Nació en Carmen de Patagones el 24 de agosto de 1833, siendo sus padres Miguel Piedrabuena, natural de Santa Fe, y Vicenta Rodríguez. Fue bautizado el día 27 del mismo mes y año, poniéndosele los nombres de Miguel Luis. Se educó en su pueblo natal, siendo su maestro de primeras letras, Mariano Zambonini. Fue un excelente estudiante, con particular dedicación a la Geografía, Aritmética y Geometría.
Desde sus primeros años reveló una afición singular por los deportes náuticos, y en 1842 se embarcó en un pailebot norteamericano mandado por el capitán Lemon, en calidad de grumete. Zarparon de Patagones en octubre de aquel año, y después de tocar en Montevideo, llegaron a Buenos Aires, un mes después. Descontento con el trato despótico del capitán, Piedrabuena se desembarcó, siendo recogido por un amigo de sus padres, James Harris, antiguo capitán de la carrera a Patagones, quien lo colocó en una escuela de esta ciudad, donde completó sus estudios primarios, adquiriendo después conocimientos secundarios en otra escuela. Terminados los cursos, el capitán Harris lo embarcó para Patagones, devolviéndolo a sus padres.
El 23 de julio de 1847 se embarcó en el Pailebot “John D. Davison”, al mando del capitán W. H. Smiley, estadounidense, conocedor a fondo de la Tierra de Graham, Tierra del Fuego y Patagonia. Se ocupó desde el primer momento de la educación marinera de Piedrabuena, el cual el 3 de agosto de 1847 cruzaba por segunda vez la barra del Río Negro. A fines de julio del año siguiente, el pailebot fondeaba en las Islas Malvinas, con el objeto de refrescar víveres, y efectuada esta operación, se dirigieron al Cabo de Hornos, descendiendo hasta el paralelo 68º de latitud Sur, donde el buque se dedicaba a la pesca de ballenas, permaneciendo allí un año dedicado a aquella faena, en la cual Piedrabuena adquirió una destreza extraordinaria. Al cabo de aquel tiempo, regresaron a las Malvinas a descargar el cargamento y de allí siguieron a Patagones. El joven grumete pidió a sus padres permiso para continuar la carrera que había abrazado.
El 28 de agosto del año 1849, el “John E. Davison” zarpó de Patagones para Montevideo, donde fue fletado por Samuel Lafone, para conducir provisiones a los misioneros ingleses establecidos en la parte Sud de la isla de Navarino y Tierra del Fuego. Al salir de Montevideo, el capitán Smiley hizo reconocer a Piedrabuena como 2º oficial, entregándole el mando de la segunda ballenera. En el viaje, un fuerte temporal obligó al pailebot a recalar en un puerto de la Isla de los Estados, circunstancias que permitió a Piedrabuena efectuar su primer salvataje, arrancando de la muerte a 14 tripulantes de un buque alemán que había naufragado en aquellas inhospitalarias costas.
