Guizot, en su diario “Journal des Débats”, anuncia que la escuadra se reforzará “para Obligar a Rosas a terminar la guerra”. Francia, con sus treinta y cuatro millones de habitantes e Inglaterra con sus veinticinco millones van a luchar contra un millón de argentinos, de los cuales sólo hay trescientos mil en la provincia de Buenos Aires. Sin embargo, no hay que desanimarse.
San Martín, desde Nápoles, escribe al comerciante inglés Jorge F. Dickson –poco después, nuestro cónsul en Londres- una carta fechada el 28 de diciembre de 1845 y que es publicada el 12 de febrero de 1846 en el Morning Chronicle.
“Diré a Usted, según mi íntima convicción –le expresa el general San Martín- que los dos estados interventores, por los medios coercitivos que hasta el presente han empleado, no conseguirán el objeto que se han propuesto, es decir, la pacificación de las riberas del Plata. La injerencia de estas dos naciones europeas en las contiendas interiores de los nuevos estados sudamericanos, no hará otra cosa que prolongar por un tiempo indefinido los males que tratan de evitar… Bien sabida es la firmeza de carácter del jefe que preside a la República Argentina; nadie ignora el ascendiente que posee en la vasta campaña de Buenos Aires y el resto de las demás provincias interiores; y, aunque no dudo que en la capital tenga un número de enemigos personales…, el bloqueo no tiene, en las nuevas repúblicas de América, la misma influencia que en Europa. Sólo afectará un corto número de propietarios, pero a la masa del pueblo le será bien indiferente su continuación… Aunque se apoderen de Buenos Aires… como el primer alimento del pueblo y casi único es la carne, y (como) es sabido con que facilidad pueden retirarse todos los ganados en pocos días a muchas leguas de distancia, como también las caballadas y todos los medios de transporte, y formar un desierto imposible de ser atravesado por una fuerza europea, (esta) correría un gran peligro, y, tanto más cierto, cuanto mayor fuese su número… Con siete u ocho mil hombres de caballería del país y veinticinco o treinta piezas de artillería volante –fuerza que con gran facilidad puede mantener el general Rosas- son suficientes para tener en un cerrado bloqueo terrestre a Buenos Aires, y también para impedir que un ejército europeo de veinte mil hombres salga a más de treinta leguas de la capital, sin exponerse a una ruina completa por falta de recursos”.
Luego le escribe a Rosas dos cartas, el 11 de enero y el 10 de mayo de 1846. En ellas le dice: “Excmo. Sr. Capitán General, Presidente de la República Argentina, Don Juan Manuel de Rosas. Mi apreciable general y amigo: Me hubiera sido muy lisonjero poder nuevamente ofrecerle mis servicios, como lo hice a Usted en el primer bloqueo por la Francia, lo que demostraría que en la injustísima agresión y abuso de la fuerza de la Inglaterra y Francia contra nuestro país, este tenía aún un viejo defensor de su honra y de su independencia; pero, ya que el estado de mi salud me priva de esta satisfacción, por lo menos me complazco de manifestar a Usted estos sentimientos, así como mi confianza no dudosa del triunfo de la justicia que nos asiste… Ya sabía la acción de Obligado. Los interventores habrán visto qué son los argentinos. A tal proceder, no nos queda otro partido, que cumplir con el deber de hombres libres, sea cual fuere la suerte que nos depare el destino… Mi íntima convicción es que todos los argentinos deben persuadirse del deshonor, que recaerá sobre nuestra patria, si las naciones europeas triunfan en esta contienda que, en mi opinión, es de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de la España. Convencido estoy de esta verdad, (y sepan) nuestros compatriotas que, la patria tiene aún un viejo servidor, cuando se trata de resistir a la agresión más injusta de que haya habido ejemplo”.
