El general Manuel Belgrano no se destacó como militar de brillante formación, y damos cuenta de ello al contemplar su vida al servicio de las armas rioplatenses, en la que tuvo tantos éxitos como sinsabores. Incluso hay quienes prefieren recordar, con el afán de resaltar su pobre actuación castrense, que fue por su ingerencia que se perdió el Alto Perú y el sector que en la actualidad ocupa el Paraguay.
En 1811, Belgrano fue mandado al Paraguay por la Junta de Mayo con el fin de eliminar a los ejércitos realistas que aún quedaban allí, y, de ser posible, para someter bajo el influjo de Buenos Aires a la recientemente formada Junta de Gobierno de Asunción, la que se originó tras el derrocamiento del gobernador español Bernardo de Velasco. Allí, en tierras paraguayas, el general Belgrano sufrió dos derrotas consecutivas, una el 19 de enero de aquél año en Paraguari y la otra el 9 de marzo en Tacuarí. Entonces, una vez allanado el camino, en mayo de 1811 Paraguay declaraba su independencia respecto de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
El nuevo país tuvo que lidiar, desde entonces, con el asedio permanente de Buenos Aires, mientras que otro tanto ocurría al ver entorpecida su navegación por el río Paraná. Autoridades de las provincias de Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe, llegaron a detener algunas embarcaciones paraguayas. No pudiendo colocar sus productos en otros países, tales como el tabaco, Paraguay empezó un lento proceso de cierre de sus fronteras.
Las “estancias de la patria”
De dicho aislamiento nació una etapa próspera para el pueblo guaraní, cuyo final podemos ubicarlo recién hacia 1864 o 1865, es decir, cuando comenzaba la brutal Guerra de la Triple Alianza. El 12 de junio de 1814, José Gaspar Rodríguez de Francia asume como gobernador del Paraguay, sucediendo a la Junta de Gobierno con asiento en Asunción. Ubicado según varios historiadores y cronistas como hombre de carácter fuerte y hasta dictatorial, Rodríguez de Francia monopolizó el comercio exterior y se encargó de posar su inquisidora mirada hacia los sectores más ricos y los grandes terratenientes del Paraguay.
El Estado paraguayo tomó las tierras para sí, y más tarde las dividió en pequeñas parcelas que fueron llamadas “estancias o chacras de la patria”. Éstas, una vez parceladas, fueron entregadas en calidad de “préstamo” a familias de baja condición social y hasta indios, con la expresa finalidad de que las trabajen. Estos establecimientos agrícola-ganaderos estaban libres de trabas impositivas, de allí que las rentas que obtenían quienes las trabajaban eran por demás interesantes. Quien tomaba posesión de una “estancia de la patria”, no era propietario aunque sí podía usar la tierra por largos años y llevarse parte de los dividendos que lograba a través de su esfuerzo.
La multiplicación de las chacras que fueron convertidas en “estancias de la patria”, hicieron de sus ocupantes una suerte de productores libres. Sus extensiones proporcionaron, en poco tiempo, trabajo seguro a peones y campesinos. De ellas salía la carne que consumía el ejército paraguayo, el cual estaba compuesto por 5 mil soldados regulares y 25.000 milicianos, como así también las reses para el consumo diario de los habitantes de la ciudad capital. En una cartilla propagandística que debía distribuirse a la población, Gaspar Rodríguez de Francia señalaba que con esta forma de trabajar la tierra se podían ir “reduciendo nuestras necesidades, según la ley de nuestro Divino Maestro Jesucristo”.
Y tan grande fue el procreo que se obtuvo mediante este sistema, que el doctor Francia en un comunicado que le hizo llegar al Delegado de Itapuá, le señaló que toda vaca sin cría debía ser sacrificada “porque las varias estancias están rebozando y ya no hay necesidad de multiplicar, y antes perjudican”. De allí se explica que, en algunas ocasiones, “El Supremo” permitiera el reparto gratuito de grandes cantidades de reses para los paraguayos pobres de Villa Rica, Concepción o Curuguaty.
Fue el doctor Francia el que logró, gracias al conocimiento que poseía sobre los adelantos técnicos y sociológicos de su época, y por ser un estadista ante todo, que la población no careciera de medios de subsistencia y que viviera en una nación tranquila que se podía mantener con sus propios recursos, sin pedirle nada a nadie. Dentro de las “estancias de la patria”, los indios eran ahora campesinos libres y obreros asalariados; por primera vez podían integrarse al resto de la sociedad, por fuera de sus comunidades tribales. Asimismo, Rodríguez de Francia prohíbe adquirir tierras a los extranjeros, nacionaliza las plantas de yerba mate y los árboles que producen madera para la construcción.
Por último, cabe señalar que el tipo de hacienda que existía entonces en el Paraguay era el criollo, descendiente del ganado que provenía de Andalucía y Extremadura, evolucionado naturalmente por la calidad y extensión de sus pastajes limitados por los grandes bosques.
La base de la riqueza nacional del Paraguay, a la muerte del doctor Francia en 1840, eran la ganadería y la agricultura, sectores magnífica y hábilmente elevados por él, y cuya esquematización se practicó solamente en tierra guaraní, acaso como una bofetada a las pretensiones y fórmulas políticas del liberalismo inglés. Lo que Paraguay demostraba al mundo era, como se lo denominó en su tiempo, un capitalismo de Estado. Este mismo esquema fue el que heredó don Carlos Antonio López, padre del mariscal Francisco Solano López.
Fuente
Anuario de la Academia Paraguaya de la Historia. “Historia Paraguaya”, Volumen 13, 1969-1970.
De Paoli, Pedro y Mercado, Manuel G. “Proceso a los Montoneros y Guerra del Paraguay”, Eudeba, 1973.
Portal www.revisionistas.com.ar
Turone, Gabriel O. – “Estancias de la Patria” en el Paraguay desconocido – Buenos Aires (2009)
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