Juan Facundo Ouiroga nació en San Juan de las Manos, Provincia de La Rioja en 1788. Su padre fue el estanciero José Prudencio Quiroga, a quién Facundo ayudó a conducir sus propiedades a partir de los 16 años. Tras un breve paso como voluntario por el Regimiento de granaderos a caballo, en Buenos Aires, regresó en 1816 a La Rioja, donde colaboró activamente con el ejército del norte que luchaba contra los realistas, proveyéndolo de ganado y tropas. En 1818 recibió de Pueyrredón el título de “benemérito de la Patria” y a fines de ese año intervino destacadamente para sofocar un motín de prisioneros españoles en San Luis.
A partir de 1820, con el cargo de jefe de las milicias de Los llanos, se inició en La Rioja la preponderancia de Quiroga. Además asumió la gobernación de la provincia, aunque sólo fue por tres meses, pero en los hechos continuó siendo la suprema autoridad riojana.
Quiroga brindó su apoyo entusiasta al Congreso de 1824 reunido en Buenos Aires, pero pronto se produjo su ruptura con los unitarios porteños. Junto a los otros gobernadores que resistían la política centralista de Rivadavia que culminó con la sanción de la Constitución unitaria, se levantó en armas contra el presidente, enarbolando su famoso lema de “Religión o Muerte”. Su lucha contra los unitarios había comenzado, en realidad, en 1825, cuando Quiroga derrotó a La Madrid – usurpador del gobierno de Tucumán – en El Tala y Rincón de Valladares.
Caído Rivadavia, Quiroga apoyó la efímera gestión de Dorrego, cuyo fusilamiento volvió a encender la chispa de la guerra civil. Facundo se convirtió entonces en figura descollante del movimiento federal y, en el interior, enfrentó a las fuerzas unitarias del General Paz. El Tigre de Los Llanos, como lo llamaban amigos y adversarios, cayó derrotado en La Tablada y en Oncativo.
En Buenos Aires, con la ayuda de Rosas, formó una nueva fuerza, llamada División de Los Andes. Al frente de ella ocupó San Luis y Mendoza, en Córdoba persiguió a La Madrid – el jefe de las fuerzas unitarias después de la captura de Paz – y, ya en tierra tucumana, lo derrotó completamente en La Ciudadela. En esos momentos su poder y su prestigio alcanzaban el punto más alto. Después de participar en la etapa preparatoria de la campana del desierto realizada por Rosas, permaneció con su familia en Buenos Aires durante un tiempo. Aquí Quiroga dedicó el resto de su vida a intentos (solo o con otros federales) de convocar un congreso constituyente para formar la estructura orgánica de una república federal.
Durante el gobierno del doctor Manuel Vicente Maza, se le encomienda a Facundo Quiroga una gestión mediadora, ante la gravedad que estaba teniendo el conflicto surgido entre las provincias de Tucumán y Salta. La idea, con seguridad, ha sido de Rosas a quien tanto le preocupaban las disensiones partidarias. Ocurre que la causa federal peligra en el norte de la República. El gobernador de Tucumán, Alejandro Heredia, es federal con fervor; pero transige con los unitarios, llevado por su espíritu liberal. Rosas le ha reprochado esta política, y le ha predicho que le será funesta. Los unitarios han reclutado gente en Tucumán para derrocar al general Pablo Latorre, gobernador de Salta. Han fracasado en su intentona y emigrado a Bolivia. Latorre cree ver en esa tentativa, lo mismo que en el propósito de los jujeños de separar a su región de la provincia de Salta, la complicidad de Heredia. Los ejércitos de Tucumán y de Salta están prontos para atacarse. Solo una persona puede evitarlo: Juan Facundo Quiroga. Sólo él tiene prestigio en el Norte como para una mediación eficaz. Rosas insinúa a Maza la idea de enviarlo allá.
