Hablar de la neutralidad que mantuvo el gobierno de Hipólito Yrigoyen durante la Primera Guerra Mundial, significa referirnos a un acto en donde los intereses argentinos fueron primordiales e inviolables, dado que nuestro país aparecía equidistante de los factores políticos mundiales que estaban en pugna. Yrigoyen, por cierto, irrumpe en 1916 tras alzarse con la victoria en las primeras elecciones presidenciales donde el fraude ya no era aceptado como método. Nuestro país quería independizarse de la asfixiante injerencia económica de Inglaterra, país que, devenido en imperio industrial y financiero, se apoderó de nuestra clase dirigente y la encauzó, como quiso, bajo sus designios. Éramos, según la división internacional del trabajo impuesta por los británicos, el “granero del mundo”, un espacio terrenal que solamente ofrecía sus materias primas a cambio de las manufacturas que aquéllos gentilmente nos ofrecían.
El contexto internacional era dramático. La gestación de la primera conflagración mundial ya llevaba dos años, estaba acaparando cada vez más países beligerantes, y nada auspiciaba un final inmediato ni mucho menos. La coyuntura de ese año 1916 se presentaba complicada para don Hipólito Yrigoyen.
Haciendo honor al nombre de su partido, la Unión Cívica Radical, Yrigoyen venía a actuar guiado por planteamientos radicalmente opuestos a los de la oligarquía que hasta entonces gobernaba y decidía los no tan claros destinos del país. Era común que, ni bien asumía una flamante administración al poder, se acercase el embajador británico de turno para dar una suerte de “visto bueno” a los ministros que estaban por ser nombrados por el nuevo presidente para, finalmente, elaborar un informe y remitirlo a Londres. Fue entonces que Yrigoyen, al momento de ser abordado por quien ocupaba la embajada de Inglaterra en Buenos Aires, le contestó que esa costumbre insana el señor embajador la “debe dar por terminada”.
Postura yrigoyenista ante la Primera Guerra Mundial
Presionado para que se manifieste por uno u otro de los bandos que luchaban en Europa desde 1914, el caudillo radical dirá ante una delegación estudiantil que el camino a seguir ha de ser el de la política de la paz, porque según sus palabras “la paz es el estado normal de las naciones. Todo pueblo, todo grupo de pueblos hermanos tiene la obligación de mantener su paz y resguardarla. La desesperación de los gobiernos sin juicio propio por “declarar” la neutralidad frente a conflictos que a lo nacional no afectan, procede de que desde lo más íntimo les mueve un espíritu de dependencia; un espíritu rendido de antemano, o bien por intereses, o bien por una idea o sentimiento de inferioridad, fruto de un tipo de política sin fe ni principio”.
Como podrá verse, Hipólito Yrigoyen incluso se manifestaba en contra de la declaración de la neutralidad, lo que comúnmente se ha negado o tergiversado ante la opinión pública. En toda su primera presidencia, que culminó en 1922, el caudillo no dictará un solo decreto de neutralidad, por el contrario, se limitará “a acusar recibo de las comunicaciones enviadas por los nuevos beligerantes, porque según el concepto del presidente Yrigoyen la paz es el estado normal de las naciones, y debe suponerse que subsiste mientras los poderes públicos no resuelvan y declaren explícitamente lo contrario”, sostiene el investigador Ricardo Ryan por 1921.
Hay otra definición exquisita que emana de la brillantez intelectual de don Hipólito Yrigoyen, al argumentar que lo que se declara es la guerra y no la paz. Que, asimismo, la paz se quebranta cuando se ven afectados los intereses nacionales o por alguna invasión o amenaza a la soberanía territorial, todo lo cual no estaba sucediendo en el desarrollo del conflicto internacional y lejano.
Inclinarse por la paz o la neutralidad era una demostración de que el movimiento radical de Yrigoyen encarnaba una idea cabal de nacionalidad y patriotismo, actitud que fue percibida y saludada por, entre otros, el eminente escritor nacionalista Manuel Gálvez, quien vio en los radicales “la expresión sólida y exaltada del sentimiento nacional”. El propio Hipólito Yrigoyen le dirá a un diplomático inglés en 1919, ya finalizada la contienda, que “no tenía confianza en los Estados Unidos y que veía a (Woodrow) Wilson como un imperialista que aspiraba a imponer su autoridad a lo largo de las Américas. Por Inglaterra profesaba un horror sagrado… Contemplaba a Inglaterra como un poder sepultado en el materialismo que tras saciarse al devorar a medio mundo, pretendía ahora colocarse una hipócrita máscara de generosidad”. Por cierto, esta definición es inapelable.
