Nació en el pueblo de Matará, situado 30 leguas al sudeste de la ciudad de Santiago del estero, el 1º de mayo de 1787, siendo sus padres Felipe Matías Ibarra y María Antonia de Paz Figueroa, matrimonio que tuvo cuatro hijos.
Huérfano desde temprano, Ibarra estudió un tiempo en el colegio de Monserrat, en la ciudad de Córdoba, inclinándolo a la carrera eclesiástica su tío materno, el maestro Juan Antonio Paz, venerable sacerdote, cura vicario de Matará, en las costas del Salado. Pero las inclinaciones naturales del joven Ibarra mal se avenían con aquella carrera; su vivacidad de carácter y arrojo, mal condecían la vida sedentaria y monótona del claustro, despertándose en cambio, la vocación por la carrera de las armas. Fue en los momentos culminantes de los sucesos posteriores al movimiento emancipador de Mayo; al pasar Castelli por Santiago, donde se detuvo sólo 24 horas, electrizó con su presencia el espíritu de la juventud santiaguina; allí el ardiente tribuno fue acogido con el mayor entusiasmo, hospedándose en casa del defensor de temporalidades Pedro Isnardi, a su paso por aquella ciudad. El Ejército Auxiliar que mandaba González Balcarce, prosiguió su marcha y estando acampado en Jujuy en el último tercio de octubre, el 7 de noviembre en Suipacha vengaba el contraste sufrido en Cotagaita, entrando en Potosí el 28 del mismo mes. Días más tarde se creaba en Potosí el Regimiento Nº 6 de infantería, de blancos, cuyo mando se confiara el coronel Juan José Viamonte, siéndole agregada a aquel cuerpo la compañía santiaguina, en la cual se designaba subteniente al joven Ibarra, con antigüedad del 1º de enero de 1811.
En Oruro el fogoso Castelli reorganizó las tropas expedicionarias, marchando después para festejar el primer aniversario de la revolución en las ruinas imponentes de Tiahuanacu. En aquellos días las fuerzas reales, al mando de Goyeneche, se acantonaron en la orilla septentrional del río Desaguadero, límite territorial de los virreinatos del Río de la Plata y del Perú; entre el jefe patriota y Goyeneche se acordó un armisticio de 40 días y en pleno curso del mismo, el jefe español atacó a los independientes el 20 de junio en Huaqui, acción en la cual el cuerpo Nº 6, después de sufrir cinco horas de fuego intenso realista, fue arrastrado en la dispersión general, en la noche de aquella funesta jornada. Ibarra, satisfecho de haber cumplido con su deber, baja por el camino Despoblado de Chuquisaca, ciudad a la que llega, y en agosto siguiente, al mando de una partida de dispersados, aunque se encontraba bastante enfermo, se incorporaba en la Palca de Flores al coronel Juan Martín de Pueyrredón, que se replegaba desde Potosí con los caudales del Erario Real, quien relacionando a la Junta los padecimientos sufridos en los desiertos de Tarija y Orán para salvarlos, decía: “…Los oficiales han hecho las veces de soldados, porque la escasez de éstos me obligó a ponerles un fusil a cada uno, que han conservado como la mejor distinción de su grado…”.
En el repliegue de Pueyrredón conduciendo los caudales de referencia, en dos oportunidades, 400 cinteños se aproximaron a los patriotas con la idea de quitarles aquel tesoro, pero los 40 y tantos acompañantes del héroe de Perdriel, rechazaron a los numerosos asaltantes.
A fines de marzo de 1812 el general Belgrano recibía del mando del Ejército del Norte. Perdida la posibilidad de defender la provincia de Cochabamba, el nuevo comandante en jefe se vio en la precisión de abandonar la provincia de Salta, ante la presión de las fuerzas del general Tristán, picando vivamente la retaguardia patriota en el río de las Piedras, el 3 de setiembre de 1812, donde los realistas sufrieron un rechazo, acción que valió a los vencedores un escudo de honor con el lema: “La Patria reconocida a sus naturales beneméritos hijos – Libertad”. Ibarra fue uno de los agraciados con él.