Continuaron viaje a la Isla Navarino, donde comprobaron por noticias escritas, allí dejadas, que los misioneros se habían trasladado a Puerto Español, en las dos embarcaciones que poseían. Al día siguiente zarparon para el canal de Beagle, y a las 40 millas de haber navegado en el mismo, avistaron los topes de una embarcación que resultó ser el buque de los misioneros, y al llegar encontraron que sólo había siete cadáveres, algunos de ellos mutilados; y por un diario que llevaban los misioneros y que hallaron en la playa, se informaron de que los otros siete hombres, incluso el capitán Allan Gardener, se habían perdido en el Cabo Kinnaird (Bahía Aguirre) con la otra embarcación, arrastrada contra los escollos por el fuerte viento reinante. Después de enterrar los cadáveres, la “John E. Davison” siguió viaje a Bahía Aguirre, sin encontrar los restos de la otra embarcación. Siguieron viaje a la Isla de los Estados, para recoger los náufragos que allí habían dejado, e hicieron rumbo a Bahía del Oso Marino, donde encontraron dos buques cargando guano, a los que entregaron aquellos. A los pocos días llegaron a Deseado, donde se trasbordaron al bergantín goleta “Zerabia”, y en febrero de 1850, el capitán Smiley ascendió a Piedrabuena a 1er oficial de su buque; dirigiéndose a los pocos días para Río Negro donde cargaron ganado vacuno y lanar para las Malvinas. Desde marzo a setiembre de aquel año, Smiley confió el mando de su buque a Piedrabuena, tiempo durante el cual recorrieron las costas de las Malvinas, Isla de los Estados y Tierra del Fuego. En noviembre, en viaje para Puerto Español, un violento temporal pone en peligro de zozobrar al buque, arrancándole una lancha y dos marineros, frente a Monte Campana. Por fin lograron llegar a destino después de crueles peripecias. Todo el año 1851 la pasaron recorriendo los mares australes, dedicados a la pesca de focas y lobos marinos. En un reconocimiento ordenado a Piedrabuena por Smiley en los mares glaciales de la Tierra de Graham, aquél se perdió con su ballenera entre las montañas de hielo flotante, y por espacio de un mes permaneció con sus compañeros encerrados entre los “icebergs”, alimentándose de carne de foca y aves marinas. Es fácil presumir las dolorosas alternativas de aquel grupo de valientes en situación tan penosa.
En octubre de 1854, embarcado con el capitán Smiley, en Montevideo, en el brick-barca argentino “San Martín”, salieron a fines del mismo para el Norte, llegando a Nueva York en el mes de diciembre, ciudad en la cual, mediante la influencia de Smiley, entró en una escuela de marina, donde completó sus conocimientos náuticos, recibiendo al final de sus estudios un honroso diploma.
Piedrabuena llegó a ser un artífice completo; a mediados de 1856, el capitán Smiley hizo construir un teatro en Nueva York, cuya maquinaria puso a cargo de aquél. A fines del mismo año, se embarcó con el mismo, como 1er oficial de la corbeta norteamericana “Merriman”, con la que recorrieron las costas meridionales de los EE.UU. y las Antillas. En 1858, Piedrabuena se embarcó en el bergantín goleta “Nancy” de propiedad de Smiley, y de Nueva York se dirigió a los mares australes de la República Argentina. A su arribo a la Isla de los Estados, salvó 24 náufragos, en la extremidad oriental de la misma, con riesgo de perder su propio buque. Por esta causa interrumpió su viaje y llevó a aquellos a las costas de la Patagonia, entregándolos a los buques que cargaban guano, y pagando Piedrabuena de su peculio el pasaje de los mismos hasta Montevideo.
Embarcado en la goleta “Manuelita”, de propiedad del cónsul Amiley, prosiguió sus excursiones de pesca de anfibios en las costas patagónicas; a fines de 1858 salvó la tripulación de la barca ballenera norteamericana “Dolphin”, en Punta Ninfas, compuesta de 42 hombres. En esta emergencia, el bote enviado para socorrer a los náufragos se estrelló en los arrecifes de aquella Punta, y Piedrabuena con los únicos dos marineros que quedaban a bordo, se lanzó en un botecito a rescatar el bote-lancha y 7 de sus tripulantes. Los rumbos que había sufrido la embarcación, fueron tapados provisoriamente por Piedrabuena con su propia ropa.
En 1859 Smiley le confió el mando del “Nancy”, y con éste y la “Manuelita” recorrió las costas de la Patagonia, Tierra del Fuego, Islas Malvinas y de los Estados; en esta expedición remontó con el “Nancy” el río Santa Cruz hasta Isla Pavón, donde izó por primera vez la bandera argentina, construyendo también un rancho para vivienda de tres patagoneros de su tripulación que dejara allí para custodia del pabellón nacional. En noviembre llegaba a Patagones de regreso.
