El regreso de los Jesuitas, expulsados del país desde los tiempos de Carlos III obedece a gestiones de Rosas que, conociendo y valorando la obra civilizadora de los hijos de San Ignacio, quiere poner en sus manos la formación espiritual de la juventud argentina. Esas gestiones cristalizan con el arribo a Buenos Aires, en agosto de 1836, de seis religiosos de la Compañía de Jesús, a los cuales Rosas, por decreto de fecha 26 del mismo mes, manda entregar el viejo edificio del Colegio para que vivan en él según las reglas de la orden, “reciban allí a todos los demás individuos de la Compañía que vengan de Europa, a observar su instituto en esta Provincia, y establezcan las aulas de estudios que el Gobierno tenga a bien encomendarles”.(1) El Decreto, como se ve, restituía a la benemérita Orden el edificio de que se le había despojado al cumplirse la Real Cédula del 27 de febrero de 1767, con lo que se reparaba una flagrante injusticia. Al mismo tiempo, y en esto radica su enorme trascendencia, reincorporaba para siempre a la cultura argentina, los inapreciables servicios de una Congregación religiosa que se caracterizó en todo momento por su acendrada dedicación a la enseñanza.
Se ha dicho para siempre porque la desavenencia con el Gobierno que obligó a la Orden a dejar el Colegio en 1841 no logró desarraigarla del país; sus componentes se dispersaron pero no emigraron: continuaron ejerciendo la docencia en forma privada y, caído Rosas, se congregaron de nuevo para establecer otros Colegios que como el Salvador de Buenos Aires y la Inmaculada de Santa Fe son modelos en su género.
El apoyo que Rosas prestó a la Compañía permitiendo ese arraigo y fomentando su acción civilizadora, está ampliamente documentada en el Registro Oficial de la Provincia.
Por decreto de fecha 7 de diciembre de 1836 se establece que “siendo uno de los primeros conatos del Gobierno facilitar el estudio de las ciencias más útiles y necesarias al país” se faculta a los Padres de la Compañía de Jesús “para abrir desde ahora en el Colegio que se les mandó entregar por el decreto del 26 de agosto, aulas públicas de gramática latina y después, cuando puedan y lo indiquen las circunstancias, enseñar la lengua griega y la retórica, poner escuelas de primeras letras para varones, y establecer cátedras de Filosofía, Teología, Cánones, Derecho natural y de gentes, Derecho civil y Derecho público eclesiástico, como también de Matemáticas”. Por el artículo 2º se disponen refacciones en el edificio del Colegio; por el 3º se ordena al Rector de la Universidad ponga a disposición del Superior de los Jesuitas “todos los trastos, muebles y utensilios que haya de más en el establecimiento de su cargo, y que no haciendo allí falta puedan ser útiles al servicio de dichas aulas, cuya entrega se hará bajo prolijo inventario”.(2)
Otro decreto de la misma fecha fija una subvención de 450 pesos mensuales para la subsistencia de los padres de la Compañía, la que corre desde el día 1º de octubre, y tiene por objeto allanar “las dificultades comunes y ordinarias que al principio del restablecimiento de la Compañía de Jesús en esta Provincia, deben tocar los individuos de ella, para proporcionarse la subsistencia necesaria, dejándolos más expeditos para prestar importantes servicios a la Religión y al Estado, en las principales funciones de su instituto”. (3)
Rosas se siente congratulado de haber obtenido el reintegro de la Compañía que será factor inapreciable para el progreso cultural del país y, en tal sentido, comunica su alborozo a la Legislatura consignando en su mensaje del 1º de enero de 1837: “Un corto número de Jesuitas arribó a nuestras playas. El Gobierno, recordando que la Compañía de Jesús había rendido a estas Provincias muchos e importantísimos servicios, que uno de los objetos de su instituto es la educación de la juventud; que sus colegios se hallan restablecidos en las naciones más libres, con utilidad pública; y que cualesquiera que fuesen los pretendidos motivos de su extinción en este país, hoy las circunstancias son del todo diferentes, les ha entregado las llaves de su antigua casa, para que la habiten en comunidad, conforme a su regla”.
