Breve cancionero tradicional

 

La refalosa

 

Mirá, gaucho salvajón,
que no pierdo la esperanza,
y no es chanza,
de hacerte probar qué cosa
es Tin tin y Refalosa.
Ahora te diré cómo es:
escuchá y no te asustés;
que para ustedes es canto
más triste que un viernes santo.

 

Unitario que agarramos
lo estiramos;
o paradito nomás,
por atrás,
lo amarran los compañeros
por supuesto, mazorqueros,
y ligao
con un maniador doblao,
ya queda codo con codo
y desnudito ante todo.
¡Salvajón!
Aquí empieza su aflición.

 

Luego después a los pieses
un sobeo en tres dobleces
se le atraca,
y queda como una estaca.
lindamente asigurao,
y parao
lo tenemos clamoriando;
y como medio chanciando
lo pinchamos,
y lo que grita, cantamos
la refalosa y tin tin,
sin violín.

 

Pero seguimos el son
en la vaina del latón,
que asentamos
el cuchillo, y le tantiamos
con las uñas el cogote.
¡Brinca el salvaje vilote
que da risa!
Cuando algunos en camisa
se empiezan a revolcar,
y a llorar,
que es lo que más nos divierte;
de igual suerte
que al Presidente le agrada,
y larga la carcajada
de alegría,
al oír la musiquería
y la broma que le damos
al salvaje que amarramos.

 

Finalmente:
cuando creemos conveniente,
después que nos divertimos
grandemente, decidimos
que al salvaje
el resuello se le ataje;
y a derechas
lo agarra uno de las mechas,
mientras otro
lo sujeta como a potro
de las patas,
que si se mueve es a gatas.
Entretanto,
nos clama por cuanto santo
tiene el cielo;
pero ahi nomás por consuelo
a su queja:
abajito de la oreja,
con un puñal bien templao
y afilao,
que se llama el quita penas,
le atravesamos las venas
del pescuezo.
¿Y qué se le hace con eso?
larga sangre que es un gusto,
y del susto
entra a revolver los ojos.

 

¡Ah, hombres flojos!
hemos visto algunos de éstos
que se muerden y hacen gestos,
y visajes
que se pelan los salvajes,
largando tamaña lengua;
y entre nosotros no es mengua
el besarlo,
para medio contentarlo.

 

¡Qué jarana!
nos reímos de buena gana
y muy mucho,
de ver que hasta les da chucho;
y entonces lo desatamos
y soltamos;
y lo sabemos parar
para verlo refalar
¡en la sangre!
hasta que le da un calambre
Y se cai a patalear,
y a temblar
muy fiero, hasta que se estira
el salvaje; y, lo que espira,
le sacamos
una lonja que apreciamos
el sobarla,
y de manea gastarla.
De ahí se le cortan orejas,
barba, patilla y cejas;
y pelao
lo dejamos arrumbao,
para que engorde algún chancho,
o carancho.

 

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Conque ya ves, Salvajón;
nadita te ha de pasar
después de hacerte gritar:
¡Viva la Federación


Amenaza de un mazorquero y degollador de los sitiadores de Montevideo dirigida al gaucho Jacinto Cielo, gacetero y soldado de la Legión Argentina, defensora de aquella plaza.


Cielito de los orientales

 

Cielito, cielo que sí
cielito de los orientales,
donde pisa el gaucho Artigas,
hasta se erizan los trigales.

 

Portugueses y españoles,
a las corridas están,
ni porteños ni traidores,
lo pueden sobornar.

 

Cielito, cielo que sí,
cielito de la verdá,
no ofende ni teme Artigas,
al proclamar la Libertad.

 

Suscriben la Independencia,
los congresales en Tucumán,
los Pueblos Libres lo hicieron
trece meses atrás.

 

Desde junio del quince, Artigas
ha jurado la Independencia,
¡esa fecha es el inicio,
de nuestra gloriosa existencia!

 

Cielito, cielo que sí
cielito del gran Artigas,
junto a Belgrano y San Martín,
nuestros Padres de la Vida.

 


Cielito de Montevideo (1)

 

Flacos, sarnosos y tristes,
los godos acorralados
han perdido el pan y el queso
por ser desconsiderados.

 

Cielo de los orgullosos,
cielo de Montevideo,
piensan librarse del sitio
y se hallan con el bloqueo.