Esto se organiza en muy pocos días, a mediados de diciembre. Quiroga escribe el 13 a Rosas comunicándole la solicitud que le ha hecho Maza y pidiéndole su opinión. A Rosas, que está de nuevo en San Martín, le parece no sólo bien, sino “urgente y necesario”. Pero como quiere hablar con él y despedirlo y acompañarlo un poco, le ruega avisarle el día de la partida, para esperarlo en Flores, en la quinta de Terrero. La dificultad de llegar hasta Rosas, aun por medio de una carta, debe ser muy grande cuando el mismo Rosas le dice a Quiroga que entregue su carta a Corvalán, encareciéndole su importancia. Quiroga vuelve a escribirle el 16, y él redacta unas líneas el 17 –que tal vez no fueron enviadas- diciéndole que, por no interrumpirle en los momentos que tanto necesita, no pasa personalmente a despedirse. “Pero me permito hacerlo por esta expresión de mi sincera amistad, rogando al Todopoderoso le conceda la mejor salud y acierto: con estos votos le seguirá siempre, deseándole toda suerte venturosa”.
El 17 de diciembre, el general Quiroga, que ha partido esa mañana de Buenos Aires, llega en su galera a San José de Flores. Se detiene en la quinta de Terrero, en donde se encuentra con Rosas y con Maza. Todo ese día y parte del siguiente duran las conversaciones. El 18, Quiroga emprende su largo viaje. Rosas lo hace subir a su galera. En Luján se detienen un rato y al oscurecer llegan a la estancia de Figueroa, próxima a San Antonio de Areco. Allí conversan los dos generales por última vez. Quedan en que Quiroga partirá a la madrugada y en que Rosas le enviará un chasque con una carta política.
Carta de la hacienda de Figueroa
Durante esa noche y parte de la mañana siguiente, Rosas dicta a su secretario Antonio Reyes su famosa carta de la hacienda de Figueroa. Es un notable documento doctrinario, que basta para mostrar el gran estadista que hay en Rosas. Sus enemigos, y los escritores e historiadores que le son adversos, han negado que él pudiera haberlo escrito. Pero la afirmación de Reyes, muchos años más tarde, treinta después de la caída de Rosas, no permite dudar de que es obra de don Juan Manuel.
Comienza Rosas citando las agitaciones en las provincias y los planes de los unitarios. El país ha retrogradado, alejando el día de la constitución. Ese estado anárquico es el mejor argumento para probar lo que él siempre ha sostenido: que no debe empezarse por una constitución, sino por vigorizar las provincias para labrar sobre esta base la constitución nacional. Los unitarios fracasaron por haber dictado una constitución sin tener en cuenta el estado ni la opinión de las provincias, que la rechazaron enérgicamente. El congreso que alguna vez se elija “debe ser convencional y no deliberante; debe ser para estipular las bases de la unión federal y no para resolverla por votación”. En estas palabras de Rosas está todo el sentido realista y oportunista de su política, tan opuesto al doctrinarismo romántico y libresco de sus enemigos. “Las atribuciones que la constitución asigne al gobierno general deben dejar a salvo la soberanía e independencia de los estados federales”. El gobierno general, en una república federativa, no une a los pueblos, los representa unidos ante las demás naciones. La organización nacional que él propicia se basa, pues, en la soberanía e independencia de los Estados. “Si no hay estados bien organizados y con elementos bastantes para gobernarse por sí mismos y asegurar el orden respectivo, la república federal es quimérica y desastrosa”. Primero, pues, orden, paz, unión y organización interna de cada provincia. Y luego, organización y constitución nacionales. Pero es preciso empezar por destruir los elementos de discordia, por terminar con el Partido Unitario. “Esto es lento, a la verdad -reconoce Rosas- pero es preciso que así sea; y es lo único que creo posible entre nosotros, después de haberlo destruido todo y tener que formarnos del seno de la nada”.
Rosas se pronuncia, pues, por una confederación semejante a la de 1778 en los Estados Unidos; a la que proclamaba Dorrego y a la que pactaban las provincias del litoral en enero de 1833. Los estados son las base de su sistema. Estos son soberanos e independientes, y delegan en un gobierno general la atribución de representarlos ante el extranjero, así en paz como en guerra. “Obsérvese –agrega- que en Norte América no se ha admitido como estados a los pueblos y provincias que se formaron después de su independencia, sino cuando éstos pudieron regirse por sí solos”.