El 6 de abril de 1917 Estados Unidos entra en guerra luego de que submarinos alemanes atacaron sus embarcaciones en aguas declaradas neutrales y, como era de esperarse, la diplomacia norteamericana instigó con suma inmediatez a los países de América del Sur a que le declaren la guerra a Alemania. Un día después, el 7 de abril, Cuba será la primera nación en romper relaciones con los germanos; el día 11 y 14 del mismo mes, lo hacen Brasil y Bolivia, respectivamente. Y unos meses más tarde, Uruguay, Perú y Costa Rica harán lo propio. Nuestro país, a través del canciller Honorio Pueyrredón, manifestará que Argentina fue la única nación que mantuvo la neutralidad “activa y efectiva”, sin tener que renunciar a la defensa de principios ni a soslayar la defensa de su soberanía nacional.
El mantenimiento de la postura neutral no impidió, desde luego, las arteras amenazas inglesas de que era objeto el gobierno de Yrigoyen, que estaban destinadas a destruir, de ser posible, la capacidad económica-financiera del país. Sus banqueros, como los de Estados Unidos y Francia, apostados en la patria, ayudaban a sembrar el pánico al querer fomentar el retiro forzoso de empréstitos, o las exigencias de pagos y la suspensión de créditos.
A medida que transcurría la guerra, se ve con claridad que son dos los dirigentes que defienden con mayor vehemencia la postura yrigoyenista: el ministro de Relaciones Exteriores Honorio Pueyrredón, y el diputado Horacio B. Oyhanarte. El primero dirá, en septiembre de 1917, que “el gobierno procede con la energía que ha demostrado. No es la energía de sus palabras. Es la energía de sus actos; pero procede en todo y sobre todo como argentino y nada más que como argentino”. Por su parte, Oyhanarte expresará: “Llegamos así al triunfo, que es el de la nación sobre sus males y todas sus amoralidades, con la integridad de nuestra bandera. ¡Guay de nosotros si no tuviéramos en los actuales momentos el pensamiento y la dirección del presidente Yrigoyen! Ya habríamos rodado en la conflagración universal, y no con los prestigios plenos de nuestra soberanía, y siguiendo la orientación de nuestros idealismos y de nuestras conveniencias nacionales, sino que hubiéramos rodado como un subestado, como una subrepubliqueta, acomodados al interés o al acicate de cualquier grupo de las potencias en guerra”.
La dignidad mantenida por Hipólito Yrigoyen fue asombrosa, y bien puede decirse que aquélla se erigió en una particular posición eminentemente nacional frente a las tendencias dominantes del globo terráqueo en materia de geopolítica. El 11 de noviembre de 1918 se establece el armisticio de Compiegne, que bajó el telón al monstruoso hecho de armas, y tres días más tarde, la infinita humanidad de Yrigoyen se cristalizó con la firma de un decreto que declaraba feriado el 14 de noviembre de 1918, jornada según la cual oficialmente dio por terminada la Primera Guerra Mundial. El argumento, tan simple como caballeresco, fue que dictaminar tal feriado llevaba como objeto el “solemnizar en forma pública la terminación de la guerra”.
Incomprendido y olvidado, y aún engañado por sus propios partidarios durante el segundo mandato personal, que significó el ocaso de su vida pública y política, don Hipólito Yrigoyen todavía no fue esclarecido del todo por la corriente revisionista. No se le reconoce el haber declarado ilegal a la masonería, el impulsar la orgullosa empresa YPF en desmedro de la voracidad de los trusts foráneos y el haber aplicado una política sencilla y auténticamente argentina cuando la Gran Guerra del 14. Una injusticia como tantas otras.
Fuente
Alén Lascano, Luís C. “Yrigoyen y la Gran Guerra”, Editorial Korrigan, 1974.
Rock, David. “La Argentina Autoritaria”, Editorial Ariel, Buenos Aires, 1993.
Turone, Gabriel O. – Yrigoyen y la neutralidad en la Gran Guerra, Buenos Aires (2008).
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