1) Cuando a principios del siglo XIX gauchos, jornaleros y vecinos establecidos, sitiaron la ciudad de Montevideo para expulsar al gobierno impuesto por el imperio español, ni siquiera se imaginaban en que culminaría el fruto de sus acciones. Cuentan documentos de época que abrigados bajo la oscuridad de la noche, osados guerreros se deslizaban con guitarras hasta las murallas de la ciudad-puerto, donde cantaban un nuevo estilo musical, el cielito.


Los chanchos de Vigodet (1)

 

Los chanchos que Vigodet
ha encerrado en su chiquero
marchan al son de una gaita
echando al hombro un fungeiro.

 

Cielito de los gallegos
¡ay!, cielito del dios Baco
que salgan al campo limpio
y verán lo que es tabaco.

 

Vigodet en su corral
se encerró con sus gallegos,
y temiendo que lo pialen
se anda haciendo el chancho rengo.

 

Cielo de los mancarrones

¡ay!, cielo de los potrillos

ya brincarán cuando sientan

las espuelas y el lomillo.


1) En 1811 Artigas produce el primer Sitio a Montevideo. Quienes forman el grueso de este ejército rebelde, son: hombres negros esclavos que ven en la revolución una manera de escapar a sus amos, gente perseguida por la ley, contrabandistas y nativo americanos semieuropeizados. El poeta rioplatense Bartolomé Hidalgo es absorbido por esa masa popular eufórica y en armas; el funcionario público se transforma en gaucho, y su arte también. Comienza a producir cielitos militantes, atrevidos y desnudos de todo vuelo poético.


¡Qué tiempos tan desgraciados!

 

¡Qué tiempos tan desgraciados!
¡Vida tan sin esperanza!
Con tanta revolución
sólo el que muere descansa.

 

Ya no hay rey, ya no hay corona,
no hay hombre que nos defienda,
nadie es dueño de su hacienda,
ni menos de su persona.
Y las milicias de ahora
todo, todo han sublevado
no hay oficial no hay soldado
que se quiera persignar.
¡Hasta a Dios quieren negar!
¡Qué tiempos tan desgraciados!

 

Causa una gran confusión
ver la milicia del día,
no hay premio no hay garantía,
ya no se oye a la razón
ya no hay juez de apelación
sólo reina la venganza,
arbitrariedad y mudanza,
toda ley está perdida…
ya no parece ser vida
¡vida tan sin esperanza!

 

Los tiempos van muy cambiados
según se distingue ahora:
La Iglesia es auxiliadora,
los diezmos son del Estado.
Los pueblos se han desatado
con tanta contribución.
Ya no hay leyes ni razones
no hay hombre que no nos deje;
hasta los curas son jefes
con tantas revoluciones.

 

Si un hombre quiere evitar
los perjuicios de esta vida
de un lado mira la envidia
y del otro la iniquidad.
Un hombre que se iba a ahorcar
con rabia y con desconfianza,
uno iba con la esperanza
otro dijo: -Voy perdido.
Por fin dijo, de aburrido:
-Sólo el que muere descansa.

 


Mi adorada compañera

 

Mi adorada compañera:
Te escribo desde mi rancho,
que por defender la patria
aún estamos en el campo.

 

Acompañamos a Urquiza
con constancia sin igual,
defendiendo la divisa
de la causa federal.

 

Cuando me pongo a pensar,
mirando mi malacara,
sólo me queda exclamar:
¡Que suerte tan triste y rara!

 

Algún día ha’e querer Dios
que volvamos a Entre Ríos
para estar junto con vos
y con mis hijos queridos.

 

Te encargo el lobuno viejo
y la yunta de bragados,
que no pierdo la esperanza
de verlos bien apareados.

 

Es preciso que guardéis
las leyes del matrimonio.
Es todo lo que te encarga
tu marido, Juan Antonio.


Si bien el cantar tiene como punto de partida un hecho histórico –campaña de Urquiza contra Rivera en la Banda Oriental-, lo que más interesa es el sentimiento que el soldado en campaña experimenta frente a la realidad, que acepta pero que no comprende.


¡Ay, año sesenta y uno!

 

¡Ay, año sesenta y uno,
principio de tantos males:
ya los hombres no conocen
sus propias iniquidades!