Cierra su carta con esta profecía que se cumplió diez y siete años después en el Acuerdo de San Nicolás complementado por el pacto del 6 de junio de 1860. “No hay otro arbitrio que el de dar tiempo a que cada gobierno promueva por sí el espíritu de paz y de tranquilidad. Cuando esto se haga visible, los gobiernos podrán negociar amigablemente las bases para colocar las cosas en tal estado que cuando se forme el Congreso no tenga más que marchar llanamente por el camino que ya los mismos pueblos de la República le hayan designado”. (1)
Contienda entre Heredia y Latorre
Esta carta alcanzó al general Quiroga fuera de la jurisdicción de Córdoba. Un día antes, al llegar a la capital de esta provincia, se vio obligado a detener su marcha a causa de la falta de caballos. Pero él los exigió a toda costa de don Guillermo Reynafé, que se encontraba allí en la posta, y siguió su camino con la misma rapidez con que lo había comenzado. Al llegar a Pitambalá, jurisdicción de Santiago del Estero, sabe el desenlace de la contienda entre Heredia y Latorre. El comandante Facio, gobernador de Jujuy y jefe de las fuerzas auxiliares de Salta, ha derrotado a Latorre el 18 de diciembre y lo tomó prisionero. El 29 de diciembre se ha producido un movimiento en Salta con el objeto, según se dijo, de librar a Latorre de su prisión. Los soldados que lo custodiaban han hecho fuego sobre él y sobre el coronel José Manuel Aguilar, y los han dejado muertos allí mismo. No obstante esto, Quiroga llega a Santiago del Estero y llena los objetos de su misión con Heredia, Ibarra, Navarro y demás gobernadores a quienes escribe interponiendo toda su influencia para llamarlos a la concordia.
Cuando se prepara a regresar a Buenos Aires, Quiroga vacila entre si lo hará por Cuyo o por el camino de Córdoba. ¿Vacilar Quiroga? Si; algo como un eco del fin de su destino resuena melancólico en el fondo de su alma. El sabe que lo quieren asesinar. Pero ¿por qué no lo han buscado los asesinos cuando cruzó sin escolta por Santa Fe y Córdoba? ¿Se hallan en Santiago, estarán en Buenos Aires? ¿Esperarán que esté dormido, inerme, para hundirle el puñal alevoso? ¿Lo envenenarán acaso? ¿Quiénes son, dónde están por fin? El recuerdo de los hijos pasa como una sombra cariñosa que le murmura algo como un reproche…. ¿por qué no aceptó la escolta que le ofreció con instancia Rosas al separarse de él en la hacienda de Figueroa, diciéndole que muy bien pudiera ser que sus enemigos le jugasen una mala pasada? Pero él puede obtener esa escolta en Santiago del Estero, y escoger por sí mismo sus hombres…. Hay momentos en que piensa trasladarse a Mendoza y comunicar desde allí al gobierno de Buenos Aires el resultado de su misión y sus vistas sobre ésta. La ocasión lo favorece. El gobierno de Mendoza a invitado a los de San Juan y San Luis a darse la Constitución que debe regir las tres provincias bajo la denominación de Provincias de Cuyo, para entrar así en la Federación Argentina, bajo la protección del general Quiroga. (2) Pero i los asesinos están en Santiago, como se lo avisan, huir es indigno de él. Que vengan, pero que vengan pronto, porque él también tiene una misión que desempeñar, y no quiere ser el juguete de temores pueriles.
Sus amigos vienen en ayuda de esta duda que lo irrita y avergüenza al mismo tiempo. El gobernador Ibarra se sincera a sus ojos: en Santiago el general Quiroga no tiene sino amigos, ordene lo que quiera para comprobarlo así. No es de aquí; es de Córdoba de donde viene el peligro, los Reinafé son los promotores del plan para asesinarlo. Quiroga recapitula con desprecio los antecedentes que concuerdan con este aviso que no puede serle sospechoso. Recuerda las revelaciones que le hiciera su íntimo amigo el general Ruiz Huidobro, de las cuales aparecía que los Reinafé tramaban algo contra él desde el año anterior. Pero en ello esta mezclado el nombre de don Estanislao López. ¿Será López también de la partida? ¿Luego las cartas que le dirigieron López en 26 y 29 de diciembre, y el gobernador Reinafé en 22 del mismo, son urdidas para que él vaya a entregárseles? Así lo dicen todas sus noticias, y la carta anónima que le dirigen de Córdoba el día 30, avisándole que a su regreso será asesinado por orden de los Reinafé. (3) Esto mismo se lo corrobora el coronel Manuel Navarro desde Catamarca, en carta de 8 de enero de 1835. Y bien, son ellos; él los sorprenderá con su regreso, como los sorprendió con su venida precipitada.