A comienzos de 1860, armó en guerra el “Nancy” y se dirigió a los mares australes. Una vez en la Isla de Año Nuevo, tuvo que luchar con dos buques al parecer malvineros que quisieron abordarlo en momentos de prestar salvataje a los tripulantes del bergantín “Talher”, naufragado en unas restingas, tratando de impedir a Piedrabuena el cumplimiento de su altruista deber, para saquear el cargamento del buque náufrago. Con peligro de su vida y de sus compañeros, cumplimentó noblemente su propósito.
Siempre procediendo con tan humanitarios fines, hizo construir en Puerto Cook, en la Isla de los Estados, una pequeña casa para albergue de los desgraciados que fueran a naufragar en aquellas inhospitalarias costas; en aquella sencilla morada siempre flameaba el pabellón argentino, y en ella se cobijaron muchas veces náufragos arrancados a las furias de las olas por el capitán y tripulantes del “Nancy”. Cuando se hallaba ausente, Piedrabuena dejaba por temporadas, dos marineros con provisiones suficientes para subvenir las necesidades más apremiantes que pudieran sobrevenirles.
Durante el año 1862 y parte del 63, dedicado a la caza de focas, recorrió los estrechos de Magallanes y Le Maire y los canales de San Gabriel, Cockburn, Santa Bárbara y Beagle, levantando croquis de puertuchos y caletas no marcadas en las cartas hidrográfica de aquellas apartadas y peligrosas regiones. También practicó reconocimientos en la misma época, de las Islas Wollaston, Ermita y Falso y Verdadero Cabo de Hornos; reconocimiento este último que realizó con el fin de hallar un refugio para resguardarse de las violentas tempestades de aquellas latitudes; después de penosas búsquedas encontró en la parte septentrional de la Isla Wollaston, excelente refugio para buques de calado inferior a 15 pies. Y después con la unción patriótica que fue la idea predominante en el ánimo de este esforzado caballero del mar, practicó en la Isla de Cabo de Hornos, el reconocimiento del Cabo Tormentoso, como él lo titula y en la parte más acantilada de un gran peñasco situado en el mismo cabo, grabó la siguiente inscripción: “Aquí termina el dominio de la República Argentina – En la Isla de los Estados (Puerto Cook) se socorre a los náufragos – Nancy, 1863 – Cap. L. Piedrabuena”.
A fines de 1863 llegó a la Bahía San Gregorio, donde entró en relaciones con el cacique Biguá, a quien condujo más tarde a Buenos Aires, presentándolo al Gobierno de la República; conduciéndolo de regreso a sus dominios, a comienzos de 1864. En julio de este año cambió el nombre del “Nancy” por el de “Espora”, haciéndole efectuar una recorrida general de casco y aparejo en Buenos Aires. El 2 de diciembre del mismo año, el Gobierno Nacional le otorga despachos de capitán honorario de la Armada, autorizándolo a continuar con su buque armado en guerra para vigilar las costas australes de la República.
En 1865 despachó el “Espora” a Buenos Aires con muestras de los productos patagónicos, quedando Piedrabuena en su zona de vigilancia con el pailebot “Julia”, de 20 toneladas, que había adquirido para cumplimentar el patriótico y penoso deber que se había impuesto.
En 1866 adquirió en Punta Arenas el bergantín “Carlitos”, con el que realizó un viaje a las Malvinas, al que envía a Montevideo con un cargamento de carbón de piedra, puerto al que llegó con averías de consideración. Con la compra e aquel buque y su pérdida ulterior en Montevideo con su cargamento, empezó a resentirse seriamente el capital de Piedrabuena, el cual se extinguió totalmente, con motivo de la compra en las Malvinas, a los agentes de la compañía de seguros, de un buque a pique llamado la “Coquimbana”, cargado de planchas de cobre, en el cual, después de invertir ingentes gastos en jornales en seis meses de trabajo, y cuando ya había logrado poner a salvo el cargamento, la presencia de un buque de guerra inglés le impuso por la fuerza la entrega del cobre que legalmente había adquirido. No teniendo a quien recurrir en demanda de justicia, Piedrabuena se dirigió a Punta Arenas, en busca del “Espora”, único recurso que le quedaba para emprender la pesca y restablecer su fortuna.
