Yo te canto enseña invicta de mi patria; yo te canto, asombrado de tanta hazaña, bandera gaucha, soberana mía. Yo rememoro a tus gauchos heroicos, humildes y pobres; yo evoco a esos legendarios centauros de la pampa, siempre nobles y generosos. Yo canto al héroe anónimo, al soldado olvidado. Los convoco junto a ti, lábaro sagrado, porque tu cuna fue gaucha y tus primeros soldados fueron gauchos.
No tuvieron escuela, ni iglesia, ni justicia, pero tenían el temor de Dios y el profundo respeto de lo sagrado.
Enamorados de su heredad inmensa, dilatada, sin vallados ni alambradas; identificados con los misterios de su tierra, con el encanto de su paisaje agreste, con su fauna, sus costumbres y su cielo, vivían vitalmente la libertad sin más límites que los de sus fuerzas, el alcance de sus pingos y el de sus cuchillos. ¡Por la libertad vivían, por la libertad peleaban!
No eran letrados, no podían comprender la extensión de un territorio en liberación; sabían poco de su patria en gestación; solamente conocían su pago, su familia, sus amigos.
El paño azul y blanco flameando bizarro en lo alto de un asta representaba para ellos, el pueblo en armas. Donde estaba el pabellón allí estaba la Patria. Gauchos y paisanos, comprometidos con el honor y la gloria, siguieron a su bandera como el enamorado sigue a su amada.
La Patria estaba allí, representada por el lábaro inmaculado; éste lo compendiaba todo: al país, a la autoridad, a la libertad.
El arquetipo gaucho nace en el Virreynato del Río de la Plata, en la frontera de la civilización colonial, del contacto de dos culturas: sangre indígena y sangre ibérica corren por sus venas. Es el prototipo del descendiente hispánico arraigado en la llanura despoblada, donde no hay gobierno ni decretos: allí entra en relación carnal con la raza indígena, allí en la soledad del desierto, tálamo inmenso y natural, se generó el tipo gaucho. Su gestación demandó siglos de convivencia hostil.
Era varón independiente. Todo cuanto de oro hay, encima y debajo de la tierra, no era bastante para enajenar la libertad. Así pensaban nuestros antiguos paisanos. Tales hombres llevaban la tradición en el alma y una canción en sus gargantas.
Criados a pampa y cielo, en llanos y montañas, entre cerros y quebradas, domadores, arrieros, varones de duras faenas camperas, señores de la llanura desierta, de la tierra de nadie, sin más amigos que su fiel caballo y su guitarra, en un mundo sin ley, donde triunfa el más fuerte y donde sobrevive el más astuto; así eran los gauchos.
No conocían el refinamiento, las comodidades, ni el lujo que proporcionaba la riqueza. Unas pocas pilchas le bastaban; su cama era una raída manta sobre el suelo duro o un viejo jergón. Acostumbrados a dormir en campo abierto, teniendo el cielo por techo y la tierra por cama, aguantando lo mismo el calor del trópico que las heladas patagónicas, se curtieron en la vida dura; se convirtieron en hombres naturalmente aptos para las exigencias del campamento guerrero. Tenían las virtudes del combatiente nato… y fueron soldados invencibles.
Mientras tanto, en la gran urbe, en la Santa María del Buen Aire, España sienta sus reales; allí está el insigne abolengo, la prosapia esclarecida, los oidores, los alcaldes y los corregidores, los hidalgos, los capitanes y soldados, los vasallos del rey; los privilegios del comercio; la fe, la urbanidad y la cultura de la madre patria.
El pueblo levantado en armas no tenía bandera. Entonces, el general Belgrano González, en horas de inspiración y de vigilia, te imaginó como eres, con los colores del manto sagrado de la Virgen Inmaculada. Y un día glorioso para la Patria, te lanzó a la vida de la fama en las barrancas del Paraná.
