Ocaso de la Villa Imperial de Potosí

 

Villa Imperial de Potosí

Villa Imperial de Potosí

Potosí, esa “bullente comunidad” con “aire de Far West”, según la acertada expresión de Lewis Hanke (1) sufrió, entre el primer tercio del siglo XVII y el primer tercio del siglo XVIII, cuatro calamidades que dada su magnitud no es extraño que historiadores y cronistas las confundieran con las causas reales de su declinación, algo así como el justo castigo a los excesos de una vida disoluta y sólo apegada a los bienes materiales.  Entre 1622 y 1625 se produce la guerra civil entre vicuños y vascongados, cruenta lucha que afligió a toda la región.  En 1626, la inundación producida por la ruptura de la laguna de Caricari destruyó prácticamente “casi toda la Rivera”. (2)  Pero, en opinión de Arzáns, el verdadero origen de la declinación potosina debe verse en lo que él llama “la tercera destrucción”: la rebaja de la moneda que en 1656 realizó Don Francisco de Nestares Martín, visitador y presidente de la Audiencia de La Plata, rebaja a la que se unía un rápido y creciente empobrecimiento de los metales del Cerro, y cuyo alcance afectó a todos los reinos del Perú.

 

Por último, en 1719-20 sobrevino una peste general que diezmó a la población y acentuó aún más la declinación económica.

 

Tales son las cuatro causas principales a las que Bartolomé de Arzáns de Orsúa y Vela atribuye la declinación económica de Potosí.  De cualquier manera, las cifras son elocuentes (según Arzáns) ya que antes de la rebaja de la moneda se remitían a España entre 2.200.000 y 3.500.000 pesos, mientras que en 1703 –cuando inicia su historia- esa cifra había descendido a 1.000.000 de pesos, y en 1735 –cuando está concluyendo su narración- los envíos no sobrepasan los 660.000 pesos.

 

Hasta su empobrecimiento final, la aureola de riqueza atrajo a Potosí una inmigración enorme y heterogénea que otorgó a la Villa Imperial una fisonomía particularísima y un tipo de vida ostentoso y rapaz,  difícil de comparar con el de cualquier otro lugar de la América española.  Indios de todas partes del Perú y españoles de toda la Península, así como también esclavos negros, confluían hacia el gran centro minero.  El número de extranjeros fue tan crecido que la Corona tomó medidas para evitar peligros e inconvenientes: los funcionarios reales inscribían a los extranjeros residentes en padrones especiales y elevaban informes detallados sobre la ocupación de esa gente y sobre la conveniencia, o no, de su permanencia.  La Inquisición, por su parte, también se ocupaba de los extranjeros y sus documentos hacen reiterada referencia a presuntos herejes.

 

Vivían y se mezclaban así en Potosí toda clase de tipos humanos dedicados a los más diversos oficios.  Desde nobles y conquistadores españoles hasta indios y negros, pasando por marineros y vagabundos procedentes de los más alejados lugares de la tierra (incluso un turco disfrazado).  Músicos, reposteros, sastres, boticarios, frailes, mecánicos y técnicos para los ingenios desplegaban allí pintorescamente sus posibilidades y trataban de satisfacer las necesidades materiales y espirituales de la crecida población potosina.

 

Algunos indios adoptaron actitudes realmente independientes, como Don Juan Colqueguaradri, cacique de los quillacas, quien solicitó que sus cinco hijos naturales fueran legitimados y que tres de ellos se educaran en España.  El oidor Juan de Matienzo informó favorablemente tal pretensión, basándose en la influencia del cacique y en la necesidad de que los indios trabajasen en las minas.

 

Los potosinos se divertían onerosamente.  Los mineros costeaban los gastos de espléndidas queridas y los jugadores profesionales constituían una verdadera plaga.  Torneos, corridas de toros y procesiones eran motivos de ostentación y boato.  Ni los motivos religiosos eran ajenos a tal situación, pues los mineros competían en hacer donaciones a iglesias y monasterios, como sus deudos rivalizaban en las honras fúnebres que les dispensaban al morir.  Todos querían ganar y gastar dinero y hasta los nobles dejaron de lado tradicionales exigencias de honra y clase para dedicarse a comerciar y enriquecerse.

 

Los escándalos y muertes eran acontecimientos cotidianos.  Estos disturbios provenían –al menos parcialmente- de la tremenda y abigarrada mezcla de pueblos y condiciones sociales que se daba en la Villa.  Todos disputaban entre sí: cabildantes y alcaldes por cuestiones de elecciones; eclesiásticos con corregidores; terciaban los prelados de las órdenes religiosas y pugnaban los azogueros con los oficiales reales y éstos con los visitadores.