A comienzos de 1867, con aquel buque y la “Julia” emprendió la pesca de lobos y elefantes marinos, recorriendo las islas meridionales del archipiélago Adelaida, en cuyas aguas un temporal le desarboló los palos a la “Julia”. A fin del mismo año encomendó el levantamiento del plano del río Santa Cruz, al Sr. J. H. Gardiner. A principios de 1868 hizo un viaje a Buenos Aires con el “Espora”, dejando la “Julia” estacionada en Bahía San Gregorio, con el objeto de vigilar los avances de los vecinos.
El 1º de agosto de aquel año, contrajo enlace en la iglesia de Nuestra Señora de la Merced, con Julia Dufour, hija menor del práctico del Río de la Plata, Pedro Dufour. Después de una luna de miel de dos meses y de aprovechar esta estada para vender el buen cargamento de pieles de lobo, las que fueron enajenadas al precio de 3 libras cada una, Piedrabuena se dirigió con su joven esposa a la Isla de los Estados, a donde llegaron tras penosa navegación. Después de hacerle conocer los parajes más pintorescos y las roquerías más pobladas, salieron para el río Santa Cruz, que remontaron hasta Isla Pavón. Allí permaneció Piedrabuena dos meses, al cabo de los cuales, dejando a su esposa en aquel punto, partió con el “Espora” para las Malvinas, a objeto de comprar ganado vacuno para llevarlo a su pequeña colonia de Santa Cruz. A fines del año 1869 zarpó de este punto para Bahía San Gregorio, Punta Arenas (donde completó la tripulación) y después para Isla de los Estados, donde desembarcó tres marineros en Basil Hall, con Gardnier, para construir una casilla de refugio de náufragos, el 19 de febrero, izando la bandera argentina, la que fue saludada por los cañones del “Espora” con una salva de 21 cañonazos. El mismo día hizo rumbo a la Tierra del Fuego, y en el mes de marzo entraba con aquel buque y la “Julia”, en la Bahía San Gregorio, con el fin de establecer un observatorio y también de construir después una baliza en Cabo Vírgenes, cumpliendo órdenes del Gobierno de Buenos Aires; pero cuando ya había empezado sus trabajos en la bahía, debió paralizarlos por oponerse a su realización el gobernador chileno de Punta Arenas, que amenazó emplear la fuerza para impedirlos. Regresó a Santa Cruz, y después de un tiempo volvió a bahía San Gregorio, comprobando que los chilenos no habían tomado posesión de aquel punto. Dio instrucciones al cacique Biguá, para que observase los movimientos de aquellos, y zarpó para Santa Cruz, con el fin de reforzar con una parte e la tripulación del “Espora”, la guarnición de Isla Pavón, donde también estableció 2 de los 4 cañones que poseía aquel buque; fortificación ésta, que levantó con el objeto de rechazar posibles agresiones chilenas, ante reiteradas amenazas que se le habían formulado, de ir a arriar la bandera nacional de Isla Pavón e izar la de aquel país.
Después hizo un reconocimiento en Puerto Gallegos, en cuya margen Sud creía encontrar alguna guardia de aquella nación, pero comprobó la inexactitud de tal sospecha, y se dirigió a los canales fueguinos, empleando el resto del año en cazar lobos marinos.
A comienzos de 1870 regresó a Punta Arenas, donde se encontró con su esposa, y de allí siguió para Patagones, donde la desembarcó, continuando Piedrabuena viaje a Buenos Aires. En agosto se dirigió a las costas australes y en viaje a Punta Arenas, reconoció todos los puertos inmediatos al estrecho, llegando a fines de setiembre a aquel puerto, donde había establecido un almacén naval, para servirle de pretexto a sus frecuentes visitas a aquel lugar.