Los gauchos y paisanos que presenciaron tu humilde alumbramiento, sedientos de libertad, te hicieron su patrona y, desde ese momento, por Ti dieron la vida. Desde entonces, sangre indígena y sangre gaucha custodian la sagrada bandera y combaten por ella.
La marcha de la libertad se ha iniciado ya; las cadenas de la esclavitud se han roto. El sagrado pabellón desplegándose al viento majestuoso, avanza de pueblo en pueblo, de región en región; y avanza tras el horizonte que se evade, empujado por el lírico idealismo de sus fieles gauchos que anhelan la humana libertad para todos los hombres de América española.
Mensajera de la libertad, heraldo de la “buena nueva”, adelantada de la Patria, portadora de esperanzas para los oprimidos y de castigo para los opresores, yo te saludo sacrosanta bandera de mi pueblo.
Desde entonces, cerros, arenales y punas, pedregales, valles, ríos y pampas vieron pasar tus colores azul y blanco enarbolados por las férreas manos de vigorosos gauchos. Marchaban camino de la gloria y de la libertad, y anduvieron largas jornadas; …y escalaron las montañas; … y se saludaron con las estrellas.
¿Quiénes son?, preguntaban los lugareños. ¿Quiénes son estos gallardos, soberbios y aguerridos varones portadores de la libertad? ¿De dónde viene esa bandera que los guía a la formidable empresa?
Los pueblos te vieron pasar airosa al frente de los intrépidos batallones y de las invencibles caballerías gauchas; te vieron agitarte y flamear llena de orgullo sabedora de que tus fieles paisanos te defenderían hasta morir.
Y así fue. Potosí y los milenarios collas, la tierra de los Incas y la región de Riobamba que domina el Chimborazo, las misiones guaraníticas y los pueblos de Araucania, te aclamaron victoriosa y te saludaron soberana. También, los mares te vieron flamear vencedora al tope de las osadas y heroicas tripulaciones marineras. Todos los pueblos te bendijeron y te respetaron como tu respetaste al vencido, porque vieron en Ti al lábaro inmaculado del pueblo hermano que llevaba la libertad por única consigna.
¡Dios te salve!, llena eres de gracia, bendita tu eres entre todas las banderas del mundo; el Señor Dios de los Ejércitos te cobije en su seno eterno.
¡Bendita tu eres!, porque no tomaste tierras, ni dominaste sobre el vencido, ni sometiste caprichosamente, ni impusiste yugo, ni exigiste recompensas. ¡Qué gran ejemplo para el mundo!
Pero, ¿de dónde tomó nuestra enseña esas virtudes? ¿Quién le dio semejantes cualidades? ¿De dónde sacó tanta hidalguía? ¿Quién le conquistó tanta gloria?
Las virtudes de los gauchos, guerreros invencibles, le confirieron a la bandera de Belgrano las cualidades que asombraron a los pueblos: generosidad, sacrificio y heroísmo; altivez, magnánima hermandad, respeto de la libertad ajena.
Ella recibió de sus paisanos las virtudes de un pueblo nacido para la grandeza. Y, como ellos, fue generosa y altiva; como ellos sufrida y heroica; como ellos, magnánima y noble.
De tanto acompañar a los escuadrones gauchos, te hiciste gaucha, bandera nuestra; … tus paisanos te habían infundido su alma y sus virtudes…
El paisano era capaz, siempre, de jugarse en una patriada sin pedir nada…, porque sí nomás; porque era de gaucho hacerlo. Su proverbial sentimiento dispuesto a la “gauchada” fue heredado por nuestro lábaro inmortal; y desde entonces el mundo te admira como a la “Bandera Gaucha”. Desde entonces, ¡pendón sagrado!, sos idea, figura, encarnación y símbolo del alma gaucha para la eternidad de los tiempos…
Fuente
González Fossat, Delfor – Oración a la Bandera, Homenaje a la Patria Gaucha.
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