 

El abigarrado espectáculo, en suma, de un centro minero donde enriquecerse era fácil y donde la posición se justificaba y sostenía por la ostentación de esa riqueza.(3)

 

Los dueños de minas e ingenios se asociaron para la defensa de sus intereses en el Ilustre Gremio de Azogueros de Potosí.  Esta corporación –aunque desvirtuada en su esencia- fue reconocida oficialmente por la Corona y constituyó así, dentro de las instituciones de la Colonia, un caso muy especial de organismo a la vez público y privado.  La mano de obra para la producción minera estaba constituida por los indios de trabajo forzoso, es decir, los mitayos, y por los indios de trabajo “voluntario” (minga).  Los encargados de dirigir la extracción del mineral recibían frecuentemente el nombre de minadores.  A su vez los azogueros mantenían una enconada lucha con los trapicheros, dueños de pequeños trapiches y molinos para el mineral, a quienes acusaban de incitar al robo de mineral en el Cerro.(4)

 

En cuanto a los negros, en el censo de 1758 –es decir, a siglo y medio del auge potosino- su número ascendía a 3.029, sin contar los niños de 1 a 3 años sobre una población de 70.000 habitantes.

 

Los esclavos negros llevaban, detrás de sus amos, la espada de los azogueros por las calles de la ciudad.  El número de esclavos que se poseía representaba el poder económico y social; constituían, por lo tanto, un elemento principal de ostentación.  No obstante, existían negros libres, generalmente empleados en la fundición de las barras de plata en la Casa de la Moneda.

 

La plata extraída del Cerro y beneficiada en la Ribera se convertía en moneda, barras y objetos en la propia Villa, de donde salía para España, quintada o sin quintar (por contrabando).  Toda la producción de la plata estaba regida por este centro administrativo.

 

La Ribera, a su vez, estaba integrada por las lagunas, el arroyo y los ingenios.  Inmediatamente después del descubrimiento del Cerro la forma más común de elaboración de los minerales era por medio del fuego, en hornos (huayros) atendidos por indios.  Agotados estos minerales debió recurrirse a nuevas formas de beneficios, y se adoptaron el mercurio y el azogue.  Sin embargo esta serie de operaciones mucho más complejas, que se llevaban a cabo en los ingenios, requerían gran cantidad de agua.  Debieron fabricarse, entonces, depósitos para almacenar el agua de lluvia: las lagunas.  El cauce por el que corría el agua desde los depósitos a los ingenios recibió el nombre “Río de la Ribera”.

 

Así, la Ribera hacía posible el beneficio del mineral y constituía el necesario nexo entre el Cerro, de donde se extraía el mineral, y la Villa, donde se procedía a su preparación.  En la época de auge había 132 ingenios en toda la Ribera, mientras que en la época de Arzáns sólo subsistían unos 60.  Vimos ya cómo en 1626 la ruptura de una de las lagunas más grandes ocasionó una verdadera catástrofe, destruyendo casi toda la Ribera.

 

Al parecer, sin embargo, su repercusión negativa fue superada prontamente.  Los ingenios, donde se pulverizaba el mineral y se lo preparaba para amalgamarlo con el azogue, dependían de las precipitaciones pluviales que alimentaban las lagunas y de las provisiones de azogue.  La falta, disminución o carencia de cualquiera de estos elementos resultaba dañosa en extremo, ya que afectaba la producción.

 

Por extensión, denominábanse trapiches a los lugares donde estaban instalados los instrumentos de  piedra con los cuales se molían y mejoraban los minerales argentíferos.

 

Era pues, la Villa Imperial de Potosí, uno de los principales mercados de consumo de América y la venta de mercancías dejaba tales márgenes de ganancia que muchos envanecidos españoles no desdeñaron el comercio a pesar de que la actividad de mercaderes y tratantes era considerada impropia de los arrogantes caballeros.  La feria de Potosí fue famosa desde muy temprano y a ella llegaban productos de todas partes del mundo “… sedas de todas clases y géneros tejidos de Granada; medias y espadas de Toledo; ropa de otras partes de España; hierro de Vizcaya; rico lino de Portugal; tejidos bordados de seda, de oro y de plata, y sombreros de castor de Francia; tapicerías, espejos, escritorios finamente trabajados, bordados y mercería de Flandes, ropa de Holanda, espadas y otros objetos de acero de Alemania, papel de Génova, sedas de Calabria, medias y tejidos de Nápoles; rasos de Florencia; ropa, bordados y tejidos finos de Toscaza, puntas de oro y plata y ropa fina de Milán, pinturas y láminas sagradas de Roma, sombreros y tejidos de lana de Inglaterra; cristales de Venecia; cera blanca de Chipre, Creta y la costa mediterránea de Africa; grana, cristales, marfil y piedras preciosas de India; diamantes de Ceilán, aromas de Arabia; alfombras de Persia, el Cairo y Turquía, todo género de especias de Malaya y Goa; porcelana blanca y ropa de seda de China, negros de Cabo Verde y Angola; cochinilla, vainilla, cacao y maderas preciosas de la Nueva España y de las Indias Occidentales; perlas de Panamá, ricos paños de Quito, Riobamba, Cuzco y otras provincias de las Indias y diversas materias primas de Tucumán, Cochabamba y Santa Cruz”.(5)

 

Los caballos de Chile eran enormemente apreciados y alcanzaban precios asombrosos.  Todo el contrabando que entraba por Buenos Aires, cuyo principal objetivo era llegar a Potosí, tuvo inmediata relación con la pujanza potosina.