El asesinato
Quiroga fija al fin su resolución. La energía de sus sentimientos primitivos, adormecida por el amor de los suyos a quienes recuerda con ternura infinita, despierta en presencia del peligro más soberbia y más temeraria que nunca. Una fuerza irresistible lo empuja a su fatal destino. Este lo llama, lo atrae. El lo ve, lo palpa, y sigue a su encuentro, camino de Córdoba. El 15 de febrero de 1835 llega a la posta del Ojo de Agua, distante poco más de 20 leguas de la ciudad de Córdoba. Por la noche un vecino le comunica al coronel José Santos Ortiz que el capitán Santos Pérez se encuentra en el lugar de Barranca-Yaco con una gruesa partida para asesinar a Quiroga y a toda su comitiva. El maestro de posta lo sabe también, y lo repiten todos los que están allí, y se da cuenta de cuántos son y de las armas que llevan. Estos detalles horribles acerca de su muerte casi segura aterran a Ortiz, y quiere separarse de la comitiva. Pero Quiroga lo contiene diciéndole que sea cual fuere esa partida le ha de servir de escolta hasta Córdoba. Manda preparar algunas armas con su asistente y se duerme como si esta noticia a fuer de muy sabida no mereciera mayor prevención. A la mañana siguiente se dirigen Quiroga, Ortiz, un negro asistente, dos correos, un postillón y un niño en dirección a Sinsacate. Como dos leguas antes de llegar a este punto, a tres leguas de la estancia de Cerrillos o Totoral, que administraban los Reinafé, y hasta donde llegaban las partidas del curato de Tulumba, del cual era comandante don Guillermo Reinafé, en el lugar indicado de Barranca-Yaco, la galera en que iba Quiroga es rodeada por una partida armada al mando del capitán Santos Pérez. Al verla, Quiroga saca la cabeza por la portezuela y pregunta: “¿Qué significa esto? Acérquese el jefe de esta partida”. En ese instante recibe un balazo en un ojo que lo deja muerto; y Ortiz y todos los que lo acompañan, incluso el inocente niño del maestro de posta, son bárbaramente sacrificados y saqueados, y sus cadáveres arrojados en el bosque próximo donde Santos Pérez había espiado el momento de cumplir la consigna que tenía recibida. (4)
Así acabó Quiroga; víctima de una temeridad sin ejemplo, y cuando según sus propias declaraciones y los hechos que quedan apuntados, se preparaba a ejercitar su influencia en el interior para trabajar la organización constitucional de la República.
Búsqueda de culpables
Algunas personas pretendieron atribuir a Rosas la participación en el asesinato. Pero los mismos antecedentes de este asunto, la actitud que asumió Rosas con ocasión del asesinato, la publicidad que se empeñó en dar a todos los detalles que a ello se referían, la circunstancia especialísima de haber solicitado él mismo y obtenido de los gobiernos confederados el derecho de hacer juzgar a los Reinafé por los tribunales ordinarios de Buenos Aires, y de no haber éstos imputado a Rosas el mínimo cargo, ni la mínima participación en dicho asesinato, durante la larga y laboriosa secuela del proceso, en el cual depusieron todos cuantos fueron llamados para el mayor esclarecimiento del crimen; todo eso reduce esa sospecha leve a una afirmación sin fundamento que rechaza la crítica tranquila y severa. Ninguno ha ido más allá contra Rosas que Rivera Indarte, después de haberlo exaltado a la par de los más entusiastas; y que Sarmiento, que fue durante quince años el batallador contra el gobierno del restaurador de las Rosas. El primero imputa a los Reinafé el asesinato de Quiroga; y el segundo dice en su Facundo que “la historia imparcial espera todavía revelaciones para señalar con su dedo al instigador de los asesinos”.
