En 1834 Juan Bautista Alberdi, Juan María Gutiérrez, Marcos Sastre, Vicente Fidel López, Miguel Cané, Carlos Tejedor, Félix Frías, etc… fundaron el Salón Literario, sufriendo las continuas pesquisas y amenazas de los “restauradores”.
A imitación de la Joven Italia, creada por Giuseppe Manzini en Marsella en 1832, Esteban Echeverría, a su regreso de Europa, funda en Buenos Aires, en 1837, con Alberdi y Gutiérrez y otros treinta jóvenes más del Salón Literario, como José Mármol, Rivera Indarte, Pastor Obligado, etc… la Joven Argentina, o mejor, la “Joven Generación Argentina”, que fue disuelta al año siguiente por el gobierno de Rosas.
En 1833 Alberdi crea en Montevideo, con los emigrantes argentinos, la Asociación de Mayo, como una prolongación de la Joven Generación Argentina. Aparecen simultáneamente asociaciones similares en San Juan, Tucumán, Córdoba, etc… en cuyo seno trabajarán Sarmiento, Benjamín Villafañe, Marcos Avellaneda, Vicente Fidel López y Luis Domínguez, entre otros.
Todas estas sociedades secretas realizan trabajos subterráneos antirrosistas, fomentando las diversas coaliciones para derrocarlo.
Los miembros de la Joven Generación Argentina que no emigraron de la capital, formaron en Buenos Aires el llamado “Club de los Cinco”, con Jacinto Rodríguez Peña, Rafael Corvalán, Enrique La Fuente, Carlos Tejedor y Santiago R. Albarracín, manteniendo el fuego de la institución en Buenos Aires y en contacto clandestino con la Asociación de Mayo.
Los discursos argentinistas y cristianos de Marcos Sastre, Alberdi y Echeverría, pronunciados en 1837, en los cuales se defiende nuestra tradición cristiana, nuestro ser nacional y la enseñanza de la religión católica en la escuela, son dignos de ser leídos –en algunos de los párrafos más salientes- por todos aquellos que desean conocer qué pensaban los “santones del laicismo liberal”. Otro tanto puede decirse de las explicaciones dadas por Echeverría en algunas de las “palabras simbólicas” del “Dogma Social o de Mayo” de 1838. Si bien en otros pasajes de los mismos discursos se contradicen y –sobre todo Gutiérrez y Echeverría- suelen delirar por su fobia anticlerical –inconsecuente, por otra parte, con las verdades que sostienen- sin embargo, la fuerza lógica de sus ideas bien centradas –que no son pocas- sigue siendo un arma poderosa, capaz de destruir la torcida evolución que, en años posteriores, sufrió su ideario, al influjo maléfico del liberalismo masónico de las logias extranjeras.
Por obra de algunos miembros afrancesados de esta Asociación de Mayo, saldría la plataforma espiritual sobre la cual se levantaría la inautenticidad de la cultura argentina oficial con su esquema liberal postizo de ideas foráneas.
Si en algún período de la historia argentina pudieron intentar los masones instalar sus logias en nuestra patria, el menos adecuado fue ciertamente el del período rosista, durante el cual –según dicen ellos- debieron dormir su “gran sueño”; porque todas las sociedades secretas, aún las que se inspiraban en fines culturales, sociales, políticos o patrióticos, fueron perseguidas y abolidas, pues se las creyó reducto de masones que disimulaban su afiliación para poder subsistir.
Actividad masónica después de Caseros
Después de Caseros, preocupados los porteños por los actos despóticos de Urquiza, fundan un centro confabulador integrado por Mármol, Adolfo Alsina, Juan José Montes de Oca, José María Moreno y los militares Pirán, Hornos, Conesa, Emilio Mitre, etc…
Era una sociedad secreta de resistencia al “nuevo tirano”, y se llamó la logia “Juan-Juan”, en recuerdo de los mártires políticos españoles: Juan Padilla y Juan Bravo, que en 1521 murieron decapitados por orden del emperador Carlos V, al defender las libertades de Castilla en la famosa “sublevación de los comuneros”.
Los legistas liberales porteños afiliados a esta sociedad secreta y acicateados por Sarmiento desde Chile, se habían conjurado para eliminar criminalmente a Urquiza, que los acusaba de querer hacerse dueños de una revolución que no les pertenecía; pero los disuadió Valentín Alsina (padre de Adolfo), proponiendo más bien una revolución, la cual tuvo lugar el 11 de setiembre de 1852.
“Con inaudita impavidez reclaman la herencia de una revolución que no les pertenece –decía Urquiza en su Proclama del 21 de febrero de 1852- de una victoria en que no han tenido parte, de una patria cuyo sosiego perturbaron, cuya independencia comprometieron y cuya libertad sacrificaron con su ambición y anárquica conducta”.