Los barcos del convoy aliado, destruidas a martillazos las cadenas –después de cuarenta días de reparaciones- continúan río arriba, reducidos ahora a seis unidades de guerra y cuarenta y cuatro mercantes de los noventa y tres que formaban la expedición invasora. El 9 de enero de 1846 son cañoneados en el paso del Tonelero, junto a Ramallo, y en Acevedo, al sur de San Nicolás; y el 16, desde las Barrancas de San Lorenzo al norte de Rosario, se completa el ataque. Con ingentes dificultades llegan a Corrientes, donde la negociación comercial, por falta de dinero, fue un fracaso. Al pasar por la ciudad de Paraná, rindieron honores a las autoridades entrerrianas el 25 de mayo, y cargaron y descargaron mercaderías por cuenta de Urquiza, que actuaba como si perteneciera a un estado neutral, y de paso se enriquecía comerciando con los enemigos. A su vuelta son atacados, al norte de San Lorenzo, en el Quebracho, el 4 de junio de 1846. Siete barcos son incendiados y otros debieron arrojar sus cargas de mercaderías al agua. Los agresores tuvieron sesenta muertos. “Los criollos enloquecieron a los gringos, que no sabían donde meterse”.
Así terminan las operaciones en el Paraná con el triunfo del pueblo argentino; mientras los intrusos interventores incendian, en represalia, barcos neutrales en el puerto de la Ensenada y en Atalaya de la costa bonaerense, el 21 y el 29 de abril.
Para perpetua memoria del valor argentino fueron colocadas cuatro placas en la ribera derecha del río Paraná, a la altura de la Vuelta de Obligado de la estancia de don Plácido Obligado; después de casi noventa años de esta gloriosa acción.
En el monolito de la batería de la barranca, las tres inscripciones dicen:
“El Centro Naval, a los valientes que derramaron su sangre para cerrar el Paraná a las naves invasoras – 1934”.
“Homenaje del Círculo Militar a los camaradas del ejército, muertos en defensa del honor nacional en la Batalla de Obligado – 1845 – 20 de noviembre – 1934.
En el mojón, donde estaban amarradas las cadenas, -cuyas reliquias allí se conservan- se halla la siguiente inscripción: “Batalla – La Vuelta de Obligado. Por decreto del Poder Ejecutivo de la Nación Argentina, el Ministerio de Obras Públicas, a solicitud del Instituto de Investigaciones Históricas, Juan Manuel de Rosas, ha ejecutado esta obra de protección y embellecimiento para conservar esta reliquia histórica, en que se amarraron las cadenas que atravesaban el río; y en homenaje a los heroicos defensores, que en un gesto radiante de sacrificio, ofrendaron sus vidas en defensa de la Soberanía Nacional. 1845 – 20 de noviembre – 1940”.
El ministro inglés, Robert Peel, después del desastre del operativo aliado en el Paraná, y de la piratería ejercida en las poblaciones sobre el río Uruguay, se vio obligado a declarar que los plenipotenciarios se habían excedido en sus atribuciones y los hace responsables de los actos de barbarie que han ocurrido. El ministro francés, Francois Guizot, afirma, a su vez, que Francia se metió, porque no le convenía que hubiera una intervención a la que ella quedase extraña, tanto más que el gobierno de Rivera ha sido: “establecido para nosotros y, en cierto modo, por nosotros”.
Louis Adolphe Thiers, a su vez, confiesa en Le Constitutionel del 16 de mayo de 1846: “Los argentinos (unitarios emigrados) y los orientales (riveristas) eran nuestros aliados. Por lo tanto Francia debía resguardar sus derechos, porque habían recibido nuestros subsidios y habían obrado de concierto con nuestra escuadra”.
El gobierno inglés resuelve concluir la intervención y convence al francés hacer lo mismo, y designan de común acuerdo al agente Thomas Samuel Hood. Por otra parte, el gobierno de Estados Unidos había desaprobado enérgicamente la conducta de Francia y de Inglaterra.
Manuel Moreno, en nombre del gobierno argentino, presentó en Londres una formal y enérgica protesta, el 3 de diciembre de 1845, exigiendo una condigna reparación por los agravios inferidos al honor y soberanía de la Confederación Argentina; mientras se desataba en Gran Bretaña una casi unánime campaña periodística condenando la intervención anglofrancesa en el Río de la Plata. Acorralado por todos, lord Aberdeen ordenó a Ouseley, el 4 de marzo de 1846, “el retiro inmediato e incondicional de la escuadra” y llamar severamente la atención al capitán Charles Honthan por haber mandado buques de guerra al Paraná en un “acto de agresión”.