 

La Villa era un mercado insaciable hacia el cual confluían mulas de Córdoba, géneros portugueses (desde Buenos Aires, Colonia y otros pueblos), esclavos indios del sur de Chile, coca de Cuzco; todo un vasto, rico y constante movimiento de mercancías.

 

Como dice Chaunu: “El Potosí –de Capoche- de 1585 es una ciudad cosmopolita, india sobre todo, blanca en lo alto –lujo, juego, prostitutas, refinamiento en las clases altas- aprovisionada en parte por las interminables caravanas hacia su desierto”.(6)  Pero la situación varió.

 

El Potosí que describe Capoche en 1585, es el de la amalgama, procedimiento que posibilitó el incremento de la producción que continuará hasta comienzos del siglo XVII, y que luego del estancamiento desde 1610 hasta 1650 termina por hundirse para no volver a recobrar su antiguo esplendor.

 

Al margen de las apreciaciones algo catastróficas del cronista Orsúa y Vela, la base de la potencialidad del Potosí residió en la generosa abundancia de una mano de obra sumamente barata y ese derroche que caracterizó la explotación de los yacimientos de los primeros tiempos constituyó un rasgo estructural.  “El problema de la industria minera de Potosí es únicamente, directa o indirectamente, un problema de mano de obra”.(7)  Sólo será posible la existencia de la industria minera potosina mediante la movilización masiva de la mano de obra.

 

La minería mexicana aplicó nuevas técnicas para obtener mejores resultados; en Potosí, por lo contrario, las dificultades de explotación trataron de resolverse sobre la base del trabajo forzado y por tal razón el aporte mitayo adquirió gran significación económica; a ello habría que agregar el recurso del asalariado indígena.

 

He aquí un elemento: el trabajo forzado, que se constituyó en factor no único pero sí importantísimo de las caídas de la población indígena, sea por el aniquilamiento más o menos inmediato del organismo del indio, o bien por agotamiento que disminuían menos abruptamente sus posibilidades de supervivencia.  A la vez, y ahora en forma indirecta, provocó frecuentemente vacíos en la población de los territorios de donde se extraían los trabajadores, debido a que parte de éstos emigraban con la finalidad de escapar al trabajo forzado.  Pero la emigración implicó con frecuencia dificultades para sobrevivir en un medio extraño.  Muy a menudo huía solamente el hombre –en condiciones de ser incorporado a la mita- con el consiguiente deterioro del núcleo familiar y de la comunidad indígena.  Es decir, al fin de cuentas emigrar solo o con su familia generalmente se traducía en extinción.

 

A su vez la caída demográfica incidía sobre las posibilidades de la producción minera ya que afectaba a un resorte sustancial del mecanismo potosino: el empleo masivo de mano de obra forzada.

 

Esta es la circunstancia que rodea a Potosí en momentos en que sus yacimientos han perdido parcialmente la generosidad de antaño.  La disminución enormemente brusca de la población indígena, que tiene lugar a lo largo del siglo XVII y que trae apareada, en consecuencia, una gran dificultad de aprovisionamiento del trabajo forzado, coincide con la caída de la producción de las minas de Potosí durante ese mismo siglo.

 

Dice Chaunu: “el ritmo de producción del Potosí es un poco el de los hombres suministrados por la mita; 4.500 aproximadamente en 1573; 4.093 en 1583… 4.633 en 1599; 4.413 en 1610; 4.229 en 1618; 4.115 en 1633; sólo 1.633 en 1683”.(8)    

 

Lo que no va a hacer Potosí porque no puede, porque no está en condiciones, es sustituir el trabajo forzado por trabajo libre.  Tampoco puede, para solucionar el problema, recurrir a la aplicación de técnicas más avanzadas, como se hizo en Nueva España.

 

A fines del siglo XVII, durante la década del 80, se ubica el punto más bajo de la onda descendente y es “punto clave de la coyuntura americana, coyuntura continental y de su reflejo hacia Europa”.(9)  América colonial, a poco de comenzar el siglo XVIII, observa una recuperación en sus actividades y ello coincide con un aumento demográfico indígena.  Este doble fenómeno se da casi uniformemente en América; no obstante, al parecer, Potosí no lo acusa.

 

Referencias

 

(1) Prólogo y nota de Lewis Hanke a “Relación general de la Villa Imperial de Potosí”, de Luis Capoche, Madrid (1859).

(2) Gunnar Mendoza en el prólogo de “Historia de la Villa Imperial de Potosí”, de Bartolomé de Arzáns de Orsúa y Vela, Edic. de Lewis Hanke y Gunnar Mendoza, Rhode Island (1965).

(3) Hanke, “Relación general”, op.cit.

(4) Mendoza, “Historia de la Villa Imperial de Potosí”, loc. cit.

(5) Hanke, “Relación general”, op. Cit.

(6) P. Chaunu, Notes Peruviennes (Revue Historique, París, 1960).

(7) Ibid.

(8) Ibid.

(9) Ibid.

 

Fuente

Assadourian, C. S., Beato, C y Chiaramonte, J. C. – Argentina: de la conquista a la independencia – Hyspamérica – Buenos Aires (1986).

 

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