Y la luz se ha hecho al respecto. Los Reinafé procuraron por todos los medios hacer recaer la culpabilidad sobre Ibarra, al mismo tiempo que hacían creer a Santos Pérez y a otros que el asesinato de Quiroga era una cosa convenida entre ellos, López y Rosas. (5) Ibarra se justificó, como se justificó Rosas, aún al sentir de sus enemigos políticos; pero López no pudo conseguirlo, ni mucho menos los Reinafé. Del estudio detenido que ha hecho Adolfo Saldías de todos los antecedentes de este asunto; del examen de todos los papeles que ha podido proporcionarse, algunos de los cuales se desglosaron del voluminoso expediente seguido a los Reinafé, pudo afirmar que el asesinato de Quiroga fue una obra preparada por Estanislao López y su ministro Domingo Cullen, de acuerdo con los cuatro hermanos: José Vicente, José Antonio, Guillermo y Francisco Reinafé.
Desavenencias entre Estanislao López y Quiroga
Desde luego, es indudable que López y Quiroga se miraban con ojeriza. En 1831 se produjo entre ambos una grave desavenencia con motivo de haber el primero hecho nombrar a José Vicente Reinafé gobernador de Córdoba, a pesar de la resistencia del segundo quien alegaba que el nombrado era un nulo que entregaría la provincia a los mismos a quienes él acababa de vencer asegurando el triunfo de la federación en Cuyo, el interior y el norte. Reinafé y sus hermanos, que no ignoraban esta circunstancia y las consecuencias que podrían sobrevenir, como quiera que Quiroga se expresara con su franqueza genial, compartieron naturalmente de esa misma ojeriza, que Rosas se la recordaba después hábilmente a López en su carta sobre el suceso de Barrana-Yaco. (6) El resultado fue que Quiroga se retiró entonces manifestando a todos los que querían oírle, que López quería colocar instrumentos peligrosos en el interior; pero que en este camino debía cuidarse de que no se los colocara él (Quiroga) en Santa Fe; y que López dijo a sus íntimos, y se lo hizo repetir a Rosas, que se hacía necesario que interpusieran juntamente su influencia para evitar que Quiroga trastornase el orden de la República.
La influencia de López pesaba demasiado sobre el gobierno de Córdoba para que pasara desapercibida a la mirada suspicaz de Quiroga. Y para que fuese más mortificante, los Reinafé se empeñaban en asimilarse elementos hostiles a Quiroga, los cuales al favor de la condescendencia que, de acuerdo con López se les dispensaba, podían constituir una amenaza seria sobre La Rioja, Catamarca, San Luis y todo Cuyo. El general Ruiz Huidobro que se encontraba en esa provincia con los restos de la división con la que había expedicionado al desierto, ponía a Quiroga al corriente de la conducta de los Reinafé, de la influencia que sobre ellos ejercía López, y hasta creyó haber descubierto un plan tramado entre Domingo Cúllen, los Reinafé y los emigrados unitarios de Montevideo, para convulsionar el litoral por los auspicios de López, y para deshacerse de Rosas y de Quiroga. La revolución de junio de 1833 contra los Reinafé para colocar en el gobierno de Córdoba a Claudio Arredondo, que había sido el candidato de Quiroga, fue atribuida a los manejos de Ruiz Huidobro y a las indicaciones del mismo Quiroga. En la causa que con este motivo se le siguió a Ruiz Huidobro, el gobierno se vio obligado a sobreseer en virtud “de la dificultad de esclarecer ciertos hechos y circunstancias de grave trascendencia para la cosa pública que no se debía complicar más”. Es indudable que estas palabras se referían no solamente a la participación indirecta que a juicio del gobierno de Buenos Aires tenía Quiroga en ese movimiento, sino también a las revelaciones que había hecho Ruiz Huidobro al mismo doctor Maza, acerca del plan combinado entre Cúllen, López, los Reinafé, y los unitarios de Montevideo, en descargo de la ingerencia que se le atribuía en el movimiento de Córdoba. Y estas revelaciones (7) concordaban en un todo con las denuncias contenidas en la carta del doctor Moreno al ex-ministro Ugarteche, del plan entre esas mismas personas para convulsionar el litoral y deshacerse de Rosas y de Quiroga.