En julio de 1872, el gobernador chileno de aquella colonia. Oscar Viel, después de haberse dirigido a numerosos marinos extranjeros sin haber conseguido su propósito, solicitó al capitán Piedrabuena para que practicase un reconocimiento en la Tierra del Fuego y recoger los restos del capitán y tripulantes del bergantín “Tresponts”, asesinados por los indígenas de aquellas costas.
El bravo marino argentino aceptó esta dificilísima comisión en atención a que era un servicio a la humanidad, pero con la expresa condición que se le entregara un buque convenientemente equipado para la expedición y renunciando por anticipado a los honorarios que le hubiesen correspondido por aquella penosa tarea. Se le entregó la goleta “Replenware”, bien equipada y en ella Piedrabuena encontró una buena parte de los tripulantes del “Espora”, entre ellos, el fueguino Juan Caballero, que le servía de intérprete.
Después de breves días de preparativos, se dirigió a la costa septentrional de la Tierra del Fuego, y afrontando los más violentos temporales, donde evidenció una pericia marinera jamás igualada, y corriendo los peligro más extraordinarios que pueda forjar el pensamiento humano, logró dar con los restos del capitán del “Tresponts”, que halló al pie de una roca, en un estado revelador del salvajismo de los naturales. Los hizo recoger, y luego se puso en marcha con su bote para un lugar llamado “Sanforcilan”, donde se hallaba la tribu autora de aquel acto verdaderamente bárbaro, a la que pensaba castigar en la persona del cacique. Pero a mitad de camino, habiendo arreciado el temporal, declarado ya en tempestad, desde una colina pudo apreciar aquel esforzado marino, la angustiosa situación del “Replenware”, en medio de la borrasca. Sin vacilar, se dirigió al mismo, al que salvó gracias a su insuperable habilidad, y habiendo debido “largar por ojo” las dos anclas, pasado el mal tiempo un poco; tomó la resolución de ir a Punta Arenas en un bote a dar cuenta de la comisión y proveerse de los víveres necesarios y pertrechos que había perdido. El encuentro en el camino con un buque inglés le permitió llegar a su destino sin perecer de hambre; lo que le permitió retornar al “Replenware”. Reparado éste de las averías sufridas, regresó Piedrabuena con él a Punta Arenas, donde hizo entrega a las autoridades de los restos del capitán del “Tresponts” y del buque que se le había confiado, renunciando de la manera más digna a las remuneraciones con que el gobernador quería pagarle sus cruentos trabajos.
Profundamente disgustado con infames intrigas en que querían envolverlo en Punta Arenas, resolvió abandonar este puerto y dirigirse a la Isla de los Estados, donde deseaba instalarse definitivamente, para proseguir sus interrumpidas empresas de pesca de lobos marinos y fabricación de aceites de pájaro niño. Llegó a aquella isla a comienzos de marzo de 1873, entrando en uno de los puertos meridionales. Días después un violentísimo temporal desarbolaba al “Espora” y su casco desmantelado era arrojado al fondo de la bahía, logrando salvarse la tripulación en la balsa, que habían echado al agua en medio de las furias del oleaje.
A los 72 días del naufragio, después de innumerables sacrificios, lanzaba al agua el casco del “Luisito”, que había construido con los restos del “Espora”, el cual a los pocos días estaba aparejado y listo para hacerse a la mar, lo que verificaron llevando víveres para 15 días, consistentes éstos, en agua, carne de pingüino y de lobo marino salada; habiendo utilizado las pieles de estos últimos para vestirse. A los 11 días de zarpar llegaron a Punta Arenas.