Seducidos por los unitarios
Los Jesuitas iniciaron los cursos del Colegio bajo tan elocuentes auspicios del gobierno, y con la decidida protección de las familias principales, que les confiaron la educación de sus hijos; el establecimiento se acreditó rápidamente y todo marchó como sobre rieles hasta 1841, año en que se dejaron seducir por el canto de sirena de los unitarios adoptando actitudes que desagradaron al gobernador. No hubo decreto de expulsión inmediato pero las circunstancias les indujeron a abandonar el colegio, dispersándose a la espera de los acontecimientos, unos alojándose en casa de particulares y otros estableciéndose en las provincias pero continuando todos su eficaz obra docente, hasta que las intemperancias del Superior P. Mariano Berdugo hicieron imposible su permanencia en Buenos Aires.
Rosas en su mensaje a la 19ª Legislatura dio cuenta del episodio con las siguientes palabras: “Los Padres de la Compañía de Jesús, sin embargo de sus virtudes cristianas y morales, reunidos en comunidad y sujetos a la obediencia de un Superior opuesto a los principios políticos del Gobierno, no han correspondido las esperanzas de la Confederación, consignadas valientemente en el decreto de su restitución. Su marcha de fusión opuesta al sentimiento federal, desagradaba altamente mucho a la opinión pública contenida por los respetos del Gobierno. Pronuncióse después fuertemente, y los Padres de suyo dejaron el Colegio. Comunicará el Gobierno a Su Santidad este suceso, y sus relativas circunstancias”.(4)
No está suficientemente aclarada la causa que originó el retiro de los Jesuitas motivada, según Salvadores, “por las actividades de la Orden, cuyos miembros, poco dispuestos a someterse a la voluntad de Rosas, habrían conspirado. Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que no sólo en Buenos Aires se hicieron sospechosos y que se les acusó de haber favorecido en algunas provincias el tránsito de armas para los unitarios”.(5)
Colegio Republicano Federal
El abandono del Colegio por parte de la Compañía de Jesús no determinó, empero, su clausura, pues continuó con el nombre de Republicano Federal, con la subvención del gobierno y bajo la dirección del ex-jesuita, Francisco Magesté y Marcos Sastre, fundador del Salón Literario.
La enseñanza en este Colegio estaba dividida en primaria y media. Salvadores refiere así su plan de estudios y la reglamentación a que el establecimiento estaba sometido. “La primaria tenía el mismo contenido de las escuelas oficiales, con excepción de una materia, geografía, que en aquéllas no se enseñaba. La enseñanza media comprendía tres grupos: idiomas (latín, inglés, francés, italiano y griego); literatura y ciencias (humanidades, retórica, filosofía, matemáticas, física experimental, historia, literatura, poética y religión); bellas artes (dibujo, música vocal, piano, guitarra, flauta e instrumentos de viento). La distribución del tiempo se hacía de acuerdo con el siguiente horario: Los escolares se levantaban a las seis en invierno y al amanecer en primavera y verano. Rezaban una oración y pasaban al estudio, entrando a clases a las siete y las interrumpían de ocho y media a nueve para desayunar. A las once oían misa en la capilla, a las doce daban clase de ortografía. Después de la comida, que se servía a las dos, tenían asueto hasta las cuatro. A esa hora entraban a clase de geografía, especialmente americana; de cinco a seis rezaban el rosario, pasando luego a la sala e estudio, hasta las ocho. Después de la comida tenían repaso de lecciones hasta las diez, hora a que terminaba la jornada del día. Los domingos se daban clases especiales de educación (religión, moral, urbanidad e higiene) y por la tarde realizaban paseos en comunidad, los que no eran solicitados por las familias. Cada dos meses confesaban. Las vacaciones, que duraban un mes, las pasaban en las propiedades de San Fernando y Conchas (actual Tigre), debiendo cumplir un programa de estudio y esparcimiento. El reglamento era minucioso y severo. Se habían instituido premios que otorgaba un tribunal constituido por los mismos alumnos. Los colegiales llevaban como distintivo una banda de seda punzó con un escudo de plata y las armas de la Confederación”.(6)
Memorias de Miguel Navarro Viola
El doctor Miguel Navarro Viola en sus Memorias juveniles, transcriptas por Agustín Rivero Astengo,(7) narra su paso por las aulas del Colegio Republicano Federal, aportando datos interesantes sobre la enseñanza allí impartida y sobre las modalidades adoptadas para estimular al estudiantado.
“Continué allí –refiere- estudios de gramática latina, historia, geografía y letras. En retórica tuve por maestro a Manuel Escalada y José Antonio Wilde me enseñó geografía. M. Sourignes tomó a su cargo la clase de historia y José J. Pitra, la de inglés. Entre este cambio de métodos y profesores corrió el año y llegaron los exámenes públicos, tocándome la primera oración de Cicerón contra Catilina y cuatro Odas de Horacio que analicé y comenté. Obtuve en este examen el segundo premio y otro igual en inglés. Dos días después, apareció una alabanza en el Diario de la Tarde, donde figuraba mi nombre entre los alumnos sobresalientes.