 

Ya parece que llegamos
al determinado colmo:
que hemos de ver hecho polvo
el falso bien que gozamos.
¡Oh, qué engañados estamos
en lo que es ceniza y humo!
Al que tuvo porque tuvo
su fin le está amenazando.
Debemos decir temblando,
¡Ay, año sesenta y uno!

 

El robo, principalmente,
enarbola su estandarte;
la envidia, por otra parte,
saca la cara de frente.
Silva la antigua serpiente
en los míseros mortales
dando señales fatales
del último desengaño.
¡Cómo no ha de ser este año
Principio de tantos males!

 

Todo lo bueno se acaba:
virtudes y devociones.
Dan el grito las pasiones,
y alza el capricho la espada,
¡Ay, época desgraciada,
de castigos tan atroces!
Ya no se atiende a las voces
de justicia y de verdad,
porque ni su propio mal
ya los hombres no conoce.

 

Corre la sangre en San Juan,
tiembla la tierra en Mendoza,
y, entre llamas horrorosas,
arde el suelo en Tucumán.
Y según los tiempos van,
crecen las calamidades;
y al compás de las maldades,
se concluye todo bien,
porque los hombres no ven
sus propias iniquidades.

 


Un año ha que te venero

 

Un año ha que te venero
sin pensar en otra cosa.
Sólo en ti deidad hermosa,
puse mi amor verdadero.

 

Para mi no hay tiempo alegre:
soy un deshojado lirio,
que los golpes del martirio
secaron mis hojas verdes.
Pero espero que me llegue
mi esperanza por enero.
Y me responde febrero:
-En marzo has de descansar:
Así, dile a tu deidad:
Un año ha que te venero.
Llega abril, y llora más
mi corazón en desmayo;
y mi llanto llegó a mayo
siempre en el mismo compás.
Junio me esperaba atrás.

 

Daré el último suspiro
allá por diciembre entero,
y estos mi ayes postreros
con su estación tan penosa;
no me fue dificultosa
porque en deveras te amé,
todo este tiempo pasé
sin pensar en otra cosa.

 

Siempre en la misma manera,
me halló julio en agonía,
aunque agosto me ofrecía
su florida primavera.
Dije, en septiembre: quisiera
gozar tus fragantes rosas,
tan bellas, tan deliciosas,
que yo sólo las miraba,
porque mi pensar estaba
sólo en ti, deidad hermosa.

 

Al fin, en octubre espero
que les des fin a mis penas,
antes que noviembre venga
y me halle siempre cautivo.
Publicarán lo que has hecho,
porque en tu inclemente pecho
puse mi amor verdadero.

 


El día menos pensado

 

El día menos pensado
has de desaparecer
de este mundo en que tú vives,
y en polvo te has de volver.

 

Reiteradas ocasiones
nos enseña la experiencia
que somos una apariencia,
como sombras y visiones,
como sueños e ilusiones,
como el arco iris formado,
como el verde y colorado,
que brilla y se pierde allí:
esto ha de pasar en ti
el día menos pensado.

 

Muriendo no has de llevar,
los intereses que ves,
porque lo que del mundo es
en el mundo ha de quedar;
y no tienes que dudar
que así te ha de suceder.
Al fin, ya no te han de ver
los que te ven al presente,
porque ya precisamente
has de desaparecer.

 

Muchos mueren de repente,
andando sanos y buenos,
robustos, de salud llenos,
y caen impensadamente.
Son lecciones de la muerte,
que a cada paso recibes.
Acuérdate y no te olvides
de lo que voy a decir:
que al fin te has de despedir.

 

De este mundo en que tú vives,
pensando sólo en vivir,
te afanas en trabajar;
al fin todo has de dejar
cuando te toque morir.
De nada te han de servir
bienes que has de perder,
pobre te han de sepultar.
Allí tapado has de estar,
y en polvo te has de volver.

 


Un unitario que estaba

 

Un unitario que estaba,
como muchos escondido,
muy confuso y afligido
de este modo se expresaba:
“Si voy a casa de tía,
temo hallar la Policía.
Si voy a la Lotería,
allá está la Policía:
por la mañana saldría,
mas temo la Policía;
si de noche y no de día,
temo hallar la Policía.
¿A dónde diablos yo iría,
sin hallar la Policía”
Que no era la Policía
su temor está probado,
que su conciencia al malvado
era lo que le argüía.