Quiroga desaprobó la conducta de Huidobro en aquella revolución, pero López y los Reinafé vieron en él al instigador principal de lo sucedido; y a partir de ese momento no se creyeron seguros hasta que no desapareciera esa influencia que podría abatirlos. Cuando Quiroga pasó para Buenos Aires con el regimiento Auxiliares de los Andes, hubieron de realizar un plan para deshacerse de él en la misma ciudad de Córdoba; y si ese plan fracasó, no fue porque el temerario caudillo no les diera tiempo suficiente para consumarlo, sino porque no encontraron instrumentos capaces de llevarlo a cabo sin que resaltara su complicidad. En setiembre de 1834 el coronel Francisco Reinafé se dirigió a conferenciar con López, sin que promediara ningún asunto ni interés interprovincial que así lo requiriese. Según lo dice el mismo López en su carta a Rosas, Reinafé le habló de la probabilidad de que Quiroga los atacase a ambos; y entabló con él una correspondencia continuada. (8) Que López se hizo cargo de esta probabilidad, se comprueba por el hecho de salir en esa época a recorrer los departamentos y las milicias, y por declararlo él mismo que se preparaba a sostener una lucha con Quiroga. La prensa de Buenos Aires lo consignó así; y cuando López regresó a la capital de su provincia, la de Montevideo agregó que esto destruía los cálculos de los que creían inminente un rompimiento entre él y Quiroga. (9)
Opinión del general Paz
El general Paz que todavía se hallaba preso en Santa Fe, dice en sus memorias (10) que las relaciones de López con los Reinafé eran íntimas; que el coronel Francisco Reinafé estuvo en Santa Fe un mes antes de la muerte de Quiroga, habitando en la propia casa de López y empleando muchos días en conferencias misteriosas con éste. “En Santa Fe –agega- fue universal el regocijo por la muerte de Quiroga; poco faltó para que se celebrase públicamente. Quiroga era el hombre a quien más temía López, y de quien sabía que era enemigo declarado. No abrigo ningún género de duda que tuvo conocimiento anticipado y acaso participación en su muerte”. En una de estas conferencias, Domingo Cúllen, ministro general de López, arregló con Reinafé la manera e sacrificar a Quiroga. Cuando el gobierno de Buenos Aires comunicó a los del interior la misión confiada a Quiroga, a fin de que le prestaran los auxilios necesarios de caballos en las postas del tránsito, López se apresuró a dirigir por su parte al gobernador Reinafé una carta aparentemente destinada a confirmar los deseos de aquel gobierno, pero en realidad con el designio de señalarle la oportunidad que esperaban; pues en ella le indicaba el camino que recorrería Quiroga, las postas en que debía detenerse, y las conveniencias de hacerlo custodiar con oficiales de confianza, que resultaron después complicados en el asesinato de ese general.
Inmediatamente el gobernador Reinafé delega el mando bajo pretexto de enfermedad y se retira a su estancia del Totoral, después de ordenar que una partida se aposte en el monte de San Pedro, como a ocho leguas del partido de Tulumba que comanda su hermano Guillermo, y que asesine a Quiroga y a todos los que lo acompañen. (11) Pero Quiroga ya está en Córdoba, y sigue su marcha con la misma precipitación con que cruzó por Buenos Aires y Santa Fe, y consigue escapar todavía a la celada que le tiende. Sin embargo, el gobernador Reinafé sabe por dónde regresa Quiroga y cuándo llegará a tal o cual punto, porque con fecha 13 de febrero escribe a su hermano Guillermo “que por el bajo de Recua andan unos siete salteadores; y si puedes custodiar la persona del general Quiroga, a su pasada, debes hacerlo a toda costa; no sea que viniendo con poca escolta esos pícaros intenten algo y nos comprometan”. (12)
Análisis de Rosas
“Aquí es de notar –decía Rosas en su carta a López ya citada- que la orden es condicional; y no es fácil comprender lo que importaba esta condición desde que no se puede concebir qué imposibilidad tan absoluta se preveía que podría tener Guillermo de custodiar al general Quiroga, supuesto que debía hacerlo a toda costa. También es de notar que la orden no dice si debe custodiarlo a su pasada por su provincia o por donde estaba Guillermo. Si lo primero, debían ser muy públicas las providencias de este señor para dar cumplimiento a la orden, o hacer constar no haberlas tomado. Si lo segundo, era igualmente ridícula la orden de precaución, y lo es mucho más el decir que no surtió efecto por haber pasado el señor Quiroga sin ser sentido; pues según estoy informado, el lugar del asesinato dista como tres leguas de la estancia que administran los Reinafé y como a doce de Tulumba, donde el mismo Guillermo tiene una fuerza como de seiscientos hombres”.