En las vacaciones de 1844 arreglé, copié y mandé encuadernar todas las composiciones que hice en 1842 y 1843… Hice encuadernar, también, algunos versos por los que tengo siempre afición, poniéndole al volumen este título: Ocios juveniles. El término de las vacaciones me obligó a pasar de la corrección de poesías al estudio árido de la aritmética y matemáticas, aficionándome, entonces por la filosofía, cuyo curso dictaba el P. Magesté y continuó el doctor José B. Gorostiaga. Las matemáticas las enseñaba Mariano Martínez, según texto de Avelino Díaz, habiéndose establecido durante el año un curso de taquigrafía a cargo de Ramón Escobar, primer taquígrafo de la Sala de Representantes”.
Refiere luego Navarro Viola que decidido a seguir la carrera de leyes, habló con el Superior de San Francisco, fray Nicolás de Aldazor (que en 1841 casi es fusilado por Juan Lavalle), para estudiar allí el segundo año de filosofía con fray José Nicolás de Lacunza. “En esta materia –agrega- me examinaron los doctores Gorostiaga e Ildefonso García, clasificándome sobresaliente por unanimidad. En los exámenes públicos de 1845 sostuve el acto de filosofía con José Boneo y Juan Anchorena. Hablé hora y media y me replicaron Nicolás Anchorena, J. Mascías y F. Figueroa. En la clase de inglés, Juan Agustín García y yo nos presentamos a traducir un trozo de un bello diálogo de Pope, saliendo ambos muy bien de la prueba. Ese año los premios consistieron en una medalla de plata, del tamaño de un peso fuerte, con esta inscripción en un lado: Colegio Republicano Federal – Buenos Aires, y en el otro: primer premio. Me dieron, también, un certificado de estudios, suscripto por el presbítero doctor Francisco Magesté, como director del Colegio, y por Marcos Sastre, como secretario. Los referidos premios los entregó el ministro Insiarte, que hacía las veces de gobernador”.
Todos estos datos suministrados por un testigo de la época de indiscutida autoridad, no pueden ser más interesantes y prueban que Rosas, si no presidía personalmente la entrega de premios a los educandos que se distinguían, delegaba esa función en sus ministros, demostrando así la preocupación del gobierno por el desarrollo de la cultura pública.
Rosas visto por un diplomático francés
Antes de finalizar este tópico, es conveniente transcribir algunas observaciones que sobre la instrucción pública en la época de Rosas anota un diplomático francés que nos visitó en 1847, M. Alfred de Brossard, el cual, no obstante la evidente mala voluntad con que juzga al gobernante argentino y su propósito de desprestigiarle, (no en balde había participado de la fracasada misión del Conde Walensky) suele ser objetivo y veraz en los datos que aporta. Dice M. Brossard: “El gobierno actual se jacta de proteger particularmente y de dirigir la instrucción pública. Actúa en esto con miras políticas fáciles de apreciar y ha instituido al efecto una comisión, presidida por un representante (Lorenzo Torres). Esta comisión tiene mano ancha en los estudios y recibe directamente las inspiraciones del general Rosas. A pesar de esta tutela o quizás a causa de este apoyo inmediato, la instrucción pública sigue mal camino en Buenos Aires. La enseñanza es nula en el campo y en este sentido no se puede ni se debe ocupar de nada, que no sea la capital. Existe cierto número de establecimientos de instrucción primaria y secundaria. La Universidad para altos estudios, fundada bajo los auspicios de Rivadavia, ha sido suprimida por Rosas y su renta unida al dominio del Estado.(8) La mayoría de los establecimientos de instrucción primaria creados por Rivadavia han desaparecido .(9)
En cuanto a los establecimientos de instrucción secundaria o colegios, hay dos: el de San Martín y el colegio Republicano Federal. El colegio de San Martín posee de ciento veinte a ciento cincuenta alumnos. Está dirigido por un francés muy distinguido, el señor Clairemont, antiguo alumno de la Escuela Politécnica, a quien sólo se le puede reprochar haber tomado los colores y la divisa argentinos, impuestos por decreto del 26 de marzo de 1844 a todo jefe de institución, sea o no hijo del país. Los estudios pasan por ser más difíciles en el San Martín que en el colegio Republicano Federal. Este está establecido en el local del viejo colegio de los jesuitas, al cual ha remplazado. Los detalles de este cambio son lo bastante curiosos para recordarlos aquí. La Compañía de Jesús había sabido conservar, como se sabe, hasta 1841, mano ancha sobre la educación de la juventud argentina, y parecía gozar de todo el favor del gobierno. Pero el general Rosas no es hombre que deje subsistir largo tiempo una institución de la cual no disponga en absoluto y una sociedad tan poderosa como la de los jesuitas no podía sino hacerle sombra. Ya hemos visto que el gobierno se había quejado oficialmente de su neutralidad entre todos los partidos. Se pretende, además, que había conseguido la prueba de que la sociedad estaba en connivencia con sus enemigos. Hasta se ha llegado a decir que el padre Magesté, prior de los jesuitas, fue el primero en enterar al gobernador de los secretos de su Orden.