 


Federales atención

 

Federales, atención
y mirad un fiel retrato
de un unitario que es
tan pedante como fatuo.

 

Mirábase un unitario
al espejo de mañana,
y engreído con su figura
de esta manera exclamaba:
“Soy el joven más dichoso,
pues la fortuna me halaga
para disfrutar del mundo
lo que me gusta y agrada.

 

Si alguna niña me mira
se queda de mí prendada.
Tan sólo con observar
mi personita agraciada.
Si por divertir el tiempo
me dedico a visitarlas,
locas se vuelven por mí
y quedan enamoradas,
pues mi elegante figura
y dulcísimas palabras
son flechas que les penetran
sus corazones y almas.

 

Comodidas me sobran,
gasto sin regla la plata
porque el crédito me suple
a todo lo que me falta.
Si algún acreedor me cobra,
como suele, de mañana,
le digo: “vuelva a la una,
que será la deuda paga”.
Mas al punto me perfumo,
me aprieto bien la corbata,
y más lindo que un Adonis
salgo a pegar otra trampa”


. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Así acabó su discurso
este joven o fantasma,
y su criado que lo oía
le dirigió estas palabras:
“No hay duda que sos feliz
si esta vida no se acaba,
y si a la cárcel un día
por holgazán no te mandan.
Que es lo que espero suceda
si no cambias en tu marcha
y le prestas obediencia
al Gobierno que hoy nos manda”.

 


¿A dónde está el Protector? (1)

 

¿A dónde está el Protector?,
un curioso ha preguntado
y otro curioso responde,
tiempos há que lo han boleado. (2)

 

Cielito, cielo que sí,
cielito del palomar:
la mejor ocupación
es aprender a bolear.

 

Para bolear unitarios,
estamos ya preparados.
Porque son unos baguales
y como tales boleados.

 

Cielito, cielo que no,
cielito de andar, andar:
es mejor que se sostenguen,
y que dejen de pintar.

 

Bien pueden desengañarse
de su impotencia tenaz,
si no quieren ser boleados
como su caudillo Paz.

 

Cielito, cielo, cielito,
cielito de la ribera:
¿Dónde diablos estarán
La Madrid y Pedernera? (3)

 

¿Estarán en los infiernos,
o andarán como baguales,
metidos entre los montes,
o entre algunos carrisales?

 

Allá va cielo y más cielo,
cielito de los limones:
¿Qué julepe no tendrán
estos pícaros bribones?

 

Con la plata que han robado
mil cuentas irán haciendo,
mientras está el Protector
triste, lloroso y gimiento.

 

Cielito, cielo que sí,
cielito del ladronicio,
en hablando de ladrones,
no hay en ellos desperdicio.

 

Basta decir unitario
para saber que es ladrón,
y por eso es que se empeñan
en sostener su opinión.

 

Allá va cielo y más cielo,
cielito del unitario,
son capaces de robar
a la Virgen, el Rosario.

 

Están ya tan conocidos
en la ciencia de robar
que no hay entre ellos ninguno
que no tenga habilidad.

 

Cielito, cielo, cielito,
cielito de la conquista:
¿Hasta cuándo estos tunantes,
quieren enredar la lista?.

 

En tantas se han de meter,
que al cabo la han de pagar,
y en un cerrar y abrir de ojos
a alguno lo han de bolear.

 

Cielito, cielo que sí,
cielito del andaluz,
puede ser que no les valga
el correr como avestruz.

 

¿Pensará el guacho Madrid,
que llegando a Tucumán,
comerá por superior,
sólo por hijo de…Adán?

 

Cielito, cielo que no,
cielito del pensamiento;
puede ser que vaya alegre
y que salga descontento.

 

Sus paisanos lo conocen,
y saben que es un bribón,
que siempre tiene a su patria
en continua agitación.

 

Allá va cielo y más cielo,
cielito por despedida:
como llegue a pestañar
ha de pagar con su vida.


1) Cielito poco conocido, posiblemente inédito. Papel suelto publicado por Imprenta Republicana. Se encuentra en el archivo particular de Federico Vogelius.

2) Alude a José M. Paz que cayó prisionero de una partida del ejército de Estanislao López, por haber sido boleado su caballo. Este hecho privó al ejército unitario de la figura militar de mayor relieve.