La energía de Rosas en defender la Soberanía Nacional obtuvo al fin la victoria; e Inglaterra optó por sacrificar sus pretensiones, buscando por otros medios pacíficos la expansión de su comercio. Hood llegó a Buenos Aires el 3 de julio de 1846. Rosas se avino a un acuerdo conciliatorio en sus conversaciones con Hood del 20 al 28 de julio, exigiendo el levantamiento del bloqueo anglofrancés. Pocos días después de su arribo, Hood propone: Suspensión de hostilidades en el Uruguay; desarme de las legiones extranjeras y retiro de las tropas argentinas; levantamiento del bloqueo, evacuación de la isla Martín García, devolución de los buques argentinos, saludo de veintiún cañonazos a nuestro pabellón, reconocimiento de que es interior la navegación del Paraná y que es argentino-oriental la del Uruguay, proceder a la elección del presidente uruguayo, decretar la amnistía general y que los interventores retirarían todo apoyo a Montevideo si rehusaba a aceptar la paz.
“Con aquella su política de resistencia, diestra, grande y viril”, Rosas se impuso; al decir de Estanislao Zeballos en el congreso nacional en la sesión del 6 de diciembre de 1915.
Después de este gran triunfo de Rosas, se requirió la aceptación del gobierno de Montevideo; pero éste rechazó el convenio, y los mediadores Ouseley y el Barón Deffaudis rompieron relaciones con Hood, y, el 13 de setiembre, lo despidieron para Londres. O sea, los ministros plenipotenciarios de Inglaterra y Francia expulsan al enviado especial de sus respectivos gobiernos.
Las negociaciones se hallaban, en un principio, bien encaminadas; pero Rivera, y sobre todo el francés Deffaudis, obstaculizaron el convenio definitivo sobre las bases del propuesto por Hood. Entonces Hood comunica a Rosas el 31 de agosto de 1846: “En este estado de los negocios parece inevitable: o que Usted abandone generosamente el derecho que ha adquirido, y que había sido admitido como prueba de justicia en estricto acuerdo con los deseos de lord Aberdeen, o que las proposiciones deban inevitablemente remitirse a Inglaterra y a Francia para una conformidad de instrucciones”. (1)
El 6 de setiembre contestó Rosas a Hood a raíz de la negativa de Deffaudis que aducía carecer de instrucciones: “Sin instrucciones fue violentamente apresada la escuadra argentina, sin instrucciones se estableció el injusto bloqueo, sin instrucciones fue atacada y bombardeada la plaza de la Colonia, sin instrucciones han sido agredidos nuestros ríos, sin instrucciones buques ingleses y franceses han conducido una legión extranjera para invadir y saquear el pueblo de Salto, sin instrucciones ha sido saqueado el pueblo de Gualeguaychú, sin instrucciones se ha pretendido dividir la nacionalidad argentina y seducir a los jefes de los pueblos confederados, sin instrucciones se ha dado movilidad y auxilio al cabecilla Rivera… y ahora dice el señor Deffaudis que le faltan instrucciones para aceptar la paz”.
En la lucha de Rosas contra los correntinos sublevados y apoyados por los paraguayos, Urquiza –que operaba en la Banda Oriental apoyando a Oribe- recibe órdenes de Rosas de cruzar el Uruguay y unirse a los coroneles Eugenio Garzón e Hilario Lagos en Entre Ríos. Cruza el río en el Hervidero, frente a Concordia, el 15 de enero de 1846, se dirige a Corrientes, triunfa sobre la retaguardia del ejército aliado en Laguna Limpia, el 4 de febrero de 1846, y toma preso al general Juan Madariaga, hermano del gobernador. El gobernador, Joaquín Madariaga, hace entonces las paces con Urquiza para recuperar a su hermano. Enterado el general Paz, jefe del ejército aliado correntino-paraguayo que contaba con la ayuda anglofrancesa, pretende encabezar una revolución en Corrientes para deponer al gobernador, pero es destituido de su cargo de director de la guerra el 4 de abril de 1846 y debió huir al Paraguay, de donde pasará al Brasil.