En esta carta importante del punto de vista del examen legal de los hechos, Rosas analiza minuciosa y hábilmente el sumario mandado levantar por el gobierno delegado de Córdoba; apunta las contrariedades que indican visiblemente que han participado en el crimen personas a quienes estudiadamente se les presenta como empeñadas en descubrirlo; señala las informalidades del juez Figueroa, y las inexactitudes que a sabiendas establece en el sumario a fin de ocultar lo que todos los antecedentes están confirmando; se detiene en el hecho del oficial y dos soldados de Guillermo Reinafé que aparecieron y desaparecieron en seguida en la posta del Ojo de Agua, y la declaración del correo Marín que dice que viniendo detrás de la galera oyó que un oficial mandaba hacer alto y que se disparaban cinco tiros sobre ella; y de este estudio prolijo, y de los detalles que reúne y comenta, deduce que el asesinato no se ha perpetrado por una partida de salteadores sino por una partida militar de Córdoba, en el distrito comandado por Guillermo Reinafé; que sobre éste y el gobernador de Córdoba pesa la responsabilidad del atentado, por más que se esfuercen en atribuirlo a influencias extrañas para eludirla por su parte.
Rosas se empeñó en darle la mayor publicidad posible a todas las medidas que tomó para descubrir a los que tenían participación en la muerte de Quiroga; y López se manifestaba por el contrario interesado en que no se llevasen adelante esas investigaciones. (13) A Rosas no se le ocultaba que los Reinafé y otros personajes de Córdoba habían llegado a decir que la desaparición de Quiroga era una medida concertada entre ellos, López y el mismo Rosas, y que respondía a exigencias de alta política; (14) y creyó que el medio mejor de levantar el cargo era acusar públicamente a los que aparecían complicados en el asesinato, y provocar a los Reinafé a que hablaran.
Al efecto acusó a los Reinafé; y López no pudo menos que consentir en que fueran conducidos a Buenos Aires para ser juzgados por sospechas de asesinato en la persona de un enviado de esta provincia. Del largo proceso que se les siguió resultó la culpabilidad de los cuatro hermanos Reinafé. En poder de Guillermo se encontraron los papeles de Quiroga y de Ortiz; y por manos de los jueces de la causa pasaron antecedentes que comprometían a López, pero que no figuran en el extracto que se hizo de dicha causa. Estanislao López perdió desde entonces la preponderancia que había adquirido en el litoral y en el interior. La muerte de Quiroga lo desacreditó entre sus propios amigos, y no le quedó otro apoyo serio que el que quisiera prestarle Rosas.
Sentencias de muerte
El proceso a los asesinos de Facundo Quiroga acaba de terminarse y las sentencias de muerte van a cumplirse. Rosas ha querido que el acto sea espectacular, sin duda para que sirva de ejemplo. El 26 de octubre de 1837 en la plaza de la Victoria, los dos Reinafé, José Vicente y Guillermo, y Santos Pérez, van a ser fusilados y luego colgados en las horcas. La plaza está rodeada de tropas, al mando del general Agustín Pinedo. Una inmensa multitud de espectadores, entre los que hay no pocas mujeres, espera en todos los edificios de la plaza, en el pórtico de la Catedral y en las calles. Antes de subir al patíbulo, se lee a los condenados la sentencia de muerte, bajo los arcos del Cabildo. A Santos Pérez se le da una silla, porque no puede tenerse en pie.