3)En este verso se menciona a dos figuras claves del ejército unitario: Gregorio Aráoz de Lamadrid, sucesor de Paz en el mando una vez que éste cayó prisionero, y Juan Esteban Pedernera, integrante de ejército de Lavalle.


Coplas de la montonera

 

En mis pagos me llaman
el mozo guapo,
porque tengo una lanza
pa’ chuciar sapos.

 

De Los Ranchos vengo yo
buscando la montonera,
a Lamadrid se le nota
de lejos la polvareda.

 

Dicen que de la sierra
viene Guayama,
con su tropa de gauchos
buscando fama.

 

Buscando fama, sí
ay vida mía,
de la sierra pa’ abajo
se lo quería

 

Ay juna, ay juana
Potrillo y Guayama,
donde relincha el peludo
y cacarea la iguana.

 

Ellos traen caballería
de bigote retorcido,
pronto vendrán contra el suelo
cuando demos un silbido.

 

A la huella, a la huella,
huella de tira y afloja,
entre las bolas y el lazo
amigo don Justo escoja.

 


El fusilado

 

Una vez iba un riojano
que lo iban a fusilar,
sale una mujer gritando:
con él me quiero casar.

 

El riojano que la mira
llorando su triste suerte
y al verla tan fea, grita
vamos, prefiero la muerte.

 


Santiagueños y cordobeses

 

El cura anda cabizbajo
porque cree que habrá friega,
parece que los de abajo
vencerán la montonera.
En el valle está lloviendo
en las sierras garugando,
si le preguntan por mí,
digales que estoy peleando.
Los santiagueños llegaron
con sus flechas y arcabuces.
Mil cordobeses mataron
y en el cerro están las cruces.

 


Llegará la montonera

 

Los que sean de su partido
ya se pueden disparar,
ya llega la montonera
pronto la van a pagar.

 

Cuando salga mi aparcero
a la plaza a retozar,
yo voy a dirme con él
porque me gusta pelear.

 

Esto va por despedida
y por despedida va.
Gutiérrez nunca dispara
y siempre su cara da.

 

Al perder la montonera
fui a dar entre perdularios,
cuando no encuentre guanacos
he de boliar unitarios.

 


Dijo el mayor Escribano

 

Un viernes era por cierto
mis lágrimas hacen barro,
no me quisiera acordar
lo que sucedió en Navarro.

 

Dice el mayor Escribano
hoy vamos a tener guerra,
se viene la montonera
haciendo bramar la tierra.

 

Dijo el mayor Escribano
dónde están que no los veo,
y le preguntó a un soldado
cómo estás che Dositeo.

 

Me bandiaron de un chuzazo
al topar la montonera,
pero no me duele nada
y ando con la tripa ajuera.

 

Dijo el mayor Escribano
hablando de esta manera,
se me ha muerto el hombre más bravo
se acabó la montonera.

 

Bájese, pues amiguito;
saque el fuego, pitaremos.
No tenga miedo a las balas
después lo degollaremos.

 

Fuentes

Blomberg, Héctor Pedro – Cancionero Federal – Buenos Aires (1934)

Carrizo, Juan Alfonso – Cancionero popular de Catamarca – Buenos Aires (1987).

Chávez, Fermín – Juan Manuel de Rosas, su iconografía – Buenos Aires (1970).

Draghi Lucero, Juan – Cancionero popular cuyano – Mendoza (1938).

Fernández Latour, Olga – Cantares Históricos de la tradición argentina – Buenos Aires (1960).

Lanuza, José Luis – Cancionero del tiempo de Rosas – Buenos Aires (1941).

Moya, Ismael – Romancero – Buenos Aires 81941).

Oscar J. Planell Zanone / Oscar A. Turone – Agrupación Patricios Reservistas – Patricios de Vuelta de Obligado.

Rivera, Jorge B. – La primitiva literatura gauchesca – Buenos Aires (1968).

Rosa, José María – Historia Argentina.

Soler Cañas, Luis – Megros, gauchos y compadres en el cancionero de la Federación – Buenos Aires (1958).

Terrera, Guillermo Alfredo – Cantos tradicionales argentinos – Buenos Aires (1967)

Turone, Gabriel Oscar – Cantares de la Federación – Buenos Aires (2008).

Vignolo, Griselda y Nuñez, Angel – Cancionero Federal – Buenos Aires (1976).

 

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