Paz, entendido con el francés Deffaudis, quería acabar con Rosas; en cambio Urquiza, unido con Madariaga, que lo instigaba a la secesión de Entre Ríos y Corrientes, y entendido también con el inglés Ouseley, que le ofreció doscientos mil patacones, quería crear la “República de la Mesopotamia”, independiente de la Confederación Argentina, y que, según la propuesta del Brasil, debía tener como límite el río Paraná. (2)
Juan Madariaga recobra su libertad y Urquiza firma con el gobernador, Joaquín Madariaga, el tratado de Alcaraz, en Entre Ríos, el 15 de agosto de 1846. Por él se puso término a la alianza con el Paraguay y se disolvió el ejército aliado correntino-paraguayo. Rosas, con todo, desaprobó este tratado por haberse hecho sin su autorización, en violación del Pacto Federal del Litoral del 4 de enero de 1831, que regía las relaciones interprovinciales. Al respecto le escribía al general Angel Pacheco: “Este general Urquiza reconoce el nulo e intruso régimen de Corrientes, y don Joaquín Madariaga no reconoce ni el legal ni el nacional de la Confederación”.
Por tales razones le exige a Urquiza que sustituya tal tratado por el que le remite, que implicaba el sometimiento de Corrientes. Urquiza le propone, entonces, a Madariaga que firme sin temor no más el nuevo convenio, “pero afile su cuchillo –le advierte- para hacerle sentir a Rosas los efectos de la alianza de las dos provincias”.
Además el tratado de Alcaraz tenía cláusulas secretas que prácticamente anulaban lo estipulado públicamente.
Los mediadores anglofranceses, los gobernantes de Montevideo y la Comisión Argentina de emigrados en el Uruguay hacía tiempo que, por emisarios secretos y cartas confidenciales, trataban de convencer a Urquiza para encabezar la sublevación contra Rosas. Ellos apoyarían al nuevo estado independiente del Litoral, reconociéndolo a él como jefe político de Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe. Echagüe y Mansilla, por su parte, incitaban a Rosas a romper definitivamente con el traidor Urquiza; pero Rosas aguardaba a que Urquiza rompiera con los interventores.
Madariaga firmó el nuevo tratado enviado por Rosas, corrigiendo el de Alcaraz, y Corrientes reingresa en la Confederación; pero Urquiza ha transgredido la jerarquía; pues un simple gobernador, no puede hacer tratados por su cuenta, ni intervenir entre el gobierno nacional y una provincia rebelde; y Rosas ordena, entonces, que ataque a Madariaga.
La misión de Hood en Buenos Aires hizo fracasar el plan de segregación de la Mesopotamia. Los coroneles correntinos Nicanor Cáceres y Benjamín y Miguel Virasoro se pasan a los federales.
Se reanuda la guerra. Urquiza se trenza con el ejército correntino y obtiene la victoria del potrero de Vences, el 27 de noviembre de 1847, deshaciendo por completo las fuerzas de Madariaga. El degüello de jefes, oficiales y soldados prisioneros, que siguió a la batalla, fue horrible. Murieron cerca de dos mil. De esta manera se impuso definitivamente Urquiza como el dominador indiscutido del Litoral. El congreso provincial de Corrientes depone a Madariaga, nombra gobernador al federal Benjamín Virasoro y, el 29 de diciembre de 1847, el gobernador dio una proclama “reincorporando Corrientes a la Confederación Argentina”.