En 1856 aparece una sociedad secreta “Juan-Juanes”, que se constituyó como “control de Estado”, durante el gobierno porteño de Pastor Obligado y sus terroristas liberales, para descubrir todo alzamiento o conspiración contra dicho gobierno separatista.
Fusilamiento de Jerónimo Costa
Debido a sus denuncias, fueron sacrificados por el ministro de Guerra, coronel Bartolomé Mitre, muchos ciudadanos; pasados por las armas los prisioneros de guerra y fusilados, el 2 de febrero de 1856, los jefes que querían la unión con la Argentina; entre ellos 130 oficiales y el “héroe de Martín García”, el general Jerónimo Costa, a quien, en 1838, el comandante de la escuadra francesa le había perdonado la vida en premio al “increíble heroísmo demostrado” en la defensa de nuestro territorio nacional. Comentando el asesinato dirá Sarmiento “el civilizador”: “Como trofeo del fusilamiento nos queda la ruin y mohosa espada de Costa. El carnaval ha principiado”. Sus epígonos en 1956 dirán por boca del líder socialista: “La letra con sangre entra”.
Alberdi, en cambio, condenará estos hechos al afirmar que “el país que fusila como a salteadores a sus generales, tomados prisioneros en guerra civil, se pone en la picota a los ojos del mundo civilizado”.
Los emigrados venían dispuestos a imponer su bárbaro despotismo, y al “explotar la leyenda de la tiranía –escribe Quesada- ejercieron otra peor”, sacrificando, por puro espíritu de venganza, miles de vidas en las sangrientas jornadas que siguieron a Caseros.
Este grupo –representante del tan decantado espíritu de Caseros y que capitaneaban Mitre, Sarmiento, José Mármol, Angel Somellera, Vicente Fidel López, los Alsina, etc.- “dominó la prensa, las cámaras y el gobierno…. y los que como ellos no pensaron quedaron excluidos de la vida pública…”.
Estos mismos fueron los que se apresuraron a incinerar, en el patio de la casa de Rosas, el rico archivo de nuestra historia para que no pudiera oponerse el testimonio de los documentos a la calumnia y falacias que ellos escribirían en lo que dio en llamarse la “historia oficial”.
Este “espíritu de Caseros” de los facciosos del porteñismo liberal y disolvente mantuvo por varios años la tónica de una política de odio y de separatismo que ocasionó gravísimos daños al país y que, a tantos años de distancia, se ha renovado en nuestra historia.
“Tal grupo gobernante en Buenos Aires –escribe Palacio- hallaba solaz en la vejación sistemática de los sentimientos públicos y de las creencias religiosas; y la prensa oficial se mofaba de los católicos, injuriaba todo lo español y afectaba un irritante extranjerismo”. Era el grupo que mañosamente había suplantado en el poder a los adictos de Urquiza.
La audacia y el terror, base de operaciones de Sarmiento
Con tal motivo escribía Sarmiento a su pariente Domingo de Oro, el 7 de junio de 1857: “Nuestra base de operaciones ha consistido en la audacia y el terror que, empleados hábilmente, han dado este resultado admirable”, o sea, ganar las elecciones en Buenos Aires en 1857. “Los gauchos que se resistieron a votar por los candidatos del gobierno –continúa el gran responsable de esta nueva forma de civilización predicada por los doctores liberales de la época- fueron encarcelados, puestos en el cepo, enviados al ejército para que sirviesen en la frontera de los indios, y muchos de ellos perdieron el rancho, sus escasos bienes y hasta su mujer… Pusimos en cada parroquia (o mesa receptora de votos) cantones con gente armada. Bandas de soldados armados recorrían de noche las calles de la ciudad acuchillando y persiguiendo… Fue tal el terror que sembramos entre toda esta gente, con estos y otros medios, que el día 29 triunfamos sin oposición”.
El despotismo ilustrado de los “próceres liberales” de Caseros imponía su ley de terror a la ciudadanía.
Alberdi escribió entonces: “Dos gobernadores han sido asesinados en San Juan por el partido de Buenos Aires, llamado de la “civilización”: el general Nazario Benevídez primero (el 23 de octubre de 1858) y después el general José Antonio Virasoro (el 16 de noviembre de 1860), que se añaden al de Dorrego. He aquí tres asesinatos de gobernadores que no repugnan a la civilización de Buenos Aires. Sin embargo Dorrego, luchó por la independencia en el ejército de Belgrano, Virasoro peleó en Caseros, y Benavídez firmó el Acuerdo de San Nicolás que nos dio la Constitución Nacional”.
Más tarde confesará Sarmiento en el Senado de la Nación, el 13 de julio de 1875: “En estos asesinatos estaba mezclado todo el partido liberal”.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Palacio, Ernesto – Historia de la Argentina, (1954).
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Triana, Alberto J. (Aníbal Atilio Rottjer) – Historia de los Hermanos Tres Puntos – Buenos Aires (1958).
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