Imposibilitado para conseguirse una embarcación de mejores condicione, Piedrabuena decidió continuar sus peligrosas excursiones de pesca con el “Luisito”, y habiendo terminado el alistamiento de éste, en agosto de 1873 se dirigió nuevamente a la Isla de los Estados, con el fin de montar en aquellos parajes una fábrica para la elaboración de aceite del pájaro niño. A los pocos días de llegar divisaron los restos de un buque náufrago, que resultó ser el bergantín inglés “Eagle”, seis de cuyos tripulantes se hallaban aún con vida, pero desfallecientes y próximos a perecer. Después de una arriesgadísima maniobra, Piedrabuena logró llegar a la roca donde estaban aquellos infelices y logró trasbordarlos al “Luisito”. Partió inmediatamente para Punta Arenas con su hallazgo, a donde llegó veinte y tantos días después de haber partido, cruelmente azotados por los malos tiempos.
Pero en el curso de 1874, la miseria lo castigó rudamente, al extremo de llegar a desesperarse. Venciendo el desaliento, tomó la resolución de continuar sus cacerías por los canales fueguinos, y se hallaba en esta faena, cuando avistaron 11 hombres y una mujer, cerca de la Caleta Falsa, los que resultaron ser náufragos, tripulantes del buque alemán “Dr, Hanson”. Para poder conducirlos a Punta Arenas fue necesario dejar 4 marineros en aquel lugar, que vivieron comiendo mejillones, hasta que volvió Piedrabuena en su busca. Por este salvataje, el Emperador de Alemania lo premió con una honrosa nota y un magnífico anteojo telescopio.
Con motivo del grave conflicto de límites con Chile, el Ministro argentino allí, Félix Frías, le pidió todos los antecedentes que poseyese Pirdrabuena de la zona austral, pedido que cumplió con una nobleza y patriotismo que llamaron justamente la atención del mencionado diplomático.
Frías era presidente de la Cámara de Diputados, cuando en mayo de 1875 Piedrabuena recibió un aviso de su cuñado Richmond, llamándolo sin pérdida de tiempo a Buenos Aires, para servir de informante. Piedrabuena vendió su “Luisito” para sufragar los gastos del viaje. Una vez en la Capital, celebró continuas y largas entrevistas con Frías, de donde éste extrajo la substancia con que nutría sus discursos y sus artículos al hablar de la Patagonia y al defender nuestros derechos.
A comienzos de 1876, convencido el Gobierno Nacional de la imprescindible necesidad de efectuar viajes periódicos al Sur con alguna embarcación, confió esta misión a Piedrabuena y le señaló una subvención para que con un buque particular realizase este servicio. Así se lanzó al Sur, cumplimentando la orden del Gobierno. Tal era el estado de aquel buque, que fue necesario en los dos meses que duró el viaje, picar 10 horas diarias la bomba para desagotar el agua que entraba en la bodega, por estar el casco en las peores condiciones. Tal tarea aunque muy ruda, fue necesario realizarla para evitar la pérdida del buque. No obstante esta grave circunstancia, Piedrabuena cumplimentó a satisfacción las órdenes del Gobierno.
El 26 de setiembre de 1877 volvió a zarpar el “Santa Cruz” de los Pozos, con destino a las costas patagónicas, viaje en el cual llevaba de pasajero para Santa Cruz al teniente Carlos M. Moyano y a otros oficiales de marina que iban a hacer práctica de reconocimiento de aquellos lugares. En este viaje, el 6 de octubre, encontraron un bote cargado de náufragos. Piedrabuena sin vacilación, no obstante el fuerte viento, inmediatamente decidió salvarlos. El después capitán de fragata Cándido Eyroa, que era oficial de guardia en aquellos momentos, nos describe la actitud de Piedrabuena así:
“En aquel momento el capitán Piedrabuena tomaba la rueda del timón. En su simpático semblante se distinguía entonces, en toda su plenitud, una satisfacción sublime. Sus ojos resplandecían, dejando ver el placer inefable que sentía al arrancar del seno de las olas, de los brazos de la más desesperada de las muertes, una tripulación más. Su voz de mando, más potente que de costumbre, comunicaba a los tripulantes de la “Santa Cruz” ese gran entusiasmo, ese sentimiento de generosidad infinita, que experimenta el humilde marinero al arriesgar su vida por salvar a sus semejantes….”.
