesado, autor de un libro sobre “La pintura y la escultura en Argentina”, impresa en París en 1933, que abarca todo el siglo XIX, atribuye la miniatura de Juan Manuel de Rosas, que está en el Museo Histórico Nacional, a Goulu. Schiaffino que dedica un largo capítulo en su libro a la pintura de la época rosista, se ocupa con insistente agresividad y con verdadera ignorancia de la historia, a combatir y agraviar a Rosas. Por momentos se puede afirmar que el lugar de la crítica pictórica ha sido reemplazado, en ese libro, por el libelo antirrosista de corte unitario. La afirmación de Schiaffino, atribuyendo a Goulu, la famosa miniatura del Restaurador, donde éste representa unos treinta y cinco años, es rebatida por José León Pagano en su libro “García del Molino, el Pintor de la Federación”, sin que este crítico señale tampoco el nombre de quien pudo ser el autor de la misma, expresando que la estética de Goulu revela un espíritu distinto al que concibió las miniaturas de Rosas y Quiroga y Quiroga, del Museo Histórico Nacional.
Carlos Enrique Pellegrini, fue el pintor y dibujante del viejo Buenos Aires, de hombres y mujeres de la época. Todavía no se había inventado el daguerrotipo. No solo fue el retratista del canónigo Segurola, de Juan Manuel Agüero, de la familia de Manuel Mateo Masculino, el famoso creador de los peinetones, Pellegrini penetró en la psicología de hombres y mujeres de la sociedad de la época y supo comunicar a sus retratos esas expresiones que señalan los rasgos más característicos de cada persona.
Amadeo Gras, que llegó a Buenos Aires en 1832, se reveló como notable retratista y músico. Fue un viajero incansable. Su descendiente, Mario César Gras, en un hermoso libro, relata los viajes del pintor por América y la Confederación Argentina. Como Goulu y Pellegrini, Gras se quedó en el país y realizó una obra fecundísima. Fue un retratista magnífico, cuyas obras, como la mayoría de los pintores de esos tiempos están en manos de particulares y otras han sido llevadas al extranjero.
Raymond Monvoisin
Como sería de milagrosa nuestra tierra en los felices tiempos del federalismo rosista, que un pintor extraordinario como Raymond Monvoisin, que en Europa, a pesar de su talento, se perdía en artificiosidades, en creaciones teatrales, como los cuadros de batalla que inundaron los salones de la época y de los que él era brillante y decidido cultor, encontró en Buenos Aires la realidad de su arte. Su biógrafo, David James, dice que Monvoisin “dejó en Buenos Aires las mejores obras de su carrera”. Efectivamente, Monvoisin, en su estada en Buenos Aires, de paso para Chile, pintó para el barón Picolet d’Hermillon, tres magníficas telas, sus tres obras maestras: “El soldado de la guardia de Rosas”, “El gaucho federal” y “La porteña en la iglesia”. Estas telas fueron pintadas en 1842. En ese tiempo Argentina estaba en guerra con Francia y Monvoisin debió conspirar con otros compatriotas suyos, que aprovechaban de estas tierras para atacar al gobierno argentino, ya que tuvo que partir para Chile después de tres meses de residencia en Buenos Aires. Partió llevándose un retrato del general Rosas, inconcluso, que le sirvió para realizar otro retrato ecuestre del Restaurador. La primera de estas obras, que Monvoisin pintó en Buenos Aires, fue adquirida por el gobierno argentino en 1903, por intermedio el nombrado Schiaffino, en un viaje que realizó a Europa. Respecto a esta adquisición, uno de los herederos de Monvoisin, dirigía la siguiente carta a su pariente Labadie, el 9 de junio de 1904: “…..Hemos vendido al señor Schiaffino, Director del Museo de Buenos Aires, el retrato de Rosas, con algunas dificultades, es cierto, pues estaba en muy mal estado y no tenía firma. Mi tío abuelo debió hacer ese retrato del natural, como estudio para la gran tela donde está representado Rosas de tamaño natural a caballo, tela que desapareció en 1870, durante el sitio de París. Le dimos un certificado garantizando su autenticidad….” “El señor Schiaffino ha tenido que hacer un viaje a Italia. Antes de su partida nos anunció que el retrato de Rosas está restaurado y que nos enviaría una fotografía”. Ni en su larga estada en Chile, ni en los años pasados en Europa, logró Monvoisin pintar lo que en tan poco tiempo realizó en Argentina. Los gauchos federales le dieron tema para dos de sus obras maestras y una escena de la vida religiosa de la Capital porteña le inspiró otra producción magistral. El retrato del Restaurador que se puede ver en el Museo Nacional de Bellas Artes, atestigua el talento del autor, que se reencontró en el Plata y que abandonó para ejercer en Santiago de Chile una función docente.