En la batalla de Tucumán, el 24 del mismo mes y año, el regimiento Nº 6, al mando del teniente coronel José Ignacio Warnes se batió con denuedo, contribuyendo eficazmente al éxito de aquella memorable jornada. Ibarra fue promovido a teniente y recibió la condecoración otorgada a los vencedores por el Gobierno de Buenos Aires. En la acción de los Castañares, en las inmediaciones de la ciudad de Salta, el 20 de febrero de 1813 el regimiento Nº 6, que mandaba el teniente coronel Francisco Pico, fuerte de casi 800 plazas, tuvo que afrontar el mayor peligro en la lucha que siguió en las calles de la ciudad de Salta, sufriendo terriblemente del fuego de los realistas. La 5ta compañía del 1er batallón, a la que pertenecía Ibarra, salió tan diezmada, que sobre 134 bajas que tuvo el regimiento en total, 12 pertenecían a dicha compañía cuyo efectivo era de 67 hombres. Por su notable conducta, Ibarra recibió la condecoración otorgada aquel día y el grado de capitán concedido en persona por el general Belgrano.
Cuando se produjeron los desastres de Vilcapugio y Ayohuma, el capitán Ibarra no tomo parte, pues había quedado en Jujuy desde el 1º de mayo hasta fines de setiembre, instruyendo la 4ta compañía del 1er batallón del Regimiento Nº 6, que mandaba. Por O. S. del general Rondeau, el 1º de febrero de 1815, Ibarra pasó como capitán de la 4ta compañía del 2º batallón del Regimiento Nº 9.
El 20 de abril de 1814 fue agregado al Estado Mayor del Ejército Auxiliar, en cuyo puesto desempeñó varias comisiones en la vanguardia, con mucho celo. Al internarse el ejército en el Alto Perú, a principios de 1815, bajo el comando del general Rondeau, algunos descontentos de Santa Cruz de la Sierra pidieron se enviase un reemplazante del coronel José Ignacio Warnes, a lo que accedió Rondeau designando al coronel Santiago Carrera, quien salió de Potosí en los primeros días de setiembre, llevando como ayudantes a los capitanes Ibarra y José Olivera, de caballería, los cuales mandaban un destacamento de las dos armas. Llegados a Santa Cruz de la Sierra, el coronel Carrera, fue reconocido por las autoridades, pues Warnes se encontraba guerrilleando con los realistas en Chiquitos. El coronel Carrera pereció en un movimiento popular que estalló en aquella ciudad de Santa Cruz de la Sierra y Warnes siguió ejerciendo su mandato como antes. Ibarra salvó a duras penas su vida en aquel trance difícil y se incorporó al ejército en los días del desastre de Sipe-Sipe, contraste que obligó a Rondeau a evacuar el Alto Perú. Un año después Ibarra era encargado por el general Belgrano para organizar un cuerpo de 200 reclutas santiagueños, con el título de comandante en comisión.
El 30 de agosto de 1817 el general Belgrano ascendió a Ibarra a sargento mayor graduado y lo nombró comandante general de la frontera de Santiago del Estero, cediendo a los empeños de los habitantes que ansiaban garantizar la línea de Abipones con un oficial de antecedentes, que reuniera además la característica de ser hijo de la Provincia. Esta comisión apartó al mayor Ibarra del camino de las empresas militares, en las cuales hubiera obtenido mucho más honor y gloria, que en el puesto político en que actuó desde entonces.
Justamente, cuando Ibarra se presentó para hacerse cargo del puesto que le discerniera el general Belgrano, acababa de producirse un terrible terremoto en Santiago del Estero, producido a la una y media de la tarde del día 4 de julio de aquel año y persistiendo los estremecimientos del suelo hasta el día 11, suceso que produjo un verdadero desastre, especialmente al norte de la ciudad, agrietándose la tierra con explosión de piedras y agua en más de 25 leguas, con el consiguiente desplome de templos, edificios, etc., al extremo de quedar las familias despavoridas al raso. Este memorable terremoto había sido precedido de dos terribles huracanes, desencadenados los días 22 de enero y 22 de febrero de 1817, que destrozaron edificios y arboledas.