También Urquiza pretende hacer las paces con Oribe y el gobierno de Montevideo, proponiendo la mediación el 18 de noviembre de 1846. Esto disgusta a Rosas más que el tratado de Alcaraz. Lo considera como una nueva violación del Pacto Federal de 1831, como un reconocimiento del gobierno ilegal de la Banda Oriental; como una reducción del conflicto a una cuestión puramente uruguaya, desconociendo los derechos de beligerante que tiene el gobierno argentino; y sobre todo como un crimen, al atreverse a ejercer facultades que a él sólo le corresponden, como encargado de las relaciones exteriores de la Confederación. Además lo tiene como un derrotista, pues Urquiza ha dicho que “los extranjeros nos van a aniquilar”; y cree Rosas que esta actitud de Urquiza, ha influido para el rechazo de las negociaciones de Hood por parte de Ouseley y Deffaudis.
“Un general argentino y gobernador de una provincia dirime una guerra contra su patria, con prescindencia de la autoridad encargada de hacerlo; reconoce la legalidad del gobierno de Montevideo –que era precisamente la causa de la guerra- y ordena por su cuenta la suspensión de hostilidades”.
A fines de 1846 y principios de 1847 continúa la guerra devastadora en la Banda Oriental del Uruguay, financiada escandalosamente por los mediadores pacíficos. Oribe derrota varias veces a Rivera y a su aliado Garibaldi, ahora general uruguayo. Oribe, con los blancos orientales y sus auxiliares argentinos, triunfa el 8 de enero de 1847 en Salto, el 27 en Mercedes, el 3 de febrero en Carmelo y el 24 de marzo en Maldonado. Mientras tanto Rivera ha saqueado Paysandú con la ayuda de la escuadra francesa; luego quiere hacer las paces con Oribe; y, al fin, el mismo gobierno, disgustado de él, lo toma preso y lo deporta al Brasil, el 3 de marzo de 1847.
Rivera, apoyado por los buques de guerra franceses, tomó la ciudad de Paysandú el 25 de diciembre de 1846, masacrando a sus defensores. Sus desgraciados habitantes desaparecieron bajo las ruinas de sus hogares, después de haber presenciado, en el incendio, saqueo y pillaje, los actos más brutales y sacrílegos.
Cansados de sangre y miseria, todos los orientales quieren la paz, pero no puede hacerse porque no conviene a los extranjeros, que dominan la ciudad: los mediadores pacíficos, los almirantes, los legionarios franceses, Garibaldi y su turba de saqueadores, Florencio Varela y los emigrados argentinos, y los cuatrocientos orientales que les sirven. Pero el resto, o sea, el país entero, está con Oribe.
Oribe, en las faldas del Cerrito, ha fundado la Villa Restauración, hoy La Unión, populoso barrio de la actual Montevideo. Allí van llegando las adhesiones de todos los departamentos del Uruguay, refrendadas por millares de firmas, que expresan el clamor del pueblo que no quiere más guerra.
Andrés Bello, el gran venezolano, educador y literato, internacionalista y codificador, una de las cumbres de la cultura hispanoamericana, manifiesta, en 1847, al embajador argentino en Santiago de Chile: “La conducta de Rosas, en la gran cuestión americana, le coloca en uno de los lugares más distinguidos entre los grandes hombres de América”.
Juan Bautista Alberdi, al publicar ese año el libro “La República Argentina treinta y siete años después de la Revolución de Mayo”, dice al hablar de Rosas: “Bolívar no ocupa tanto el mundo con su nombre como el actual gobernador de Buenos Aires… Los Estados Unidos no tienen hoy un hombre público más espectable que el general Rosas… El nombre de Washington es adorado en el mundo, pero no más conocido (que el de Rosas, de quien) se habla popularmente de un cabo al otro de América… No hay lugar en el mundo en donde se ignore su nombre… ¿Qué orador, qué escritor célebre del siglo no le ha nombrado, no ha hablado de él muchas veces? ¿Cuál es la celebridad parlamentaria de esta época que no se haya ocupado de él?…” Y termina diciendo: “El primer partido de América, que ha repelido a los Estados de Europa, es el de Rosas”.
Referencias
(1) Diario de sesiones de la junta de representantes de Buenos Aires, Tomo XXXII.
(2) Cady, Juan F. – La intervención extranjera en el Río de la Plata (1838-1850).
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
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Röttjer, Aníbal Atilio – Rosas, Prócer Argentino – Ed. Theoria – Buenos Aires (1972).
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