Ya están los reos en el patíbulo. No se les quitan las cadenas. Varios sacerdotes los acompañan. Hasta los espectadores llegan las voces de los religiosos cuando, apartándose de los banquillos, porque se acerca el momento de la ejecución, exhortan a los infelices a soportar sus sufrimientos y a pensar en Dios. Llega el momento de la Justicia. Se ve a Santos Pérez hacer ondear su brazo. Alguien asegura que pronuncia estas palabras: “¡Rosas es el asesino de Quiroga!”. Si las ha pronunciado es porque a él se le hizo creer, para que se decidiera al crimen, que Rosas lo ordenaba. Y mientras los soldados del pelotón hacen fuego, rompen el aire las bandas de varios batallones y las tropas se ponen en movimiento y marchan alrededor de la plaza.
Ahora, los criminales son colgados de las horcas, en donde van a permanecer seis horas. El cuerpo de Santos Pérez chorrea de sangre, y sus pantalones de hilo han dejado de ser blancos. Es un horrible espectáculo el de esos ahorcados. Pero no nuevo en Buenos Aires. Rivadavia, veinticinco años atrás, hizo fusilar y colgar allí mismo a los treinta y tres implicados en la fracasada conjuración de los españoles, entre los que había hombres eminentes y hasta un sacerdote.
Cuando lo mataron, el mito de Facundo era mucho más importante que la persona del general Quiroga. Por eso el mito siguió viviendo muchos años en la imaginación ferviente de sus paisanos. De todos modos, hizo cuanto pudo para ver constituida su Patria a la manera que él concebía. Y cuando debió luchar, peleó con alma y vida, como un demonio. Ciertamente el Tigre de los Llanos fue un hombre excepcional y su vida también lo fue.
Su recuerdo sigue aún vigente en los llanos de La Rioja, donde perduran las leyendas que en su tiempo contribuyeron a conformar el mito: el general no dormía nunca., el general leía el pensamiento, al general no se lo podía engañar, el general no estaba muerto sino escondido “en los reinos de arriba”.
“…Ved girones de ponchos y lanzas
en duro entrevero bajo el quebrachal,
y la voz de Quiroga, un trueno,
acallado por ser federal…”
Referencias
1) La carta de Rosas se publicó en el Archivo Americano, Nº 26, página 146 y en la Gaceta Mercantil del 15 de marzo de 1851. Lleva la fecha de 20 de diciembre de 1834.
2) Ley de la Sala de Mendoza de 8 de enero de 1834.
3) Véase el plano especial levantado con motivo del juicio seguido a los asesinos de Barranca-Yaco.
4) Esos detalles son bien conocido merced a la publicidad que dio Rosas a estos sucesos. Véase la causa criminal seguida a los Reinafé, la Gaceta Mercantil de julio de 1839.
5) Véase el extracto de la causa seguida a los asesinos de Barranca-Yaco, f. 308.
6) Véase esta carta de Rosas a López, publicada en el Archivo Americano, 2ª serie, número 20, página 40 y siguiente.
7) Véase la Gaceta Mercantil del noviembre de 1833 y la exposición del general Huidobro.
8)Véase esta carta del 12 de mayo de 1835.
9) Véase El Universal de Montevideo del 27 de enero de 1834.
10) Tomo II, página 379.
11) En el extracto de la causa seguida a los asesinos de Barranca-Yaco, el reo Cabanillas declaró conmovido que con fecha 24 de diciembre de 1834 había escrito a un amigo de Quiroga que le dijese a éste que no pasase por el monte de San Pedro, porque él se encontraba allí con una partida de 25 hombres para asesinarlo por orden del gobierno de Córdoba.
12) Véase éste y otros documentos correlativos en el diario de sesiones de Buenos Aires, 1835, número 503. Véase la causa citada.
13) Véase La Gaceta Mercantil de los primeros días de julio de 1836.
14) Véase entre otras declaraciones del proceso las de Cabanillas, Santos Pérez, etc.
Fuente
Efemérides –Patricios de Vuelta deObligado
Gálvez, Manuel – Vida de Don Juan Manuel de Rosas
Himno de la Provincia de La Rioja
Ibarguren, Carlos – Juan Manuel de Rosas – Buenos Aires (1972).
Luna, Félix – Los caudillos – Buenos Aires (2000).
Portal www.revisionistas.com.ar
Saldías, Adolfo – Historia de la Confederación Argentina
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