El mayor Ibarra llegó a su provincia natal cuando todos los ánimos estaban atribulados por tamaños desastres. De inmediato se dedicó con ahínco a asegurar la frontera contra los belicosos indios Abipones y tan acertado estuvo en su dedicación que el Director Rondeau, su antiguo jefe, le confirmó el grado de sargento mayor el 31 de agosto de 1819.
Pero todas estas preocupaciones del mayor Ibarra lo habían señalado a la fracción encabezada por la poderosa familia Frías, que estaba ansiosa de desprender a Santiago del Estero del vasallaje de Tucumán. A raíz del pronunciamiento de Arequito, el 28 de enero de 1820, el mayor Ibarra dirigía una comunicación al Cabildo poniéndolo en antecedentes de aquel acontecimiento, y de que el general Bustos se había hecho cargo del mando del Ejército Auxiliar, quien había llegado a Córdoba con sus fuerzas y en camino de adoptar el gobierno federal. Esta primera noticia del movimiento de Arequito coincidió con el pasaje por Santiago del Estero del teniente coronel Felipe Heredia, que con 100 hombres había llegado hasta allí escoltando al moribundo general Belgrano en su viaje postrero a la Capital de la República; Heredia con escasa prudencia, intentó lastimar el decoro de la magistratura santiaguina e inmiscuirse en elecciones de concejales, lastimando así a los patriotas y políticos de Santiago, exasperando sus opiniones ya muy divididas a causa del injustificable procedimiento que se empleó con el teniente coronel Juan Francisco Borges, que fue pasado por las armas. -
Estos atropellos activaron, en cierto modo, el proyecto revolucionario y el mayor Ibarra, insistentemente llamado por los autonomistas, se puso en movimiento con la guarnición de Abipones, y el 30 de marzo, a las tres de la mañana, el alcalde de primer voto, Blas de Achával recibía un urgentísimo oficio del comandante de armas que había dejado el teniente coronel Heredia, en que le informaba la aproximación del comandante Ibarra con número de tropas considerable sobre Santiago, enunciando el citado comandante de armas, capitán Echauri, que había tomado todas las medidas preventivas que estaban a su alcance y echando en cara al Alcalde de la referencia la apatía demostrada en este asunto, lo que podría ser de funestas consecuencias. No obstante, se reunió el Cabildo, el que pasó una comunicación a Ibarra con uno de los alcaldes de 2º voto, para tratar y conferenciar sobre los puntos que eran de interés especial para todos. Una ulterior nota de Ibarra del mismo día 30, anunciaba al Cabildo que marchaba sobre la ciudad accediendo al clamor de los ciudadanos de la fracción oprimida por el Cabildo que regía los destinos allí. Antes que el Cabildo pudiese terminar de redactar la nota con la cual contestaba a la de Ibarra, éste, vencido el plazo perentorio de dos horas, que había fijado en su comunicación, penetraba con su tropa por las calles de la ciudad en son de combate, dejando los cabildantes librado el asunto a la suerte de las armas. Echauri con 50 veteranos de su escolta y un grupo considerable de cívicos, salió al encuentro de Ibarra, encontrándose los dos agrupamientos rivales en las proximidades del templo de Santo Domingo, pero a las primeras descargas cedió la fuerza de Echauri, desbandándose y plegándose casi toda a Ibarra y el ex-comandante de armas debió huir hacia Tucumán. El denuedo y actividad que desplegó en el peligro el comandante Ibarra, aunados con su moderación y clemencia pasado éste, preservaron a Santiago de los horrores del saqueo y de todos los derivados de una posición ocupada a viva fuerza. El 31 de marzo de 1820 el pueblo en masa eligió al porteño José Antonio García para presidirlo y autorizar sus deliberaciones. Se eligió así gobernador provisorio al comandante Juan Felipe Ibarra, esperándose el voto de la campaña, para efectuar el nombramiento permanente, el que no se hizo esperar y se despacharon emisarios a Tucumán, para comunicar la decisión del pueblo santiaguino, de constituir una provincia independiente e aquélla. Su primer gobernador, el después brigadier general Juan Felipe Ibarra, debía ejercer un mando dilatado, en cuyo ejercicio reveló poseer una inteligencia despierta, valor personal y perspicacia concentrada, aunque algo rencoroso y susceptible, era también desinteresado, excelente amigo y muy conocedor de los hombres de su época.