Piedrabuena logró salvar los 18 tripulantes y la esposa del capitán de la barca inglesa “Anne Richmond”, que iba en viaje de Liverpool a Valparaíso, conduciendo un cargamento de carbón, que se incendió, por lo cual la tripulación debió embarcarse en los botes, abandonándola, lo que había sucedido 4 días antes de ser hallados por Piedrabuena. Por este salvataje, la Reina Victoria le obsequió un par de anteojos binoculares, con una plaqueta conmemorativa.
El 11 de octubre abandonaron la rada del Chubut y el día 20 afrontaron con el “Santa Cruz”, en el golfo de San Jorge, el más violento temporal imaginable, donde el comandante reveló sus incomparables condiciones marineras y su habilidad insuperable, sufriendo el buque grandes averías. Llegaron a Santa Cruz el día 28 del mismo mes, de donde iniciaron el viaje de regreso, fondeando el 26 de noviembre en la bahía del Chubut, para tomar a bordo los náufragos del “Anne Richmond”, que habían sido dejados allí en el viaje de ida. Llegaron a Buenos Aires el 12 de diciembre.
El 17 de abril de 1878 el presidente Avellaneda le extendió a Piedrabuena despachos de sargento mayor con grado de teniente coronel al servicio de la Armada Nacional.
En otro viaje, el 26 de agosto de 1878, embarcó “en las ruinas de la pesquería Rouquad” los 20 tripulantes de la barca noruega “Cuba”, encallada a 12 millas al S. de Santa Cruz, que iba a esa ría a cargar guano. A bordo de este último nombre, Piedrabuena los condujo a Buenos Aires.
En Buenos Aires se recibió la grave noticia de que la corbeta chilena “Magallanes” había capturado en Santa Cruz, el 8 de octubre de 1878, a la barca norteamericana “Devonshire”, que estaba cargando guano “por no tener autorización de las autoridades chilenas para sus operaciones”. Este incidente determinó el envío de la escuadra que se confió a la pericia de Luis Py, compuesta por los monitores y bombarderas de río. Para esa campaña, a Piedrabuena se le otorgó el mando de una vieja barca de madera de reciente adquisición que fue bautizada “Cabo de Hornos”, designándose 2º comandante al capitán Martín Rivadavia. La escuadra de Py partió de Buenos Aires el 8 de noviembre y llegó a Santa Cruz el día 27 del mismo.
La “Cabo de Hornos” no acompañó a la escuadra, sino que se le incorporó en aquel puerto el 6 de enero de 1879, conduciéndole víveres, carbón, 50 soldados y también las noticias últimas sobre la marcha del conflicto. Piedrabuena inició su regreso el 31 de enero, pero la escuadra de Py continuó fondeada en aquel puerto hasta que la sorprendió el 26 de febrero la noticia de la declaratoria de guerra de Bolivia a Chile.
Después de largas reparaciones sufridas en la Boca, la “Cabo de Hornos” reanudó sus viajes al Sur, principiando con uno a Patagones, y por entonces se asignó a Piedrabuena la misión de formar marineros, ascendiendo la vieja barca a la categoría de buque-escuela, con 30 aprendices, con un comandante-director; un segundo-subdirector, dos oficiales con cargo de clase, un maestro de primeras letras y un condestable instructor, etc.
De mayo a setiembre de 1880 hizo un viaje hasta Santa Cruz, recogiendo en alta mar un bote vacío del buque “Eddbaston”, de Liverpool, encallado en la costa de Deseado. En el Río Negro, por orden del coronel Vintter, Piedrabuena debió determinar la ubicación del meridiano 5º de Buenos Aires, trabajo realizado a comienzos de setiembre.