Cuando después del motín del 4 de octubre de 1841, evidentemente inspirado por el general Rosas, los Padres fueron expulsados de su colegio y del territorio argentino, el padre Magesté quedó solo en Buenos Aires y esta excepción pareció justificar la sospecha de delación que pesa todavía sobre él. Y no tardó, por lo demás, en renunciar a los hábitos,(10) tomó la divisa federal y quedó en posesión del colegio devastado…
A pesar de la devoción del padre Magesté, su establecimiento arrastró una existencia lánguida. Un francés, el señor Larroque, le hacía una competencia enojosa, pero a raíz de ciertas insinuaciones hechas a este último, se apresuró prudentemente a unirse al padre Magesté, operándose así una fusión de las dos instituciones rivales, conocidas desde entonces bajo el solo nombre de Colegio Republicano Federal. Algunas adulonerías hábilmente calculadas de los directores y en particular de Larroque,les atrajeron la benevolencia personal del gobernador y por consecuencia una subvención. La misma consistía en una asignación anual de 20.000 piastras (6.600 francos). El gobierno paga, además, cierto número de becas para los hijos de los funcionarios públicos o de patriotas de mérito, y provee al mantenimiento del gabinete de física.
A este precio, los directores del colegio, que cuenta hoy día con trescientos alumnos, sufren la influencia de la comisión de instrucción pública, que recibe a su vez, como lo hemos dicho más arriba, la del jefe de Estado. El deber de esta comisión es trazado, por lo demás, en los siguientes términos por el gobernador, en su mensaje a la Sala de Representantes en 1847:
Principios esenciales
“Regular la enseñanza sobre la santa religión del Estado, sobre los principios de la moral, de la causa nacional y sagrada de la Federación, y sobre el progreso de las ciencias”.
¿Cómo la comisión, o para hablar más exactamente, cómo aquellos cuyas inspiraciones acepta, entienden cumplir con este deber? Podrá hacerse una idea justa de ello cuando se sepa que su programa, calcado más o menos, en la parte relativa a los estudios preparatorios, del programa redactado en 1821 por Rivadavia para la universidad, sólo ha sido modificado en la práctica para excitar en la juventud argentina las pasiones políticas y el odio a los extranjeros. En cuanto al resto, nada más insignificante y atrasado que el modo en que este programa ha sido puesto en ejecución. La enseñanza abarca, en verdad, el latín francés, inglés, filosofía, historia, matemáticas y física experimental. Pero, en latín, no se va más allá de Quinto Curcio, de Ovidio y de los fragmentos escogidos de Cicerón.(11) El estudio del francés y del inglés se limita a los principios de gramática y a la explicación del “Telémaco”, para el primero y del Nuevo Testamento para el segundo. El curso de historia es nulo de hecho, y el de geografía sólo comprende la descripción de las provincias argentinas. En cuanto a la filosofía está erizada de fórmulas barrocas y de argucias escolásticas de la Edad Media. El curso de matemáticas y el de física es puramente elemental.
Todo esto es tanto más deplorable si se considera que la inteligencia de los argentinos es generalmente muy evolucionada; los niños muestran aptitudes precoces, aprenden con gran facilidad y se expresan sobre las materias de sus estudios con una facilidad más grande aún. Hemos podido apreciar personalmente todas estas cualidades cuando los exámenes del colegio. Estos exámenes son públicos; tienen lugar anualmente durante ocho días consecutivos, mañana y tarde, y versan sobre todas las materias de la enseñanza. Son precedidos o seguidos de discursos o, para hablar exactamente, de ampliaciones pronunciadas por los profesores sobre diversos temas, pero por lo general en el sentido de la mayor gloria de la joven América y de la política del general Rosas. Así una de las cuestiones más largamente tratadas en el programa de geografía es ésta:
“Demostración de los derechos perfectos de la Confederación Argentina sobre el Paraguay, sobre la costa patagónica y las islas Malvinas; derechos injustamente rebatidos y desconocidos por las potencias europeas”.