La obra de los artistas que pintaron en la época de Rosas, y aún de todo el siglo XIX, se va descubriendo después de pacientes investigaciones. Del austríaco Juan M. Rugendas que nos visitó en 1845, eran conocidas muy pocas obras, sus escenas de costumbres se han descubierto alrededor de 1930. Del italiano Descalzi sólo se sabe del retrato de Rosas, editado luego en París, y de un autorretrato que figura en el Museo de Luján.
Artistas argentinos
Si a los artistas extranjeros le atraía el país de la Confederación Argentina por su originalidad y muchos de ellos se quedaban para siempre, qué no sucedería con los argentinos que realizaron entonces una labor magnífica, estética y documental, cuando Argentina tenía una fisonomía propia, una idiosincrasia y un alma que después se fue enturbiando en la medida que se extranjerizaba, perdiendo aquella savia que le dio fuerza y lozanía durante más de tres siglos y transformándose en una entidad distinta a la nación que se desarrollaba bajo principios claros y definidos.
A Fernando García del Molino puede considerársele como pintor argentino, ya que no sólo se hizo, vivió y murió en Buenos Aires, sino que fue uno de los artistas consubstanciado con el ideal nacionalista de la Confederación. Sus retratos son de un raro valor psicológico, de un realismo emparentado con la escuela española y de un colorido vivaz, que podemos admirar en telas como las del “Coronel Joaquín Hidalgo”. Fue el intérprete en retratos de hombres conspicuos de la Federación. Su lealtad y admiración por el Restaurador lo demuestra durante toda su vida. En dibujos, apuntes y óleos, en miniaturas y aguadas está viva la imagen de Rosas. García del Molino la pinta y dibuja en la juventud y en la edad madura. Cuando ocurre el destierro después de la traición de Urquiza, solicita una imagen de Rosas anciano y sobre ella, y con el conocimiento de la personalidad del héroe en el exilio, construye nuevos ensayos, nuevos retratos hasta lograr los perfiles que desea. García del Molino, creó notables miniaturas y pintó el retrato de su amigo, otro gran pintor: Carlos Morel.
Carlos Morel es un costumbrista, un patriota, un entusiasta de la Federación y un gran artista. Pertenece más que al retrato a la composición. Sus “Payada en una pulpería”, “Carga de caballería del ejército federal” y “Combate de caballería en la época de Rosas” constituyen verdadera obras maestras; definen una época y una personalidad del pintor. Los dibujos de Morel son estupendos, tanto cuando nos muestra una escena en la pampa con sus carretas como cuando nos describe una danza criolla, con gracia y movimiento. La historia argentina de una época nos ha pintado y dibujado Morel. Tipos de montoneros, de gauchos, de mujeres criollas, costumbres, atuendos, paisajes, diversiones campesinas y pueblerinas con todo el frescor, la alegría y el drama de su tiempo. Carlos Morel es un pedazo de historia patria. Los artistas entonces no están divorciados de la realidad de su ambiente, viven y sienten los ideales nacionales con un fervor que los cautiva por completo. El gran retratista que viene después de García del Molino y de Morel, Prilidiano Pueyrredón, es un pintor tradicional, a la manera española, realista como Vicente López. Logra creaciones construidas con perfección de miniaturista, de artista que no descuida el más mínimo detalle de su oficio. Es el pintor de ombúes, de carretas, de motivos de la sociedad porteña; pero ante todo es el pintor de Manuelita. Esa sinfonía en rojo, donde pervive con toda su sencillez, pero también con señorío, Manuela Rosas, es una obra maestra de Pueyrredón, pintor también de interiores porteños, de las barrancas de San Isidro, de las estancias bonaerenses, de los rodeos y de los “gauchos” de la colección de Teodoro Becú.
Muchas de las obras pintadas en el siglo de nuestras grandes guerras, han desaparecido o permanecen perdidas en desvanes, lejos de los que pueden sentir y vivir una época que exaltó el pincel. De Juan L. Camaña que fue pintor y enseñó dibujo en Buenos Aires se conoce un cuadro intitulado: “Soldados de Rosas”, de Marcelino San Arromán, un óleo de “José María Roxas y Patrón”, ministro de Hacienda del General Rosas, fechado en 1839.
Con el andar del tiempo aparecen algunas pinturas y grabados de indudable valor estético. El egoísmo de particulares impide que los museos completen colecciones necesarias para el estudio de la pintura argentina en el siglo XIX. Hace falta intensificar los medios para adquirir obras que puedan servir en el futuro para obtener un conocimiento serio del pasado histórico, injustamente olvidado. Ha habido negligencia, egoísmo, desamor por la cultura. La época de Rosas fue para la pintura argentina un verdadero renacimiento, un encuentro del pintor con un mundo viril, lleno de colorido, todo acción, movimiento y al mismo tiempo dotado de vida interior, de tradiciones que persistían a través de los siglos y que daban originalidad a nuestras costumbres hasta provocar el asombro y la admiración de los extranjeros que nos visitaban.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar
Schiaffino, Eduardo – La pintura y la escultura en Argentina – Buenos Aires (1933).
Tarruella, Alfredo – Pintores de la época de Rosas – Buenos Aires (1951).
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