En 1881 la “Cabo de Hornos” fue afectada a la expedición del joven marino italiano Santiago Bove, siendo Piedrabuena el jefe militar de la empresa; la que partió recién el 18 de diciembre de aquel año, debido a que tuvo que esperar a la “Cabo de Hornos” que se hallaba en viaje por el Sur.
La expedición duró 8 meses, siendo el primer campo de exploración la Isla de los Estados (que era propiedad de Piedrabuena), previa una escala en Santa Cruz que se prolongó excesivamente. Llegaron a la isla recién el 8 de febrero, y durante mes y medio la “Cabo de Hornos” ocupó los fondeaderos de Cook y Pingüin Rookery, recogiendo en el primero 11 náufragos de la barca inglesa “Pactolus”, perdida en aquellas inhospitalarias costas a causa de un violento huracán.
Pero las relaciones entre los exploradores italianos y los marinos argentinos se hicieron tirantes a raíz de que los primeros bautizaron con nombres italianos los accidentes de la Isla de los Estados; donde terminado el trabajo se dirigieron al estrecho de Magallanes, debiendo soportar un mes de mal tiempo para llegar. Allí, Bove alquiló la goleta “San José” para proseguir sus trabajos en los canales fueguinos, por no ser conveniente la “Cabo de Hornos” para operar en aguas tan estrechas. La goleta de referencia, al mes de iniciarse los trabajos, fue sorprendida en bahía Slogett por un temporal, estando al ancla, y se estrelló sobre la costa en bravísimas rompientes.
Los expedicionarios debían reunirse en Santa Cruz en el mes de junio, pero los percances ocurrido alteraron algo el programa y la “Cabo de Hornos” recién inició su viaje de regreso el 17 de agosto, llegando a Buenos Aires el día 31, con la mayor parte de los expedicionarios, pues Bove y algunos compañeros lo hicieron poco después por vía de las Malvinas y del Pacífico. La Sociedad Científica acordó a Piedrabuena una medalla de oro por esta expedición. Como un justo premio a tan relevantes servicios, el presidente Roca le extendió despachos de teniente coronel efectivo de Marina, el 8 de noviembre de 1882; y el Centro Naval, que acababa de crear un grupo de oficiales, y que presidió después el almirante Manuel José García Mansilla, discernió el 1º de octubre del mismo año, el nombramiento de socio honorario al comandante Luis Piedrabuena.
Después de todas estas justísimas recompensas a sus relevantes méritos, noble patriotismo y sobresaliente capacidad náutica, el distinguido marino se aprestaba para zarpar una vez más para la Isla de los Estados con el propósito de establecer “los faros que reclama la navegación del Lemaire”, cuando cayó postrado por la enfermedad contraída en su carrera de fatigas y penurias incontables, la que lo llevó al sepulcro en esta Capital, el 10 de agosto de 1883, a las 9 de la noche.
La tripulación toda del “Cabo de Hornos”, encabezada por sus oficiales, acompañó hasta su última morada los restos de su amado Jefe, y un batallón de infantería le rindió los honores póstumos. “La Nación” dio la noticia del fallecimiento con sentidas frases, condensando la obra magnífica de este “caballero andante” de los mares australes, honra de la Nación Argentina. En su artículo, el diario de referencia, justicieramente decía:
“Es un hecho histórico que a los trabajos del comandante Piedrabuena y a su patriótico anhelo se debe en gran parte la reivindicación de los territorios australes de la República Argentina, sobre los cuales él fue el primero en llamar la atención, pudiendo decirse que por mucho tiempo los defendió solo, con un pequeño buque de su propiedad, con el cual navegaba por los canales magallánicos, velando por aquellos y estorbando su ocupación por otros”.
Los últimos años del insigne patriota fueron de cruel pesadumbre; en febrero de 1878 perdió a su joven esposa y un par de años después perdía a uno de sus hijos.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
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Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1939).
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