En uno de los discursos de que hemos hablado, un profesor se ocupó del porvenir de las provincias argentinas. Su oración, que no duró menos de una hora y cuarto, versó casi únicamente sobre los dos puntos siguientes:
1. Europa está vieja y agotada; América es joven y llena de vida. Europa desborda de pueblos hambrientos que se disputan los magros productos de su suelo empobrecido; América encierra en su seno fecundo el alimento de muchos millones de generaciones, Europa, que oye por todas partes gritar de hambre a sus hijos, debe estimarse feliz de que América quiera acordarle, al precio que sea, pan y asilo.
2. El porvenir más brillante espera a las provincias argentinas. Estaría mucho más cerca nuestro si la avidez de los extranjeros no hubiese pretendido explotar esas regiones en provecho exclusivo, y si una intervención tan injusta como violenta no hubiese venido a traer el hierro y el fuego a las felices orillas del Plata. A esta intervención criminal hay que achacar la responsabilidad por la sangre vertida y por los males que retardan la prosperidad de estas tierras. Pero el gran Americano vela por los destinos de la patria y sus heroicos esfuerzos sabrán asegurar su felicidad y su gloria.
El panegírico al general Rosas y un elogio a su figura coronaron ese trozo de elocuencias. Si se piensa que todo esto era dicho ante un auditorio numeroso, ante el cuerpo diplomático y consular invitado oficialmente a honrar los exámenes con su presencia, y en un país en donde nada se dice ni se imprime sin el conocimiento y la autorización del general Rosas, es fácil apreciar la dirección impresa a esa enseñanza.(12)
Los datos aportados por M. Brossard, no obstante la malevolencia con que son presentados resultan muy ilustrativos y confirman que Rosas a pesar de las dificultades del bloqueo anglo-francés, seguía protegiendo la instrucción de la juventud y que la enseñanza pública se desarrollaba normalmente en 1847. Y en la crítica que el diplomático francés consigna al programa de geografía y que ha subrayado, así como al discurso del profesor que se ocupó del porvenir de las Provincias Argentinas, en los exámenes que presenciara, evidencian la política juiciosamente nacionalista que se seguía en materia educacional durante la época de Rosas. Sólo extranjeros interesados en absorbernos, o argentinos descastados, o de visión limitada pueden condenar o censurar esta orientación, realmente patriótica, de la enseñanza pública en 1847. El discurso del profesor de la escuela rosista que motiva la befa de M. Brossard es de permanente actualidad entre nosotros y parece escrito para la hora presente.
Referencias
(1) Registro Oficial del Gobierno de Buenos Aires, año 1836, libro 15, página 84.
(2) Idem, página 168 y 164.
(3) Idem, página 162.
(4) Idem, año 1841, libro 20, página 157.
(5) Antonino Salvadores, Op. Cit. Página 132.
(6) Op. Cit., páginas 152 y 153.
(7) Miguel Navarro Viola – El opositor victorioso, Edit. Kraft, páginas 19 y 20.
(8 )Lo de la supresión de la Universidad es falso, según se verá más adelante.
(9) Tampoco eso es verdad. M. Brossard se había informado a este respecto en fuentes unitarias empeñadas en exaltar a Rivadavia y denigrar a Rosas.
(10) Esto no es verdad. El P. Magesté, virtuoso sacerdote, no colgó los hábitos jamás. Caído Rosas y sindicado de mazorquero, se estableció en la República Oriental donde fue cura párroco de Pando y de Florida y Fiscal Eclesiástico, falleciendo en Montevideo el 24 de diciembre de 1864.
(11) Los gobiernos liberales que sucedieron a Rosas, suprimieron totalmente la enseñanza del latín de los colegios argentinos. ¿No es este un retroceso? La crítica de los programas de enseñanza que consigna M. Brossard es infantil y no resiste el menor análisis. No olvidemos que Brossard era un agente del enemigo.
(12) Alfredo de Brossard, Rosas visto por un diplomático francés, traducción de la obra “Considerations historiques et politiques sur les republiques de La Plata”. Editorial Americana, páginas 313 a 318.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Gras, Mario César – La Cultura en la Epoca de Rosas.
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