Poseía retentiva singular y recordaba con minuciosidad todos los acontecimientos en que había intervenido en los siete años de campaña en la guerra de la independencia y su emoción era evidente cuando recordaba el fusilamiento de Borges.
En junio de 1821, Ibarra ajustó la paz con el gobernador Bernabé Aráoz, de Tucumán, habiendo sida batidas las fuerza santiaguinas por las tucumanas que mandaba el coronel Abraham González. Ibarra, no obstante, fue enemigo declarado de Aráoz y en no poca parte influyó en la desgracia de este último. Los enemigos de Bernabé Aráoz, al ser batidos en su provincia, se refugiaban en la de Santiago del Estero.
Ibarra continuó gobernando en Santiago del Estero, hasta que a raíz de la victoria de Oncativo, obtenida por el general Paz contra Facundo Quiroga, el vencedor dispuso que el general Javier López marchase sobre aquella provincia, viéndose obligado Ibarra a firmar un tratado, mediante el cual cesaba en el mando de su provincia y quedaba nombrado en su lugar Manuel Alcorta. Este tratado se celebró el 26 de mayo de 1830, en la ciudad de Santiago del estero, entre Casiano Romero y Adeodato Gondra, el cual fue ratificado después por Ibarra y López. Posteriormente, el general Paz destacó al general Román Antonio Deheza a la provincia de Santiago del Estero, con algunas fuerzas. Habiendo caído prisionero el general Paz, el 10 de mayo de 1831, el general Ibarra, con el auxilio del general Pablo de la Torre, jefe del partido federal de Salta, fue elegido nuevamente gobernador de Santiago del Estero, con fecha 19 de julio de aquel año.
Cuando la Coalición del Norte contra Rosas, en 1840, nuevamente peligró el gobierno de Ibarra, una columna de 500 hombres al mando de José Luis de Cano salió de Catamarca y otra de 1.000, mandada por Manuel Solá, partió de Salta, para operar ambas sobre Santiago del Estero, en combinación con las fuerzas del general Lamadrid; pero cuando Ibarra se vio amenazado por una invasión simultánea por tres puntos de su provincia, se puso en campaña al frente de 2.500 hombres. A fines de octubre de 1840, una de sus divisiones mandada por su sobrino, Manuel Ibarra, chocó en las márgenes del río Salado con la columna de Solá, derrotándola y persiguiéndola hasta los límites de Salta. Suerte análoga cupo a la columna catamarqueña, y en cuanto a la columna del general Lamadrid, tampoco pudo llenar su cometido operativo, porque el coronel Celedonio Gutiérrez que lo acompañaba con el mayor número de fuerzas, se pronunció por los federales, y se dirigió sobre Tucumán, apoyado por Ibarra, mientras Lamadrid se dirigía a La Rioja, para reunir las fuerzas con las que invadió a Córdoba.
Fue el último amago que sufrió Ibarra contra su gobierno. El caudillo de Abipones, engrandeció con el tiempo, conquistándose una personalidad política tan visible en las provincias del Norte, que su influencia fue preponderante.
Su alianza con Rosas fue firme, leal y en la medida de sus fuerzas, apoyó las operaciones de los ejércitos federales contra Lavalle y Lamadrid, hasta la caída de éstos. En la batalla de Monte Grande o Famaillá, el 19 de setiembre de 1841, Ibarra mandó el ala derecha del ejército de Oribe. Juan Felipe Ibarra siguió gobernando en su provincia, desde entonces, sin ningún sobresalto, hasta que a las 11 de la mañana del martes 15 de julio de 1851 falleció víctima de una afección orgánica, luego de una prolongada agonía. Estaba casado con Ventura Saravia de cuyo matrimonio no hubo sucesión.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
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Yaben, Jacinto R. – Biografía argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938).
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